jueves, 23 de agosto de 2018

EL "SALTO DEL CARNERO" Y LA ARDILLA





No era uno de mis juegos preferidos, pero los zagales de mi pueblo jugábamos al “Salto del Carnero” que consistía en formar un círculo con varios jugadores en el que los números pares saltaban sobre los impares que estaban agachados, recorriendo el círculo hasta llegar a su posición, momento en el que se agachaban para que los impares hicieron lo propio.
No era muy divertido, pero sí que exigía el esfuerzo de saltar sobre tus compañeros a buena velocidad, para que el que venía saltando detrás de ti no te alcanzase. Una buena forma de hacer ejercicio, con un juego que se ha perdido vencido por las consolas, las tablets y los teléfonos inteligentes..
Hay otro “Salto del Carnero” y es el que se emplea en el mundo ferroviario para definir la forma en que una bifurcación de las vías ha de cruzar a las demás de su misma dirección para desviarse y que lo hará a distinto nivel, tanto por encima de las vías, tendiendo un puente, como por debajo, excavando un túnel.
Es lo que vemos en los numerosos nudos de comunicaciones de nuestras carreteras, en donde se obvia el colapso que produciría un cruce al mismo nivel, elevando la desviación, o usando un túnel para hacerlo por debajo.
Son dos acepciones de la frase que no tienen mucha enjundia que digamos, pero hay una tercera acepción que es mucho más original y es una singularidad de la Cámara Baja del Parlamento Alemán, el Bundestag.
Que yo tenga noticia es un procedimiento de votación que no se usa en ningún otro Parlamento del mundo y la singularidad de su nombre obedece a la imagen pintada en un cuadro que representaba una escena de la Odisea de Homero.
Pero vayamos por parte. Tras la caída del Muro de Berlín en 1989, los parlamentarios alemanes decidieron trasladar su sede desde Bonn, a Berlín, al emblemático edificio conocido como el Reichstag, que había acogido durante siglos al parlamento alemán y que por quedar dentro de la zona Este, muy cerca de la Puerta de Branderburgo y por tanto en lado soviético, no podía ser utilizado.
Pero el edificio ya había sido reparado de un terrible incendio sufrido en época de Hitler y estaba apto para su uso, así que las cortes alemanas se trasladaron al emblemático y bellísimo edificio.

Fachada del Reichstag; a la cúpula se sube por una escalera de caracol interna

En él, el salón de plenos tiene tres puertas, por las que los parlamentarios acceden a sus escaños.
Sobre una de estas puertas existía, tiempo atrás, un cuadro que debió quemarse en el incendio a que se ha aludido anteriormente, en el que se representaba al cíclope Polifemo, el personaje mitológico de la Odisea de Homero, con un solo ojo en la frente y en el que Ulises hunde una estaca ardiendo cuando el gigante duerme, aprovechando la ocasión para huir de la cueva en la que él y sus compañeros de viaje están prencerrados y para eso se agarran a las lanas de la barriga de los grandes carneros que el monstruo guarda también en la cueva y salen sin que éste, que palpa los carneros según van saliendo se perciba que colgados de sus lanas van Ulises y los suyos.
Es muy posible que en la actualidad, el parlamento alemán cuente con un sistema informatizado para controlar el voto de cada diputado, pero tiempo atrás, muchas de las votaciones que se practicaban eran a mano alzada, un sistema muy directo, pero poco fiable, toda vez que nada impedía que un diputado levantase la mano a favor de una propuesta y luego hiciese lo mismo a favor de la contraria, así que tanto el presidente de la cámara, como los secretarios, contaban las manos que se habían levantado en cada votación.
A veces no coincidía el conteo de unos y otros, porque aparecían más votos que parlamentarios, o los números anotados por cada uno de los que contaban eran diferentes.

