viernes, 26 de febrero de 2021

WAMBA

 


En el colegio y en el instituto nos hicieron aprender de memoria la lista de los reyes visigodos, pero luego, dejando aparte a Recaredo, famoso por haberse convertido al cristianismo y a Rodrigo, por haber sido el último, de los demás supimos bien poco.

 Los visigodos se instalaron en España que en aquellos momentos tenía una población estimada de cuatro millones de habitantes, siendo una minoría que no llegaba a los trescientos mil, pero la famosa Pax Romana que tanto bien había hecho los últimos doscientos años, había desacostumbrado a los pueblos que estaban bajo su dominio a una vida cómoda y sin necesidad de tener que defenderse de un enemigo externo, así que cuando llegaron las tribus bárbaras del norte y del este de Europa, el imperio romano saltó en pedazos, casi sin oposición, pues su ejército, indisciplinado, mal pagado y compuesto por mercenarios extranjeros y esclavos, no tenían intención alguna de defender un imperio que no era el suyo.

Los visigodos se asentaron primeramente en la Galia, pero no eran bien acogido por sus pobladores, los francos, a los que tuvieron que enfrentarse sufriendo una gran derrota ante un poderoso ejército al mando de su rey Clodoveo. Esto los hizo retroceder en la Galia y entonces una parte importante de su contingente se desplazó hacia Hispania a través de los dos extremos de los Pirineos, ocupando la Península, menos el extremo noroeste, la actual Galicia, parte de Asturias y norte de Portugal, donde consiguieron arrinconar a los suevos, otro pueblo bárbaro que los había precedido en la ocupación de España. Pero el reino visigodo conservó también grandes territorios al norte de los Pirineos, dos regiones llamadas Septimania y Narbonense.

La capital del reino fue la ciudad de Toledo, donde se asentó la monarquía visigoda y su primer rey fue Alarico, cuyo reinado coincidió con el cambio del siglo V al VI.

Le sucedió la atragantada lista de reyes cuyo paso por el trono fue de muy escaso nivel, hasta que llegamos al mejor de todos ellos: el rey Wamba.

Sucedió a Recesvinto y permaneció en el trono durante ocho años, los de mayor gloria de aquel reino.

Recesvinto adquirió cierta notoriedad por la creación de un cuerpo de leyes conocido como “Liber Iodiciorum” y por haber tenido uno de los reinados más largos de aquella monarquía, diecinueve años. Murió en un pueblo de Valladolid entonces llamado Gérticos, donde el monarca poseía una villa en la que falleció y en el mismo lugar, el 21 de septiembre de 672, las cortes nombraron como sucesor a Wamba.

Agradecido el pueblo de que allí se hubieran producido tan fastuosos acontecimientos, cambió su nombre por el del nuevo rey y aun lo conserva.

No fue fácil convencer a Wamba de que se hiciera cargo del gobierno, pues alegaba su avanzada edad y el gran desgaste que ya había sufrido en su puesto del “oficio palatino” al que pertenecía desde el año 655. Pero las presiones de los nobles le obligaron a aceptar, siendo coronado en Toledo por el arzobispo metropolitano Quirico.

No se explica muy bien por qué la nobleza tiene tanto interés en que sea Wamba el nuevo rey, cuando había personajes importantes, más jóvenes y bien cualificados para ocupar la corona y quizás la razón está en que lo consideraban un hombre de palacio, con aptitudes conciliadoras y posiblemente manejable.

Pronto se ve que el nuevo rey no es muy respetado, pues una vez más los vascones se sublevan y obligan al rey a marchar en cabeza de su ejército a sofocar la sublevación.

Está en esta guerra cuando, sin que haya transcurrido un año de su coronación, es ahora una nueva rebelión, esta de muchísima trascendencia, la que tiene lugar en la Septimania y está protagoniza por Ilderico, el conde de Nimes, ciudad al sur entre Montpellier y Marsella.

Ilderico se hace proclamar rey de Septimania y se enfrenta abiertamente a Wamba, legítimo rey de aquellos territorios.

Decidido, Wamba envía un fuerte ejército a las órdenes de Flavius Paulus, conocido como Paulo, un noble de ascendencia romana, de gran prestigio, general del ejército visigodo y, además, hombre de la más absoluta confianza del rey.

