viernes, 29 de mayo de 2020

AGOTES Y CAGOTS




Dice la mitología que cuando Hércules se dirigía a realizar unos de los doce titánicos trabajos encomendados por Zeus, conoció en la región de Oc a una princesa llamada Pyrene hija del mítico rey tartesio Túbal que, derrotado por Gerión, un monstruo de tres cuerpos que vivía precisamente en la actual Cádiz y que atemorizaba a toda la península, hubo de refugiarse con su familia en los bosques del norte, donde Gerión encuentra a la princesa y la mata abrasándola en la hoguera.

Cuando Hércules acude en su auxilio, sólo puede escuchar de labios de su amada la narración de lo sucedido, tras lo que la princesa expira.

Ciego de cólera, el héroe da sepultura a su amada y empieza a amontonar piedras sobre su tumba en un incansable trabajo, tan ingente, que acabó creando la cordillera a la que puso el nombre de su princesa, por eso, la cordillera que pone límite a España, por el norte, se llama Pirineos.

Es una historia muy bonita y mágica, con la particularidad de que impregnó de ese encanto a ambas regiones situadas en cada una de las laderas de las ciclópeas montañas.

En la ladera norte se instalaron sucesivos pueblos bárbaros: francos, godos, visigodos, que fueron arrebatándose unos a otros las tierras que, en principio, eran de los galos, pueblo que dio nombre al país: la Galia, que fue conquistada por Julio César.

En la ladera norte, en todas las extensas y fértiles tierras del Mediodía Francés y más especialmente en la región del Languedoc, a partir de del siglo XI, también se instalaron los integrantes de una comunidad religiosa conocida como “los cátaros”, por otros nombres “los puros” o “los albigenses”.

Las creencias de este colectivo fueron rápidamente consideradas heréticas por la Iglesia, pues tenían su fundamento en otra creencia, ya herejía consagrada, que era el maniqueísmo. La historia de los seguidores de esta “herejía” terminó con su extinción total de la población de Beziers, donde se habían refugiado.

El papa Inocencio III decretó una cruzada contra ellos que se saldó con la frase que hizo célebre a su paladín: Simón de Monfort, líder de las tropas pontificias, aunque se atribuye a Arnaldo Amalrico, inquisidor y legado papal, que a preguntas de sus capitanes de cómo distinguirían a los cátaros de los católicos, el enviado pontificio respondió con una terrible frase: Matadlos a todos, Dios sabrá reconocer a los suyos.

Esto era en el año 1209, pero mucho antes, una leyenda sitúa en el Languedoc como reina de los visigodos, entonces establecidos en la zona, a Austris, mujer de gran belleza e inteligencia, pero con un grave defecto en uno de sus pies que parecía la pata de una oca, por lo que se la conocía como la reina “Pedauque” (Pie de oca).

Curiosamente, Manes, el fundador del maniqueísmo, también persona inteligente, presentaba un grave defecto en uno de sus pies. Pero dejemos en este punto la conexión entre historia y leyenda, para avanzar en el tema del artículo.

Han desaparecido los cátaros, pero su esencia se sigue notando en toda la región y casi un siglo más tarde, se tiene una primera noticia de la aparición de un grupo al que se denomina “los christianos”, descendientes de los visigodos y que forman unas comunidades completamente apartadas del resto de la sociedad.

Estas comunidades son conocidas con el nombre de “cagots” y se extienden por la ladera norte de los Pirineos. Pero en el lado sur también hay comunidades con los mismos elementos que los franceses. Desde Guipúzcoa, hasta el norte de Aragón, pasando por todos los valles del norte de navarra, Baztán, Elisondo, Amalur y Arizcun también hay presencia de pequeñas comunidades discriminadas a las que en el lado español se conoce como “agotes”.

No se sabe mucho del origen de estas minorías, pero sí que las clases sociales dominantes a ambos lados de la cordillera, los tienen confinados en barrios paupérrimos, no les permiten relacionarse con el resto de ciudadanos y se les excluye de la mayoría de las profesiones. Pueden ser carpinteros, albañiles y canteros, cualquier otro oficio les está prohibido y, por supuesto, no se pueden casar con personas ajenas a su comunidad, lo que a la larga iría a producir una un perniciosa endogamia. Tampoco podían vivir en el interior de los núcleos urbanos. En algunos lugares les obligaban a caminar haciendo sonar una campanilla que advirtiese de su presencia y no podían caminar descalzos por miedo a transmitir contaminación. En las iglesias eran colocados separados de los demás feligreses, incluso obligados a entrar por una puerta exclusiva, más baja y más estrecha.

También se les obligaba a llevar el pelo corto, para distinguirse del resto que seguía la moda del cabello largo y por supuesto su vestimenta había de ser diferenciativa. No podían criar ganado, ni beber en fuentes pública y en el lado francés, se los enterraba en una parte del cementerio no consagrada

Para algunos investigadores, cagots querría decir “perro godo”, para otros “cazador de godos”. Para los agotes también había diferentes teorías sobre su denominación, variando desde enfermedades, como la lepra, o en la boca.

Pero la hipótesis mas acertada sea quizás la de que los agotes y cagots, que todos son una misma familia, eran seguidores de la herejía cátara, teoría que comparte Pío Baroja, al considerar que tanto odio social contra esta pobre gente, solo podría tener una justificación en el fanatismo religioso imperante en la época.