Cerámica en la que se aprecia a los hombres de Ulises asidos a los carneros

En esas ocasiones el presidente de la cámara optaba por una solución definitiva. Hacía vaciar la cámara hasta el último diputado y entonces los hacía entrar usando cada una de las tres puertas: una para el “sí”, otra para el “no” y la tercera para la abstención.
En cada puerta colocaba a un secretario que contaba los congresistas que iban entrando y así la cosa no fallaba.
Una de las tres opciones había de pasar forzosamente bajo la puerta que contenía el cuadro al que antes se ha hecho referencia y algún diputado, con sentido del humor calificó aquella modalidad de votación como “El salto del carnero”, en clara alusión a las imágenes del cuadro y desde entonces, en Alemania, a esta forma de votar se la viene conociendo con tan singular nombre.
Hasta el 28 de mayo de 2014 (BOE de 27 de julio 2014) existió un pueblo de la comarca de Osona, entre Barcelona y Gerona, pero provincia de la primera, que se llamaba Santa María de Corcó.
Desde la fecha indicada, el municipio pasó a denominarse L’Esquirol, por decisión de su ayuntamiento, basada en una consulta popular que ni siquiera alcanzó el 50% de participación ciudadana. Con ese nombre que se le adjudico al pueblo tiempo atrás como una especie de mote, era conocido en toda la comarca y lo debía a una famosa y muy antigua posada que, en el vestíbulo, tenía como mascota a una ardilla enjaulada, animal que en catalán se llama “esquirol”.
Pero aunque la gente de la zona conocía la anécdota de la mascota, verdaderamente el nuevo nombre del pueblo se había hecho famoso por otros hechos, de mucha más dudosa honorabilidad.

Panorámica del bonito pueblo de L’Esquirol


En los primeros años del siglo XX, el sector textil, preeminente en toda Cataluña, sufrió unas terribles huelgas que lo tenían prácticamente paralizado. Reivindicaciones de todo tipo se amontonaban en los folios presentados ante la patronal en demanda de mejoras. Pero el sector, muy potente en aquel momento, resistía y se enfrentaba a los huelguistas, e incluso actuaba contra ellos.
En la comarca de Osona existían grandes e importantes telares, cuya actividad era prácticamente nula, dada la presión social que los trabajadores venían efectuando con sus continuadas huelgas. Los habitantes de Santa María de Corcó se ofrecieron masivamente para trabajar en los telares de la zona, sustituyendo a los huelguistas, consiguiendo así volver a hacer productivo el sector, claro que con graves perjuicios para los demandantes de mejoras.
Esta insolidaria actuación de contratar personas ajenas para “romper las huelgas”, está muy mal vista por la sociedad en general, pero parece que la necesidad de los habitantes de Santa María de Corcó era superior a su dignidad y decidieron contratarse a pesar de lo que dirían de ellos y las demás presiones que debieran soportar. A estos trabajadores se les empezó a llamar “esquiroles”, por proceder de aquel pueblo al que se identificaba por la ardilla y así, con el paso del tiempo, a todos los trabajadores que se contrataban para suplir a los que estaban en huelga, no solamente en Cataluña, sino en toda España, se les viene conociendo con el nombre de “esquiroles”, en recuerdo de aquellos insolidarios trabajadores de principios del pasado siglo.
Claro que yo me pregunto si con esos antecedentes y las connotaciones despectivas que la palabra encierra, era conveniente cambiar el nombre del pueblo, aunque siendo catalán y estando bajo la advocación de Santa María, todo puede ser posible.
En otros idiomas a los obreros que no secundan las huelgas, o los que son contratados para romperlas. se les conoce con distintos nombre y así, por ejemplo, en Gran Bretaña, entre varias designaciones, la más gráfica es la de “blackleg”, “pata negra”, como nuestro apreciadísimo jamón ibérico, porque los mineros en huelga, se ponían a la puerta de las instalaciones y señalaban con el dedo a aquellos que llevaban el polvillo negro del carbón adherido a los pantalones, señal de que habían trabajado en la mina.
Si los españoles fuésemos “tan nuestros” como lo son algunos otros, nos veríamos cambiando el sustantivo por el que se conoce a uno de los manjares más apreciados en el mundo entero.
¡Cómo se va a llamar nuestro jamón, como unos “esquiroles”!

viernes, 17 de agosto de 2018

CLARIS Y EL "ACQUA DI NÁPOLI"