Pero Paulo tiene otros planes y llegado a Narbona depone al falso rey, pero ocupa él su lugar, abriendo francas hostilidades contra el rey Wamba.

 

Estatua de Wamba en la Plaza de Oriente de Madrid

 

Estos hechos, encadenados, vienen a demostrar que el rey no tenía el respeto de sus súbditos. Pero el rey tiene temple y oficio; divide su ejército en tres partes y entra por los dos extremos de los Pirineos y por el centro, reuniéndose los tres frente a Narbona, la capital, que cayó tras pocas horas, aunque el usurpador no se encuentra allí, pues está refugiado en Nimes, hacia donde se dirige una de la partes del ejército que pone cerco a la ciudad que tras dos días de lucha, cae en poder de Wamba.

A Paulo le perdonó la vida pero lo condenó a prisión, después de haberlo sometido a la humillación de la pena de decalvación, una de las penas infamantes para el pueblo visigodo.

Aprovechando el momento de debilitamiento sobrevenido tras los combates del ejército de Wamba, los francos penetraron por el norte de Septimania y comenzaron a devastar el territorio. Sin una sola batalla, Wamba y su ejército pusieron en fuga a los invasores.

Pese a la edad y las traiciones, el rey había demostrado energía y conocimientos y eso aplacó tensiones palaciegas, permitiéndole gobernar en cierta paz.

Pero tuvo otros grandes problemas en el sur de la Península. Los bereberes del norte de África no paraban de hostigar las costas españolas, preparando una posible invasión futura.

Por fin, con el reforzamiento que reciben de árabes y yemeníes que se han lanzado a la Guerra Santa, el peligro real se presenta

Los árabes arrebatan a Bizancio el control del norte de África, llegando a conquistar Tánger y sin lugar a dudas, preparando el salto hacía la Península Ibérica, camino de Europa.

En ese contexto se produce un verdadero desembarco, pero encuentra preparado al ejército visigodo que hace frente a la invasión por tierra y mar, consiguiendo hundir doscientos setenta barcos de la flota invasora.

Esto propició también un largo periodo de tensa calma con el norte africano, hasta que en 711 se produce la verdadera invasión, ya sabemos que propiciada por judíos, maltratados por los visigodos y algunos disidentes del mismo poder reinante, como el conde Julián o los partidarios de Witiza que abandonaron el ejercito visigodo, pasándose al lado árabe.

Pero el gran éxito del rey Wamba es su empeño en reforzar el poder de la corona frente a los nobles y la iglesia, para lo que actuó en dos frentes, el primero reformando leyes que dieran más autoridad al monarca y la segunda reforzando el ejército para que ningún noble tuviera la aspiración de enfrentarse a la corona.

Muchas de las reformas que sufren los ejércitos son de cara al exterior, ganando más en vistosidad que en eficacia, pero no fue éste el caso. Wamba reorganizó el ejército para hacerlo más eficaz en la guerra, obligando, mediante la reforma del cuerpo legal, a nobles y clero a participar en las acciones bélicas al lado de la corona, aportando todo su poder guerrero, so pena de destierro y confiscación de bienes.

Entre otras cosas que vamos relatando, convocó el XI Concilio de Toledo, tendente a cercenar el poder de la iglesia que a través de sus obispos había llegado a impartir justicia sin esperar las decisiones judiciales, así como a vender las dignidades eclesiásticas, o incautarse de los bienes de los encausados por ellos.

Hasta en su final fue Wamba un rey único. El 14 de octubre de 680, no se sabe si por accidente, enfermedad o por envenenamiento, el rey sufrió un desmayo que lo dejó inconsciente.

Detrás de este incidente los historiadores creen ver a Ervigio, un noble palaciego que aspiraba a sucederle y que probablemente fue quien le ofreció la bebida, con lo que consiguió su propósito de hacerse con la corona.

Inconsciente y tomado por muerto, se le viste con un hábito de monje y se le tonsura el cabello, es decir, se le practica un afeitado en la zona de la coronilla, como fue costumbre clerical hasta no hace mucho tiempo.

Esa era la costumbre con la que se enterraba a los reyes visigodos, pero Wamba no está muerto, despierta y viendo la conjura contra él, se ofrece a ingresar en un monasterio y así lo hace en el convento de loa Frailes Negros de San Vicente, de la ciudad de Pampliega, cerca de Burgos, donde falleció el año 688 y fue enterrado hasta que Alfonso X, el Sabio, ordenó el traslado de sus restos a Toledo.