No son una etnia y tampoco es una raza aparte, son más bien una familia con algunas características morfológicas como estatura, construcción ósea, ausencia de lóbulo en la oreja y poco más.

Así es como los describe Baroja en su libro Las horas solitarias:

“Cara ancha y juanetuda, esqueleto fuerte, pómulos salientes, distancia bicigomática fuerte, grandes ojos azules o verdes claros, algo oblicuos. Cráneo braquicéfalo, tez blanca, pálida y pelo castaño o rubio; no se parecen en nada al vasco clásico. Es un tipo centroeuropeo o del norte. Hay viejos en Bozate que parecen retratos de Durero, de aire germánico. También hay otros de cara más alargada y morena que recuerdan al gitano”.

El por qué de su exclusión social se interpreta como temor extremo a la lepra, enfermedad que en la época producía tremendos dramas y que incluso a las personas curadas de la enfermedad se les prohibía integrarse en la sociedad, teniendo que verse abocados a adoptar una vida casi de eremita.

Sin embargo, en el ejercicio de su profesión, agotes y cagots eran muy considerados, teniéndoseles por artesanos cualificados que eran utilizados con éxito en numerosas edificaciones.

Fueron agotes los constructores del Camino de Santiago, desde la vertiente atlántica de los Pirineos hasta Navarra, concretamente Puente la Reina, donde se une al Camino  Francés. Esa sería la razón por la que sus comunidades se encuentra desperdigadas por los valles meridionales de los Pirineos, antes mencionados.

Con el paso de los años, algunos jóvenes agotes pasaron a servir a caballeros en tareas de caballerizo, escudero o simple criado y quizás con el tiempo, fueran integrándose en la sociedad, en donde existe muy poca documentación sobre ellos y la que hay, se limita a registros de nacimiento, defunción o matrimonio. En estos registro se aprecia cómo, tras el nombre por el que eran conocidos, se agrega a manera de apellido palabra agote, para dejar una clara diferenciación del resto del pueblo. Actualmente el apellido Agote sigue existiendo. Yo he conocido a una persona con ese apellido.

Su discriminación religiosa era también considerable y aunque se les conocía como cristianos, ellos no pararon de quejarse, incluso hasta ante el papa, del trato que padecían por parte de la autoridades religiosas y los abusos que sobre ellos se cometían, pues en los casos de compra de bulas, las que a ellos se les vendían eran más caras que para el resto, o sea que a un agote le costaba más dinero su salvación  que a cualquier otro católico.

En 1515, el papa León X promulgó una bula en la que recomendaba al obispo de Pamplona que tratara a los agotes como al resto de cristianos, pero la recomendación papal fue claramente desobedecida.

Antes, al mencionar la vestimenta que los diferenciara del resto de ciudadanos, he querido saltarme este detalle y dejarlo para el final, pues es el nexo que amalgama toda esta historia que he tratado de contar.

Efectivamente, los agotes y los cagots había de llevar una señal distintiva en su indumentaria y ellos eligieron un trozo de tela roja con la forma de una pata de oca que colocaban en el pecho o en el hombro.

 

Dibujo en el que se aprecia la pata de oca

 

Este detalle lo conecta todo, al menos así lo parece.

jueves, 21 de mayo de 2020

LOS VIMANA




Es posible que a muchos esta palabra no les suene de nada, pero es tan antigua que ya estaba recogida en algunos de los textos más añejos de la Humanidad: Los Veda, el Panchatandra, el Mahabarata, el Ramayana, textos indios escritos en sánscrito desde mediados del segundo milenio antes de nuestra Era.
En toda esa literatura se escribió sobre unas “naves que volaban” surcando los cielos de la India hace más de cuatro mil años. Pero no solamente volaban, sino que lanzaban rayos de poder y destrucción.
A mediados de la primera década del presente siglo, la India pareció querer reconocer que estaba haciendo una serie de experiencias sobre unos artilugios voladores como los descritos en los textos más antiguos antes referidos.
Todo partía de unas fotografías tomadas en 1985 en el desierto de Thar, en la frontera entre India y Pakistán, de unas naves voladoras tan insólitas como desconocidas.
Este velado reconocimiento puso muy nervioso a otros países, sobre todo a Estados Unidos porque venía a demostrar que India no solamente apreciaba la belleza de sus textos más antiguos, sino que estaba experimentando con lo que en ellos se describía, que es mucho y muy conciso, como más adelante veremos.
En primer lugar, un Vimana es una nave voladora que no tiene nada en común con los conceptos que tenemos de la aeronáutica. Su forma no recuerda la de un OVNI de los que actualmente están catalogados, ni la de un avión convencional, es algo completamente diferente, otro concepto de vuelo.
Siempre según lo detallado en los textos indios, que  los denominan “los carros de los dioses”, había al menos cuatro tipos de Vimanas: Rukma, Tripura, Sakuna y Sundara; las cuales se subdividían a su vez en más de un centenar de clases.
Todos ellos de morfología distinta que iban desde conos achatados, hasta las alas retráctiles, como los modernos cazas, o de forma similar a la de un zepelín.

