jueves, 26 de noviembre de 2020

JUICIOS DE PECULADO

 

El Imperio Romano, desde su esplendor, cayó en una degradación paulatina que lo llevó a su total desaparición y a la más grande fragmentación conocida. Pero Roma, como germen y cabeza del Imperio había tenido años de extraordinaria gloria. De Roma hemos heredado usos costumbres y sobre todo el concepto del “Ius”, el  Derecho, que inspiró muchas legislaciones actuales, como la española.

En ese Derecho Romano, 123 años antes de nuestra era, se incluyó una ley llamada “Lex Acilia Repetundarum” la cual creó unos tribunales especiales para sancionar los delitos de “concusión, o peculado”, cometidos por los funcionarios públicos, analizados y juzgados al terminar su mandato.

Estos tribunales se dedicaban a investigar si un magistrado, o funcionario en general, durante el tiempo en que había servido al estado, había cometido algún delito de cohecho, prevaricación, fraude, exacción ilegal o cualquier otro relacionado con el ejercicio de su mandato.

Si al concluirse la investigación se encontraban pruebas suficientes, el asunto se llevaba a juicio y allí se lucían los abogados. Si el cesante era considerado culpable, se le sometía a la pena de mayor trascendencia social que era la “Damnatio memoriae”, que venía a ser como condenar a una persona a la pena de no haber existido nunca. Su nombre era borrado de todos los registros, incluso si figuraba en alguna grabación sobre piedra, ya fuera una lápida, una columna o un arco triunfal, sus estatuas destruidas y las monedas con su efigie retiradas de la circulación.

Del juicio de concusión no se libraba nadie y el emperador Domiciano, incluso tras su asesinato, fue condenado a dicha pena, como también lo fueron Calígula, Nerón, Cómodo, Heliogábalo y algunos otros.

La Ley Acilia se fue usando cada vez menos y la corrupción inundó todas las esferas del imperio hasta producirse la debacle total.

Pero algunas culturas europeas heredaron aquella ancestral y sana costumbre de juzgar el paso de las personas por puestos de la administración y así, en Castilla se dieron los llamados “Juicios de Residencia”. Estos juicios eran una auténtica auditoría, como se los llamaría ahora, del paso de las personas por los cargos diversos de la administración y esa norma fue observada con todo rigor no solo en España, sino sobre todo, en los territorios americanos y otros de ultramar.

Concretamente en las Américas, desde el virrey, la máxima autoridad, hasta corregidores, oidores de audiencia, alguaciles, altos cargos del ejército y en fin, toda persona que hubiese detentado un cargo de cierto relieve, era sometida, al final de su mandato a este juicio. Y era precisamente su sucesor en el cargo el que enjuiciaba su actuación.

Durante este proceso, el funcionario cesado debía permanecer en la localidad en la que había ejercido su gestión, sin poder ausentarse, razón por la que el juicio recibía el nombre de “residencia”, pues estaba obligado a residir allí.

En un diccionario jurídico de 1700, al respecto de estos juicios se dice que es aquella investigación que el nuevo, corregidor, comisionado o empleado de la administración, hace del modo de proceder de su antecesor.

Con estos juicios se llegaba al conocimiento de qué personas ofrecían la suficiente confianza como para adjudicarle un nuevo cargo o en caso contrario, poder dar reparación a los daños que su negligente gestión hubiese producido.

Como quiera que el nuevo en el cargo debía hacer frentes a sus obligaciones profesionales, además de la tarea de ir enterándose y aprendiendo las particularidades de su responsabilidad, y por ende, ir argumentando el juicio de residencia, se producía una acumulación de trabajo que ralentizaba toda la administración, por lo que con la Pragmática de los Reyes Católicos, de junio de 1500, se establece que al terminar el mandato de cada corregidor, se designará un juez especial que será conocido como “juez de residencia”, elegido entre letrados y personas con conocimientos técnicos, pero sobre todo han de ser “varones temerosos de Dios, amadores de la verdad, enemigos de la avaricia, sabios, de buen linaje, de gran puesto y autoridad, expertos en materia de tribunales y de entera satisfacción en vida y costumbres”.

