viernes, 26 de julio de 2019

HEROE POR PARTIDA DOBLE





El declive hegemónico español en el mar empezó mucho antes, cuando las marinas británicas y holandesas dejan de temer a los navíos españoles y a enseñorearse de las aguas, llegando incluso a atacar a las poblaciones costeras, pero el golpe de gracia se lo dio la Batalla de Trafalgar.
Puesta nuestra flota, todavía importante, en manos de un mando único, personalizado en marino francés incompetente, hizo un planteamiento del enfrentamiento naval tan favorable a la escuadra inglesa, que contando con un genio militar como Nelson a la cabeza, no desaprovechó la oportunidad y nos dieron para ir pasando y eso a pesar de la resistencia heroica de los grandes manirnos españoles que comandaban nuestros barcos.
En uno de esos buques, concretamente el “Príncipe de Asturias”, iba como segundo comandante, un jovencísimo teniente de navío al que daba órdenes nada menos que uno de los mejores y más aguerridos marinos españoles: Federico Gravina.

Perfil del Príncipe de Asturias (Revista Todo a Babor)

En el combate de Trafalgar,  Gravina sufrió la amputación de un brazo que una bala de cañón le arrancó, pero aún así, fue capaz, en colaboración con su segundo, de llevar el barco a Cádiz, donde buscó refugio.
Un mes después de tan épica hazaña, falleció en Cádiz a consecuencia de las graves heridas y las infecciones a que la falta de higiene conducían inexorablemente. Su segundo en el mando, reconocida su pericia y sobre todo su valor, fue ascendido a capitán de Fragata y muy malparado física y psíquicamente, se retiró a su tierra natal, Vitoria, para una temporada de descanso.
Este joven marino, héroe de Trafalgar, reúne en su persona unas singularidades tan poco conocidas que es necesario dedicarle unos renglones para poner al descubierto su trayectoria profesional.
Se llamaba Miguel Ricardo de Álava y Esquivel y vino al mundo el día siete de febrero de 1772, en el seno de una noble familia alavesa, en la que existían antecedentes de gloriosos marinos, militares y políticos.
Después de estudiar durante nueve años en el seminario de Vergara, con solo trece años ingresó como cadete de infantería en el Regimiento Sevilla y dos años más tarde conseguía su nombramiento como militar profesional con el grado de subteniente.
Era costumbre en la época cambiar de cuerpos militares y así, completados sus estudios como oficial de infantería, ingresó en la Armada, donde su tío Ricardo era un prestigioso capitán de navío.
A la sombra de este familiar fue adquiriendo una gran experiencia como marino y militar, interviniendo en numerosas acciones de la marina española contra Francia, en el sitio de Tolón, Inglaterra, Italia, defensa de Ceuta contra las tropas marroquíes que intentaban tomar la ciudad que en aquella época se reducía a un presidio militar y las guarniciones correspondientes, así como la participación en otras acciones en las que el valor demostrado lo impulsaron en su rápida carrera y con apenas veintidós años ya era teniente de fragata.
Participó, como ayudante del jefe de escuadra, a la sazón, su tío Ricardo, en buena parte de la vuelta al mundo que dio el navío “Europa” y que se prolongó desde el 1795 hasta el 1800.
Estando en Manila en operaciones de reparación y abastecimiento se le ordenó al joven Miguel regresar a España, para entregar una documentación de suma importancia y embarcó en un mercante americano, con tan mala fortuna que fue abordado por barcos ingleses y sufrió cautiverio por varios meses, aunque esta vicisitud le sirvió para aprender inglés, que más tarde le sería de suma utilidad.

