jueves, 30 de julio de 2015

CIUDADES POR TRIGO




La historia de España está plagada de sorpresas. De pronto somos más patriotas que nadie en el mundo y estamos al borde de un conflicto internacional por defender el inservible islote de Perejil, cuando en algún momento anterior estábamos dispuestos a cambiar unos barcos cargados de trigo, por la titularidad de nuestras dos plazas de soberanía en el continente africano; dos ciudades de las que no nos cansamos de predicar su españolidad.
Cierto que el hecho ocurrió hace ya dos siglos, pero sigue estando ahí, para que la historia lo analice.
En el año 1792 fue elegido Muley Suleyman sultán de Marruecos, mientras en España reinaba Carlos IV.
Decir que este rey reinaba es querer dorarle la píldora, pues este Borbón, junto con su hijo Fernando VII, han sido, sin ningún género de dudas, los peores reyes de la casa Borbón que ha tenido este desgraciado país.
Ya demostró que era bobo cuando dijo a su padre que una reina no podría nunca engañar a un rey, pues dónde iba ella a encontrar algo mejor que un príncipe. No sabía los cuernos que su querida esposa le iba a colocar sobre su soberana cabeza.
Cuatro años después de acceder al trono de España, dejó el gobierno en manos de su esposa María Luisa de Parma y de su valido, Manuel Godoy, de quien se tiene por seguro que era el amante de la reina.
Anteriormente, el gobierno había estado en manos de dos nobles, el conde de Floridablanca y luego el conde de Aranda, ahora estaba en manos de un guardia de corps que había tenido una fulgurante carrera, y de mero hidalgo, había pasado a ser capitán general y duque.
En el año 1799 el rey español y el sultán marroquí firmaron un tratado de paz, amistad, navegación, comercio y pesca, que como siempre ha ocurrido con los acuerdos firmados con el país alauita, no era nada más que una declaración de intenciones, un papel mojado que no llegaba a nada y que nunca se llegó a aplicar.
Pero ya Marruecos, en aquellos tiempos, sabía posicionarse en el concierto internacional mucho mejor que la diplomacia española solía hacerlo y así, ese mismo año, fue el primer país del mundo que reconoció a los recién creados Estados Unidos y facilitó la apertura de la primera embajada que el país americano abrió, que no fue en otro sitio que en Marruecos, asegurándose así la amistad con un país que en aquel momento no era nada, pero sin duda, el sultán o sus asesores, entrevieron el futuro que se le depararía a la antigua colonia británica, y se aseguraron un aliado para siempre.
Unos años después de la firma de aquel tratado, España y Marruecos seguían viviendo cada una por su lado, cuando en 1801, las cosechas de cereales, que era la base de la alimentación, no solo en España, sino en toda Europa, acumularon un año más de pésimos resultados. Los silos estaban vacíos, los molinos parados; no había harina para amasar el pan, tan fundamental en la dieta y, consecuentemente, se desató una hambruna generalizada.
Ya se había hecho en otras ocasiones y nuestros embajadores salieron a buscar cereal para paliar la escasez española, pero los graneros de Europa estaban poco más o menos como los de España y no había mercado en donde adquirir el necesitado trigo. El valido Godoy ordenó al embajador en Marruecos que agilizase en lo posible la compra de trigo en aquel país, que por su distinto clima, había tenido un año de buena producción y que por proximidad a España era fácil y rápido de transportar.
Pero al sultán Suleyman, o a sus asesores, no les parecía una buena idea vender trigo a España y exponerse ellos a una escasez que pudiera desatar el hambre en su población, así que dio un no rotundo a la petición de nuestro embajador.
Vamos, que una cosa era predicar, firmando un acuerdo, y otra muy distinta dar trigo, nunca mejor traído el refrán, y que ni por alto que llegara a ser el precio que Godoy llegara a pagar, vendería su grano a su querida “amiga”, incluso “hermana”, España.
Ni la invocación del tratado de amistad, ni ninguna otra compensación, parecía satisfacer al sultán, por lo que Godoy, posiblemente acuciado por la situación que se estaba viviendo en el país, ordenó al embajador que le ofreciese al sultán las “españolísimas” ciudades de Ceuta y Melilla.
Así, como suena. Cierto que en aquellos momentos históricos, llamar ciudades a Ceuta y Melilla es un tanto pretencioso, pero no dejaban de ser dos plazas españolas en el otro lado del Estrecho: un presidio y una fortaleza con su guarnición militar, pero además, de un carácter estratégico de primera categoría desde que se perdió Gibraltar.


Retrato de Manuel Godoy

El recién constituido sultanato de Marruecos, jamás había tenido potestad sobre las dos posesiones españolas y tampoco en ese momento había reivindicado nunca su titularidad, por lo que ofrecer dos guindas de ese calibre, a cambio de un poco de trigo, era una operación que ningún gobierno hubiera rehusado, pero los alauitas son así y no contentos con despreciar un trato tan beneficioso, se permitió el sultán manifestar que no quería comprar los “Presidios españoles”, que ya los tomaría por las armas.
El nombre de “Presidios” es con el que en Marruecos se sigue conociendo a las dos ciudades, porque, ciertamente, ese fue el destino que tuvieron las dos: servir de presidios militares, para alejar a los penados del territorio y recluirlos, en un territorio cuya única salida era el mar o un arriesgado paseo dentro de las fronteras marroquíes.
Y así continuó siendo hasta principios del siglo XX, en el que se eliminaron las prisiones de ambas ciudades que se empezaron a repoblar, precisamente, con muchos de los presos liberados.
Pues bien, ante la rotunda negativa marroquí, el valido español se dejó llevar por su enfado y pensó seriamente en la ocupación militar del sultanato, para así disponer de su propio granero en el norte de África, idea que ya habían tenido y llevado a la práctica los romanos.
Contó para llevar a cabo su plan, con un colaborador de excepción. Un hombre extraño y enigmático que ha pasado a la historia como Alí Bey y cuyo verdadero nombre era Domingo Badia, el cual recorrería Marruecos elaborando mapas, estudiando los territorios y sus posibilidades de explotación, reconociendo la potencia militar del país, las amistades y enemistades internas, la presión de las diversas tribus del bajo Marruecos y, en fin, todo cuanto sirviera para conocer mejor al enemigo, calificativo que siempre tuvo aquel país, a quien nunca engaño la falacia de considerarnos amigos y mucho menos hermanos.