Esta cruz sobre una columna, situada en el lugar en el que estuvo el convento,  conmemora la que fue sepultura del rey en Pampliega.

 

Actualmente, el Ayuntamiento de Pampliega, tiene solicitado del arzobispado de Toledo la devolución de los restos de su más famoso morador.

jueves, 18 de febrero de 2021

LA UNIVERSIDAD MAS ANTIGUA DE ASIA

 

En realidad el título no es correcto, aunque en toda la documentación que he manejado, se dice así, Incluso que fue la primera en crearse, lo cierto es que unos años antes de nacer esta universidad, los jesuitas crearon en 1590 la más antigua de Asia, pero se cerró en 1770 como consecuencia de la expulsión de la orden religiosa de todos los territorios españoles, por tanto a la que nos vamos a referir es a día de hoy las más antigua en funcionamiento.

Hecha esta breve aclaración pasamos a desarrollar el artículo.

Asia es un continente antiguo. Muy antiguo. Cuando los primeros europeos llegaron a Asia quedaron impresionados por su cultura milenaria, sus riquezas, el refinamiento de sus costumbres, el lujo de sus casas o de sus atuendos y en fin, muchas otras cosas que los asiáticos, chinos, indios y japoneses, sobre todo, tenían como cotidiano y sin embargo para el europeo era impensable.

El primer relato de viajes a China, Mongolia y el Asia Central, el de Marco Polo, se escribe a finales del siglo XIII, cuando Marco Polo coincide en prisión con Rusticello de Pisa, un escritor que, como él, luchaba a favor de la República de Venecia, contra la de Génova.

Marco le cuenta la historia de sus viajes y su relación con Kublai Kan y el escritor las lleva al papel.

De niños todos las leímos y soñamos con las maravillas y las aventuras que se describen.

Pero a pesar del lujo y el boato con que las clases altas de las sociedades asiáticas se arropaban, en ningún momento ese bienestar alcanzaba a las clases populares que seguían viviendo en un estado total de abandono y con una escurrida cultura y economía de supervivencia.

Ni Japón, ni China en donde los primeros religiosos jesuitas que llegaron, se encontraron a una clase poderosa rodeada de lo que desde entonces se llama “lujo asiático”, pudieron encontrar detalle alguno de que los gobernantes sintieran preocupación por su pueblo.

En aquella época, siglos XV y XVI, el este de Asia estaba muy feudalizado pero ningún gobernante feudal sentía la más mínima inclinación de satisfacer a sus súbditos.

Buena prueba de ello es la tremenda incultura que padecía toda la población, donde el analfabetismo alcanzaba cuotas difíciles de imaginar hoy día.

Por eso, los primeros viajeros que llegaron a Asia, sobre todo portugueses y españoles, se encontraron con el panorama ya descrito.

No había escuelas en donde se enseñara a leer y escribir, aunque sí se le preparaba como guerreros o para otras actividades y ni que decir tiene que no encontraron ninguna universidad.

En el año 1565, Legazpi protagoniza el primer asentamiento español en las islas que más tarde serían llamadas Filipinas, en honor al rey Felipe II y comienza la culturización de un pueblo que vivía al borde de la prehistoria. Acompañado por algunos sacerdotes, sobre todo agustinos y dominicos, aunque más tarde también jesuitas, se inicia un proceso que tiene un doble sentido en la mentalidad de la época; primero extender la religión católica, luego dar al pueblo una mínima instrucción que le permita una supervivencia más agradable por sus propios medios.

Mucho debieron prosperar las cosas en aquel montón de islas porque cincuenta años después un dominico, tercer arzobispo de Manila, sembró el embrión de lo que sería la primera universidad de Asia.

Poco sabemos de aquel arzobispo, pero hay algunas notas que le definen. Su nombre era Miguel de Benavides y Añoza y había nacido en Carrión de los Condes, provincia de Palencia, en el año 1552.

Con quince años inició su vida religiosa en la orden dominica de Valladolid y en 1586, habiendo adquirido cierto prestigio por sus cualidades intelectuales, marchó a Filipinas.

Cuatro años después, fue de los primeros dominicos que entraron en China, donde permaneció algunos años, durante los que adquirió tal conocimiento del idioma chino, que le permitieron escribir la primera gramática en lengua china.

