miércoles, 23 de febrero de 2022

MÓNICO, INGENIERO E INVENTOR

 

Parece que se convertido en un tópico que cualquier español que quiera medrar en su profesión, sobre todo si ésta se relaciona con las ciencias, se ha de marchar de España. Pero eso mismo es aplicable a muchas otras nacionalidades en las que resulta difícil abrirse camino, sobre todo teniendo abiertas las puertas de países mejor dotados que esperan con los brazos abiertos a esos genios emigrantes.

Siempre ha sido así y el alemán Einstein, el serbio Tesla o los italianos Meucci y Marconi, salieron de sus países para ser acogidos en los Estados Unidos.

No tiene nada de extraño; lo que si resulta chocante es que personas que han triunfado a nivel mundial en sus respectivas áreas, resulten casi completamente desconocidas en el país que los vio nacer y formarse.

Este es el caso de muchos, a uno de los cuales me voy a referir en este artículo. Se trata de Mónico Sánchez Moreno, un ingeniero, inventor y científico hecho a sí mismo.

En Piedrabuena, un pequeño pueblo de la provincia de Ciudad Real, nació el 4 de mayo de 1880 Mónico Sánchez Moreno. Su padre era un modesto fabricante de tejas y su madre ayudaba a la economía de la casa trabajando como lavandera.

No obstante los escasos recursos con que contaba la familia, Mónico fue a la escuela local, donde conoció y quedó prendado de un descubrimiento reciente que estaba revolucionando el mundo: la electricidad. En la escuela permaneció hasta los catorce años en los que empezó a desempeñar diferentes trabajos, desde mozo de reparto hasta dependiente de comercio y con solamente diecinueve años, con los ahorros de todos sus años de trabajo, montó su propia tienda, que vendió dos años después y con los beneficios obtenidos se traslada a Madrid, donde tiene pensado estudiar ingeniería eléctrica, pero carecía de titulación que le permitiera el acceso a la universidad, así que bajó el listón y se apuntó a un curso de electromecánica por correspondencia.

 

Fotografía de Mónico Sánchez

 

Una idea de la voluntad y el tesón de este joven la aclara la circunstancia de que los cursos, casi únicos que se daban en la España de principio de siglo, eran en ingles y Mónico no tenía ni idea de esa lengua, así que con mucha paciencia y más voluntad, diccionario en ristre fue desgranando cada palabra y cada ejercicio , hasta que al finalizar el mismo el director del curso que residía en Londres, sin apenas conocerlo, pero avalado por los progresos que había constatado en los casi tres años que duró el curso, le recomendó que se marchara a Nueva York para ampliar sus conocimientos. Y así con poco más de sesenta dólares, emprendió su aventura.

Una vez en los Estados Unidos, comenzó a trabajar como ayudante de delineación, compatibilizando con  estudios de electricidad  y superando la dificultad de su escasa capacidad de relacionarse a través de la palabra, pues, ciertamente, el inglés escrito lo había superado, pero la dificultad para entenderse era muy grande, así que iba permanente pertrechado de una “tablet” de aquella época que recibía el nombre de pizarra y pizarrín.

Con 27 años terminó sus estudios y consiguió un trabajo en una fábrica de aparatos eléctricos , mientras seguía realizando cursos de formación que completaran su bagaje de conocimientos, culminando su trayectoria formativa en la prestigiosa Universidad privada de Columbia, sita en Manhattan, comenzando a trabajar para una empresa que fabricaba material electrónico para hospitales, donde destacó rápidamente por su trabajo para fabricar un aparato de rayos X que se pudiese transportar.

Aunque el descubrimiento de los rayos X se atribuye al científico Roentgen en 1895, se sabe que en realidad fue el serbio Nicola Tesla quien los apreció por primera vez, cuando hacía otros experimentos con un antepasado del rayo laser y falto de tiempo para ahondar en su descubrimiento, pasó la información a su amigo Wilhelm Roentgen que ultimó el proceso.

Pero un aparato de rayos X pesaba más de doscientos kilos y era prácticamente imposible de transportar, así que su uso se limitaba a hospitales.

Para conseguir su objetivo utilizó fuentes de energía que ya se utilizara para otros instrumentos hospitalarios, e incluso otros aparatos de muy diferente uso, como el telégrafo.

Así consiguió un aparato portátil de unos diez quilos de peso y que se transportaba en un maletín.