Retrato de Alí Bey

El proyecto era caro y España no tenía, como siempre, recursos para llevarlo a cabo, por lo que fue vetado por el gobierno, pero Godoy muy afincado en él, ordenó la financiación de aquel programa que se clasificaba de alto secreto, razón por la que se le dio la máxima publicidad, como suele ocurrir en este país, llegando a aparecer en las páginas del Diario de Madrid, el día 28 de noviembre de 1801.
Domingo Badía hizo su trabajo a conciencia. Se circuncidó, perfeccionó su árabe, que ya dominaba, adquirió un vestuario adecuado, un arsenal de obsequios para ir distribuyendo, se construyó su propia genealogía y se hizo pasar por un alto personaje sirio cuya familia descendía directamente del Profeta.
Dos años después, inició su viaje, desembarcando en Tánger desde donde empezó a distribuir los presentes que llevaba, ganando amistades y favores, hasta conseguir que lo recibiera el propio sultán, el cual le concedió un salvoconducto para viajar por todo el sultanato.
Durante dos años estuvo viajando por todo el desconocido país, enviando informes a Godoy.
Esos informes eran muy condescendientes con la ocupación del territorio y describía las grandes rencillas internas que los jeques de las tribus beréberes mantenían con el sultán y lo proclives que serían con una alianza española para derrocarlo.
En un último informe, Badía aconsejaba empezar ya las operaciones previas a la ocupación, enviando armamento y tropas a Ceuta, para hacérselo llegar a los caudillos insurgentes que ya estaban gestando una rebelión.
Godoy, como buen advenedizo en la política, además de osado e imprudente, comenzó a hacer los preparativos sin consultar con nadie, ni contar con la anuencia de algún ministro, pero quizás se le escapó algo, un indicio, o una confesión de alcoba a su amante, la reina, la cuestión es que llegó a oídos del monarca las intenciones de Godoy de invadir Marruecos apoyando insurrecciones de las tribus beréberes y su permanente enfrentamiento con el sultanato.
Enterado el rey de las intenciones que su valido tenía a sus espaldas, mandó parar de inmediato el envío de tropas a Ceuta y prohibió realizar ninguna actuación más en ese sentido.
Parece que el abúlico monarca al que llamaban “El Cazador”, porque esa era su única actividad, obró correctamente en esta ocasión, porque de haber permitido seguir con la operación, sin duda alguna que con ayuda de los pueblos nómadas del sur, España se hubiese merendado a Marruecos, por otra parte un país anclado en la Edad Media, con los recursos propios de aquella época y por muy debilitado que estuviera el ejército español, los moros no habrían sido oponente.
Sin duda que de prosperar la intención de Godoy, la historia de España habría sido otra, como otra hubiera sido si Muley Suleyman hubiese aceptado el trueque del trigo por las dos ciudades españolas.

viernes, 24 de julio de 2015

LOS CHICOS VERDES




En el año 1066, los monjes cistercienses de la abadía inglesa de Coggeshall, en el condado de Essex, al norte de Londres, iniciaron una crónica en la que iban relatando todos los sucesos que a sus oídos llegaban. Durante siglos estuvieron informando a la posteridad de innumerables vicisitudes, componiendo un cuerpo conocido como “Chronicon Anglicanum”.
Dos siglos más tarde aún seguían recogiendo hechos, sucesos de interés y todo aquello que consideraran relevante para conocer la historia cercana al pueblo de Inglaterra.
A principios del siglo XIII el abad de Coggeshall era un monje que ha pasado a la historia como Radulph o Ralph de Coggeshall, el cual tomaba muy en serio la inclusión de cualquier hecho singular en su famoso Chronicon y así, durante años, estuvo incrementando las entradas, una de las cuales es la que da pie a esta historia, pero dejemos a Ralph por un momento y vayamos a tiempos casi contemporáneos.
Jacques Bergier, famoso autor junto a Louis Pauwel, de uno de los libros más apasionantes sobre lo oculto, “El retorno de los brujos”, publicó en solitario, a principio de los años setenta, un libro llamado “Extraterrestres en la Historia”, en el que entre otro muchos hechos que él considera constatados, relata la aparición de unos extraños niños de color verde en la localidad española de Banjos, la cual sitúa en la provincia de Barcelona, pero de la que no existe constancia oficial con dicho nombre.
Según este autor, una tarde de agosto de 1887 se encontraban unos campesinos trabajando en la ladera de una montaña cuando escucharon unos gritos aterradores. Se acercaron hasta el lugar del que provenían los gritos, la entrada de una cueva en la montaña y ante ellos aparecieron un niño y una niña, cogidos de la mano, que, al parecer, habían salido de la mencionada cueva, encontrándose en un estado de terror que podría definirse como “histéricamente asustados”. La aparición causó enorme extrañeza en los campesinos, pues además de las extrañas ropas que vestían, los niños tenían la piel de color verde. Se les describe también con rasgos negroides suavizados, aunque con ojos saltones y almendrados, similar a los asiáticos
Hacía noventa y cinco años del suceso cuando Bergier lo describió en su libro, pero, según él, en los entornos del lugar, aún existían personas que lo habían vivido y que lo recordaban perfectamente. A muchas otras les había llegado por tradición oral, pero lo cierto es que existía unanimidad en la descripción de aquel suceso.
Los dos chicos eran al parecer hermanos, los cuales no dejaron de mostrarse temerosos por mucho tiempo, máxime cuando era imposible comunicarse con ellos, pues hablaban una lengua ininteligible, se resistían a probar alimentos y vestían unas extrañas ropa que parecían hechas de metal.
Ambos fueron llevados ante el magistrado del lugar, que puso mucho esfuerzo en tratar de averiguar de dónde procedían aquellos dos críos, pero le fue imposible averiguar nada de momento y eso que probó con numerosas personas que hablaron a los niños en casi todos los idiomas usados en aquel momento.
El niño, menor que su hermana, cayo pronto enfermo y murió al cabo de un mes, durante el que se habían mantenido sin probar bocado hasta que se les ofrecieron unas judías verdes, sobre las que se abalanzaron como perros famélicos. No obstante, su deterioro era tal que ni siquiera cuando empezó a comer pudo reponerse y falleció.
Su hermana, sin embargo logró salir adelante y recogida en la casa del magistrado y terrateniente más importante del lugar, Ricardo de Calno, se repuso e incluso empezó a aprender palabras en catalán. Al empezar a combinar la dieta, en principio exclusivamente de judías verdes, con otros alimentos, a salir a la calle y tomar el Sol, que para ella decía ser totalmente desconocido y, en fin, a hacer una vida como los demás habitantes del lugar, el color de su piel comenzó a cambiar, desapareciendo el tono verde poco a poco.
Cuando tuvo suficiente vocabulario para explicarse, ofreció a su benefactor la relación de cómo habían llegado hasta allí, manifestando que vivía en un lugar donde nunca se veía el Sol y siempre estaba en penumbras, desde el que se podía ver otro lugar donde refulgía la luz, pero que estaba separado por una gran corriente. Los habitantes de aquel mundo se valían de una esferas artificiales con la que producían luz suficiente para alumbrarse y para hacer crecer las plantas que les servían de alimento.
Cierto día, durante un enorme cataclismo ocurrido allí, sin que la chica supiera explicar suficientemente que ocurrió, su hermano y a ella sintieron una enorme fuerza que les empujaba, a la vez que a lo largo de la gruta sentían el sonido como de campanas. Sin saber muy bien cómo, cruzaron la corriente de agua cuando vieron la posibilidad de escapar de aquel mundo que parecía venirse abajo. Y así, con valentía y arrojo, lograron cruzar aquella corriente, apareciendo a la luz del Sol y a la puerta de aquella gruta.