Recreación de un vimana en forma de cono escalonado

Hay que señalar que aunque estos artilugios voladores están recogidos en los libros antes mencionados, su existencia es muchísimo más antigua, casi incalculable, pues las crónicas pueden referirse a diez o doce milenios atrás.
En la Biblioteca Real de Sánscrito de Varada, en la India, un grupo de investigadores ingleses encontró en el año 1908  un libro titulado “Vaimanika-Shastra” que literalmente quiere decir “Escritura acerca de naves volantes”.
El libro comienza diciendo que tratará de la ciencia de la aeronáutica, una ciencia que servirá para trasladar a las personas de manera confortable, de mundo a mundo, por el cielo.
El libro se escribió en 1875, basándose en un texto sanscrito del siglo primero de nuestra Era y de cualquier modo, en el año en que se escribió nadie en el mundo había materializado la forma de desplazarse por el aire, un sueño tan antiguo como la Humanidad, pero realmente inalcanzable hasta que la tecnología moderna puso a favor del sueño, sus avances mecánicos. El primero que fue capaz de construir un aeroplano que consiguió despegar y recorrer cincuenta metros, fue un ingeniero francés llamado Clement Ader y no lo hizo hasta 1890, quince años después de que se escribiera el mencionado libro. Por tanto, el libro no copia nada de la aviación, que en ese momento era una perfecta desconocida.
Está  dividido en ocho capítulos, el primero de los cuales se dedica a la persona que ha de dirigir la máquina voladora, estableciendo cuales deben ser sus conocimientos y entrenamientos, las vestimentas e incluso su régimen alimenticio, las rutas aéreas y algún detalle más.
Los dos capítulos siguientes se refieren a los metales de que deben construirse y las lentes que se deben incorporar, así como espejos parabólicos para la concentración de rayos solares.
El siguiente capítulo trata de las fuentes de energía y el quinto hace referencia a los motores, a los que llama “yantras”.
Este es el capítulo más sorprendente porque describe cómo ha de funcionar el motor. En primer lugar hay que aclarar que la palabra “Vimana” tiene su origen en el término sánscrito “mani” que quiere decir cristal o cuarzo, lo que da una idea de donde ha de proceder la fuente de energía. Siguiendo la explicación dice que el “yantra” ha de poseer seis cristales; uno de estos cristales se encuentra en una vasija de ácido y otro en el foco de un espejo parabólico conectados por cables eléctricos. Otros elementos fundamentales del motor son los electroimanes y el cobre, así como polvo de mica.
En toda esta literatura que fundamentalmente contienen leyendas y tradiciones, pueden leerse episodios bélicos que están relacionados con invasiones aéreas y guerras destructivas que acabaron con ciudades y naciones, como se lee en mi artículo sobre la ciudad de Mohenjo-Daro que puedes consultar en este link: http://unalupasobrelahistoria.blogspot.com/2016/12/las-bombas-atomicas-de-la-antiguedad.html
Pero lo que no deja de sorprender es que, basándose en las descripciones que los textos hacen, el gobierno de la India haya decidido recrear aquellas naves voladoras.
A mediados del pasado siglo, tras proclamarse la República Popular de China, el ejército rojo invade el Tíbet so pretexto de que habían colaborado con el general Kai-Shek, contra Mao. Al entrar en Lhasa, la capital del país, saquean el palacio del Dalai Lama, donde encuentran una gran cantidad de textos escritos en sanscrito y que ellos no entienden, por lo que los envían a la India para que sean traducidos por la prestigiosa experta en sanscrito doctora Ruth Reyna, de la universidad de Chandigar, la cual queda sorprendida al conocer el contenido de dichos documentos en los que se habla de la construcción de naves espaciales interplanetarias, a las que se llama “astras”, cuyo medio de propulsión era un desconocido sistema antigravitacional y con el que los constructores habrían enviado hombres a algún planeta.
No hablan los manuscritos que hayan ocurrido comunicaciones interplanetarias, pero sí que habla de un viaje de la Tierra a la Luna.
La doctora Reyna mantuvo un secreto profesional sobre las traducciones que iba realizando y entregando a su cliente, China, pero el espionaje internacional detectó que la República Roja estaba implementando un programa espacial que tenía mucho que ver con las traducciones que se estaba realizando. Sorprendidos en su proyecto secreto, el gobierno tuvo que hacer una declaración sobre el asunto, reconociendo sus ensayos sobre las nuevas formas de energía.
En ese momento la doctora Reyna hizo publicas algunas de sus traducciones que por esa razón han llegado al conocimiento público y por esa razón el gobierno indio comienza también sus experiencias, como las detectadas en el desierto.
Estos manuscritos conservados en la residencia del Dalai Lama en Lhasa, que nada tienen que ver con los textos clásicos hindúes, coinciden plenamente con ellos porque los “astras” de aquellos son los vimanas de éstos.
Algún ufólogo viene considerando la posibilidad, no demasiado remota, de que muchos de los avistamientos ovnis de los que se tiene noticia y que se tratan de naves que presentan un comportamiento completamente inusual, según los cánones de la aeronáutica, sean en realidad vehículos experimentales creados con las tecnologías de los astras y los vimanas.
Pero si esto es una información sorprendente, que lo es, no menos sorprendentes resultan otros documentos, como el que trata de unas aleaciones de metales capaces de absorber casi la totalidad de la luz que le llega por un rayo directamente apuntado hacia él, lo que en definitiva supondría que al no ser directamente iluminado, sería invisible.
Esta tecnología lleva años experimentándose en materiales invisibles para los radares y se aplica, sobre todo en aviación.
Estas aleaciones serían combinadas con otras que presentarían otras propiedades igualmente sorprendentes, para los conocimientos de aquella época, como metales capaces de resistir sin inmutarse las altas temperaturas que se producen en la reentrada a la atmósfera terrestre y que además tendría la extraña capacidad de convertir la luz en energía, cosa que se está haciendo ya en la actualidad con las placas solares.
Hasta aquí, una exposición muy superficial de la tecnología que hace ciento veinte siglos se llegó a tener, lo que en nuestra mentalidad resulta increíble, a menos que nos replanteemos los conceptos ortodoxos con los que nos hemos venido manejando hasta ahora. Pero… y siempre hay un pero, qué causó una quiebra tan abrupta en los conocimientos que al parecer se poseían hace doce mil  años y que produjo una caída tan brutal en el desarrollo del género humano.
Es muy posible que ocurriera entonces lo que en algunos momentos de nuestra historia reciente ha estado a punto de volver a ocurrir y que las civilizaciones que poseían tan alta tecnología, se enredaran en una guerra totalmente destructiva de la que ninguno salió ganador.
Rastros de antiguas explosiones nucleares se han encontrado en muchos lugares, pero lo que sería maravilloso es encontrar alguno de aquellos vimanas que hubiera sobrevivido a la catástrofe.
A lo mejor esas experiencias que pueden haber dado lugar a avistamientos de objetos nada concurrentes con las características de nuestra aeronáutica convencional, podría venir a hacer buena la sentencia de Paul Éluard que dice: “Hay otros mundos, pero están en éste”.