 

Maletín de rayos X portátil

 

La posibilidad de sacar un aparato tan útil como los rayos X de un hospital y llevarlo a domicilios o mejor aún a un campo de batalla, hizo que muy pronto adquiriera gran popularidad y la compañía de teléfonos Collins, dedicada a la telefonía sin cables, contrató a Mónico y empezó a distribuir su invento, compitiendo con las grandes eléctricas norteamericanas, que se dedicaban a otros aparatos como acondicionadores de aire, frigoríficos, radios, etc.

En 1910, Mónico vino a España a participar en un congreso sobre electrología médica en Barcelona, donde expuso su invento y vendió todos los aparatos que había traído. En ese momento su fortuna se calculaba en un millón de dólares y se decidió a montar una fábrica en España, concretamente en su pueblo, en Piedrabuena que, por cierto no tenía ni electricidad ni agua corriente, dos imprescindibles elementos para montar su fábrica, pero eso no arredró al manchego que instaló una central térmica alimentada por carbón capaz de producir la energía suficiente para su proyecto y una red de distribución de agua potable. Como ambas instalaciones daban capacidad sobrada para su proyecto, vendía ambos productos a sus vecinos, consiguiendo así buenos resultados económicos.

Con el inicio de la I Guerra Mundial, el uso del aparato de rayos X portátil se popularizó enormemente y países como Francia hicieron grandes pedidos que instalaron en furgonetas, donde la posibilidad del aparato de trabajar con corriente alterna o continua, hacía que se pudiese alimentar con la batería de dichas camionetas que podían llegar hasta la primera línea del frente.

 

En ambulancias como esta se montaron los aparatos de rayos X

 

Sin embargo con la llegada de la II República, la situación de Mónico y su empresa se fue deteriorando, y aunque volvió a Estados Unidos con la intención de reflotar su empresa, ya no lo consiguió. El mundo entró en guerra y grandes cambios arrumbaron el invento de Mónico Sánchez, hasta el extremo de que en 1961, cuando murió, su invento era casi desconocido dentro de la clase médica española.

Pero es que somos muy dados a olvidar a nuestros grandes logros y en este caso el olvido no es solamente del de un inventor y su máquina revolucionaria, es estamos ante un hombre que teniendo posibilidades mucho más amplias, decide instalar su taller, laboratorio e industria en un pueblo perdido del corazón de España, cuando en cualquier otro país lo estaban esperando para acogerlo con lo brazos abiertos y facilitarle su labor en todo lo posible. Además de que ese empeño por su pueblo cuajó durante años, su máquina llevada al medio rural servía para detectar fracturas de huesos entre obreros y campesinos que no tenían ninguna posibilidad de acudir a un hospital y en las guerras detectar restos de metralla incrustados en los soldados del frente, sin tener que trasladarlos, simplemente en la enfermería de vanguardia.

Su declive empezó con la llegada de la II República, como decía anteriormente, pues para unos era un industrial acaudalado y por tanto enemigo de la clase proletaria y para otros un “bicho raro” al que no sabían cómo catalogar.  Ni unos ni otros conocían la dimensión del avance científico que Mónico representaba.

martes, 15 de febrero de 2022

UNA TRÁNSFUGA HISTÓRICA

 

Pensamos que defraudar, engañar, incumplir la palabra y otras muchas acciones reprobables del comportamiento humano, sobre todo cuando esos humanos alcanzan un grado elevado en la sociedad, son cosas de la actualidad; creemos que nuestros antepasados tenían un elevado concepto de la ética y que la falsedad entraba poco en su forma de comportarse, pero no era así; hacían lo mismo que se hace ahora, solo que visto con otro prisma.

Hasta los acendrados católicos que llevaban el dogma y la liturgia en la sangre, mentían con compulsión, defraudaban con afán y se enriquecían con avaricia a costa de los demás.

Incluso tránsfugas, personas que traicionaron la disciplina a la que estaban sometidos, o la palabra que habían empeñado, encontramos a lo largo de los siglos.

En la historia de España si hay una reina digna de admiración, por encima de todas, es Isabel I de Castilla, más conocida como Isabel la Católica, que reinó durante treinta años, durante los que observó en todas sus actuaciones la forma más correcta de proceder.

Pero, ¿cómo llegó a reina? La historia quizás sea sabida por muchos, pero ciertos detalles que se esconden tras esa saga, son un poco más desconocidos.