Una de las muchas imágenes de los niños verdes

Como es natural, numerosos estudiosos de temas enigmáticos, realizaron investigaciones sobre este suceso, no encontrándose ninguna referencia ni a la localidad, ni al hecho concreto que se ha narrado.
Sin embargo, no falta quien cree en el suceso, que relaciona con la ya antigua y famosa idea de la tierra hueca, un lugar interior de nuestro planeta en el que se habría asentado una civilización paralela.
Esta teoría es difícil de creer, dadas las temperaturas que se pueden alcanzar a grandes profundidades, suficientes para achicharrar cualquier clase de vida y sin embargo está muy extendida y se encuentran innumerables escritos sobre ella.
Otra teoría, barajada en su momento, fue la de los mundos paralelos que muy juntos unos de otros, jamás entran en contacto por estar en otra dimensión espacio-tiempo.
Esta teoría se explica pensando en que en una explosión como debió ser el Big Bang, no todos los trozos en los que se fragmentó la masa inicial salieron despedidos al mismo tiempo ni a la misma velocidad y como consecuencia viajan por el espacio sin coincidencia alguna que los pueda relacionar.
Pensemos en la explosión de una bomba y la metralla que sale disparada; unos trozos alcanzan una velocidad y una distancia y otros se comportan de manera distinta, pues algo similar podría ocurrir en los universos paralelos.
Lo complicado es averiguar cómo y por qué circunstancias, aquellos niños pasaron de un universo al otro.
En fin, la historia está ahí, para que unos digan que es una leyenda, sin fundamento alguno y otros especulen con miles de posibilidades.
Como siempre, hay alguien que sabe más que los que le rodean, y ese alguien encontró en la crónica que se menciona al principio de este artículo, un hecho tan similar, que parecía el mismo contado siglos antes.
Efectivamente, el abad Ralph de Coggeshall recogió en la Crónica Anglicana un suceso tan similar que hasta el magistrado que se hizo cargo de los niños se llamaba Richard de Calne.
“Acerca de un niño y una niña que emergieron de la tierra”, es el título del capítulo en el que allá por el año 1200, el abad Ralph recogía, como si de un prodigio se tratara, la aparición de aquellos dos niños.
Pero el abad cisterciense tampoco fue original en su narración, sino que copió, con muy pocas diferencias, lo que Guillermo de Newbury narró en la “Historia de las cosas inglesas”, que en su capítulo veintisiete cuenta la aparición de los niños verdes y que en esta ocasión él situaba el suceso como ocurrido durante el reinado del rey Esteban, es decir, entre 1135 y 1154.
No es posible que la casualidad pueda llegar tan lejos, es más probable que lo sucedido en el supuesto e inexistente pueblo de Banjos sea una leyenda que tiene como fundamento el relato de la Crónica, la cual puede que realmente recoja la extraña aparición de dos niños en cierto lugar de Inglaterra, aunque la posibilidad de que su procedencia fuera totalmente terrestre es muy alta, en unos tiempos en los que nadie pensaba en mundos paralelos, en una cuarta dimensión ni en ninguna clase de vida extraterrestre. En aquellos tiempos todo se explicaba por la intervención divina.