Del juicio de residencia no escapaba nadie, en teoría, y la averiguación de la conducta del residenciado alcanzaba a todas las personas que en el ejercicio de lo público estuviesen bajo su mandato; pero también alcanzaba a esposa, hijos y familiares.

En los procesos de residencia se daban los dos supuestos básicos del derecho y que son la responsabilidad civil y la criminal, con muy diferentes consecuencias para los enjuiciados.

Las sanciones que se podían aplicar en caso de determinarse responsabilidades graves, podían ir desde la pena de muerte o pérdida de algún miembro, hasta multas; en el primer caso la decisión había de tomarla exclusivamente el rey, pero en el resto de los casos la responsabilidad del enjuiciado le era exigida por su sucesor en el cargo.

Es fácil comprender que de aplicarse el enjuiciamiento por residencia a todos los funcionarios de la administración, cualquiera que fuese su cargo o categoría, el proceso sería interminable, por lo que se establecía un plazo de treinta días para finalizar la residencia.

Hay que considerar el tiempo y la costumbre de la época, en la que muchos funcionarios cesaban cuando lo eran los cargos de los que dependían y otros muchos ocupaban plaza por periodos de un año.

Durante ese mes, el residenciado no podía ausentarse del lugar en el que hubiera desarrollado su oficio y de hacerlo, era considerado inmediatamente culpable sin necesidad de recabar otras pruebas.

La principal preocupación del juez de residencia, o del cargo que relevaba, era la de averiguar las malas decisiones tomadas y, sobre todo, las comisiones que hubiera recibido por su venal actuación.

El enorme protocolo que un juicio de residencia llevaba, desde el nombramiento del juez y sus asistentes, el traslado de éste a la ciudad en donde habría de celebrarse la causa, la ausencia de ayuda tecnológica que agilizara el proceso y muchas otras circunstancias concomitantes, hacían muy difícil que en el tiempo concedido para las llamadas Diligencias Preliminares, se pudiese construir un armazón acusador rígido, en el caso de que hubiese constancia de la comisión de delitos.

Durante este proceso se realizaban las llamadas Pesquisas Secretas, peligrosas prácticas en las que el juez recababa información del entorno, donde podían salir a relucir amores y odios al residenciado. Hay que considerar que desde que el juez se instalaba para iniciar el proceso, se hacía un pregón, incitando a cualquier persona que conociera detalles de la conducta del residenciado a presentarse ante él y exponer su opinión.

Se iniciaban entonces los interrogatorios con la salvedad de que el juez tenía que cerciorarse de que los testigos no fueran amigos ni enemigos, pero ¿cómo se hacía aquello?

Para dar un poco de viso de imparcialidad, los residenciados acostumbraban a aportar, al inicio de la causa, una relación de las personas a las que consideraban sus enemigos, para que el juez no los citara como testigos.

 

Imagen de un juicio de residencia

La siguiente diligencia era la Rendición de Cuentas, es decir, una auditoría completa de ingresos y gastos, tanto de los bienes administrados como de los suyos propios.

Esta me parece la más eficaz de todas las medidas que culminaban con el acto llamado Residencia Pública, en cuya fase, los particulares podían hacer acusaciones contra el residenciado, aunque es muy curioso ver la lista de personas que no podían presentar acusaciones y entre las que se encontraban, aparte de tener antecedentes por delitos, la falta de imparcialidad, el haber estado amancebado, el haber seducido a una religiosa o estar casado con un familiar de hasta cuarto grado, la pertenencia a las esferas más bajas de la sociedad, ser tahúr o alcahuete, o borracho, ramera, adivino, o ser judío o moro, o excomulgado y por último, tener menos de veinte años o estar considerado como loco.

Cualquier persona que no probase su acusación era condenada en costas, quedando libre el residenciado.

Terminado el proceso, el juez pronunciaba su sentencia sobre todos los cargos que se le hubieran imputado.

Normalmente las penas eran las de multa o la prohibición de desempeñar otro cargo.

Ante una perspectiva como esta, la aceptación de un cargo público debía ser muy comprometida y por esa razón muchos de los destinos de la administración tardaban tiempo en ocuparse y desde luego, el designado debía andarse con mucha prudencia y no cometer ninguna exacción ilegal y de no soliviantar al personal, que podía tomarse la revancha en el momento de su cese.