Era Isabel hermana de padre del rey de Castilla Enrique IV, despectivamente nombrado como El Impotente, pues ciertamente no conseguía tener descendencia, parece que tenía tendencias homosexuales y en el análisis que el doctor Marañón hizo sobre él en su libro Ensayo biológico sobre Enrique IV de Castilla y su tiempo, venía a decir que: Enrique IV padeció impotencia, anomalía peneana, infertilidad, malformación en sus genitales, litiasis renal crónica (mal de ijada, de piedra y dolor de costado) y hematuria (flujo de sangre por la orina). Precisamente, estos problemas urológicos pudieron estar detrás de su fallecimiento el 11 de diciembre de 1474 a causa de una obstrucción de la orina”.

En vista de esa fragmentación dinástica, Enrique nombró a su hermanastra Isabel, heredera de la corona de Castilla según se estableció en el Tratado de los Toros de Guisando, pero ese nombramiento tenía una premisa, sin la cual la sucesión de Isabel se veía en el aire y es que tenía que casarse con el heredero de la corona de Portugal; pero Isabel no estaba por extender sus dominios hacia el oeste, hacia las tierras lusas, un país poco comprometido con la reconquista del solar patrio, sino hacia el lado contrario, hacia el reino de Aragón, comprometido como Castilla en expulsar definitivamente a los musulmanes de nuestros territorios.

 

Fernando de Aragón e Isabel de Castilla

Así que Isabel se fijó en el príncipe heredero de la Corona Aragonesa, Fernando y sopesando las ventajas e inconvenientes vio que era más favorable que la boda con el rey lusitano.

Así que un año después de su nombramiento y compromiso con su hermano, en 1469, Isabel se casó con Fernando.

Apoyaban a Isabel en esta boda una buena parte de la nobleza castellana y al completo el reino de Aragón aunque por diferentes motivos, el principal porque estaban en bancarrota, como consecuencia de mantener su aspirada hegemonía mediterránea y la dificultad que tenía la Corona de recaudar más tributos, pues la fuerza de las cortes aragonesas, valencianas y catalanas, ponían innumerables trabas recaudatorias, dadas las muchas concesiones que los fueros concedían a las instituciones.

Pero en Castilla no era así, las Cortes Castellanas apenas tenían papel importante en las decisiones reales y con muchas frecuencia las reunía el rey con la única intención de dar algún sablazo al pueblo.

Pero había un serio inconveniente y es que Isabel y Fernando eran primos en segundo grado y por tanto la sempiterna Iglesia tenía que decir la última palabra, es decir, conceder la licencia papal para que el matrimonio se pudiera celebrar, obviando la circunstancia excluyente de la consanguineidad.

No es necesario aclarar que este es un trámite engorroso y de lentísima solución,  pues a la burocracia de la época hay que añadir la lentitud de las comunicaciones y como los primos tenían prisa para que su boda, llevada en el más riguroso secreto, no se viese frustrada por la intervención del rey castellano, hubieron de recurrir a trampear el asunto.

Así y todo, el 19 de octubre de 1469 se celebró la boda en la más absoluta intimidad, sin invitados, sin boato y sin las celebraciones populares de las que los enlaces regios acostumbraban a prodigarse. Y eso un año y un mes después de que el rey hubiese nombrado a su hermanastra como su sucesora.

Evidentemente eso no sentó nada bien a la corona castellana, pero no había solución. Había sido una boda católica celebrada con todas las premisas exigibles y por tanto, imposible de anular. Cabrían otras opciones, pero Isabel y Fernando estaban casado, formaban un matrimonio que solo Dios podía disolver.

Pero cómo es posible que hubiesen obtenido la dispensa papal en tan corto espacio de tiempo. Y cómo era posible que una heredera de la corona se hubiese casado sin el beneplácito del rey. Fue cosa de la doble y afanosa intervención favorable de una buena sección de la nobleza castellana y de la Corona de Aragón por una parte y por otra, la obtención de la dispensa papal.

Pero el dinero lo puede todo y así, el día anterior la boda, se presentó en el palacio de los Vivero, de Valladolid, lugar donde se iba a celebrar el enlace, la dispensa papal firmada por el Papa Pío II.

Palacio de los Vivero en Valladolid

Y aquí empieza el lío. Pío II, nombre con el que pontificó Eneas Silvio Piccolomini, falleció en la ciudad de Mantua en el año 1461, así que llevaba ocho años muerto cuando firmó la famosa dispensa.

En el momento de la boda el papa era Paulo II, el cual se negó a firmar la dispensa papal y sin que ninguna presión ejercida desde todos lados, le hiciera cambiar de opinión.