sábado, 18 de julio de 2015

EL EMPERADOR NORTON I




Acaba de ingresar en prisión, no sé muy bien por qué motivos, el líder de la casa Ruiz-Mateos, el octogenario empresario protagonistas de escenas esperpénticas en las que aparecía vestido de presidiario o de Superman, o queriendo dar una “leche” a un compungido Boyer, causante de sus males.
El recurso al esperpento en algunas personas que habiéndolo tenido todo, se ven de pronto en la más profunda ruina, suele ser más común de lo que parece, aunque afortunadamente hay muchas otras personas que en situaciones parecidas, conservan la calma y el sentido común, aunque su situación sería para rebelarse de cualquier manera.
Una situación de verdadero esperpento es la que vivió, a finales del siglo XIX, un ciudadano de los Estados Unidos, llamado Joshua Abraham Norton, que pasó a los anales de la historia como “Norton I”, cuando se autoproclamó “Emperador de los Estados Unidos y Protector de Méjico”.
Claro está que una autoproclamación no supone nada más que la realización de un sueño que no tiene más reconocimiento que el que se haga a la vesania del protagonista, pero en este caso particular la cosa llegó más lejos, pues por diversas razones, los conciudadanos de Nortón I, empezaron a tomarle cariño, a preocuparse por él, e incluso a sentirlo en el momento de su muerte.
La historia no aclara mucho que procedencia tenía este ciudadano de familia judía y que muy probablemente tenía sus raíces en Inglaterra.
Su fecha de nacimiento permanece ignorada y solo se conoce la de su defunción, el ocho de enero de 1880, en la que se certificó la muerte de un varón de entre sesenta y cinco y setenta años, lo que nos lleva pensar que nació entre 1810 y 1815, sin embargo, documentos posteriores revelan que a la edad de dos años, emigró con sus padres a Sudáfrica en 1820.
Allí, en lo más alejado del continente negro, la familia Norton consiguió hacerse un hueco en el próspero mercado de materias primas que se explotaban en Sudáfrica y apoyados por otras familias judías, con las que estaban emparentados, consiguieron acumular una importante fortuna.
 A la muerte de sus padres y lo suficientemente rico, Norton emigró a los Estados Unidos, asentándose en San Francisco allá por el año 1849, en plena euforia de la fiebre del oro.
Norton se inició en el mundo de los negocios americanos, empezando a invertir en productos de alimentación, de los que la costa del Pacífico andaba escaso, pues todos los campos se habían abandonado para ir a buscar oro.
Ganó mucho dinero, pero su espíritu ambicioso le jugó una mala pasada cuando quiso, con su potencial económico, influir en el precio del arroz, que se consideraba un producto alimenticio clave.
La operación le salió mal cuando, después de invertir todo su capital en la compra de arroz chino, las autoridades de aquel país hubieron de detener las exportaciones de este cereal a causa de una hambruna de desconocidas proporciones que se desató en China. Esto hizo que los precios subieran de manera estelar, lo que habría supuesto unas enormes ganancias para Norton, pero se negaba a vender su arroz, esperando mayores ganancias, cuando empezaron a llegar cargamentos desde Perú, que Norton trataba de comprar, para mantener revalorizada su mercancía. Pero llegó un momento en el que las existencias del cereal eran tan altas que el precio cayó en picado, arrastrando al judío a la ruina.
Entonces se metió en pleitos con distintas empresas importadoras e incluso con las instituciones gubernamentales que fue perdiendo uno a uno, hasta que los bancos hipotecaron sus propiedades para pagar las deudas y en 1858 no tuvo más remedio que declararse en bancarrota.
Se exilió voluntariamente de San Francisco y durante un año desapareció, regresando luego con unas ideas nuevas, en las que culpaba al sistema norteamericano de su ruina y de la de muchos otros comerciantes como él y que para remediar aquella injusta situación, se proclamaba “Emperador de los Estados Unidos”, en una declaración que envió a todos los medios de comunicación más importantes del país y en la que venía a decir que por decisión suya y a petición de una gran mayoría de los ciudadanos, se declaraba y proclamaba emperador, conminando a los representantes de los Estados de la Unión a reunirse con él en asamblea, para lo que ofrecía la sala de conciertos de la ciudad de San Francisco.
No se tiene constancia de que asistieran los convocados representantes y la prensa daba a la noticia el toque jocoso que merecía, pero Norton, lejos de arredrarse empezó a publicar decretos en los que denunciaba el fraude, la corrupción de la casta política y de los jueces, la violación de las leyes por parte de los partidos, la influencia soterrada de las sectas políticas y muchas cosas más que dejaban indefenso al ciudadano frente a los poderes.
Llegó incluso a decretar la abolición del Congreso de los Estados Unidos, ordenando al comandante en jefe del ejército que desalojara todas las salas del edificio.

La estrafalaria figura del “Emperador”

Como es natural, estas locuras eran sistemáticamente ignoradas por los poderes, pero calaban muy hondo en el sentimiento popular y muchas personas empezaron a apoyarle en su loca tarea.
Llegó a alquilar un edificio de apartamentos en donde instaló “su corte” de chiflados visionarios como él que le acompañaban cada tarde en el recorrido de inspección que hacía por la ciudad, controlando el funcionamiento de los servicios, el estado de las alcantarillas, la fluidez del tráfico, la presencia de embarcaciones en los puertos y cuantas otras cosas se le pudieran ocurrir.
Pero no todo eran locuras en este estrafalario personaje, pues en una de las órdenes que lanzó, mandaba construir un puente que comunicase las dos riberas de la bahía de San Francisco sin interrumpir la navegación y señalaba los dos puntos en que debía tocar la tierra que son exactamente los mismos que hoy ocupa el famoso Golden Gate.
Aunque casi nadie lo tomaba en serio, a nadie molestaba su amistad, o su simple trato y de esa forma era invitado cada día a los mejores restaurantes de la ciudad o tenía reservado asiento en los teatros, en los que hacía unas entradas histriónicas, acompañado siempre por dos magníficos perros y recibiendo el respeto del público que se ponía de pie a esperar que el “emperador” se sentase.
De natural soltero, decidió casarse en un momento de su solitaria vida y no pensó nada más que hacerlo con la reina Victoria, con la que llegó a cartearse.
Hasta el genial Mark Twain se hizo eco de este personaje e incluso le escribió un epitafio cuando murió uno de sus famosos perros.
En el censo de la ciudad, verificado en 1870 el agente que rellenó los datos de Norton, consignó su nombre completo, su domicilio y en su ocupación puso “emperador”.
Llegó a imprimir billetes que, sorprendentemente, los ciudadanos aceptaban y cambiaban en paridad con los del mismo valor facial y que pasado el tiempo se han convertido en piezas de colección alcanzando altos precios en las subastas.
Al estallar la Guerra de Secesión americana, en 1861, Norton mandó llamar a los presidentes Lincoln y Jefferson, con el fin de mediar en el conflicto y acabar con las hostilidades. Como es natural, ninguno de los dos acudió al llamamiento del Norton, el cual decretó el alto el fuego que no fue seguido por nadie, pero sí muy bien acogido en aquella lejana parte del país que vivía la guerra como cosa extraña.
Con el paso de los años, su aspecto se fue degradando hasta el extremo de que en 1867 fue arrestado por vagabundo, lo que produjo tal indignación en la población de la ciudad que el propio ayuntamiento tomó cartas en el asunto, ordenando la liberación de Norton así como la adjudicación de un presupuesto para reponer su vestuario. Una comisión de concejales le visitó en su casa y le pidió disculpas, a lo que el emperador, haciendo gala de su magnanimidad, prometió olvidar el desagradable incidente.
Durante veintiún años estuvo afincado en esta farsa, viviendo permanentemente en San Francisco, hasta el extremo de que su figura llegó a convertirse en una atracción turística de la ciudad, hasta que en enero de 1880, víctima de un ataque de apoplejía, murió mientras daba un discurso en la Academia de Ciencias Naturales.
Fue enterrado, tras un funeral al que asistieron más de diez mil personas que congregó una cola de tres kilómetros, en el cementerio masónico de la ciudad y, ¡oh casualidad!, al día siguiente hubo un eclipse de Sol, que quizás inspirase a Mark Twain en el pasaje nudo de su novela Un Yankee en la corte del rey Arturo, ya que el famoso autor estuvo muy pendiente de la vida de Norton I.