Poco a poco, estos juicios fueron perdiendo prestigio que el siglo XVIII estaba por los suelos, debido a que los altos dignatarios, incluidos virreyes, estaban empeñados en hacer desaparecer esta institución que igualaba a todos por la base, poniendo al oidor a la altura de sus vasallos. Se esgrimía también el alto coste y el freno que el temor al juicio posterior producía en las iniciativas de los altos cargos

Los juicios de residencia estuvieron vigentes y recogidos en la Constitución de  1812 hasta el final de la época colonial y luego fue incorporado a las legislaciones de los diferentes países surgidos de la independencia.

Yo creo que ahora que sabemos en qué consistían, tendríamos que echarlos de menos.


jueves, 19 de noviembre de 2020

LA REAL PROCLAMACIÓN

 

Muchas veces salen a relucir las atrocidades cometidas en nombre de Dios y de la fe por los tribunales de la Inquisición. Es desde luego un hecho abominable que se inflijan torturas o se cause la muerte por no observar las costumbres religiosas imperantes en el momento.

Gran parte de nuestra célebre y controvertida Leyenda Negra se basa en la pésima fama que la Inquisición tenía en otros países de nuestro entorno, no necesariamente luteranos, sino también católicos más tolerantes.

Sin embargo, en los últimos años se están produciendo numerosos estudios tendentes a demostrar que las cosas no han sido nunca como nos las han querido hacer creer y que buena parte de la Leyenda se fraguaba por actitudes de propios españoles, traidores a su patria y el odio exterior en el que se transformaba la enorme envidia que España despertaba con su imperio.

Inglaterra y Holanda, junto con Alemania y después de Italia, fueron los países culpables de la difusión de esa Leyenda que tanto daño ha hecho por espacio de siglos.

En la Inglaterra del siglo XVI muere Enrique VIII, el cual para casarse con su amante, Ana Bolena, llega a romper con el papa y la Iglesia Católica, creando una nueva iglesia de la que se proclama jefe absoluto. Al final ajusticia a su amante, para casarse con otra que le gustaría más, Jane Seymour.

Al morir Enrique le sucede María, su hija habida con su primera esposa, Catalina de Aragón, nieta de los Reyes Católicos y hermana de Carlos I, que reina como María I y que pasó a la historia como “María la Sangrienta” (Bloody Mary).

 

María I de Inglaterra que reinstauró el catolicismo

Reinó cinco años, durante los que se propuso deshacer todas las tropelías que su padre había cometido contra los católicos con la proclamación, en 1534, de la llamada Acta de Supremacía, donde se declaraba jefe único de la Iglesia de Inglaterra y dueño absoluto de sus propiedades, que era otro de sus intereses.

Desde entonces, ser “amigo” del papa es un acto de traición y cualquier acto de oposición al Acta, era condenado con la pena de muerte.

Se produjeron escenas atroces como la ejecución de Tomás Moro, la muerte de muchos notables y las ejecuciones de abades, monjes y sacerdotes, así como personal laico, o el descuartizamiento de los monjes cartujos de Londres y muchas otras barbaridades en nombre de la religión.

María, quiso restablecer el catolicismo y persiguió a los anteriores perseguidores, muchos de los cuales fueron ejecutados.

Pero María no era una reina querida, ni siquiera por los católicos, pues se la consideraba una extranjera, aunque hubiera nacido en Inglaterra.

A su muerte le sucedió su hermanastra Isabel, hija de Ana Bolena que se encontraba ante un dilema fundamental. Tenía que restablecer la Iglesia de Inglaterra porque de lo contrario, según la Iglesia Católica, el matrimonio de sus padres no era válido, lo que la convertía en una bastarda y no podía heredar la corona.

Así que Inglaterra, que acababa de acuñar el término “anglicano” para referirse a lo inglés, volvió a su anterior Iglesia, pero con un código férreo. Era obligatorio asistir a los servicios religiosos y su falta era castigada con latigazos, prisión y en caso de reiteración, con la pena de muerte. Era forzoso denunciar a los que no asistían a los oficios. Para ocupar un cargo público era necesario el juramento del Acta de Supremacía, cuya vulneración era castigada con la pena de muerte.