En vista de todo aquello, hay que considerar que las normas no son iguales para todos y que la falta del documento así como la falsificación del que se presentó, tuvieron pocas consecuencia, claro que no hay nada que el dinero, la influencia o el simple poder no consigan y a la muerte de Paulo II, su sucesor, Sixto IV firmó la dispensa a toro pasado, pero que por fin convertía el matrimonio en perfectamente legal a los ojos de la Iglesia que no era la única que miraba estas cosas con espíritu crítico.

No fue este el único documento que se falsificó para que la boda se celebrase felizmente, pues a lo que ya se ha dicho de la autorización real, hubo que falsificar la edad del príncipe Fernando que en el momento de las nupcias tenía solamente diecisiete años, era por tanto menor de edad.

La acción de la reina, traicionando gravemente el mandato real según el cual, su hermanastro la nombraba heredera si se casaba con el rey de Portugal, tuvo consecuencias para España y muy buenas por cierto, pues de ese matrimonio surgió el impulso para acabar con la reconquista, convertir el país en un estado moderno, relacionarse a través del tálamo nupcial con las casas reinantes en Europa y comenzar la increíble aventura de descubrir todo un nuevo mundo.

Pero para eso fue necesario que Isabel fuese una tránsfuga, una persona que no acató la disciplina de su partido que le imponía algo que iba contra sus sentimientos y desobedeciendo el mandato, hoy diríamos que votó en conciencia.

La historia nos ha hecho ver que Isabel acertó plenamente al tomar aquella decisión y afortunadamente no hubo ningún mentecato que viniese a acibarar la gloria que a España proporcionó.

Se entiende, ¿no?

viernes, 4 de febrero de 2022

¡ESTOY HASTA LOS...!

 


Consciente de que me vuelvo a salir de mi línea, llevo por dentro una tormenta que me obliga a escribir este artículo, aunque solo sea por desahogarme.

¡Menudo espectáculo dimos los españoles ayer en el Congreso de los Diputados! Según muchos expertos se votaba la ley más importante de esta legislatura, la ley que reformaba la Reforma Laboral aprobada en 2012 y cuya esencia, que se ha demostrado eficaz, iba a ser demolida por el partido en el gobierno y sus socios de extrema izquierda. Pero resulta que esta supuesta reforma de una ley que, en el decir de muchos, impulsó el crecimiento económico y la paulatina salida de la profunda crisis que se vivía en los primeros años de la segunda década del siglo XXI, era como cuenta Esopo en la fábula del Parto de los Montes: los montes de la tierra estaban preñados y a punto de parir, esperándose grandes monstruos de aquel parto, pero después de muchos aspavientos lo que parieron fue un ratón.

Pero además de que la ley que se sometía a votación era canija y poco reformadora, su parto tuvo que ser por cesárea, porque por el canal habitual, no había forma de sacarla.

Ya sabemos todos el resultado final: la derecha, artífice del original de esa ley, se oponía a su modificación por insignificante que ésta fuese y precisamente los partidos en el gobierno, es decir la izquierda y la extrema izquierda, más los socios de incalificable afiliación, ganaron la votación por culpa de un diputado de derechas que estando en Madrid no se encontraba en el hemiciclo y emitía su voto telemáticamente y por si fuera poco lo hace mal, o a lo mejor lo hace muy bien, quién sabe y al querer corregir su error, se presenta en el Congreso, pero el rodillo gubernamental le impide cambiar su voto. Por eso y por dos diputados que no han cumplido la disciplina de partido y votaron en contra, la ley ha salido adelante por un voto de diferencia.

La sombra del transfuguismo planea por la Carrera de San Jerónimo.

En fin, ya veremos cómo queda esto, pero lo que sí es cierto es que la política española está para hartar al más paciente.

Hace ya unos años, escribí un par de artículos sobre la faceta poco conocida de Amadeo de Saboya de su extraordinaria cualidad de “gafe”, así como todo lo que hubo de padecer por culpa de los políticos españoles, hasta que le empujaron a dejar la corona sobre el asiento y salir corriendo. Ni siquiera se despidió y la carta en la que decía adiós, la leyó su mujer en el Congreso, todo lo que puedes leer en estos dos enlaces: 

http://unalupasobrelahistoria.blogspot.com/2016/08/elegir-un-gafe.html

http://unalupasobrelahistoria.blogspot.com/2018/10/seis-anos-perdidos.html

Uno que sale huyendo sin dar explicaciones, si bien las razones de su abdicación estaban muy claras.

Inmediatamente el pueblo se echa a las calles y pide la proclamación de la república; así se hace y el Partido Republicano Democrático Federal, mayoritario en la cámara, se hace con el poder y nombra presidente de la Primera República al catalán  Estanislao Figueras y Moragas.