Tumba de Norton I


sábado, 11 de julio de 2015

AL FONDO DEL GUADALQUIVIR



Dedicado a mi buen amigo José María de Vicente,
que me dio la idea de este artículo.

Casi acabamos de entrar en el tercer centenario de la promulgación de la Constitución Española conocida como “La Pepa”. Es un hecho extraordinariamente publicitado que todo el mundo conoce y es que las Cortes Españolas, huyendo de los franceses, se refugiaron en Cádiz y San Fernando y allí iniciaron un período constituyente que todos sabemos cómo acabó.
Pero lo que no ha llegado de igual modo al conocimiento popular es que once años después, las Cortes Españolas tuvieron que volver a refugiarse en Cádiz, considerada ya como bastión de la independencia y cuna del liberalismo y además por razones no muy distantes.
El Rey, primero “Deseado” y más tarde “Felón”, acató la Constitución que establecía que la nación española no puede ser patrimonio de ninguna familia ni persona, que su soberanía reside en el pueblo, que la religión católica, la única verdadera, es la oficial del Estado, que queda abolida la Inquisición, establece la libertad de prensa y todo lo demás que ya conocemos.
Había sido un triunfo de los llamados liberales, con algunos matices conservadores, para contentar a todos, pero sobre todo suponía el fin de las monarquías absolutistas y el inicio del parlamentarismo.
Como resultaba casi natural en la época, así que el rey, gracias a su pueblo, se vio libre de los franceses, con Napoleón derrotado y desterrado en Santa Elena, volvió a coger la sartén por el mango y donde juré aquello, ahora hago lo otro; abolió la Constitución de un plumazo y volvimos a las andadas.
Así estuvieron las cosas hasta que el uno de enero de 1820, en el sevillano pueblo de Las Cabezas de San Juan, se alzó el coronel Rafael del Riego, que proclama la Constitución. Detrás estaban personajes civiles de gran talla, como Alcalá Galiano o Mendizábal y sobre todo, la masonería.
A este siguieron otros levantamientos que culminan con los de Zaragoza y La Coruña y terminan con el de Ocaña, tras el cual se fuerza al rey a que acate el régimen liberal.
En julio de aquel mismo año Fernando VII, jura nuevamente la Constitución con un discurso en el que asegura que su decisión es libre y espontánea, ante unas Cortes que lidera Agustín Argüelles, apodado El Divino y que el rey califica de gobierno de los presidiarios, pues a todos los que lo forman, liberales consagrados, los había metido él en la cárcel.
Pero el proyecto liberal se va a pique por diferentes causas; una porque parte de la población seguía manteniéndose fiel al rey absolutista con enfrentamientos constantes entre conservadores y liberales que iban más allá de las discusiones en el seno de las Cortes y que produjo mucho derramamiento de sangre. Y dos, y sobre todo, porque las monarquías europeas no veían con buenos ojos aquella experiencia liberal con un rey que reina y no gobierna y en un derroche de ingerencia, confiaron la misión de restaurar el orden al rey francés. que envió el famoso ejército de los Cien mil hijos de san Luís, al mando del duque de Angulema, a los que se unieron muchos españoles y que tras cruzar Roncesvalles, marchó directo hacia la capital de España.
Las Cortes y el gobierno de la nación intuyeron rápidamente el peligro que se les venía encima y decidieron trasladar las instituciones del reino a Sevilla, ciudad que resultaba mucho más fácil de defender, pero Fernando VII no quería salir de Madrid. Estaba deseoso de que el ejército francés le restituyera sus poderes y acabar con aquella locura constitucionalista, pero una multitud asalta el palacio real, el rey se asusta y por fin viajan todos hacia el sur.
Tras numerosas vicisitudes, todas para el estudio historiográfico, el gobierno se ha asentado en Sevilla, ha formado un nuevo gabinete y los franceses, que han entrado en Madrid sin casi disparar un tiro, continúan su avance hacia el sur y cruzan Despeñaperros, límite de la zona de seguridad, por lo que el gobierno, que ya lleva dos meses en la ciudad, decide trasladarse a Cádiz, embaucado por los buenos recuerdos que le traía la resistencia de 1810.
En esos dos meses las Cortes se han reunido en la iglesia del colegio jesuita de San Hermenegildo que había sido elegida por el parecido con el oratorio de san Felipe Neri, que tan gratos recuerdo traía a los constitucionalistas.
Por tanto, durante estos dos meses, Sevilla, que ya lo había sido en épocas anteriores, se convirtió en la capital de España y sede de todas las altas instituciones de la nación.
Nuevamente se niega el rey a seguir al gobierno y Alcalá Galiano hace un discurso en el que suponiendo que la negativa del rey de ponerse a salvo él y su familia, no puede obedecer a otra cosa que a un delirio momentáneo, pidió a las Cortes se considere al monarca con impedimento moral y que se nombre un regencia, solamente para decretar el traslado a Cádiz. Ante esta mueva coacción el monarca y su familia emprenden el viaje. Cuatro días más tarde le devuelven la corona.
En el Guadalquivir hay varios barcos preparados para zarpar y en los que se han embarcado los equipajes de los diputados, de los miembros del gobierno, de los representantes de las instituciones y de la familia real, que el día doce de junio, a las seis de la tarde, embarca rumbo a Cádiz.
En el amanecer del día trece de junio de aquel año de 1823, festividad de San Antonio, todo parece estar preparado para la marcha, cuando empiezan a tañer las campanas de la ciudad. Es un toque extraño que no se sabe bien qué significa.
Al principio se piensa que es por la festividad del día, pero no es así, es un toque de rebato, de aviso a los absolutistas que en la sombra, han estado preparando un levantamiento contra el gobierno y que salen como una horda, a destrozar todo lo que huela a constitución y así, saquean, queman, destruyen y matan a cualquiera que sea considerado como sospechoso.
La ciudad queda sumida en un inmenso caos sin que exista una fuerza pública que oponer a los saqueadores que, exaltados, comienzan a arrojar al río los baúles en los que se guardan las actas de las Cortes y de las sesiones del gobierno, los equipajes de todos los que iban a embarcar y los muebles y demás enseres de aquellos sevillanos que no teniendo nada que ver con la marcha del gobierno, eran sospechosos de haber colaborado con los liberales o, simplemente, haber simpatizado con la idea.
De los barcos que se iban a utilizar en el desplazamiento, desaparecieron innumerables documentos, los sellos de las Cortes y hasta el bombo que se utilizaba en los sorteos de la lotería, que viajaba con el gobierno, pues era una inmensa fuente de ingresos para las arcas del Estado.
Los liberales sevillanos solían reunirse en un local denominado Sociedad Patriótica, hasta el que llegó la furia devastadora de aquella masa enfebrecida que entró a saco en las instalaciones haciendo una enorme pira con libros, muebles, cuadros, objetos de arte y decoración y todo cuanto tuvieron a mano.
Luego se dirigieron al famoso Café del Turco, en la calle Sierpes, que también destrozaron y no se salvó ni siquiera el Teatro Cómico, cuyos decorados y atrezzos robaron.