Lienzo de Miguel R. De Álava y Esquivel

Ya en Cádiz, fue destinado como ayudante del teniente general Gravina, jefe de la escuadra española, momento en el que a raíz de la oprobiosa etapa en la que España se rindió a Napoleón, nuestra escuadra se integró a la francesa que mandaba el inepto almirante Villeneuve, posterior artífice de la tremenda derrota de Trafalgar. De sus relaciones con los marinos franceses, adquirió gran soltura en el manejo del idioma, lo que también le sería de gran trascendencia en épocas y hechos posteriores.
Su participación brillantísima en la Batalla de Trafalgar le valió un nuevo ascenso, pero hubo de solicitar una licencia real para reponer su quebrantado estado de salud.
Cuando por fin, España se rebela contra los franceses, a partir del dos de mayo de 1808, Miguel se incorpora al ejército, donde por falta de oficialidad competente, fue promovido a coronel.
Aquí sus conocimientos de inglés y francés hicieron valer sus otros méritos para que fuese designado ayudante del capitán general inglés, duque Wellington, que mandaba en España las tropas de la alianza formada en Europa contra el tirano francés.
Y en acciones de tierra, Miguel de Álava, destaca en la toma de importantes ciudades fuertes del ejército francés: Badajoz, Ciudad Rodrigo, Talavera de la Reina y en batallas memorables que escribieron páginas de honor para las tropas españolas: Arapiles, Vitoria, San Marcial, Tolousse…, pues el duque de Wellington consiguió expulsar a las tropas francesas de España e incluso invadir el sur de Francia, de ahí su participación en la batalla de Tolousse.
Tanta confianza depositó el duque de Wellington en su ayudante Miguel de Álava que no permitía que se separara de él y tras la primera caída de Napoleón, hizo que se le nombrara embajador de España en París.
Como ya se ha expuesto en otros artículos, la reclusión de emperador francés en la isla de Elba no fue más que una pantomima de las medrosas cortes europeas, que aún no sabían qué hacer con él y resultaba muy duro tomar decisiones drásticas cuando se sabía que contaba con el apoyo, no solo de Francia, a la sazón una gran potencia bélica, sino de otros países europeos.
Por eso casi se le deja huir de su cautiverio, en donde se había dejado una fuerte guarnición militar absolutamente fiel al “corso”.
Ya contaba en anterior artículo cómo la prensa francesa fue cambiando de titulares conforme Napoleón se acercaba a París, aglutinando detrás de él a muchos regimientos que le guardaban absoluta fidelidad. Así, desde titular que “el ogro, huido de la isla de Elba, había desembarcado en Antibes, Francia”, fue dulcificando titulares y el siguiente fue “el tigre ha llegado a Gab”, para después comunicar que “el tirano ya estaba en Lyon”. Mas tarde se decía: “el usurpador a seis jornadas de París” y al día siguiente: “Bonaparte avanza a gran velocidad”; hasta que, por fin se publicó: “en la tarde de ayer, su majestad el emperador hizo su entrada en París. ¡Viva el Imperio!”. Todo esto lo puedes releer en mi artículo de 2013 que puedes consultar en este enlace: http://unalupasobrelahistoria.blogspot.com/2013/08/colocate-o-no-sales-en-la-foto.html
Como es natural, las potencias europeas advirtieron desde un principio el peligro que un genio militar como Napoleón, apoyado por un ejército poderosísimo, iba a suponer para todo el continente y, tímidamente al principio, se formó una primera coalición de naciones que forman el imperio Austro-Húngaro y Prusia, temerosos de que la revolución iniciada en Francia se extienda a sus territorios.
Unos años mas tarde se forma una segunda coalición en la que entran además Gran Bretaña y Rusia. Es el año 1779.
Y así se van formando coaliciones hasta la séptima, en 1815 y en la que entran España, Portugal y Suecia, junto a las otras naciones que habían mantenido el avance del que entonces era denominado en Europa como “El Monstruo”.
Y es a través de la integración española en esta séptima coalición, la circunstancia para que Miguel de Álava, militar experimentado en tierra y mar y posiblemente el único de alta graduación que hablase tres idiomas, la razón por la que el gobierno español lo coloca junto a Wellington.
De Álava era un hombre erudito, de una familia en la que destacaban eminentes personajes en muchas ramas del conocimiento y Wellington era, asimismo, amante de la cultura, lo que pudo ser la causa de que entre ambos se trabara una amistad que duraría toda la vida y la consecuencia más importante, a juicio de expertos historiadores es que integrado en el ejército de la coalición fue el único español que participó en la famosa batalla de Waterloo que puso fin al Imperio de los Cien días y acabó con la amenaza napoleónica para siempre.
Esta intervención de Miguel de Álava supone que se da en él la rara circunstancia de haber luchado en el bando napoleónico, en la batalla de Trafalgar y luego, diez años más tarde, haberlo hecho contra el que fue su “aliado” y conseguir su definitiva aniquilación.
Durante la regencia de María Cristina, por la minoría de edad de Isabel II, el  21 de septiembre de 1835, fue nombrado Presidente del Consejo de Ministros, cuando se encontraba en Londres como embajador de España.
Pero el designado no mostró ningún interés por venir a España para hacerse cargo de tan importante nombramiento y ante la supuesta desidia, la Regente se vio obligada a nombrar un presidente interino, a la espera que el titular se presentara, pero Miguel de Álava no regresó nunca más a España, solicitando de la reina regente que aceptara su renuncia al cargo, cosa que no tuvo más remedio que admitir y nombró en su lugar a Mendizábal.