Fue nombrado obispo de la diócesis de Nueva Segovia, en la isla de Luzón y posteriormente arzobispo de Manila, la más antigua diócesis de las Filipinas.

Preocupado por la cultura y la formación de las personas, el arzobispo Benavides fundó lo que sería la segunda universidad de Filipinas, aunque la magna obra quedó en embrión durante algunos años, si bien se fueron adquiriendo libros y material con el que surtir su biblioteca.

 

El fundador Miguel Benavides Añoza

 

En 1605 falleció el arzobispo Benavides, donando su gran biblioteca y todos sus recursos personal a los fondos de la universidad que todavía quedaba más en la intención y el ánimo de los que la impulsaban que en la realidad, pues lo único que funcionaba era un seminario.

Por fin, en el año 1609, se solicitó del rey Felipe III una licencia que permitiera crear una universidad en Manila. De manera extraña, a pesar de que España está sufriendo una gravísima crisis económica, consecuencia de la multitud de frentes bélicos que tiene abiertos, la universidad se funda y empieza su construcción el 28 de abril de 1611.

En esa fecha el notario general de Filipinas, Julián Illián, certificó el acta de fundación de la que se llamaría Colegio Nuestra Señora del Rosario, cambiando posteriormente su nombre a Colegio de Santo Tomás, hasta que el papa Inocencio III lo elevó al rango de universidad en 1645 y que más tarde sería adornada con los títulos de Pontificia y Real Universidad Católica de Filipinas.

Desde el año 1865, la universidad tiene la autorización para dirigir y supervisar a todas las escuelas en Filipinas, autorización otorgada por la reina Isabel II.

Las intenciones religiosas de cristianizar el archipiélago dieron su fruto y aun se conservan muchos vestigios de la presencia hispana, así como muchos creyentes cristianos que son el 90% de la población, de los que el 80% son católicos. Es el país con más católicos de Asia, el siguiente es Timor Oriental y el tercero del mundo, tras Brasil y Méjico.

Ese dato le da aún más carácter a la universidad católica y en la actualidad se ha convertido en la mayor universidad católica del mundo.

Su fama en toda Asia es tal que de muchos países del continente acuden estudiantes para formarse en sus aulas y en un recuento realizado hace unos años, tenía más de cuarenta mil alumnos.

En sus aulas ha estudiado gran parte de la élite intelectual, social y política de Filipina y de otros países.

Los primeros cursos que se impartieron en sus aulas, veinticinco años antes de que se fundara la universidad de Harvard, la más prestigiosa de Estados Unidos, fueron: derecho canónico, teología, filosofía, lógica, gramática, arte y a partir de finales del siglo XIX, farmacia y medicina.

A principios de los años veinte del siglo pasado, los edificios destinados a universidad, construidos dentro del casco amurallado de Manila, empezaron a quedarse cortos y fue necesario sacarla al exterior, construyéndose un edificio que se inauguró en 1927 y que fue el primero construido con protección contra terremotos y en donde se admitieron mujeres en sus aulas.

 

Aspecto actual de la Universidad de Manila

 

Como dice Elvira Roca Barea en su libro Imperiofobia y Leyenda Negra, el odio de los países que fomentaron la leyenda contra España, les ha impedido ver la realidad de lo que los descubrimientos y las conquistas españolas han supuesto de verdad.

Ningún otro país colonizador ha creado universidades en sus colonias, ni provocado el fenómeno étnico del mestizaje. Ingleses, holandeses daneses, alemanes o franceses que han poseído colonias por todo el mundo no crearon ni una sola universidad, ni se mezclaron con la población indígena. Se limitaron a sacar cuantas riquezas pudieron y comerciar a base de la explotación de los nativos.

Solamente Inglaterra creo universidades en sus colonias de Norteamérica, pero no eran para los nativos, sino para sus colonizadores.

Ni siquiera se molestaron en propagar su fe, la que fuera, que en aquella época era de vital trascendencia.

Sin embargo España, allá donde fue se preocupó por extender la fe católica, extender la cultura e integrarse en el medio en que se desenvolvía. De ahí surgieron grandes personalidades en el mundo de la religión, con muchos de ellos elevados a los altares, de la misma manera que surgieron grandes literatos, militares y profesionales de todas las ramas. 