Patio del Café del Turco

Ya en Cádiz a primeros del mes de diciembre de aquel año, el escribano público de la ciudad y de la comisión para la intervención e inventario de todos los documentos pertenecientes a la Secretaría de las Cortes, da fe de una minuta de exposición del Oficial Mayor de dicha Secretaría, en la que explica que los sellos oficiales de las mismas han desparecido porque han sido arrojados al río de Sevilla el día trece de junio, con motivo de la revuelta ocurrida en aquella ciudad.
Aparte del salvajismo demostrado por los absolutistas en Sevilla, sorprende el hecho constatado del alborozo que prendía en las poblaciones españolas según iban siendo ocupadas por el ejército francés y la total ausencia de cualquier clase de resistencia, siquiera hubiese sido meramente testimonial, o más eficaz, como la que demostró la población española que quince años antes se levantó contra el invasor y ahora lo recibía con los brazos abiertos.
A este alborozo de los que comenzaban a llamarse “realistas” y al grito del “Viva el rey absoluto”, se desató en España, entre españoles, un huracán de desatadas pasiones, asesinatos, ajustes de cuentas y tropelías de todo tipo que bajo el palio de la lealtad real, la restauración de las antiguas leyes y de la religión, inundaron de sangre el país, con unos hechos que causan verdadero pavor.

Todavía hay quien cada año, el día de San Antonio, recuerda en Sevilla cómo se alzaron los absolutistas contra los liberales que abandonaban la ciudad y como sembraron el fondo del Guadalquivir con tantos baúles, muebles y hasta los sellos oficiales de la Cortes Españolas.

viernes, 3 de julio de 2015

A LA CONQUISTA DE CHINA





He de reconocer que a pesar de haberlo oído, no había tomado muy en serio que a nuestro más poderoso rey se le hubiese pasado por la cabeza semejante disparate: conquistar militarmente China; clara muestra del profundo desconocimiento de aquel país, sobre todo, cuando pude comprobar que pretendía hacer un desembarco de unos quince mil soldados, para enfrentarlo a los millones de chinos que se les podían poner enfrente.
Pero lo cierto es que al iniciar una búsqueda de documentación al respecto, empecé a ver que, efectivamente, el Austria llegó a pensar seriamente en un desembarco en China y una conquista de su territorio y gracias a que tuvo la cordura de enviar espías que le informaran de la verdad que aquel país encerraba, no nos metió en una aventura que forzosamente hubiera acabado muy mal.
Hay que entender las cosas en la mentalidad de la época y la época era esta: desde 1580 a 1640, es decir, durante sesenta años, España y Portugal fueron un solo país, con un mismo rey, que empezó con Felipe II y continuó con su hijo y su nieto, todos ellos “Felipes”.
En esos sesenta años, el imperio español abarcaba prácticamente todo el mundo, pues a las posesiones españolas se les unían ahora las portuguesas y mientras que España tenía más presencia en las Américas,  Portugal compensaba con una gran presencia en Asia, en donde tenía colonias como Goa, Daman y Diu, o controlaba extensos territorios de China, India y Japón, pasando por Indonesia, Malasia y Timor. Es decir, una muy fuerte presencia en todo el litoral del continente asiático, donde fluía el comercio con pingües beneficios para la corona.
Sin embargo España era débil en aquel continente, pues su presencia se limitaba a regiones insulares y aparte de las Filipinas, las Marianas, las Carolinas o la isla de Guam, en el continente propiamente dicho, se circunscribía a actuaciones puntuales de comercio con ciudades importantes del litoral, sin haber colonizado ninguna zona.
Pero desde la conquista de Filipinas, se entendía que aquel archipiélago debería ser una cabeza de puente para desembarcar en el inmenso continente que tenía detrás y del que muchas cosas atraían. De todas ellas, China es la que despierta la codicia de españoles y portugueses, pues es el país que posee manufacturas tan únicas como la seda, o el ámbar, materiales de primera calidad y muy solicitados en todo occidente. Aparte se comercia con maderas preciosas, labradas y en basto, porcelanas, lacas, alfombras y un sin fin de productos más que, a través del llamado Galeón de Manila, llegan a España.
Muchas de estas transacciones comerciales se realizaban en la misma ciudad de Manila, hasta donde se desplazaban los juncos chinos con sus cargamentos, procedentes de Macao, Hong Kong o Taiwán. Esta situación produjo el asentamiento en Filipinas de los propios comerciantes chinos, lo que produjo encarecimiento de las mercaderías, al intervenir los intermediarios.
Era muy importante establecerse en el continente y comerciar directamente y ese era el pensamiento de Felipe II, cuando se da una circunstancia excepcional, la brillante victoria de Lepanto, que envanece al emperador español y le hace creer que es un “tocado” por el destino y digno merecedor de mejores gestas.
Así, empieza, una vez más, a pensar en invadir y conquistar China, un país tan inmenso en tamaño, como inmenso era el desconocimiento que desde occidente se tenía de él, por lo que Felipe II decide enviar algunos espías que informen de la realidad que se esconde ante la aparente, pero infranqueable muralla que suponía el idioma, las costumbres y la escasa permeabilidad de la sociedad china, aferrada a sus tradiciones como ningún otro pueblo.
El principal baluarte desde el que iniciar la conquista, sería la plaza portuguesa de Macao, que está solamente a tres días de navegación desde Manila y el segundo es la presencia de sacerdotes portugueses y algunos jesuitas españoles ya infiltrados en el país.
En esta información juega un papel esencial la Compañía de Jesús que, dentro de la Iglesia ha alcanzado ya un enorme poder y que ha criticado agriamente las campañas de “evangelización” en las que se ha derramado más sangre y se han perdido más vidas de las que se pretendían salvar.
Tras Lepanto, el virrey de Nueva España, Enríquez de Almansa, del que depende Filipinas, recibe órdenes de Felipe II de aprovisionar tres buenos barcos, para “que llevaran un poco más lejos el descubrimiento de China”.
Y así, en febrero de 1572, estos barcos se pusieron a las órdenes de uno de los mejores capitanes que había tenido Legazpi en la conquista del archipiélago, Juan de la Isla. Entre las órdenes que el capitán recibió iba no solamente la del descubrimiento de las nuevas tierras de “Chatay”, como había denominado Marco Polo a China, sino también su conquista.