viernes, 19 de julio de 2019

LA INSPIRACIÓN DEL DEMONIO





Muy a pesar de todas las barbaridades históricas que en la última década, venimos escuchando sobre Cataluña, como: la existencia de un reino independiente, que el imperio romano no fue nada hasta que llegaron allí los catalanes o que el desaparecido imperio de Tartessos en realidad estaba en Tortosa, por poner algún ejemplo de los muchos disparates que se pueden llegar a inventar para imprimir a aquella comunidad de una singularidad histórica que a toda costa justifique las ansias independentistas de algunas de las élites políticas y económicas, lo que si es cierto que en aquella región, perteneciente desde mucho tiempo a la Corona de Aragón y que nunca fue un reino independiente, hubo también desde siempre dos sociedades, perfectamente separadas en pobres y pudientes, españolista e independentistas.
Exactamente igual que en este momento en el que hay una casta dominante, rica y ambiciosa de mayor riqueza y una clase manipulada, pobre o de economía justa que siendo mayoría, se ve sometida al poderoso; unos que pretenden la independencia para así satisfacer mejor sus ansias y otros que no quieren ni pueden hablar de eso.
Cataluña nunca fue un reino, a lo sumo llegó a Principado, siempre convulso y nunca contento con lo que era, por eso pedía auxilio a los francos contra los musulmanes, a los aragoneses contra los francos, y a todos contra el poder que se ejerciera en ese momento. Pero el movimiento de toda Cataluña contra el poder foráneo no implica que en su interior reinase la paz, ni muchísimo menos.
La enorme diferencia existente entre los poderosos que procedían de los condes que nombrara Carlomagno, para que le hicieran el juego de defender sus tierras fronterizas del sur y los payeses, o trabajadores de la tierra, era tal que una conciliación entre ambos resultaba imposible.
En el siglo XV Cataluña sufrió dos cruentas guerras civiles que convulsionaron el corazón de los condados.
Desde principios de siglo se venía gestando una crisis social con un gran acento agrario derivada de que los “remensas” reclamaban el fin definitivo de una política de trato hacia ellos repleta de privilegios arbitrarios que se conocía como “malos usos” y que se aplicaba contra los débiles por los más poderosos, los nobles catalanes.
Se conocían como “remensas” en Cataluña al pago que los campesinos, payeses, habían de satisfacer a los propietarios de sus tierras por abandonarlas para buscar otras mejores, o para intentar abrirse otros nuevos horizontes y que constituía uno de los seis “malos usos” de los que se quejaban amargamente el grueso de la población que estaba bajo la férula de nobles y poderosos.
Estos malos usos iban mucho hacia la parte crematística de las relaciones entre noble y encomendado e imponía que si un payés moría sin testamento, el señor tenía derecho a quedarse un tercio de su patrimonio, igual que si moría sin descendencia, o apropiarse de la dote de la mujer si esta era sorprendida en adulterio, o la que se ha comentado de pagar por abandonar la tierra.
Se dice que también existía el derecho a la noche de boda de los súbditos, pero parece que esto es más ficción que realidad, pues no se ha encontrado documentación que lo asevere.
Lo cierto es que el campesinado sufría lo indecible para subsistir, mientras la nobleza no cedía un ápice en el mantenimiento de lo que consideraban sus derechos sobre las tierras que eran suyas por prebendas regias.
Por la parte de los remensados siempre tuvieron el apoyo de la corona de Aragón con su rey, Juan II, a la cabeza, también partidario de recortar derechos a la nobleza catalana que constantemente se le subía a las barbas.
Así se inició una guerra civil que terminó cerrándose en falso con una pírrica victoria de los payeses y una resolución que a nadie contentaba, sobre los malos usos.
A la muerte de Juan II, le sucedió su hijo Fernando, también II y conocido más tarde como el Católico, el cual se implicó en el problema heredado de su padre que volvió a estallar con más virulencia que en la guerra anterior y que se terminó por decisión regia en 1486 con la llamada Sentencia Arbitral de Guadalupe.
Se acaban los malos usos, pero los señores feudales siguen manteniendo su hegemonía hasta el punto de que se obliga a los payeses a compensar económicamente a aquellos nobles cuyas propiedades hayan sido dañadas como consecuencia de la guerra.
Era una forma de sacar de la sociedad y del sistema productivo a todo aquel que se opusiera a los nobles o que osara disentir de la prepotencia aristocrática del principado.
Muchos payeses huyeron abandonando las tierras que habían cultivado por generaciones y otros se vieron abocados a la pobreza y la miseria más absoluta, cuando no terminaban en las cárceles, como consecuencia de los pequeños hurtos realizados para dar de comer a su familia.
En numerosas ocasiones se recurre al rey de Aragón, pero éste no se encuentra, de momento, dispuesto a dar solución al problema, estando, como está, a punto de culminar la Reconquista de España, junto con su esposa Isabel.
Por fin se produce la toma de Granada y el rey Fernando considera que es oportuno viajar a Cataluña y tratar de resolver el conflicto, pero a su vez, convocar cortes que le permitan arbitrar nuevos impuestos con los que reponer unas arcas exhaustas tras los duros años de guerra, en la que, por cierto, los nobles catalanes tuvieron escaso protagonismo. Pero también quería Fernando negociar con los embajadores franceses desplazados a Barcelona a tal efecto, la devolución de las comarcas del Rosellón y la Cerdaña que su padre había cedido a la corona francesa a cambio de apoyo en la guerra civil.
Así, el 7 diciembre de aquel glorioso año de 1492, que ahora parece escocer a tantos malos españoles, los Reyes Católicos con toda la familia real, se encuentran en Barcelona a donde han llegado por barco y para contentar a unos y otros, convoca el rey una audiencia pública que se va a celebrar en el Palacio de los Reyes y que se inicia al punto de la mañana y no acaba hasta pasado el mediodía.
No parece que nadie saliera demasiado satisfecho de la larga audiencia, ni payeses ni nobles consiguieron colmar sus expectativas y para colmo, el rey no había conseguido obtener los fondos con los que reponer sus arcas y además le esperaban las duras negociaciones con los embajadores franceses.
Acabada la magna reunión, salen todos por la escalinata que da acceso al palacio. El rey camina unos escalones por delante de su tesorero.
La multitud espera al pie de la escalera y entre los allí reunidos se encuentra un campesino llamado Joan de Canyamars, un payés de sesenta años que ha combatido en las dos guerras y que guarda un odio visceral al rey.
Oculto su rostro por un sombrero y escondida una espada bajo su capa, se aproxima al rey que camina junto a la reina, en el justo momento en que éste se detiene, se vuelve y sube un escalón para hablar con su tesorero, el resentido Canyamars saca la espada y descarga un fortísimo mandoble calculado para la distancia que el monarca guardaba medio segundo antes y que hace que la espada que iba a caer de pleno en la cabeza, roce levemente la oreja y caiga sobre el hombro, a la altura del cuello, atravesando la resistente sobrepelliz y produciendo un tajo de cuatro centímetros de profundidad y veinte de largo, prolongándose espalda abajo. Se dice por algún cronista de la época que el grueso collar que el rey llevaba al cuello, fue capaz de parar parte de la potencia del golpe y que en otro caso hubiese sido mortal.