Pero no importa, lo mismo que en España parece que no hay democracia plena, aunque disfrutamos de todas sus ventajas, tampoco desistiremos de achacarnos, nosotros mismos la Leyenda Negra.

jueves, 11 de febrero de 2021

EL LEON DE QUERONEA



A lo largo de la historia ha habido innumerables batallas que se han ido desarrollando por toda la geografía de los distintos continentes. Muy pocas veces en un mismo lugar han ocurrido dos batallas y mucho menos tres, pero no es un caso insólito. Hay un lugar en donde se han celebrado cuatro batallas de gran importancia, eso sí: a lo largo de XVII siglos.

Ese lugar es Queronea, una ciudad de las más antiguas de Grecia situada a la orilla del río Cefiso y en un punto  estratégico, cerca de Atenas, en el centro de Beocia, la zona norte del canal de Corinto y dominando la entrada a la península del Peloponeso. Ya aparece en la Ilíada de Homero y su importancia estratégica la tuvieron en cuenta las polis, ciudades-estado, de Tebas y Atenas.

De las acciones bélicas allí celebradas, vamos a empezar por la última, la celebrada en el mes de marzo del año 1311, quizás no tan trascendente como alguna de las otras, pero con una importancia capital para la Corona de Aragón, pues allí se enfrentaron los famosos almogávares contra los francos, que desde la Cuarta Cruzada se habían asentado en aquellos territorios.

En realidad la batalla se ha denominado del Río Cefiso, por ser en sus orillas donde se enfrentaron los ejércitos, pero eran las llanuras de Queronea, la ciudad más cercana  y su territorio, el escenario de la batalla.

El ejército franco era tan superior que la batalla se daba tan por perdida que algunos mercenarios del ejército almogávar salieron huyendo. Pero unos quinientos catalanes que luchaban en el ejército franco, se pasaron al lado de los aragoneses.

Doce mil soldados y tres mil caballeros francos se enfrentaron a tres mil soldados y quinientos de a caballo almogávares, que por contra disfrutaban de una muy superior posición en el campo de batalla, pues se encontraban en terreno seco, mientras el enemigo debía atravesar zonas pantanosas, donde el peso de las armaduras los dejó inmovilizados y ya a tiro, recibieron una lluvia de flechas y dardos que los diezmó.

¡Despierta Hierro! El grito de guerra almogávar, lanza a sus soldados contra las filas enemigas, que deja de ser una lucha para convertirse en una verdadera carnicería, y a la vista de que la victoria está cercana, aquellos que desertaron ante el miedo a la superioridad del enemigo, volvieron al campo de batalla, terminando la degollina iniciada por los soldados almogávares.

Desde aquella victoria la Corona de Aragón reforzó su prestigio en las tierras griegas, donde la bandera de las barras rojas y amarillas ondeó en el Partenón  Ateniense durante más de setenta años.

 La batalla anterior había ocurrido en el año 86 antes de nuestra Era entre el ejército de la República de Roma, mandado por el procónsul Sila y el ejército de Mitrítades, rey del Ponto Euxino, dirigido por los generales Arquelao y Taxiles.

La presencia de Roma en las tierras griegas tenía una fuerte contestación, por la misma razón el Senado romano tenía gran interés en su conquista. La principal dificultad griega era que no formaban un estado sólido, unido, sino que cada ciudad y su zona de influencia caminaba por su lado.

Ante esta fragmentación, el general Sila preparó un ejército compuesto por cinco legiones con el que enfrentarse al rey Mitrítades.

En el año 86, tras largo asedio cayó la ciudad de Atenas y a continuación su puerto, El Pireo. Ambas poblaciones fueron masacradas por el ejército romano que pudo comprobar que durante el asedio, los atenienses habían practicado el canibalismo, antes que morir de hambre.

Fue en Queronea donde se libró la batalla decisiva que enfrentó a Sila, con un ejército de veinte mil hombres, contra el general Arquelao con un ejército de cien mil.

La estrategia y el genio militar de Sila hicieron posible la victoria en una batalla de fuerzas tan desproporcionadas.

Sería cuestión ahora de hablar de la batalla inmediatamente anterior, pero esa es tan singular que prefiero relatar la que se dio antes, en el año 447 a de J.C y que fue la primera batalla de Queronea.