Se dice que la curiosidad mata al hombre, pero también puede enriquecerlo, sobre todo de manera intelectual.
Hace ya unas fechas, el ex presidente de la Generalidad, (con “t” que lo escriban los catalanes), Puigdemont, alardeaba de que no tardará veinte años en pisar suelo catalán, refiriéndose al suelo perteneciente a la Cataluña francesa.
Sin citar el medio, ni la persona que le respondió, un video se hizo rápidamente hueco en las redes sociales y contenía una contestación contundente: España había perdido el Rosellón y la Cerdaña por la incuria y el odio a todo lo español que tenía un presidente de la Generalidad. Se trataba de Pau Claris Casademunt, sacerdote, político y catalán, como indica su nombre.
Este personaje nació en 1586, en el seno de una familia burguesa bien situada económicamente; tras ingresar en el seminario, estudió derecho civil y canónico, doctorándose en ambas disciplinas, siendo nombrado seguidamente canónigo de la catedral de Seo de Urgel, una de las sedes episcopales más importantes de Cataluña.
Tras una carrera política fulgurante, en la que ya demostraba su posición enfrentada con España y su monarquía, en 1638 fu nombrado presidente de turno de la Generalidad, cargo que ocupaba cuando tuvo lugar la sublevación de los segadores y el trágico Corpus Sangriento.

Estatua de Pau Claris en Barcelona

La situación, que se estudia en la historia verdadera y no en la transfigurada que se usa en Cataluña, acabó con una rotura total de relaciones entre la Generalidad y la monarquía, sobre todo después de la muerte del virrey Dalmau de Queralt y la proclamación de una República Catalana que Pau Claris puso bajo la protección del rey de Francia Luís XIII y al que el día 23 de enero de 1641, ante la proximidad del ejército español, tuvo que reconocer como Conde de Barcelona, condición impuesta por los franceses para aceptar el protectorado.
La causa principal para este acto rebelde era que los ejércitos españoles acampados en Cataluña, para defender la frontera durante la Guerra de los Treinta Años, que estaba en pleno desarrollo, habían de ser cobijados, alimentados y socorridos por los payeses catalanes que tenían que facilitarle techo para resguardarse.
En esa situación, los soldados españoles, en su mayoría procedentes de los Tercios y por tanto personal profesional y muy aguerrido, cometían múltiples desmanes, sobre todo contra la propiedad y las mujeres. Pero puesta Cataluña bajo la protección francesa, los ejércitos galos no observaron mejor comportamiento y la cosa se puso muy mal, hasta el punto de cambiarse la camisa y pedir ahora la protección española contra los gabachos.
El conflicto acabó con la paz de los Pirineos, por la que España tuvo que ceder a Francia, Rosellón y Cerdaña, por mor de la desleal, egoísta, insolidaria y vesánica actuación del mosén Pau Claris, hoy héroe nacional catalán, con calle y estatua en la Ciudad Condal y en muchos otros municipios.
Así que el territorio catalán que Puigdemónt piensa pisar en breve es aquel que su antecesor en el cargo, el amigo Pau, regaló a los franceses y que Cataluña perdió para siempre.
Pero no es este el motivo que inspira este artículo, sino las causas de la muerte de tan insigne personaje.
El “Muy Honorable” murió a finales de febrero de 1641, envenenado con la pócima de moda en aquella época: El Acqua di Napoli.
Sobre quiénes fueron los causantes de la muerte del mosén, existe una variada controversia, pues unos lo achacan a los realistas y otros a sus propios partidarios, descontentos de sus actos separatistas, mutantes y traidores, pero lo único cierto es que el autor material, el que le diera a beber el agua milagrosa que hacía viajar al otro barrio sin levantar sospecha alguna, tuvo que ser una persona de su entorno.
Porque el agua venenosa era un líquido transparente, insípido e inodoro que había sido creado por una especie de bruja-alquimista llamada Toffana d’Adamo que vivía en la isla de Sicilia.
A su brebaje le llamaba Agua de Toffana y era muy recomendado y altamente consumido por aquellas esposas que hartas de soportar a sus maridos, decidían enviarlo al otro mundo sin levantar sospechas y por eso la mayor parte de la clientela de Toffana eran mujeres, aunque no se descarta el caso contrario del marido que se quiera deshacer de su esposa, o para cualquier otro fin menos claro ya que no dejaba rastro alguno y los médicos de la época eran incapaces de detectar aquel veneno que contenía arsénico, un metaloide altamente venenoso y, al parecer, extracto de cimbalaria, una planta muy común en la Europa meridional que crece en las paredes húmedas. La Toffana preparaba un condimento como había visto hacer a los alquimistas, de los que fue aprendiz durante unos años.
Esta maga venía preservando su actividad hasta que en 1633 una dama de Palermo le compró un frasquito del venenoso bebedizo para darlo a su marido en la comida, pero éste por alguna razón que se desconoce, cambió los platos, por lo que la dama resultó envenenada. En el último momento de vida confesó su fechoría y desveló a la persona que se lo había vendido.
La Toffana fue detenida y ahorcada, su cuerpo fue descuartizado y arrojado en todas las direcciones para que fuera pasto de las fieras.
Pero con la muerte de esta mujer no se terminó la historia, si bien sufrió un cambio. Su hija Giulia Toffana que se trasladó a Nápoles tras la muerte de su madre, conocía a la perfección todo el proceso para la fabricación de la pócima y comenzó a venderla nuevamente, ahora con el nombre de “Acqua di Napoli”.
La eficacia de este medio para viajar a la otra vida consistía fundamentalmente en que administrado cautamente, a base de tres o cuatro gotas diarias, mezclada con la comida, iba produciendo una sensación de cansancio, falta de apetito, vómitos, sed intensa, depresión y finalmente la muerte, pero si se suministraba una cantidad mayor, unas treinta gotas, producía la muerte casi inmediata. Era un veneno ideal para mezclar con bebidas aromáticas como café, te o chocolate, tan de moda en aquella época. Todas las tardes, la sumisa esposa, servía a su marido una taza de buen chocolate que éste bebía con delectación al principio, aunque ya se han expuesto los síntomas que irían apareciendo y que tendrían confundido a los médicos hasta que certificaran su defunción.
En cualquiera de los dos casos era un veneno indetectable para los galenos de la época, pues en el primer caso se confundía con una enfermedad del sistema nervioso y en el segundo con cualquier caso de muerte repentina, infarto, ictus, (congestión), “cólico miserere”, etc.
Desde Nápoles, Giulia pasó a Roma donde el negocio era mayor y allí se popularizó la famosa agua que vendía en una pequeña redoma en la que aparecía grabada una imagen de San Nicola di Bari, aquel santo que curaba con un agua milagrosa, por lo que el agua empezó a conocerse como “Acqua de San Nicola”.