jueves, 14 de mayo de 2020

LA ESPADA DE SAN GALGANO




No es una fábula, ni un relato de ficción, ni una patraña; es un hecho que tiene una base histórica y real, un protagonista que es una persona que existió y de la que hay constancia y una época determinada. En fin, los ingredientes necesarios para construir a su alrededor toda una urdimbre que dé cuerpo a unos hechos que enseguida voy a relatar y que el que los quiera creer, que así lo haga.
Galgano Guidotti fue un noble italiano de la Baja Edad Media nacido en 1148 en la República de Siena, en la costa occidental de la Península Italiana, donde actualmente se ubica la región conocida como Toscana.
Vivió una juventud absolutamente hedonista, salpicada de lances amorosos y guerreros. Hábil con la espada en igual medida que con el verbo, disfrutaba de todo el placer que su acomodada vida le ofrecía.
Un detalle curioso de su alocada vida es que nunca se casó, ni tenía novia conocida, salvo una eterna enamorada de nombre Polissena, en la que se refugiaba tras momentos de máxima locura.
Su propia madre tenía de él tan funestos pensamientos que muchas veces comentó que su hijo tenía todos los ingredientes necesarios para ir de cabeza al infierno.
Cuenta la tradición que este desenfrenado joven había relatado a su círculo de amigos más íntimos que se le había aparecido en sueños el arcángel san Miguel, conminándole a dejar esa vida de vicio y desenfreno que llevaba.
 Por supuesto no le había hecho caso y se tomaba el asunto con la sorna propia de un total descreído.
Pero cierto día, cuando tras locas jornadas de francachelas se dirigía a expiar sus pecados en las faldas de su paciente Polissena, atravesando el bosque de Montesiepi, se le apareció el arcángel y esta vez no era en un sueño.
En un recodo del camino que recorría a caballo estaba el arcángel esperándole. La celestial criatura asustó con su presencia al caballo que cayó, dejando a Galgano tumbado en el suelo. Repuesto del primer susto, el arcángel le conminó a cambiar de vida, dejar el vicio mundano que lo corroía y que dedicara su tiempo a exaltar su alma.
El joven Galgano se rió de aquella propuesta. Era imposible dejar aquella vida que tanto placer le proporcionaba; tan imposible como que su espada se hundiera en aquella roca al lado del camino.
Y mientras decía esto desenvainaba su espada y hacía intención de clavarla en la dura roca.
Para su sorpresa, la espada se introdujo en la roca como si esta fuese de mantequilla y quedó clavada en ella por algo más de la mitad de su longitud. Inmediatamente el joven quiso extraerla de aquella roca pero le resultó imposible.
Aquel hecho prodigioso hizo cambiar de actitud al joven Galgano y entendiendo que ante él se había producido lo que muy bien se consideraría como un milagro de factura divina, renunciando a todo en la vida, se retiró a purgar sus pecados y allí, dando abrigo a aquella roca que retenía celosamente su espada, Galgano construyó una cabaña en la que hacía su vida.
La noticia de que el más libertino y crápula de los jóvenes de Siena se había retirado de la vida mundana y que vivía en una miserable cabaña por él mismo construida, se extiende pronto entre sus amigos y el pueblo llano, que empieza a marchar en una especie de peregrinación a la cabaña del eremita en donde contemplan la espada clavada en la roca.
La cosa se dimensiona cuando aquella época tan oscura de la historia, tan necesitada de cualquier ayuda, empieza a experimentar el sobrenatural goce de los milagros, por otra parte tan comunes como fraudulentos y muchos de aquellos peregrinos que marchaban hasta la humilde cabaña de Galgano, aquejados de incurables dolencias, después de tocar la empuñadura de la espada, recibían la gracia divina de la curación y ¡oh milagro!: ¡veo!, ¡puedo andar!...
Galgano se queda ajeno a aquellas manifestaciones y no reparte bendiciones ni da consejos, solamente permite a sus peregrinos que toquen la espada clavada en la roca, la cual se muestra tan milagrosa que empieza a congregar penitentes de todos los enclaves limítrofes y más tarde de toda Italia.
En el mismo lugar, años después, se empieza la construcción de una basílica, pero ya Galgano ha muerto, pues apenas sobrevivió dos años al maravilloso episodio que le cambió la vida.
Galgano falleció en 1181, cuando la fama de los milagros que se conseguían por mediación de aquella espada había trascendido fronteras e interesado al propio papa Alejandro III, que llamó al ermitaño para conocerlo personalmente, pues siendo también natural de la misma región de Siena, conocía a su familia. Fruto de aquella reunión, el papa le encargó la construcción de una abadía donde dar cobijo a los numerosos fieles que iban en peregrinación a postrarse ante la espada.
La construcción de la abadía no comenzó sino hasta años después, pero simultáneamente con la muerte de Galgano se inició un proceso de santificación que culminó en 1185. No es normal una canonización tan rápida, pero en este caso existían varias razones, como que ya había mucha documentación sobre los hechos milagrosos, que el papa mismo estaba interesado en el asunto y, sobre todo que la cristiandad necesitaba muchísimo de la figura de los santos, únicos capaces de sacar al pueblo del estado de pobreza, enfermedad y depauperación que padecía.
Hasta aquí todo parece una historia ya vivida: caída del caballo cuando iba a realizar actos poco aconsejables; cristiana conversión; cambio radical de vida; espada clavada en la roca…
Efectivamente, una historia ya conocida y por tanto carente de toda originalidad.
Nada que decir con la parte más espiritual, la conversión de Galgano y su paralelismo con la del apóstol Saulo, pero en relación con la espada clavada en la roca, es necesario hacer algunas consideraciones.