Esto provocó una desbandada de católicos con intención de salvar sus vidas y parte de sus bienes, pues dentro del país se les perseguía con saña del mismo modo             que a todas las sectas conocidas con el nombre de “puritanos” que estaban integradas por luteranos, baptistas, anabaptistas, cuáqueros…; estos últimos fueron de los más perseguidos y más de trece mil fueron a prisión y de hambre y torturas murieron más de trescientos; otros doscientos fueron vendidos como esclavos.

Por si fuera poco, tras el desastre de la Armada Invencible, en 1588, las persecuciones se recrudecieron, llegando al colmo de la crueldad, esta vez también psicológica.

En 1591, tres años después, se proclama el Acta que da título a este artículo: “La Real Proclamación” y en ella se ordena un control estricto de las personas, para lo que se crean libros de vigilancia en los que cada vecino ha de ir anotando los movimientos y las actitudes de amigos, conocidos, pariente y cualquier persona con la que tengan trato.

La lectura del Acta produce escalofríos, pues ordena que se anote a toda persona que durante el año anterior haya tenido contacto de alguna manera con cualquier persona, casa o familia, anotando también cómo esas personas se ganan la vida, con quien habla y si asiste a los oficios; y esos libros, que todo el mundo debe llevar y que en cada casa serán custodiados por el padre de familia, estarán a disposición de los comisarios reales para conocer dos cosas: a quién se delata y qué grado de fidelidad tiene la familia delatora.

Ni en sus tiempos mas gloriosos soñó la Inquisición tener una herramienta como ésta a su servicio. Se calcula que en diez años de represión se ajustició a más de ochocientos católicos y a ciento sesenta seminaristas formados en el extranjero que se introducían clandestinamente en el país para ayudarlos.

Un escritor y militar ingles del siglo  XIX llamado William Cobbet que escribió una “Historia de la Reforma Protestante en Inglaterra e Irlanda”, dice sin tapujos que la reina Isabel I causó más muertas durante su reinado que la Inquisición en toda su historia.

Cerca de Londres había un pueblo llamado Tyburn, actualmente absorbido por la capital, donde se celebraban las ejecuciones de los católicos y que se componían de ahorcamiento, arrastramiento y desmembración y si era un reo masculino, previamente se le cortaban los genitales en vivo.

Alcanzaban tal popularidad que había gente que pagaba por ocupar un sitio privilegiado para presenciar tamañas atrocidades.

Estas barbaridades no han creado leyenda de ningún color en Inglaterra, antes al contrario, hicieron creer que los llamados anglicanos eran fervientes defensores de la libertad de creencias, no como los católicos que con su Inquisición fomentaban la barbarie y la intolerancia.

Contra esa tendencia destructiva de lo español nada se pudo hacer, pues el aparato propagandístico de Inglaterra y Holanda, lo copaban todo y frente a una Armada Invencible, cuyo desastre fue mucho menor del cacareado por los británicos, ellos organizaron al menos cinco armadas contra España, ninguna de las cuales tuvo éxito, claro que se ocuparon muy bien de ocultar esos desastrosos intentos.

Por enumerar algunos ejemplos, veinte años antes de que Felipe II enviara su Armada contra la reina Isabel, una flotilla inglesa integrada por varios buques capitaneados por piratas como Hawkins, y Drake, violando la tregua de paz entre los dos países, se dedicaba a atacar pequeños puertos y buques españoles en el continente americano.

 

Retrato de Francis Drake. 

Para hacer algunas reparaciones en las naves, y engolados en su superioridad, atracaron en la isla de San Juan de Ulúa, en la actual ciudad de Veracruz, en México. Allí fueron sorprendidos por una flota de escolta española al mando de Francisco de Luján que los atacó hundiendo cuatro buques y produciendo numerosas bajas. Los piratas fueron hechos prisioneros y sus botines intervenidos. Pero ni una palabra en la historia, más allá del odio visceral de Drake a lo español.