Mapa de Chatay, dibujado por Vespuccio

La desmedida ambición de conquista que España experimentaba en aquellos momento de pleno apogeo, son difícilmente imaginables, pero puede constatarse en muchos escritos de la época, como el que un funcionario del gobierno de Manila escribe al Virrey, dándole a entender que China podría conquistarse con menos de sesenta buenos soldados españoles.
Poco a poco, el deseo de la conquista se fue asentando en las mentes de los diferentes gobernantes que pasaban por el virreinato y por el archipiélago; tanto y tan sin medida era la idea, y tan grande el desconocimiento del supuesto enemigo que en 1576, después de que la expedición de Juan de la Isla volviera sin resultados positivos, el nuevo gobernador de Filipinas, Francisco de Sande, escribía al rey sobre un plan que había ideado para subyugar China con sólo seis mil arcabuceros y piqueros. Vista una perspectiva de la sociedad china que la presentaba como corrompida, dedicada a la piratería y al crimen, su idea era conquistar una pequeña provincia y presentarse como libertadores, predicando la “verdadera fe de Cristo” a aquellos idólatras y sodomitas y predicando con el ejemplo conseguir que las demás provincias se fueran adhiriendo a la causa abierta por España, sin descartar algunos sobornos a mandarines importantes.
El plan estaba basado en las experiencias de Cortés en la conquista de Méjico, pero naturalmente, China nada tenía que ver con el país de los aztecas.
Otras voces y plumas de diferentes partes del continente se unieron a las disparatadas ideas filipinas y el rey seguía recibiendo cartas apoyando la conquista.
Pero el Consejo de Indias, el máximo órgano administrativo y ejecutivo del momento, no tenía las cosas demasiado claras y barajaba otras informaciones que los religiosos habían hecho llegar y en las que se decía que el emperador de China tenía un inmenso poder sobre su pueblo, además de un ejército de más de cinco millones de soldados. Estas dudas fueron trasladadas al rey que, apodado el Prudente, no tardaron en hacer mella en él y se inclinó por iniciar una amistad con el emperador chino y en vez de enviarle barcos para una invasión, comenzó a mandarle regalos, entre ellos, algunos retratos pintados por Sánchez Coello, el pintor de la corte de aquellos momentos.
La prudencia del rey no guardaba justa relación con la imprudencia que demostraban los distintos gobernantes de Nueva España y de la propia Filipinas y más que nada, de una persona que jugó un papel fundamental.
Esta persona era un jesuita, quizás algo disidente con el pensar de sus propios compañeros, llamado Alonso Sánchez, que en 1582 partió a China a predicar el evangelio y un año más tarde, al regresar a Manila, informó a las autoridades que era prácticamente imposible predicar a los chinos sin un respaldo militar, a la vez que hablaba y enumeraba la cantidad de beneficios que lo que él denominaba “empresa China”, podría reportar a España y que con un ejército de diez mil hombres se podría hacer; y llegaba a más, cuando decía, gratuitamente, que la ciudad de Cantón podría ser tomada con doscientos hombres.
El jesuita se dio cuenta que el pueblo filipino, sus gobernantes e incluso el obispo, estaban a favor de su idea y llegaban a rebajabar un poco los efectivos necesarios, volviendo a poner a Cortés y Pizarro como ejemplos de conquistas.
A estas alturas hay que decir que a los portugueses les rechinaba aquella idea, pues pensaban, con mucha razón, que perjudicaría sus intereses comerciales y los jesuitas de lusitanos, empezaron a distanciarse de los españoles.
La idea fue tomando cuerpo hasta el punto de que soldados voluntarios empezaron a llegar a Filipinas procedentes de todos los territorios americanos y desde Japón, enemigo ancestral de China, se ofrecieron seis mil soldados para unirse a los conquistadores españoles.

Jesuita predicando a un mandarín chino

El padre Alonso Sánchez se convirtió en el predicador de aquella especie de cruzada, pues no hay que olvidar que lo que verdaderamente motivaba era la expansión de la fe cristiana, aunque luego ésta trajera consigo innumerables prebendas, encomiendas, títulos y otras sinecuras, todas tan apetitosas. Tanta fama había alcanzado el jesuita que se hizo necesario que viniera a Madrid para explicar al rey todo el proyecto y así lo hizo, siendo recibido en palacio por tres veces, tras las cuales el rey nombró un comité de expertos para estudiar el tema en profundidad.
Pasaron años desde que el jesuita marchó a predicar a China hasta que fuera recibido por el rey, concretamente seis años. Estaban por tanto en 1588, fecha clave para apagar la euforia española, pues se produce el tremendo desastre de la Armada Invencible, que hace recapacitar sobre las posibilidades reales de España en ese momento.