Frasco del agua venenosa

En el año 1659, Giulia Toffana fue denunciada por una clienta arrepentida ante el Vaticano y perseguida por la guardia, buscó refugio en un convento, acogiéndose al derecho de asilo, según el cual los delincuentes no podían ser detenidos en el interior de los lugares sagrados.
Pero nuevas pesquisas efectuadas por la curia pudieron determinar que Giulia decía que había participado en el envenenamiento de más de seiscientas persona, de todo sexo y clase social y además, se corrió el bulo de que antes de huir había vertido varias botellas de su veneno en diferentes fuentes de Roma.
Enardecida la población, obligó a las autoridades a entrar en el convento y sacar a la envenenadora que junto con su hija Girolama y varias ayudantes de las que se servía para la elaboración del veneno, fueron ejecutadas en el mes de julio de aquel año y el cadáver de Giulia fue arrojado al interior del convento que le había dado asilo.
No acabaron las envenenadoras con castigo tan ejemplar y la historia registra muchos otros casos, pero este tiene la singularidad de que el “patriota” Pau Claris fue envenenado, al parecer, con el Acqua di Napoli.
Desde luego que por las fechas pudo ser perfectamente posible, dada la gran vinculación de Cataluña con el reino de Nápoles que en aquel momento pertenecía a la corona de España, que alguien trajera algún frasco del famoso veneno, para cuando se presentara la oportunidad que se pudo presentar con el mosén, toda vez que tanto desde el lado realista como de los catalanes que no eran partidarios de sojuzgarse al reino de Francia, había conseguido un buen número de enemigos.
A tenor de los acontecimientos que rodean su muerte es de suponer que se le dio una dosis masiva de veneno, lo que produjo una muerte inmediata.
Se dice que otra de las famosas víctimas de esta pócima fue el compositor Mozart, el cual advirtió a su esposa en cierta ocasión que le estaban envenenando.
En este caso el envenenamiento sería mediante la administración de pequeñas dosis que irían produciendo su progresivo deterioro.

sábado, 11 de agosto de 2018

"EL ENCUBIERTO"