En aquellos momentos Atenas era la ciudad más poderosa de Grecia. Bajo su dominio se encontraban varias ciudades que pertenecían geográficamente a otras ciudades estados y este era el caso de Queronea, que formando parte de la región de Beocia, que ocupaba la margen norte del Golfo de Corinto, pertenecía a Atenas.

Beocios y atenienses se enfrentaron en la llamada Primera Guerra del Peloponeso y los primeros consiguieron reconquistar Queronea que pasó así a formar parte de su estado.

Pero sin lugar a ninguna duda la batalla que ha puesto en la historia a esta ciudad, fue la ocurrida en 338, entre Filipo II de Macedonia, padre de Alejandro Magno y una coalición formada por atenienses, tebanos, corintios y algunas otras ciudades aliadas a esa fuerza común del Ática, amenazada por la ambición del rey macedonio de apoderarse de toda la península griega.

Macedonia era un reino que ampliaba constantemente sus territorios y sus recursos. Era próspero y contaba con un poderoso ejército, lo que suponía una constante amenaza para las polis griegas, sobre todo para Atenas y Tebas.

En el verano de 339 a. C. Filipo, al frente de su poderoso ejército, marchó sobre Grecia, creando una fuerte incertidumbre que propició una alianza entre las dos ciudades antes nombradas, a la que se unieron otras muchas, aunque su aporte en número de efectivos era considerablemente inferior.

Fue una batalla decisiva pues los ejércitos de la coalición fueron prácticamente aniquilados y como única solución de supervivencia todas las ciudades hubieron de aceptar las condiciones que imponía el rey macedonio que fue crear la llamada Liga de Corinto que convertía a todos en aliados de Filipo.

Solamente Esparta, la ciudad más importante de la península del Peloponeso y famosa por la austeridad en sus costumbre, no aceptó aquella alianza.

Tras las estrategias propias del planeamiento de las batallas, los ejércitos griego y macedonio se enfrentaron en Queronea, entablándose una batalla que pasó a la historia por diversos motivos, entre otros porque en ella luchó el llamado “Batallón Sagrado de Tebas”.

Era este batallón la élite de la infantería y estaba compuesto por trescientos hoplitas (soldados) escogidos entre los jóvenes más distinguidos de la ciudad y que ya hubieran tenido alguna ocasión de demostrar su arrojo.

La singularidad es que sus miembros formaban parejas de amantes entre los que existía un vínculo que los tebanos consideraban indestructible.

Ya en la Ilíada, a la que nos volvemos a referir, se había reflejado el ardor guerrero entre los jóvenes que se amaban, como ocurría entre Aquiles y Patroclo.

Unos años antes de la formación de tan peculiar ejército, el propio Platón, en su obra “El Banquete o del Amor” reflexionaba sobre la conveniencia de la formación de un ejército formado por parejas de amantes y así lo escribió: “(…) si por cualquier circunstancia, un Estado o un ejército pudieran estar compuestos sólo de amantes y de amados, no habría pueblo que llevase más alto el horror al vicio y la emulación de la virtud. Los hombres, así unidos, aunque en pequeño número, podrían en cierto modo vencer al mundo entero”.

En la batalla, las parejas de guerreros luchaban espalda contra espalda, de manera que cada uno protegía la parte más vulnerable de su amante.

Aún con ese ejército hipotéticamente invencible para los filósofos, Filipo II derrotó a la coalición de ciudades.

Después de aquella batalla se contabilizaron más de mil muertos entre tebanos y atenienses, pero aún ante tamaña derrota, los tebanos quisieron honrar a sus jóvenes guerreros que tan valientemente habían dado sus vidas y erigieron un monumento que se compone de una base o pedestal de seis metros de altura, sobre la que se exhibe la escultura de un león que tiene la misma altura.

El monumento se llama “El león de Queronea” que da título a este artículo y bajo su base fueron enterrados doscientos cincuenta y cuatro cuerpos de aquellos soldados amantes.

 

Monumento a la batalla de Queronea

 

Cierto que la homosexualidad no fue nunca entendida en el mundo clásico de la manera en la que se entiende ahora en casi todo el mundo.

Era entonces una forma de amor, sin orgullo ni prejuicios; sin obscenas exhibiciones.

            Si en cualquier lugar del mundo en donde actualmente se celebra el día del orgullo gay, se instalara un “banderín de enganche” para ver cuantos de los que se exhiben con atuendos de extraordinaria agresividad se apuntaban a filas, seguro que no habría ni un solo voluntario.