viernes, 27 de septiembre de 2019

UN INVENTO EXTRAORDINARIO





En una reunión de amigos y compañeros, alrededor de una buena comida, mientras hacíamos la sobremesa, comentábamos mi artículo sobre las operaciones de cataratas.
Uno de los comensales que estudió medicina, dijo que recordaba haber leído en un libro sobre la historia de la medicina que el inventor de las gafas había sido un médico andalusí llamado Al-Gafequi. Este médico había sido un adelantado a su tiempo y además de operar cataratas, dio nombre a las gafas, por similitud con su apellido.
Mohamed Ibn Qassoum Ibn Aslam Al-Gafequi fue, efectivamente, un notable “oculista” cordobés que vivió en el siglo XII. Se formó en Córdoba y en Bagdad, donde adquirió una notable destreza y regresó a su ciudad para desarrollar su oficio.
Se había especializado en operar cataratas y en enfermedades del iris y escribió un libro llamado “Guía del oculista”, cuyo manuscrito se conserva en la biblioteca del Monasterio de El Escorial como pieza sumamente valiosa.
Famoso en su tiempo, el oculista fue cayendo en el olvido hasta diluirse completamente. En 1965 la ciudad de Córdoba lo sacó del ostracismo erigiéndole un busto que se encuentra en la Plaza Cardenal Salazar, frente a la Facultad de Filosofía y Letras.
Evidentemente nos encontramos ante todo un personaje de la medicina de aquella época, pero por más que mi amigo leyera esa historia en un libro de la carrera, ni por la similitud de su nombre con el vulgar de los anteojos, Al-Gafequi no inventó las gafas.
Inmediatamente vi que tenía necesidad de investigar sobre tan extraordinario invento y la verdad, después de numerosos documentos consultados, no es fácil concluir de una manera definitiva acerca de quien fue el afortunado inventor de tan utilísimo artilugio.
No fue fácil porque he encontrado documentación en la que se refleja que ya los egipcios usaban unos cristales de colores para proteger sus ojos del Sol, lo que da una idea de la antigüedad que tiene el colocar cristales ante los ojos, aunque no sean para mejorar la visión.
Y eso, precisamente eso, es lo que yo buscaba: cuándo se empezó a usar cristales más o menos tallados artesanalmente para combatir la pérdida natural de la agudeza visual.
En el siglo IX, en plena Edad Media y época del mayor esplendor andalusí, un inventor llamado Abbás Ibn Firnás, tan considerado en el mundo científico que su nombre lo llevan un cráter de la Luna y un puente sobre el Guadalquivir en Córdoba, desarrolló un sistema para tallar y pulir cristales que permitió obtener lo que se conoció como “Piedras de lectura”, un verdadero ancestro de las lupas.
El incansable Marco Polo a su regreso de China, en el siglo XIII, hablaba de que los chinos usaban unos cristales ahumados para protegerse igual que los egipcios, pero éstos, además, también usaban unos cristales de aumento para ver con más claridad las cosas pequeñas; desgraciadamente esas declaraciones no aportaban nada sobre la invención de las gafas.
Ese mismo siglo, el franciscano y filósofo inglés Roger Bacon habla del uso de cristales para mejorar la visión, lo que proporciona un dato importante que es que ya se conocía la existencia de estas primitivas lentes. Bacón no fabricó ni siquiera describió como debían ser dichos cristales.
  Unos años más tarde, otro franciscano, Alejandro della Spina que vivió a principios del siglo XIV, parece que fabricó unas lentes de vidrio con las que construyó los primeros anteojos para ver de cerca. Eran simples lentes convexas que, como las lupas, se adaptan a todos los ojos, según se aproximen o se alejen del objeto a observar, es decir, a base de variar el campo focal.
Poco tiempo pasó hasta que a alguien se le ocurriera invertir la lente para ver bien de lejos, como solución para los que padecen miopía. En este caso fue un alemán, Nicolás de Cusa, filósofo y erudito.
Si hacemos caso de los escritos y documentos que circularon por la Europa del Renacimiento, la invención de las gafas, con aspecto similar al que nos encontramos en la actualidad, se tendría que deber a un florentino llamado Salvino degli Armati, el cual habría fallecido en 1317. Esta apreciación partía de un académico, también florentino, del siglo XVIII que relataba que en la iglesia de Santa María Maggiore de Florencia, se encontraba la tumba del tal Salvino en cuya inscripción se le conmemoraba como inventor de los anteojos.
Pero la lápida no cubría una sepultura, era un simple cenotafio cuyo contenido fue refutado por científicos de prestigio y obligado a retirar de la iglesia.