Es muy conocido el acontecimiento histórico que sembró de una gran incertidumbre el inicio del reinado de Carlos I. Fue lo que se conoce como la Guerra de las Comunidades de Castilla, cuando Padilla, Bravo y Maldonado encabezaron un movimiento de oposición violento contra el nuevo rey que, despreciando a la nobleza y otras clases sociales españolas, desembarcó con un enorme séquito de compatriotas flamencos, a los que iba colocando al frente de las diferentes administraciones.
Los comuneros fueron al final vencido en la batalla de Villalar, el 23 de abril de 1521 y en el pasado siglo XIX se recuperó la fecha y el lugar de tal manera que es la fiesta con la que se conmemora el día de Castilla y León, desde que alcanzó su autonomía.
Fueron momentos muy difíciles para el nuevo monarca que además se veía comprometido con la necesidad de viajar a Alemania para suceder a su abuelo, Maximiliano I y hacerse con el Imperio Sacro, el mayor título de la cristiandad.
Pero no fueron solo las luchas de las comunidades las que soliviantaron los primeros años del reinado de Carlos, en toda la zona del Levante y en Baleares, había surgido simultáneamente otro movimiento social que, aunque con algunos puntos de diferencia sobre las comunidades, aglutinaban diferentes capas sociales contra la monarquía.
Eran las Germanías, una especie de sindicatos armados, autorizados por los Reyes Católicos para defender a los artesanos de los constantes ataques de la piratería berberisca que infectaba el Mediterráneo.
Nada tiene que ver la palabra Germanía con germania, Alemania, germano, sino que procede de “germá”, “hermano”.
 Dejados a su suerte y abandonados de todos, pues la nobleza había huido de las ciudades con las epidemias de peste que se sucedieron, prácticamente arruinados y hambrientos, pero bien organizados y con armas, decidieron las Germanías enfrentarse, como los comuneros, al virrey de Valencia que representaba a la monarquía que como se ha dicho, estaba muy ocupada en coronarse “Imperator”.
Lo que empezó como una revuelta acabó siendo una guerra con todos sus ingredientes entre los “agermanados”, integrantes de las Germanías y la corona, a la que representaba la nobleza. Capitaneados por Vicente Peris, un artesano especializado en la fabricación de terciopelo, convertido en capitán general de los sublevados, tuvieron en jaque a las tropas realistas y las vencieron en la batalla de Gandía lo que obligó a las tropas del virrey Hurtado de Mendoza a buscar refugio en el castillo de Villena.
Para mayor dinamismo de esta historia, apareció un personaje altamente singular, que provocó un revuelo de importante calado en el pueblo llano; se trataba de Antonio Navarro, conocido como “El Encubierto”.
Este individuo, cuya primera aparición pública en Valencia es para recibir unos latigazos que le impone la Inquisición por haber yacido con mujer casada, se presenta ante un pueblo en estado de efervescencia desatada por la lucha de las Germanías y se autoproclama como único y verdadero heredero de la corona española. Dice ser hijo póstumo del príncipe Juan, a su vez hijo malogrado de los Reyes Católicos y la archiduquesa Margarita de Austria que, efectivamente a la muerte de su esposo estaba embarazada.
Como es natural no presenta más pruebas que sus palabras, a las que desmiente la propia historia, pues Margarita de Austria, tras la muerte de su esposo, dio a luz a una niña que vivió escasos días.
Pero la historia que contaba estaba bien urdida, pues el príncipe Juan había fallecido en 1497, dejando a su esposa en avanzado estado de gestación y el tal Navarro hacía creer que Felipe el Hermoso y el cardenal Mendoza habían conspirado para que el fruto de aquella unión no se diera a conocer, pues de ser varón le correspondería la corona de España.
Según la narración que con encendidos discursos en los que arremetía contra la iglesia, la monarquía, la nobleza y sobre todo, añadiendo tintes apocalípticos que hacía “El Encubierto”, a veces desde el púlpito de alguna iglesia, él sería el verdadero rey de España e instaba ardientemente a mantener la revuelta contra la corona apelando a la justicia divina que le habría de colocar a él en el trono.
En poco tiempo, dado el ardor que ponía en sus manifestaciones públicas, el pueblo comenzó a conocerlo por “El Rey Encubierto”, el cual decía llamarse Enrique Enríquez de Ribera y así el pueblo lo creía verdadero descendiente de la realeza, impresionado por la supuesta solvencia de su nombre y apellidos.
 Encumbrado por el populacho, montó en Játiva una verdadera corte, en la que se vestía como un noble que tenía su guardia personal que lo protegía y custodiaba tanto en el trono, cuando impartía justicia, armaba caballeros, otorgaba títulos nobiliarios, concedía rentas y prebendas a quienes le servían, como cuando paseaba ufano y victorioso entre los que él consideraba su pueblo.
Decía que siendo un niño de pecho, los conspiradores antes mencionados, habían mandado a unos verdugos a que acabasen con su vida, pero estas personas se compadecieron de él y no lo mataron sino que lo llevaron a Gibraltar, donde lo crió una modesta familia.
Al pasar los años, habría entrado al servicio de un rico mercader de Orán de donde tuvo que salir huyendo cuando descubrieron el romance que mantenía con la esposa del mercader.
Desde allí habría llegado a Valencia y tras encender a las masas con sus discursos, la comunidad a la que lideraba, empezó a considerarlo un verdadero mesías, sobre todo cuando a raíz de un pequeño ataque a tropas reales, había salido indemne de una lluvia de flechas, hecho que se convirtió rápidamente en leyenda que él mismo acrecentaba llegando a decir que las armas de combate tradicionales no podían hacerle daños y que solamente podría morir en Jerusalén.
Los dos episodios amorosos a los que se han hecho referencia, dan la idea de un seductor irresistible, algo que no casa con la descripción que de él hace un prestigioso historiador especializado en aquella época llamado Ricardo García Cárcel y que dice que era de mediano cuerpo, membrudo, manos cortas, piernas torcidas, rostro delgado y nariz aguileña, agregando y este detalle si que puede ir muy al gusto para la seducción amorosa, que hablaba muy bien castellano y la lengua de palacio.
Pero aquella falsa protección mesiánica que El Encubierto decía tener, cayó por su propio peso, pues el 19 de mayo de 1522, unos matones a sueldo del virrey Hurtado de Mendoza, acabaron con la vida del impostor a puñaladas.
Pero la justicia exigía aún más castigo para quien había revolucionado el panorama valenciano y así, su cuerpo fue entregado a la Inquisición de Valencia, donde se le juzgó, ya muerto y se le condenó a morir en la hoguera, no sin antes haberle cortado la cabeza que fue expuesta en una de las torres de Quart, en la muralla medieval de la ciudad y que custodian la puerta más importante. La estupidez humana no conoce límites y los deseos de venganza tampoco.