Un año después de la Invencible, en 1589, el pirata Drake, ya repuesto del varapalo ocurrido en Veracruz, formó una “Contra-Armada”, de la que era almirante. Casi doscientos barcos en total, más que la Invencible.

Su primer objetivo era atacar los puertos del Cantábrico en donde reparaban barcos españoles y destruirlos.

Su siguiente objetivo era atacar Lisboa, en aquel momento perteneciente a la corona española e imponer en el trono portugués a Antonio, Prior de Crato.

El tercer objetivo era tomar una de las islas Azores y convertirla en base británica.

Ninguno de los objetivos se consiguió y, es más, el resultado final de la expedición se tiene en los libros de historia como el mayor desastre naval de Inglaterra. Pero ni una sola palabra ha trascendido.

En 1740, como resultado de la llamada Guerra de la Oreja de Jenkins, el almirante inglés Vernon, sufrió la mas grave derrota que imaginarse pueda, cuando intentó tomar la ciudad de Cartagena de Indias, defendida por Blas de Lezo.

Ha sido, hasta el desembarco de Normandía, la mayor flota de la historia.

Puede ver mi artículo: http://unalupasobrelahistoria.blogspot.com/2013/03/la-guerra-de-la-oreja-de-jenkins.html

  Años más tarde, Nelson, con una flota de ocho navíos, intentó tomar Santa Cruz de Tenerife con buques y tropas muy superiores a los defensores. Tras tres intentos, hubo de retirarse, eso sí, con un brazo menos que una bala de cañón le arrancó de cuajo.

También escribí hace años sobre este episodio que puede ver aquí: http://unalupasobrelahistoria.blogspot.com/2013/03/la-gran-derrota-de-nelson.html

Por último y dentro del marco de las guerras napoleónicas, entre 1804 y 1807, se produjeron dos intentos británicos de hacerse con la zona del Río de la Plata. En el primero y durante cuarenta y seis días ocuparon la ciudad de Buenos Aires que fue finalmente reconquistada, causando una gran derrota a las tropas británicas.

No importa. Nada de esto se verá en los libros de historia. Nada de esto existe, lo único cierto es lo que digan contra nuestro país. La realidad no cuenta y eso es también aplicable a los tiempos actuales, en los que nosotros estamos queriendo reconstruir otra Leyenda Negra contra nosotros mismos, demonizando lo que siempre hemos sido, rompiendo nuestra Patria, aborreciendo nuestro Himno y queriendo desvestirnos de nuestro más importante vehículo cultural, el Español, nuestro idioma.


jueves, 12 de noviembre de 2020

LA AMAZONÍA DE LOS MARES

 


Ese es el nombre por el que se conoce al llamado Triángulo de Coral, una extensa zona del Océano Pacífico que incluye las costas de Indonesia, Malasia, Nueva Guinea, Filipinas y otros pequeños estados insulares. Seis millones de kilómetros cuadrados en total.

Al denominarlo así, se quiere establecer un paralelismo con la zona terrestre que forma la cuenca del río Amazonas y su selva tropical, la mayor del mundo, con siete millones de kilómetros cuadrados y con la mayor biodiversidad del planeta.

El Triángulo de Coral es su correspondiente oceánica, la zona con mayor biodiversidad marina del mundo y allí viven, entre muchas otras especies casi exclusivas de la zona, seis de las siete especies de tortugas existentes, mas de dos mil doscientas especies de peces de arrecife y están presente el setenta y cinco por ciento de las especies conocidas de coral.

De esa enorme diversidad viven más de ciento veinte millones de personas, la mayoría en las grandes islas. Pero existe un pueblo seminómada que también vive en aquella zona, pero de una forma completamente diferente a como podríamos imaginar.

Los Bajau Laut, el pueblo conocido como los “Nómadas del Mar” y también los “Gitanos del Mar”, llevan siglos de adaptación al medio marino hasta el extremo de que algunos de sus componentes, sobre todo gente de más edad, no han pisado nunca tierra firme, salvo para reparar sus embarcaciones.