Lápida de Salvino degli Armati

En 1923 se celebró en Sevilla un congreso Hispano Americano de Oftalmología en el curso del cual el representante oficial del gobierno italiano, profesor Albertotti reconoció que era falso que Salvino fuese el inventor de los anteojos.
Es muy posible que las gafas no hayan sido inventadas por una sola persona, sino que varias llegaron a conclusiones parecidas cuando trataron de paliar las dificultades para ver que presentaban algunas personas, pero sobre todo, cuando se empezó a comprender los fenómenos que la transparencia de determinados cristales producían sobre los objetos que se observaban y que no es otra cosa que consecuencia de la refracción y reflexión de la luz al pasar de un medio a otro.
Pero lo que parece cierto es que esa progresiva evolución desde la Piedra de lectura mencionada más arriba, hasta los anteojos de doble cristal, tuvieron que producirse al calor de unas avanzadas industrias fabricantes de vidrios, o del tallado de cristal de cuarzo y en eso, hemos de volver la cara a Italia y a sus poderosas industrias del vidrio, sobre todo en la isla de Murano, en Venecia.
Si queremos situar en el tiempo tan prodigioso invento, ya que no se ha podido determinar con exactitud a quien es debido el “milagro” de recuperar la visión al usar unos lentes, no existe otro medio que inspeccionar la pintura de la época, único medio gráfico.
Cardenal Hugo de Provenza escribiendo con gafas

La primera pintura en la que aparece un personaje con gafas salió de la mano de Tomasso de Módena y es el Retrato del Cardenal Hugo de Provenza que se debió pintar en el año 1350, en donde se le ve en un escritorio auxiliándose de unas gafas para escribir.
Las gafas empezaron a ponerse de moda, aunque siempre entre las clases pudientes y algunos pintores, cometieron la osadía de pintar personajes en escenas tan antiguas como la presentación en el templo del Niño Jesús, en la que un sacerdote judío lleva gafas.
Pero cuando realmente empezó a haber una importantísima demanda de estos artilugios fue a partir de la invención de la imprenta. Y tiene una explicación, pues al poner en el mercado una gran cantidad de libros, estos llegaron a manos de gente que, sabiendo leer, no lo hacía por falta de material, pero al popularizarse el libro, podían acceder muy fácilmente, comprobando que los años habían pasado y sobre todo la presbicia, lo que llamamos vista cansada, había hecho mella en sus ojos.
El mismo Petrarca, hacia 1350, cuando había cumplido los sesenta años, contaba cómo habiendo perdido su buena vista, hubo de recurrir a las lentes.
En cuanto a la forma que fueron adoptando las diferentes gafas, en principio y como eran solo para lectura, lo común era sostenerlas sobre la nariz, sujetándolas con una mano, pero al aparecer las lentes que corregían la miopía, obligaba a llevarlas puestas todo el día, haciéndose sumamente incómodo el sujetarlas, por lo que la imaginación entró en juego nuevamente y empezaron a fabricarse, primero unos gorros con una enjaretado de alambres que la sostenían, luego unas bandas de cuero que a manera de antifaz la sujetaban a la cabeza. Y no fue hasta el siglo XVIII en el que se empezó a utilizar las patillas que también evolucionaron, desde ser un artilugio aprisionador de la cabeza, hasta descansar sobre las orejas con mayor comodidad.


Gafas con patillas plegables del siglo XVIII

No me ha sido posible aclarar quién inventó las gafas, pero al menos me hado la satisfacción de aprender algo sobre este fascinante mundo de la óptica.
Y una última cosa, este útil artilugio ha ido cambiando su nombre a lo largo de la historia: antiparras, anteojos, lentes, espejuelos, impertinentes, quevedos, pero en los cuatro o cinco primeros siglos de uso no he encontrado el nombre de “gafas”, con el que se ha popularizado totalmente en lengua castellana. Es posible que en esa paulatina transformación de su nombre, en algún momento, yo creo más bien reciente, se le empezara a llamar de ese modo en honor al moro Al-Gafequi, que no fue su inventor, pero puede que se haya llevado la gloria.