Palacio Real, con la escalinata en la que ocurrieron los hechos

Inmediatamente la guardia personal reaccionó y detuvo al magnicida, mientras el rey era conducido rápidamente al interior del palacio.
Allí médicos y cirujanos de la corte se emplearon a fondo para salvar la vida del rey que pese a estar gravemente herido, con gran pérdida de sangre al afectarle el paquete vascular del cuello, parecía no revestir excesiva gravedad.
Los ánimos de la concurrencia se alteraron y todos contra la monarquía, provocaron serios disturbios, hasta el extremo de que la reina Isabel ordenó a la flota real, que estaba fondeada a escasa distancia de tierra, que se aproximara al puerto, por si era necesario y oportuno salir de Cataluña lo más rápido posible.
Pero los ánimos fueron calmándose cuando el pueblo conoció que el rey estaba fuera de peligro y que en unos días se encontraría restablecido.
Tras la confusión de los primeros momentos, el interrogatorio de Canyamars trataba de aclarar si había sido una actuación en solitario o si formaba parte de una conjura.
Sometido a tortura confesó primero que había actuado por inspiración del Espíritu Santo, pero luego se desdijo asegurando que su inspirador era el mismísimo demonio que en sus visiones le aseguraba que cuando el rey muriera él ocuparía su lugar.
Repuesto ya el rey de su herida, que al final no resultó demasiado grave, comprendiendo que el agresor era un demente, le perdonó la vida, pero el Consejo Real que lo juzgaba, lo condenó a muerte y así, cinco días después fue paseado públicamente en un carro por las calles de Barcelona y finalmente entregado a la chusma que lo apedreó, descuartizó y quemó su cuerpo.
Curiosamente, durante siglos, el hecho pasó desapercibido, pero recientemente algunas voces han comenzado a calificarlo como un acto de patriotismo.
No sé si algún lector encontrará paralelismo, o siquiera un leve halo de similitud entre aquella arcaicas situaciones y otras que vivimos más recientemente; de ser así no es esa la intención que quien escribe estas líneas.