Las Torres de Quart, donde colgaron la cabeza del Encubierto

Es curioso que gracias al proceso inquisitorial, la historia de “El Encubierto” se ha llegado a conocer con cierto detalle, pues por parte de las autoridades administrativas y militares no se le dio importancia alguna.
Durante gran parte de la Edad Media corrió por diferentes países europeos un mito relativo a la leyenda sobre la repentina aparición de un rey mesiánico que vendría a salvar a Europa del cúmulo de desgracias que le estaban lloviendo.
Así habría surgido el mito de la vuelta del rey Arturo, en Inglaterra, o la suplantación de Balduino I de Flandes, muerto en plena Cruzada, cuando un ermitaño borgoñón, llamado Bertrand de Ray se quiso hacer pasar por el monarca fallecido veinticinco años después de su muerte y consiguió soliviantar al pueblo contra Juana, la hija de Balduino y entonces reina, hasta que en 1226 fue ajusticiado por revolucionario y suplantador.
Quizás el caso más literario es el del Pastelero de Madrigal, Gabriel Espinosa que se hizo pasar por el fallecido rey portugués don Sebastián, hasta que terminó en la horca, como todos los impostores. Este relato fue inmortalizado por Zorrilla en su drama Traidor, inconfeso y mártir y dio tema a mi artículo de hace unos años que puedes consultar aquí: http://unalupasobrelahistoria.blogspot.com/search?q=que+es+un+bandarra .
Curiosamente todo el asunto de Las Germanías concluyó con la muerte del Encubierto y con la destitución del virrey Hurtado de Mendoza, nombrándose en su lugar como virreina, a Germana de Foix, viuda del Rey Católico Fernando y la primera amante que Carlos I tuvo al llegar a España. 
¿Aplicación de la cuota femenina o simple nepotismo?