viernes, 20 de septiembre de 2019

EL MORO DE ZARAGOZA





La pasión del hombre por la música es tan antigua como nuestra propia civilización. El lejano día que por azar el hombre sopló por el agujero de un hueso, o un tronco ahuecado y como respuesta recibió un sonido, debió quedar completamente asombrado. La capacidad de que aire impulsado a determinada presión a través de orificios debidamente construidos, podía producir sonidos diversos, tuvo que sorprenderlo gratamente, porque lejos de conformarse con ese pitido monótono, inició un proceso de extraordinaria complicación.
Con paciencia e ingenio, o al revés, comenzaron a dar forma a uno de los primeros instrumentos de viento: las flautas.
En los periodos Paleolítico y Neolítico ya existían las primeras flautas, pues se han hallado huesos huecos con varios agujeros, capaces de reproducir diferentes sonidos. De la misma forma han aparecido especies de sonajeros o “maracas” hechas de barro, en cuyo interior varias piedras de diferentes tamaños producían el típico sonido. Hasta hace bien poco, el siglo XIX se seguían construyendo campanas de barro.
Más tarde, quizás a raíz de la invención del arco, el hombre primitivo comprobó que aquella tripa de animal tensada producía un sonido y quizás de ahí pasaran a construir especies de liras, con cuerdas de diferentes tamaños y grosores, capaces de producir un sonido armónico.
En la Edad del Bronce aparecen algunos instrumentos que darán lugar a las trompetas, así como el uso del cuerno que se propagó sobre todo en países nórdicos
En la actualidad casi todo el mundo sabe qué es y ha visto un piano. Mucha gente incluso sabe tocarlo, pero hubo un tiempo, no muy lejano que el piano estaba por inventar y por si fuera poco, para llegar a lo que actualmente se conoce por piano, hubo que pasar por otros instrumentos, de complicado funcionamiento, que fueron evolucionando hasta entregarnos este moderno y majestuoso instrumento, líder de todos los demás.
El arpa, como más antigua, pulsada directamente por los dedos, el clavecín, el clavicordio, el clavicémbalo, ya transformados en percusión, dieron paso a un instrumento singular, mezcla de percusión y viento llamado “Claviórgano”.
Pero hasta aquí han pasado siglos, nos encontramos al principio del Renacimiento y mucho se ha desarrollado la tecnología para ser capaz de construir un instrumento de estas características.
Apareció este instrumento en 1460 y fue descrito a la perfección, pero su nombre no se le dio hasta veinte años después.
Partiendo de la base de un clave (clavecín, clavicordio o clavicémbalo), se le adaptaba un órgano de tubos y con un ingenioso mecanismo se hacía sonar a uno u otro, o a los dos juntamente.
La producción de sonido haciendo pasar aire por una serie de tubos, es muy antigua y ya en un artículo anterior hablaba de Ctesibio de Alejandría que había inventado uno de estos instrumentos por los que circulaba agua que presionaba el aire y producía sonidos.
El primer claviórgano del que se tiene conocimiento en España tiene historia.
Fue construido por un moro, Mahoma de Moférriz, el cual aparece en las actas de las cortes de Tarazona de 1484, a donde llegó al objeto de cobrar una deuda de “ciento sesenta sueldos y seis dineros” por el arreglo de un claviórgano que le había encargado la reina Isabel.
Pero ya antes había construido un instrumento similar que Alonso de Aragón, arzobispo de Zaragoza e hijo natural de rey Fernando y la noble catalana Aldonza Ruíz de Ivorra, regaló a su hermano menor, el príncipe don Juan.