viernes, 12 de julio de 2019

EL BIZCOCHERO DE TRIANA





En la actualidad la profesión de bizcochero estaría integrada en la mucho más amplia de pastelero, pues el bizcochero es un pastelero dedicado a hacer bizcochos. Pero los bizcochos que ahora vemos en los escaparates de las pastelerías nada tiene que ver con lo que en siglos pasados se entendía por tal.
En primer lugar el nombre bizcocho obedece simplemente a su doble cochura, pues el bizcocho no era nada más que un pan aplanado en forma de galleta que, para conservarlo durante largas travesías, se horneaba dos veces. Quedaba entonces un poco duro que se podía ablandar remojándolo en vino u otro líquido, como caldo o leche de las cabras que se solían llevar a bordo, pero no era afectado por hongos que lo hacía incomible, no anidaban los gusanos y se conservaba de manera aceptable durante mucho tiempo.
Fabricar bizcochos para las naves que se aventuraban en el mar para llegar a las Canarias, explorar las costas africanas y más tarde para navegar al nuevo continente, era un negocio de primer orden y se necesitaba una gran capacidad productora para abastecer a todos los barcos que, en muchas ocasiones salían, todos a la vez, formando las flotas que iban a las Indias.
Si además ejercías esa profesión en Sevilla, ciudad que controlaba todo el tráfico marítimo con el Nuevo Mundo, podía ser uno de los trabajos más productivos del momento.
En la década de 1490 vivía en Sevilla un bizcochero llamado Luis Guerra, al que se le conocía como “El Bizcochero de Triana”, pues tenía su obrador en el famoso barrio sevillano, en la margen derecha del Guadalquivir, donde se asentaba casi toda la industria relacionada con la navegación. Este individuo, del que se sabe muy poco llegó a alcanzar cierta popularidad porque surtiendo barcos consolidó una fortuna más que apreciable.
Su fama como hombre adinerado hizo que en más de una ocasión se recurriese a él para financiar viajes a las Américas y las más de las veces aceptó correr con los gastos de la expedición, en solitario o en “compañía” como se llamaban las uniones de capitales.
Por graciosa concesión del papa de Roma, las Indias pertenecían a Castilla, pero el rey podía conceder a algunos particulares el derecho a explotar sus riquezas con algunas concesiones como pagar el quinto real de todas las riquezas obtenidas, incluido los llamados “rescates” que eran las negociaciones con los nativos. Lógicamente habían de costear todo el viaje y no siempre era fácil encontrar la financiación, ni marineros dispuestos a participar en la aventura. Así se llegó a la formación de las compañías que cuando ganaban lo hacían todos, la corona incluida y cuando perdían eran sólo ellas.
En 1499 empezaron a llegar las expediciones castellanas a lo que se llamaría Tierra Firme, sobre todo en busca del ansiado paso hacia las Indias  Orientales. Ese año, Vicente Yáñez Pinzón llegó al Amazonas. Era el primer europeo en hacerlo, pero hasta hace poco tiempo no se le ha considerado como su descubridor.
Allí encontró un tesoro que no era ni oro ni plata, ni mucho menos piedras preciosas; era simplemente madera, pero no una madera cualquiera, sino la de un árbol al que se dio el nombre de “Palo Brasil” cuya resina es muy útil para teñir telas en colores rojos y desde luego mucho más eficaz que los tintes empleados hasta entonces que procedían de un árbol de la misma familia que se da en tierras asiáticas.
Es curioso que el nombre de Brasil procede de la palabra “brasa”, con la que se identificó el color rojo, como de brasas ardiendo, de la madera de este árbol y de ahí, del nombre del vegetal, procede el nombre del país.
Además de servir para tintar las telas más exquisitas, su madera era muy apreciada en ebanistería y su dureza la hacía imprescindible para la construcción de algunas partes de instrumentos musicales.