Construyen sus poblados a la manera de palafitos cuando aprecian riqueza de fauna en el lugar y su intención es asentarse más tiempo o incluso con carácter definitivo, pero en otro caso, juntan varias embarcaciones que ellos llaman “lepa-lepa” y en ellas hacen toda su vida. No se suelen alejar demasiado de la costa, salvo para expediciones de pesca, cuando el lugar queda desabastecido por la masiva pesca, se trasladan a otro.

Su trashumancia marina se debe a la constante búsqueda de caladeros en donde practicar la pesca que se basa fundamentalmente en peces de gran calidad gastronómica, como meros, pargos o los apreciados “pepinos de mar” e incluso las perlas.

 

Triángulo de Coral

 

Sus capturas no son exclusivamente para alimentarse, sino que gran parte de ellas está destinada a la venta, para lo que los comerciantes de las zonas se acercan hasta sus poblados para comprar el pescado, o cambiarlo por artículos de primera necesidad o alimentos de origen terrestre.

Evidentemente este pueblo vive feliz, haciendo lo que quiere y en libertad absoluta de movimientos, pero observa una economía de subsistencia que revierte en su alimentación casi exclusivamente de productos de la mar. Consumen pocos cereales y verduras y mucha menos carne de ganado. Ese tipo de alimentación y los numerosos accidentes que sufren, hace que la vida media de estas tribus sea muy corta.

Durante la segunda Guerra Mundial entraron en contacto con los ejércitos japonés y norteamericano, los cuales introdujeron costumbres perniciosas, a la larga, para su supervivencia. Éstos les enseñaron a pescar con explosivos, lo que produce una matanza indiscriminada de peces, a la vez que la destrucción del arrecife de coral, base fundamental de su sustento que presenta un crecimiento tan lento que no llega a recuperarse de las continuas agresiones a las que se ve sometido.

Luego, los comerciantes a los que vendían sus capturas, les enseñaron a emplear el cianuro que produce un adormecimiento de los especímenes que permite cogerlos vivos, aunque el veneno también destruye las formaciones coralinas.

Así contribuían al doble negocio de peces del arrecife para acuarios marinos, algunos de los cuales llegan a alcanzar precios altos y satisfacer el gusto asiático por consumir pescado vivo y crudo, siendo Hong Kong su principal cliente.

Su pueblo, los Bajau, está integrado por varias tribus que tienen grandes diferencias entre ellas, ya sea cultural, lingüística o religiosa.

 

Asentamiento típico de los Bajau Laut

 

En cualquier caso, todas las tribus presentan el denominador común de su perfecta adaptación al medio marino, en el que pueden ver si ayuda de gafas de buceo y permanecer largos periodos de tiempo en inmersión gracias a una particularidad genética que han ido desarrollando y es que tienen el bazo mucho más grande de lo normal, lo mismo que les ocurre a casi todas las especies de mamíferos marinos como focas, delfines, ballenas, etc.

Esa cualidad les permite permanecer hasta trece minutos sin respirar y sumergirse a sesenta metros de profundidad, pues al producirse la inmersión y la ausencia de respiración, el bazo se contrae y libera una gran cantidad de glóbulos rojos, totalmente oxigenados que al incluirse al torrente sanguíneo aportan a las células el oxigeno que necesitan.

Otra característica de su sistema sanguíneo es que en las inmersiones la sangre circulante por brazos y piernas se retira, pasando a irrigar más copiosamente pulmones y cerebro.

La primera referencia que se tiene de este singular pueblo es de principios del siglo XVI, cuando los portugueses mencionaron haber encontrado tribus que vivían exclusivamente del mar y para el mar.

Pero los científicos que se han preocupado por tratar el tema creen que este pueblo ha debido iniciar su extraordinaria forma de vida muchos siglos antes, pues las mutaciones genéticas que en  ellos se observa, no se pueden haber producido en tan corto espacio de tiempo.

A pesar de los siglos que los Bajau vienen observando tan característico estilo de vida, su existencia pasaba desapercibida y prácticamente ningún científico ni naturalistas sentían curiosidad por estos grupos tribales, siendo muy posible que su existencia fuera completamente ignorada.