Aunque parezca absurdo, la idea de la conquista militar de China, no se abandonó por completo. Siguió rondando en las mentes de muchas personas poderosas, pero no se materializó en nada, pienso que afortunadamente, aunque los religiosos y sobre todos, los jesuitas, pensaban que se perdía la oportunidad de cristianizar a millones de personas, con lo que hoy, China, habría sido tan católica como toda América.

miércoles, 1 de julio de 2015

EL ESTADO ISLAMICO



Consideraciones del Comisario principal, jubilado,
Andrés Díaz Muñoz, agregado del Ministerio de  Interior 
a la embajada de Bolivia durante ocho años.



La conversación, el dialogo, a veces la insistencia en requerir datos, hace que aflore algo comprometido para nuestro  interlocutor y que no estaba dispuesto a soltar. La curiosidad por conocer y la obstinación por saber, siempre fueron dos buenas aliadas en la obtención de información y una forma de conducirme en mi labor profesional.
Lo anterior viene a cuento, por una información que obtuve hace unos años y  que está relacionada con la lucha contra el terrorismo yihadista  por parte de occidente y más concretamente por los países que componen la Unión Europea.
No soy ni mucho menos un experto en temas o conflictos internacionales, pero si puedo asegurar que en una mayoría de ocasiones el conocimiento de muchas personas, que están alejadas de lo que es una estructura de Gobierno o Estado, tienden a dar respuestas o soluciones simplistas  más sensatas o acordes que aquellas que propugnan los gobiernos, que son mucho más complejas.
En los tiempos en que fui agregado de Interior en Bolivia, una de las principales tareas que allí tenía encomendada, era la obtención de todo tipo de información al objeto de luchar contra el narcotráfico en España. Eran infinitas las informaciones que se pasaban relacionadas con el  envío de cocaína hacia Europa. Un día, en mi domicilio y con ocasión de una de las muchas comidas de hermandad que celebrábamos algunos de los agregados de los países acreditados, y a la que solía asistir el director de la DEA en el Cono Sur Americano, persona con la que me unía gran amistad que aún mantengo, me hizo unas confidencias en un aparte.
Me dijo que su país, Estados Unidos, estaba luchando de forma descomunal contra el narcotráfico en todos los países sudamericanos en donde se producía cocaína (Bolivia, Perú, Colombia, Ecuador, Paraguay), así como también en otros que servían de tránsito a la misma (Venezuela, Uruguay, Argentina y Brasil); en todos ellos esa lucha se llevaba a cabo a través de la utilización de medios humanos y materiales de entidad, algo que suponía un aporte económico muy importante para los países productores en su lucha contra el narcotráfico.
Suponía asimismo un aporte de desprestigio para la DEA y Estados Unidos, ya que las izquierdas de los países sudamericanos consideraban que esa ayuda no era tal, sino una forma de introducirse los yankees en los países del cono sur para poder controlarlos.
El consideraba que desde un tiempo atrás los Estados Unidos de Norteamérica  les estaba “sacando las castañas del fuego” a los países de la Unión Europea, pues el narcotráfico hacia Europa había superado en cantidad al que iba a Estados Unidos.
Prosiguió diciéndome que los países de la C.E.E deberían de considerar la situación, pues la cooperación europea en esta materia solo consistía en el aporte de una persona en cada embajada y no todas (agregado interior u oficial de enlace) cuya función era informar a sus países pero no intervenir.
En la actualidad y concretamente desde la irrupción de las ideas bolivarianas en algunos países cultivadores de la hoja de coca, la DEA (servicio antinarcóticos americano) ha desaparecido de esos países y según me informan personas entendidas,  la economía de esos países está subiendo debido al narcotráfico, que se practica con total libertad.
Desde la segunda guerra mundial los europeos hemos estado acostumbrados a que los Estados Unidos de América sea el país que nos salvaguarde los intereses y los ideales que conforman el mundo occidental, bien interviniendo en infinidad de conflictos o bien creando organizaciones para la defensa de Europa.
En los momentos actuales ocurre algo parecido a lo que me decía mi amigo de la DEA relacionado con el narcotráfico en Estados Unidos, quizás agravado.
La economía del país más grande del mundo en el año 2008 entró en una grave crisis económica, provocada por una fuerte burbuja inmobiliaria, así como por un valor anormalmente bajo de su moneda; el dólar, algo a lo que no estaban acostumbrados sus ciudadanos, situación que se agravó por la bancarrota de diversas entidades financieras, relacionadas con el mercado de las hipotecas inmobiliarias, que se expandió hacia el resto del mundo. 
A lo anteriormente expuesto hay que indicar que en las elecciones presidenciales de noviembre de 2008, Barack Obama se convirtió en presidente de los Estados Unidos y en enero de 2009 le fue otorgado el Premio Nobel de la Paz, distinción concedida a los dos meses de llegar a la presidencia y que hoy día podría considerarse como un lastre que ha llevado durante su mandato.
 Desde la toma de posesión de Obama la opinión pública norteamericana está cansada de que el país se gaste ingentes cantidades de dinero en guerras como la de Libia, Irak y en otros muchos conflictos internacionales, todos ellos muy lejos de sus fronteras, algo parecido a lo que  ocurrió en su lucha contra el narcotráfico, poniendo en este caso además de sus muertos, sus medios, mientras Europa lo que hace es contemplar cómo se expande el terrorismo yihadista, respondiendo sólo con manifestaciones multitudinarias de la ciudadanía o con declaraciones rimbombantes en las que  continuamente se señalan las atrocidades del islamismo más radical, sin ninguna acción en concreto fuera de la CEE.
Mientras,  el califato islámico continua imparable, creando un Estado que avanza inexorablemente por diferentes países musulmanes y que utiliza como medio de propaganda  la realización de todo tipo de acciones de los más bárbaras y deleznables que divulga aprovechando las redes sociales que otros países han puesto en funcionamiento y que son contempladas en Europa como si procedieran de un mundo distinto al que vivimos.

Ya es hora que la Unión Europea, asuma su papel en la lucha contra esta organización sanguinaria e inhumana, del mismo modo que lo hace con la economía y que se convierta en el adalid de la lucha contra el terrorismo del ISIS, creando un sistema de defensa e intervención con el fin de salvaguardar los valores de la civilización occidental y no que contemple como única defensa de sus valores a la OTAN, cuya pieza fundamental es EE.UU, como la  única organización militar posible, porque la esencia de esta organización es la de defender a cualquiera de sus países miembros de un ataque exterior, pero no del terrorismo yihadista.