Caesalpinia echinata, llamado Palo Brasil

En ese mismo año, 1499, Alonso Niño, un marino que había sido el piloto de la carabela Santa María, en la que viajó Colón y que también lo acompañó en un segundo viaje, se planteó la posibilidad de realizar viajes por su cuenta a una zona llamada Costa de las Perlas, cuya abundancia de este valioso producto lo había deslumbrado.
Y buscó financiación en el Bizcochero de Triana, al que la solvencia que le ofrecía la experiencia naval de Alonso Niño y la posibilidad de hacer fortuna con las perlas, le abrieron los ojos de la codicia y aceptó financiar la expedición, con la sola condición de que su hermano, Cristóbal, fuese como capitán de la nave, una simple carabela con algo más de treinta hombres de tripulación.
Casi dos años después volvieron a España, recalando en un puerto cercano a Pontevedra, en donde vendieron parte de las perlas y por no pagar el quinto real, fueron detenidos y juzgados, obligándoles a satisfacer la deuda con las arcas públicas y así pudieron continuar con sus actividades.
Como es natural, el Bizcochero se hizo más rico y siguió financiando expediciones, sobre todo las dirigidas a la zona brasileña de Pernambuco, lugar de donde se traía el Palo Brasil.
Cuando los portugueses, a los que por el tratado de Tordesillas correspondían las tierras brasileñas, supieron del enorme potencial económico que había detrás del modesto árbol, no tuvieron ninguna intención de colonizar aquellas tierras, ni organizar asentamientos urbanos, sino que se interesaron exclusivamente por explotar de una manera furibunda aquella riqueza vegetal y lo que actualmente es el estado de Pernambuco, empezó a conocerse como “Costa del Pau Brasil”.
La corona portuguesa declaró de inmediato la exclusividad para la explotación de aquella madera, pero basta que quieras impedir una cosa para que la misma prohibición desate las alarmas en los demás y todos los países de Europa, sobre todo España, quisieron participar en aquella lucrativa explotación.
Con sus marinas oficiales, o promoviendo partidas de corsarios, Francia, Inglaterra y Holanda, las potencias navales emergentes, también quisieron participar de los beneficios, hasta el extremo de que una pequeña flota de corsarios franceses intentó establecerse como colonia en Río de Janeiro y casi lo consigue, pero fueron finalmente desplazados por la marina portuguesa.
La ambición, mezclada con la falta de conocimientos, la creciente demanda del famoso tinte y la preciada madera para construir muebles valiosos, originó en pocos años una desforestación brutal en toda la costa brasileña en la que se daba con exclusividad el famoso árbol y esta leguminosa que había existido por siglos abriéndose paso entre otros árboles más poderosos, fue llevada al límite de la extinción.
En menos de un siglo, el hombre del siglo XVI casi acaba con un árbol precioso que hoy es el símbolo de Brasil.
Ya casi no había árboles que talar y había que buscar un sustituto que mantuviera la entrada de riquezas en la corona portuguesa y la extracción masiva del Palo de Brasil se sustituyó por la plantación de caña de azúcar y de café.
Perece que sería una buena medida, pero lo cierto es que, nuevamente la ambición, impulsó a un nuevo desastre ecológico, pues se arrasaron selvas enteras para convertirlas en zonas de cultivo.
En cien años había cambiado el sentido de las cosas, pero los daños estaban hecho y el Palo Brasil, en otro tiempo tan abundante, estaba prácticamente extinguido.
Afortunadamente siempre hay personas que se interesan por mantener el orden en la naturaleza y en el siglo XIX, durante el reinado de Pedro II, emperador de Brasil, se inició el proceso de recuperación del preciado árbol, el cual había conseguido subsistir en pequeñas colonias aisladas. Con todo un proceso de trasplantes siembras masivas, cuidados especiales y conocimiento de botánica y sobre todo concienciación de la población de la importancia de aquel árbol, la especie se fue recuperando hasta el extremo de que en 1978, el Palo Brasil, fue considerado como el árbol nacional.
En la actualidad se usa mucho como planta decorativa, una llamada vulgarmente Tronco de Brasil, que es la drácena que muestra la fotografía, también conocida como “árbol de la felicidad” que nada tiene que ver con el árbol que el Bizcochero de Triana trajo a España en cantidades industriales.