Urna que protege la famosa espada clavada en la roca

En primer lugar es necesario conocer que el hecho de clavar una espada en tierra, era un signo de poder entre algunas culturas de la antigüedad, incluso anteriores a la Edad del Hierro.
Los sármatas, un pueblo procedente de la zona del actual Irán, ya descrito por Herodoto, tenían esa costumbre y se sabe que mercenarios de esta etnia fueron empleados por los romanos para defensa en Britania del llamado Muro de Adriano (ver mi artículo: http://unalupasobrelahistoria.blogspot.com/2013/03/tres-murallas-famosas.html ).
Es decir, los sármatas estuvieron en Inglaterra, a donde pudieron llevar su rito de la espada clavada. Es posible que de ahí nazca la leyenda de la famosa espada Excalibur, clavada en una roca que el joven Arturo logra desconfinar, convirtiéndose en rey.
Esa y otras leyendas conocidas generalmente con el nombre de “artúricas”, pertenecen al folclore y a la literatura de la isla de Gran Bretaña y se encuentra desde la literatura céltica, hasta la galesa, presentado como un personaje de leyenda.
No obstante, se especula con la posibilidad de que el rey Arturo de la leyenda responda a un personaje real que en el siglo VI dirigió la defensa de Britania frente a los sajones.
Pero evidentemente la constancia oficial de la corporeidad de esta leyenda es muy escasa, por no mencionar la nula certeza que presenta la espada Excalibur clavada en la roca.
En el caso de san Galgano la certeza es absoluta. El personaje existió y la espada aún se conserva.
Efectivamente, la espada se encuentra en la llamada “Rotonda de Montesiepi”, lugar que ocupó la abadía cisterciense de san Galgano, actualmente en ruinas, a muy escasa distancia de Siena y es visitable.

Rotonda de Montesiepi, en donde se custodia la espada

Estudios muy serios realizados en la roca, revelan que la espada está realmente clavada en la piedra, que no es un montaje científico como algunos que se han llevado a cabo con la misma Excalibur. Este detalle y el hecho de que hasta 1924, la espada se podía extraer de su pétreo alojamiento, la convierten en un objeto de real consideración.
En la fecha indicada se decidió fijarla a la piedra, pues muchos de los peregrinos que hasta allí se acercaban, sacaban la espada, e incluso después de fijada, un exaltado visitante quiso extraerla y en su esfuerzo rompió la empuñadura.
Desde entonces se decidió colocar un armazón de madera y cristal, protegido por una reja de hierro, que permite solo verla y no tocarla.
¿Es una historia convertida en leyenda, o es una leyenda convertida en historia?
No se sabe con certeza; cuesta trabajo creer que se pueda clavar una espada en la roca con una profundidad de casi un metro, pero ahí está la espada y ahí están los testimonios de coetáneos que lo atestiguan.
Es cuestión de creerlo o no creerlo, porque certeza científica no hay, así que como decía aquel: puede que sí y puede que no, aunque lo más probable es que quién sabe.

viernes, 8 de mayo de 2020

¡MÁS FEO QUE UN “ESCARQUE”!