Figueras había nacido en Barcelona en el año 1819, en el seno de una familia burguesa y acomodada. Estudió Derecho y recién licenciado marchó a Tarragona para iniciarse como abogado, pero pronto sus inquietudes políticas le hacen desviar su atención y aprovechando sus conocimientos en materias legales, ingresa en el Partido Demócrata, de aspiración progresista, en una Cataluña sacudida por la violencia anarquista y de los industriales catalanes que contrataban matones, muchas veces del propio Somatén, para contrarrestar a los anarquistas.

En una de las muchas refriega, cae asesinado su compañero y amigo Francisco Coello, lo que le hace tomar más afán por el partido y se presenta como diputado por Tarragona, distrito por el que sale elegido.

Su postura de extremo laicismo se acentúa hasta el punto de crearse serias enemistades con todos los partidos católicos y tras la sublevación del madrileño Cuartel de Artillería de San Gil, en el año 1867, incitado por los partidos progresistas y democráticos, en la que participó activamente, fue juzgado y condenado, pero Figueras no se deja encarcelar y huye a Portugal, de donde volvió tras la deposición de la reina Isabel II y el comienzo del llamado Sexenio democrático. Volvió a España, y se afilió al Partido Federal, que lideraba Pi i Margall.

Pasan unos años y Figueras se ha asentado en el partido y tras la espantada del rey Amadeo y la proclamación de la Primera República, viene su nombramiento como primer presidente del nuevo gobierno.

Pero también le duró poco la satisfacción de presidir el gobierno y acuciado por una tremenda crisis económica, una división interna de su partido con unas insidias y agresiones fuera de lo común, la actitud sublevacionista de Murcia que llegó  a acuñar monedas, como si fuera un estado soberano y la proclamación de un imaginario Estado Catalán, contrario a su ideología federalista, que consiguió abortar pero a base de disolver el ejército en Cataluña, las cosas se le fueron poniendo tan feas que a los cuatro meses, se mostraba tan hastiado de la situación que en una reunión del Consejo de Ministros, les dijo a sus colaboradores a la cara una frase que se ha hecho ciertamente popular: “Ya no aguanto más. Voy a serles franco:¡estoy hasta los cojones de todos nosotros!”

 

Estanislao Figueras y Moragas

 

Seguidamente salió de la sala y ya no volvió. No se presentó al día siguiente en su lugar de trabajo, que era nada menos que la Presidencia de la República, por lo que los ministros más influyentes de su gobierno, Castelar y Pi i Margall, decidieron mandar a buscarlo a su casa, pero la sorpresa fue mayúscula cuando les informaron que el presidente había hecho las maletas y había cogido un tren para Francia, dejándolos a todos con un palmo de narices.

Descabezada la República, el partido hegemónico nombró a Pi i Margall nuevo presidente, que tuvo que empezar a comerse los marrones que la situación política española iba constantemente creando.

Y ya van dos los que toman las de Villadiego, es decir, largarse sin dar explicaciones, un acto tan español que está recogido en la literatura de nuestros clásicos, aunque Figueras regresó meses después, sobre él pesaba una carga de descrédito de la que no pudo superarse.

Si todo un presidente de una república, Jefe del Estado, por tanto, puede verse hastiado hasta soltar la exclamación que le ha hecho famoso y seguidamente quitarse de en medio abandonando sus obligaciones, cómo se pueden llegar a sentir los ciudadanos de un país cuando una y otra vez son obligados a presenciar situaciones como las que estamos viviendo.

Un país en donde la mendacidad es el común denominador de la vida política, se convierte un país hastiado, al borde de la desesperación y con un gusanillo dentro que le impulsa a pronunciar la frase de Figueras.

No quiero hacer un repaso sobre todas las mentiras, los incumplimientos, los enriquecimientos espontáneos, la búsqueda indiscriminada de la satisfacción personal y tantas otras indignidades cometidas, porque para eso está lo que da en llamarse “maldita hemeroteca”, que refleja de manera inexorable y contumaz todo aquello que se dijo y lo que se dice ahora.

Y en esto no se salva nadie, toda la clase política es poco más o menos igual, lo que nos lleva a una situación de desesperanza que te hace pensar que la forma más inteligente de gobierno tendría que ser la Plutocracia, el gobierno de los más ricos, porque así, al menos, no van a la política para salir de pobres, que es lo que la mayoría pretende.

Ya lo dijo el clásico latinajo: “Primun vivere deinde... ¿politicari?”.