Claviórgano del Museo de la Música de Barcelona

La formación cultural de Alonso de Aragón y su amor por las artes hizo de él un verdadero mecenas y fue sin duda alguna quien puso en contacto al moro Moférriz con los Reyes Católicos.
Es de señalar que en esa época, previa a la caída del último bastión musulmán, Zaragoza era sin duda la ciudad más importante de todo el norte peninsular, sede de la poderosa corona de Aragón, a la que fueron acudiendo numerosos musulmanes, de los llamados mudéjares que no queriendo volver al reino andalusí de Granada, se acogían a la buena voluntad de la nobleza, a la que prestaban servicios de calidad en áreas que los cristianos, más ocupados en guerrear, no eran expertos.
Mahoma era un mudéjar, palabra que deriva del árabe y quiere decir “domesticado” y eran los musulmanes que se quedaban a vivir en los territorios reconquistados, ocupando barrios apartados del resto de la población llamados “morerías”, en los que tenían cierta libertad para practicar sus cultos. Como muchos otros profesionales y artistas, eran aceptados e incluso ocupados por las clases pudientes en diferentes oficios destacados, como la construcción de edificios, los arreglos de jardines, orfebrería y construcción de muebles y, en este caso, la construcción de instrumentos musicales.
Tan importantes eran estos profesionales mudéjares en la España cristiana que el propio rey Fernando el Católico escribe una carta desde el campamento de Santa Fe a su lugarteniente en Zaragoza en la que le ordena que comunique al maestro Moférriz que sus dos hijos: “el que labra órganos y el otro que labra algez”, deben trasladarse a Granada para realizar ciertas obras en la Alhambra. Estos hermanos eran Brahem y Mahoma, el protagonista de esta historia.
El que “labra algez”, Brahem, debe ser tomado por un escayolista de la actualidad, pues era el algez un material de construcción del que se obtenía el yeso y que hoy está completamente en desuso.
La presencia de Mahoma en Granada debió ser requerida por la reina Isabel que seguía encargando al Moro de Zaragoza el arreglo y construcción de instrumentos musicales para la cámara real, como se comprueba en el inventario de la testamentaría de la reina, donde se recogen varios claviórganos, clavicémbalos y monocordios, que eran instrumentos de usa sola cuerda.
Trabajar para la monarquía abre indudablemente muchas puertas y tanto en el reino de Aragón, como en el de Castilla, no faltaron encargos al artífice musulmán y se tiene constancia que construyó claviórganos para el obispo de Plasencia, Gutierre de Toledo, hijo del primer duque de Alba, o para el Almirante de Castilla, tío materno del rey Católico.
A veces le encargaron instrumentos en los que se enredaba la complejidad pues llegaron a pedirle una combinación de clave, arpa y órgano, pero el de Zaragoza debía ser todo un artista ,pues nada se le resistía.
Afortunadamente existe mucha documentación de todos los instrumentos encargados a este artista, pues siempre partían de instituciones más o menos oficiales y los encargos de particulares eran, por su elevado coste, procedentes de familias importantes que contabilizaban sus gastos y reflejaban sus adquisiciones en los inventarios.
Todos los obispos querían tener en sus catedrales un instrumento de aquellos y parece ser que en España no había nadie de la talla de Mahoma, por lo que todos los pedidos confluían en él y su taller alcanzó tal potencial económico que en el año 1500, el cabildo de Zaragoza, por el prestigio que daba a la ciudad, así como la riqueza que aportaba, lo eximió de pagar los arbitrios correspondientes a la entrada y salida de materiales relacionados con su oficio, lo que más tarde se conoció con el nombre de “fielato”.
Su prestigio traspasó fronteras e incluso el rey de Portugal, Manuel el Afortunado, le encargó un claviórgano.
En muchas casas de Zaragoza se encontraron estos preciados instrumentos, lo que significa que aparte de nobles y eclesiásticos, algunas familias también podían adquirirlo, lo que da idea de que gracias a la importante producción sus precios bajaron hasta hacerlos asequibles a la burguesía.
 Se tiene constancia que en 1521 Mahoma seguía trabajando en su taller, pero las cosas comenzaban a ponerse mal para los musulmanes, a los que se empezó a perseguir, por lo que en 1526, a cambio de mantener la residencia en Zaragoza, renunció a su fe y se convirtió al cristianismo, cambiando su nombre por el de Juan.
Sus hijos y nietos siguieron la tradición y durante generaciones aparecen como fabricantes de instrumentos de tecla, pero con el paso del tiempo, se fueron diversificando, pues un bisnieto, llamado Gabriel, está registrado como “maestro violero”, es decir, constructor de instrumentos de cuerda tocados por fricción.
Lamentablemente no ha aparecido ningún instrumento fabricado por Moférriz, al que se pueda dar certificado de autenticidad, principalmente porque en los contratos de encargo nunca se especificó detalladamente las características, lo que hace muy difícil reconocer un instrumento de esta factura.
Una cosa queda bien clara y es el interés por la música que existía en toda España, frente a esa idea que se nos quiere imbuir, de incuria e incultura, en la que cayó el país tras la conquista del ultimo bastión andalusí, el reino de Granada.
¡Cómo si los reinos moros hubieran sido todos como el califato de Córdoba de los Omeyas!
¡O como si España, después de su Reconquista, no hubiese entrado de lleno en el Renacimiento, época de máximo esplendor cultural!