Hace ya algún tiempo publiqué dos artículos dedicados a sendas palabras de uso muy corrientes en el castellano ordinario y cuyos significados y procedencia explicaba.
Una era “bicoca”, palabra que usamos con asiduidad para referirnos a una ganga, algo conseguido con poco esfuerzo y en el artículo explicaba la historia de la batalla que llevaba ese nombre que se correspondía con una pequeña ciudad del Milanesado, actualmente absorbida por la ciudad de Milán, de la que conforma un barrio periférico y lugar en donde tuvo lugar la batalla. (Puede consultarlo en este enlace: http://unalupasobrelahistoria.blogspot.com/2013/03/que-es-una-bicoca_8489.html
La otra palabra era “bandarra”, muy usada, sobre todo en Cataluña, para definir a un individuo poco de fiar, un sinvergüenza. Bandarra fue un poeta portugués que escribió unos encendidos versos haciendo creer a los portugueses que su queridísimo rey Sebastián, fallecido en la batalla de Alcazarquivir, volvería a reinar en Portugal. (Puede consultarlo en este enlace: http://unalupasobrelahistoria.blogspot.com/2013/03/que-es-un-bandarra.html
Hoy traigo una tercera palabra tan usada en nuestra tierra como de desconocida ascendencia.
Se trata de la palabra “escarque” que usamos para referirnos a algo muy feo, a un individuo desastrado, a un lugar u objeto muy abandonado y deteriorado, pero que no encontraremos en ningún diccionario de la lengua española.
Sí se encuentra en los proyectos bien intencionados de recopilar palabras de uso corriente que hemos ido deformando con el paso de los años y de los siglos y que forman parte de nuestro acervo cultural, pero sin reflejo oficial. Si consultamos algunas páginas de Internet, como el Diccionario de Sanlúcar, el Palabrario de El Puerto, o el diccionario Andaluz Fítitu, encontraremos la palabra y lo que con ella se quiere significar, pero nada de su etimología, lo cual es completamente normal, tratándose estas obras de un producto de la recopilación popular.
Pero así como hay veces en las que buscas infructuosamente algo y desesperas de no hallarlo, en otras ocasiones te las encuentras sin buscarlo y cuando ya hacía meses que había desistido en la búsqueda de las raíces de la palabra, he aquí que leyendo un comunicado que nuestro insigne paisano Adolfo de Castro, hace a la Real Academia de la Historia, me encuentro de bruces con la palabra y su porqué.
El comunicado trata sobre las colonias de ciudadanos orientales en Cádiz, en los siglos XVII y XVIII y en él, el historiador, comenta que tanto en Cádiz como en muchas otras partes de Andalucía, desde niño había oído llamar escalque o escarque a una persona desastrada y de poco respeto, sin que, como nosotros, supiera su significado.
Pero muchos años después tuvo conocimiento de que la palabra “sharqui”, imagen, en árabe o algún dialecto de los países musulmanes de nuestro alrededor, como el cherja en el Rif, la zona montañosa del norte marroquí, significaba oriental, si bien no encontraba la razón de relacionar a oriental con desastrado.
Pero estamos ante Adolfo de Castro, un estudioso de la historia, autor de una Historia de Cádiz y su provincia, de muy agradable lectura, tanto por su ilustración como por la amenidad de la exposición, el cual no se conformó con el desconocimiento de la palabra que lo dejaba huérfano de conocimientos y comenzó a averiguar y a amontonar datos.
Así, averiguó que en los siglos antes mencionados llegaron a estas tierras andaluzas numerosas expediciones mercantiles de todo el arco mediterráneo, pero especialmente unas embajadas comerciales procedentes, del Mar Tirreno, donde se asentaban repúblicas que habían alcanzado gran prosperidad como Venecia, Amalfi, Ancona y sobre todo de la República de Ragusa, ciudad que se correspondería con la actual Dubrovnik, muchos de cuyos integrantes se asentaron en la ciudad de manera definitiva, abriendo sus negocios y engarzándose hasta el extremo de matrimoniar con mujeres de la zona.