Pero tras el tsunami de 2004 en el Océano Índico, el antropólogo y fotógrafo marino británico James Morgan que realizó muchos estudios sobre el cataclismo, observó un dato curioso y es que entre las tribus de Bajau Laut apenas se produjeron víctimas, aun cuando vivían en zonas costeras muy castigadas por el tsunami.

Esta circunstancia despertó su curiosidad y ha sido el primer investigador moderno en interesarse por este singular pueblo. Morgan ha descubierto ciertas circunstancias dignas de sacarlas a colación.

En primer lugar es que empiezan a bucear cuando son muy pequeños y sus tímpanos no resisten la presión de la profundidad y les revientan, por lo que entre ellos hay una gran cantidad de sordos. Bucean tanto hombres como mujeres, por lo que ningún sexo se escapa a los problemas de las inmersiones profundas y prolongadas, donde el consumo de oxigeno ha sido excesivo y la prisa por alcanzar la superficie y respirar produce el síndrome de descompresión que causa la muerte de muchos jóvenes. No es desdeñable el ataque de tiburones que produce siempre numerosas bajas.

Observó que entre los Bajau había personas, hombres y mujeres con graves deformidades en el rostro, efecto de las inmersiones sin esperar a la descompresión.

 

Mujer con el rostro desfigurado por efecto de la descompresión

No están muy claras las razones por las que el tsunami no los castigó y Morgan cree que se debió a que ese pueblo marinero sabe “leer el mar”, como algunos pueblos primitivos sabían “leer el terreno” y eso les hizo tomar precauciones con mucho adelanto.

De la misma manera que pueblos pastores y agricultores abandonan cada vez más sus territorios para trasladarse a las zonas civilizadas, los nómadas del mar están experimentando esa hégira y hay quien piensa que estamos ante la última generación que conservará su tipo de vida.

A esto ha contribuido los programas de los distintos gobiernos de los países entre los que están repartidos que obligan a los Bajau a vivir en tierra, recibir una instrucción y adaptarse a las leyes del lugar, prohibiendo la sobre explotación de los arrecifes. 

Por esa razón muchos jóvenes se marchan a las ciudades costeras en busca de una vida mejor y más fácil.

jueves, 5 de noviembre de 2020

FRANCISCO DE MIRANDA

 

El responsable de la política exterior de la Unión Europea es el español José Borrell en el que muchos habíamos confiado que al integrarse en el gobierno de Sánchez, introduciría, aunque fuera una pizca, sensatez, sentido de estado y moderación.

Me parece que no ha sido así y Borrell ha derivado su trayectoria de muchos años de demócrata intachable, para acomodarse a no sabemos qué aspiraciones que le iluminan o miedos que le atenazan.

Y digo todo esto, que no viene a cuento con el contenido de este artículo, porque días pasados, Borrell, el responsable de la política europea y vicepresidente de la Comisión Europea, envió un avión privado con dos personas y el encargo de mantener algunas oscuras conversaciones con el gobierno de Venezuela para conseguir que el presidente/dictador Maduro retrase las elecciones en dicho país.

El avión privado aterrizó en el “Aeropuerto de la Base Militar Francisco de Miranda”, a la que se conoce popularmente como “La Carlota”.

El resto de esta lamentable historia se irá viendo más adelante, ahora es el nombre de la Base Militar lo que importa y es que hace un par de semanas, un amigo que sigue mis artículos en el blog me comentaba que tenía que sacar del olvido a un personaje importantísimo en la independencia de Venezuela llamado Francisco de Miranda que había muerto precisamente en mi pueblo, San Fernando y más concretamente en la prisión militar del Arsenal de La Carraca, conocida como Penal de Cuatro Torres.

Como ya he dicho en ocasión anterior, refiriendo alguna anécdota personal, yo hice el servicio militar precisamente en aquel Arsenal y el que fuera Penal de Cuatro Torres se había convertido en Cuartel de Cuatro Torres, hasta que unos meses antes de licenciarme, al inaugurarse un nuevo cuartel para la marinería, el de Cuatro Torres volvió a convertirse en prisión.

 

Edificio del siglo XVIII conocido como Penal de Cuatro Torres

 

Así que en aquel viejo edificio en el que tantas horas había pasado tuvo su última residencia Francisco de Miranda, un militar venezolano al que se recuerda en su país y cuyo nombre lo lleva una de las más importantes bases militares.