viernes, 13 de septiembre de 2019

ILUSTRE, PERO IGNORADO




Es curioso como se puede llegar a retorcer la historia para adaptarla al pensamiento único, o al menos, el de un sector de población dominante.
Lo estamos viendo en Andalucía, donde nombran padre de la Patria a un tal Blas Infante, personaje raro, islamizado, enemigo de Andalucía y amante del Al Ándalus musulmán, que hasta plagio letra y música de lo que hoy es el himno andaluz. Pero era de izquierdas y a falta de otro mejor, ahí lo tenemos.
O con Sabino Arana que da lugar al nacimiento de la Patria Vasca cuyo pensamiento es digno de estudio, por un psiquiatra, naturalmente.
O con Pau Clarís en Cataluña, venerado como un héroe cuando fue el artífice de la pérdida de territorios tan ricos e importantes para Cataluña, como el Rosellón y Cerdaña.
En la actualidad el tema catalán ha sobrepasado todos los obstáculos que la historia le había ido poniendo de una manera tozuda e inmisericorde, mostrando una realidad difícil de retorcer, pero a ellos les ha importado poco. Todos los grandes personajes de la historia han sido catalanes y hasta el reino de Tartessos estaba ubicado en la actual Tortosa.
Shakespeare, Cervantes, Colón y un largo etcétera, fueron catalanes, aunque la sensatez y la historia digan todo lo contrario y no es que me lo esté inventando, lo hemos oído de boca de profesores y formadores de opinión de  Cataluña.
El fanatismo es capaz de convertir en un icono del independentismo a Rafael Casanova, “conceller en cap” de Barcelona cuando las tropas de Felipe V asediaron la ciudad y aunque le dieron la opción de rendirse y salvar la vida de muchos españoles, se resistió y convirtió la ciudad en un baño de sangre.
Pero, además, es que no luchaba Casanova por el independentismo de su Cataluña, no, lo hacía por su admirado Archiduque Carlos, pretendiente al trono de España, frente a Felipe de Anjou, coronado como Felipe V.
Pero retuercen el brazo de la historia y lo admiran como un héroe nacional y en todas las “Diadas”, le hacen ofrenda de flores, que este año se ha visto amenizada por el Himno de España.
Si damos un repaso a la historia catalana, en el lado del independentismo encontramos pocas heroicidades y algunas de más que dudosa factura, sin embargo sí que han existido personajes de talla luchando por la corona de Aragón a la que siempre perteneció Cataluña y mas tarde por España.
Pero esos seguramente que no eran catalanes de verdad, serían lo que ahora llaman “charnegos”, un término despectivo usado para referirse a los inmigrantes que no hablan catalán, es decir, gente despreciables del resto de España, que acuden a su tierra para enriquecerse.
Pero no; el personaje de esta historia no era un “charnego”, es un hombre de enorme talla moral y militar y además, catalán por los cuatro costados.
Su nombre es Ramón Floch de Cardona i Anglesola, barón de Bellpuig. Perteneciente a una rama del principal linaje de Cataluña que encabezaban los duques de Cardona, nació el día cuatro de julio de 1467 en Bellpuig, provincia de Lérida, hijo de Antonio Folch y Castellana Requesens.
La influencia de su familia era tan notable que el joven Ramón pasó su adolescencia en la corte de los Reyes Católicos, lo que influyó posteriormente en su refinada educación y su actitud siempre caballeresca, además de conservar durante toda su vida la costumbre de expresarse exclusivamente en castellano, idioma que consideraba mucho más trascendente que el catalán que era hablado solamente en los entornos rurales, mientras que con el castellano se entendía a la perfección en todas las tierras de la Península y en varios territorios de ultramar, como Italia o la costa norteafricana. Más tarde en todo un imperio.
Ya con dieciséis años aparece como asistente a las Cortes de Tarazona, que convocó el rey Fernando el Católico en 1484 y a las que debían concurrir las Cortes de Aragón, Cataluña y Valencia para tratar, sobre todo, de frenar el avance francés por el norte de Cataluña.
Aunque era para defender sus territorios, los catalanes se negaron a asistir y los valencianos por solidaridad, se dieron la vuelta cuando estaban a mitad del viaje.
Visto desde el lado de la monarquía española, el que los paisanos de Ramón Folch no quisieran comprender el peligro que desde Francia se les venía encima y no aceptaran ni siquiera la posibilidad de debatir en Cortes temas tan importantes, no debió de parecer muy acertado, así que Aragón sin auxilio de otras regiones movilizó un pequeño grupo de caballería, para enfrentarse a los invasores.