Retrato de Adolfo de Castro

Estos mercaderes eran dálmatas en su mayoría, habitantes de la región llamada Dalmacia que entonces formaba un territorio conocido como República de Ragusa, en lo que hoy es Croacia, Montenegro y toda esa zona del Mar Adriático, que con Grecia y Roma había sido el reino de Iliria.
Al mismo tiempo, existían en Cádiz muchos esclavos moros y turcos, a los que se les prohibía transitar por las calles de la ciudad después de la oración, pues a favor de las sombras de la noche cometían toda clase de tropelías y muchos de los cuales se apoderaban de embarcaciones y marchaban a Marruecos, en donde se les garantizaba su libertad.
Las cosas fueron a peor aun con el toque de queda, hasta el extremo de que el Consejo de la ciudad mandó que fuesen estos esclavos internados para luego pasar a servir en galeras.
Sus dueños que buenos provechos sacaban con el trabajo gratuito de los esclavos, influyeron para que renunciasen de su religión y se convirtieran al cristianismo, pudiendo vivir como esclavos, pero sin la condena durísima a galeras que suponía una muerte segura.
Así, en solemne ocasión, el obispo de Cádiz bautizó a más de cien esclavos mahometanos, para lo que se dispuso de un tablado en la Plaza del Ayuntamiento.
En la misma ceremonia también casó a algunos de ellos que, pasando los años conseguían, su libertad, y sin conocer otra forma de vivir, quedaban en la ciudad o en sus pueblos limítrofes, por lo que desde muy antiguo hubo en Cádiz una importante colonia de turcos, católicos.
Por otro lado, comerciantes armenios dedicado al comercio de la seda, también se instalaron en Cádiz, como centro de distribución de su negocio a Europa y América.
Y también estos armenios se llegaron a integrar en la población, donde algunos alcanzaron notoriedad como un tal Jacobo Zúcar, de donde deriva la palabra “zuchiri” , con la que según Adolfo de Castro, se designaba en sus tiempos a una persona extraña.
Este individuo aportó los azulejos de la capilla del monasterio de Santa María en Cádiz, muchos de los cuales tienen inscripciones en armenio.
Otro ilustre personaje de nuevo asentamiento fue Juan Clat y Fragela, el cual tiene en Cádiz, a su nombre, una plaza en donde se ubican el famoso Teatro Falla y la Facultad de Medicina.
Demuestra el historiador que, efectivamente, hubo en Cádiz una importante colonia de orientales, unos, hombres de negocio, otros y en franca mayoría, esclavos, entre los que predominaban los que hablaban el idioma árabe.
Pase como probable que esa palabra, que no figura en ningún diccionario, pero que es de uso muy común, derive del árabe o alguno de sus dialectos o lenguas por ellos hablada y que “sharqui”, palabra con la que se indica la condición de oriental, se aplicara sobre todo a los esclavos, cuyo aspecto exterior podría corresponderse con lo que el vulgo describía con la palabra pues, evidentemente, los esclavos, en su aspecto exterior presentaban una imagen desastrada y poco atractiva.
No sé si esa será la verdadera etimología de la palabra que al ser una voz extranjera y muy localmente usada, no ha tenido trascendencia como para integrarse en el léxico general de España. Ignoro esto y otras cosas, pero he oído muchas veces esa palabra aplicada en el sentido que aquí se ha expresado, aunque siempre había creído que era un término marinero y se refería a una embarcación de muy fea pinta.

viernes, 1 de mayo de 2020

PROFETA EN SU TIERRA




En el año 1788 todavía vivía Francia el clima de esplendor y el glamour que caracterizó por siglos a la corte francesa. París era la “ciudad luz” y Versalles el palacio de moda en todo el mundo, aquel que intentaban imitar todas las monarquías
La ciudad del Sena era una sucesión infinita de “soirées”, banquetes, representaciones teatrales, conciertos, bailes y toda clase de pública exhibición de esplendor, lujo y moda: encajes, lunares postizos, pelucas empolvadas, polisones, miriñaques...
En uno de los muchos banquetes que cada día se daban en París y que aun siendo exclusivo para la aristocracia, acumulaba tal cantidad de personas y personajes que impulsaba a pensar que todos los franceses pertenecían a las capas más altas de la sociedad, se servían los numerosos y exquisitos platos de la ya afamada cocina francesa, regados con los mejores vinos de Burdeos y Borgoña y en medio de una gran animación y desenfado.
Personajes ilustres, cortesanos, altos funcionarios, nobles y aristócratas, comían, bebían y charlaban de sus cosas, pero sobre todo, de política, de las incipientes revueltas ciudadanas, del odio que se veía en el pueblo que se quejaba de la carestía del pan, el alimento más básico; y de lo guapos que estaban sus reyes, Luis XVI y María Antonieta, que en un derroche de ingenio había propuesto que si el pueblo no podía comer pan, que comieran pasteles.
Ya a los postres, aprovechando un leve silencio de aquella abigarrada concurrencia, uno de los asistentes, que había permanecido callado casi todo el banquete, se puso en pie y tomó la palabra.
Lo que dijo heló la sangre de los allí presentes.
Con voz grave se dirigió a los comensales recriminándoles su frívola forma de proceder, de reírse de una situación en la que, a no mucho tardar, se verían todos inmersos.
Seguidamente, les describió con minuciosidad la forma en la que el pueblo se vengaría de todas las afrentas sufridas y acumuladas por siglos y personalizando a cada uno de los presentes, les vaticinó la forma en que iban a morir, haciéndoles ver que aquel funesto invento de la guillotina, sería el que segaría la vida de muchos de ellos. Los otros, los que no morirían guillotinados, sería porque habían preferido adelantarse a los acontecimientos y acabar con sus vidas ellos mismos, sin pasar por el tormento a que les sometería el pueblo embravecido y por el suplicio de dirigirse al cadalso, sin ninguna dignidad de aristócrata.
A estos, les predijo quien usaría veneno para acabar con sus vidas y quien optaría por cortarse las venas.
Pocos iban a escapar a la guadaña de la muerte que se cernía sobre Francia en donde, aquella descompuesta sociedad, demostraba ser incapaz de percibirlo.
Un silencio pesado como una losa de granito, cayó sobre aquella larga y festiva mesa de la que la estupefacción se había apoderado y mientras la mayoría no sabía cómo interpretar aquel funesto vaticinio, algunos echaron mano de la ironía, o del cinismo, para calificar aquella disertación como una broma macabra, perpetrada por un personaje que, aunque popular y apreciado, era tenido por todos como un excéntrico.
Sin embargo no fue una broma, fue una profecía de lo más acertada y en menos de cuatro años, las predicciones de aquella persona empezaron a cumplirse con una exactitud que causa pavor reconocer.
Hasta el final trágico de Luis XVI y de María Antonieta, se había predicho en aquel banquete y ante el estupor general, la predicción se cumplió a rajatabla.
El mismo que profetizaba tan luctuosos momentos, vaticinó también su propia muerte en la guillotina.
Cuatro años después de aquella cena, los más negros augurios se habían cumplido.
Solamente se conoce a una persona de los asistentes al banquete que sobreviviera indemne a aquella especie de terrible admonición. Esta persona era Jean Françoise de La Harpe, poeta, literato y crítico francés que después de defender encarnizadamente la Revolución, se colocó en el lado opuesto, atacándola con el mismo afán con el que antes la había defendido. Este escritor dejó un manuscrito en el que relataba la escena y desvelaba la identidad del protagonista.
Este personaje fue Jacques Cazotte, un funcionario de alto rango de la administración francesa e intelectual de cierto prestigio que había alcanzado una considerable fama por la publicación de una novela titulada “El diablo enamorado”.
Había nacido en Dijón, capital de la región de Borgoña, en 1719, en el seno de una familia de la alta burguesía que tuvieron catorce hijos, el benjamín de los cuales es el protagonista de esta historia.
Después de estudiar con los jesuitas se hizo bachiller en leyes, titulo asimilado a licenciado en derecho. Por mediación de un hermano, vicario de un obispo, entró en lo que entonces se llamaba “servicio de pluma”, que era el cuerpo de civiles dentro la marina francesa, en donde alcanzó rápidamente su máxima categoría.