Retrato a plumilla de Ramón Folch

Pero Folch estaba decididamente del lado de su rey Fernando, iniciando una brillante carrera militar que va dando frutos y promocionando al protagonista.
Habiendo optado por la mar, pronto alcanzó cargos importantes en la escuadra de galeras reales y cuando el ya unificado reino de España se lanza decididamente a la conquista de Italia, participa en las tareas navales de apoyo a los tercios del Gran Capitán, al iniciar éste las campañas para la conquista de Nápoles en los años 1502 y 1503.
Por esa fecha era general de las galeras reales y junto con otro catalán, Bernat  Villamarí, participó en el sitio de Gaeta.
Esta es una ciudad al norte de Nápoles de mucho valor estratégico, pues está en un cabo que domina dos bahía a medio camino entre Roma y Nápoles.
Desde entonces su labor es incesante y lo mismo hace incursiones en el norte de África, castigando piratas bereberes que es elegido por el rey Fernando para que sea su flota la que lo trasladase a Italia.
En Nápoles, toda la nobleza catalana se reúne con el rey y de aquella reunión, además de muchas cuestiones militares, políticas y económicas, sale un matrimonio: el del Ramón Folch con Isabel de Requessens, familia de su propia madre y también perteneciente a la poderosa familia Cardona.
El matrimonio le confiera una mayor autoridad en la corte aragonesa y el rey Católico lo nombra en 1507 virrey de Sicilia.
Fue en un nombramiento corto, pues dos años después es nombrado virrey de Nápoles, lo que suponía a la vez ser el jefe supremo de los ejércitos de la Liga Santa que era una especie de todos contra Francia, país emergente y deseoso de ampliar sus fronteras anexionándose todo el norte de Italia.
Eran momentos convulsos y los intereses de España estaban muy comprometidos al lado del papa y los llamados Estados Pontificios, mientras que otros componentes de la Liga, cambiaban de bando con suma facilidad.
Así, Venecia se pasó al lado francés y Ramón Folch y su ejército no dudaron en sitiar la ciudad y tras intenso cañoneo, tomarla.
Muerto el Rey Católico, fue mantenido en el cargo de virrey por el emperador Carlos V y siguió dirigiendo los ejércitos de la Liga hasta 1515, en que volvió a Nápoles, una vez calmada toda la situación bélica en Italia.
A partir de 1521, su salud empieza a resentirse y por fin al año siguiente fallece, recibiendo todos los honores como virrey de España.
Tras su fallecimiento, su esposa Isabel encargó al célebre escultor renacentista italiano Giovanni Merliano da Nola que esculpiera un mausoleo en mármol de Carrara, en el que sería enterrado y así fue, pero no en Nápoles, sino en Bellpuig, su pueblo natal, concretamente,  y allí se encuentra, en la iglesia parroquial de San Nicolás.
Una vez concluida la obra, fue traslada por piezas hasta Bellpuig instalándose primero en el convento de San Bartolomé que ella misma había creado.
Mediado el siglo XIX, con sus convulsiones políticas, todo el mausoleo fue trasladado a su actual ubicación.
Sin duda alguna que Ramón Folch no será nunca ensalzado en Cataluña como un personaje ilustre, porque, obviamente, no pertenecía a filas nacionalistas, ni estaba de otro lado que el de su rey, primero de Aragón y después de España. Defendió y engrandeció el imperio y eso el catalanismo no lo perdona. Es mucho más importante y constructivo para la falsedad histórica del nacionalismo catalán, defender a quienes traicionaron hasta a su propio pueblo.
Es más fácil inventar la historia que construirla.


Mausoleo de Ramón Folch en Bellpuig