Jacques Cazotte

Destinado a las posesiones de ultramar fue nombrado inspector de las Islas de Sotavento, todas las posesiones de Francia en el Caribe, con sede en la isla de Martinica, en donde permaneció cinco años seguidos. Tras un periodo de descanso en Francia, volvió a Martinica por otros cinco años, hasta que a la muerte de su hermano, el vicario, muy bien posicionado económicamente que le nombró heredero de todos sus bienes, solicitó el retiro y volvió a París.
En la alta sociedad parisina, que frecuentaba, alcanzó pronto gran popularidad por su facilidad y magnífico estilo para contar historias, sobre todo fantásticas, muchas veces escritas por él mismo.
Con el éxito de sus narraciones, Cazotte se aficionó a la literatura y escribió varias novelas: La pata del gato, Los mil y un disparates, siguiendo la línea de Las mil y una noches y otras más que alcanzaron tal popularidad que el incipiente autor se aventuró a escribir algo más profundo.
Fruto de esta consideración es su novela más famosa, la que le ha hecho entrar en el cerrado círculo de escritores tocados por la fama, aunque en nuestro país resulta casi desconocido. Se titula El diablo enamorado, una novela corta, de apenas noventa páginas.
En aquel preciso momento histórico en el que en Francia se publicaban los tomos de la famosa Enciclopedia (Diccionario razonado de las ciencias, las artes y los oficios), por parte de Diderot y D’Alambert, el diccionario filosófico de Voltaire, o cuando Montesquieu desbrozaba la separación de poderes con su Espíritu de las leyes, a Cazotte no se le ocurre nada más que escribir una novela que va contra todos los postulados de la Ilustración.
Decir a finales del siglo XVIII que nada sucede por azar, sino que todo en el mundo se equilibra en fuerzas que se van turnando, es oponerse al espíritu de la Revolución y su relato, más que novela, interpreta así la realidad.
Gira esta obra sobre un personaje español, el capitán don Álvaro de Maravilla, al servicio de rey de Nápoles, el cual es tentado por el demonio en forma, primero de camello, luego de perro y por último de una sirviente extraordinariamente bella, llamada Biondetta, que resulta ser una criatura demoníaca, enamorada del protagonista, por el que renuncia a su condición diabólica.
El libro está escrito con desenfado y con un derroche de fantasía que a veces abruma al lector, no obstante, con calidad literaria y actualmente se la reconoce como una obra precursora del Romanticismo y como la primera novela de género fantástico.
Que Cazotte practicó la cábala y que pertenecía a la exclusiva secta de los Iluminados, no cabe duda y en su novela así se desvela, pero lo que no parece cierto es que tuviera dotes adivinatorias.
Cazotte murió en la guillotina, como tantas personas en Francia y muchas de las vaticinadas por él, pero la historia de su vaticinios tiene solamente un apoyo, el que ya se ha comentado más arriba de La Harpe que escribió una crónica de lo sucedido aquella noche memorable, pero que fue descubierta a su muerte ocurrida algunos años después de haberse producido los sucesos que en ella se mencionan, por lo que muy bien pudieran haberse escrito cuando ya los hechos se conocían, y para aumentar su faceta fantástica la pusiera en boca de Cazotte como una tremenda profecía y no como el hecho ya consumado salido de su pluma.
Y es que adivinar es muy difícil, sobre todo el futuro.