Pero, ¿quien fue este importante militar venezolano cuyo nombre está inscrito en el Arco del Triunfo de París? Y no solo eso, tiene un cuadro con su retrato colgado en Versalles y una estatua en el Campo de Valmy, lugar donde se celebró la batalla del mismo nombre.

Francisco de Miranda era hijo de Sebastián de Mirada, canario originario del Puerto de la Cruz, en Tenerife, cuyo nacimiento estuvo envuelto en la duda de que su padre era un indígena guanche.

Muy joven, emigró a Venezuela, estableciéndose en Caracas como comerciante y contrayendo matrimonio con una mujer caraqueña de clase media llamada Francisca Rodríguez. Gracias a la voluntad y el tesón de Sebastián, consiguió reunir una pequeña fortuna que allanó muchos de los inconvenientes que su supuesto mestizaje le acarreaba.

Así, entre otras cosas, consiguió que contra muchas opiniones, se le aceptara como Capitán de las Milicias de Blancos de Caracas, cuerpo militar de élite, una de cuyas formas de ingreso era mediante donaciones para la compra de material militar.

Fruto de su matrimonio con Francisca, vino al mundo Francisco, que nació en Caracas el 28 de marzo de 1750. Con doce años inicia sus estudios en la entonces llamada Clase de Menores de la universidad de Caracas y dos años más tarde pasó a la Clase de Mayores, estudiando latín, gramática española y catecismo, así como historia, aritmética, geografía, arte, lógica, física y en 1767 obtiene el título de bachiller.

Junto a su padre vivió el fuerte enfrentamiento que se empezaba a extender entre los “blancos españoles y los blancos criollos” que sería el germen de todas las luchas por la independencia de Hispanoamérica.

Partidario realista, es decir, de la corona española, decide embarcarse para España con la idea de servir en el ejército español, con el que combatirá largamente en Europa, África y América, participando en eventos tan trascendentales como la independencia de los Estados Unidos, la Revolución Francesa y los procesos de independencia de la América Hispana.

Con el grado de capitán estando destinado en la guarnición de Melilla, participa en su defensa contra las hordas del Sultán de Marruecos y seguidamente en una expedición militar contra Argel.

En 1781 participa en el refuerzo de la plaza militar de Pensacola, en la Florida, contra los ingleses, momento de la heroica gesta de Bernardo Gálvez relatada en mi artículo que puedes consultar en este enlace: http://unalupasobrelahistoria.blogspot.com/2013/03/el-heroe-de-macharaviaya.html

Su comportamiento militar le valen un ascenso a teniente coronel, pero es más importante la evolución que experimenta en sus ideas en ese momento, cuando empieza a contemplar el nuevo concepto de una gran patria, a la que en su pensamiento denomina Colombia.

Su carrera militar sigue en ascenso y un año más tarde participa en una expedición que parte de Cuba para conquistar las islas de las Bahamas, en poder de los ingleses. Conseguida la capitulación de las tropas inglesas, se ve envuelto en un lio al que le lleva la envidia y la suspicacia de algunos molestos por la fama que estaba adquiriendo y se ve forzado a marcharse a los recién constituidos Estados Unidos, donde permanece año y medio que aprovecha para estudiar en profundidad el proceso independentista a la vez que traba amistad con George Washington y con el general francés La Fayette.

Concibe en esta época su primer esbozo del proyecto de independencia de todo el continente americano y se embarca en la dura tarea de lograr la ayuda de los distintos países europeos para conseguir independizar el continente americano.

Pero no era el momento propicio. La Revolución francesa se estaba gestando y Miranda no consigue que nadie le haga caso para arreglar un problema a muchos miles de kilómetros de casa, cuando estaba cayendo una verdadera tormenta en Europa.

Miranda no pierde el tiempo y se dedica a ampliar su ya extensa cultura, dominando el latín y el griego y otros cuatro idiomas modernos y en su vivienda en Londres llegó a juntar una biblioteca de más de seis mil volúmenes.

Después de viajar incansablemente por toda Europa, exponiendo su proyecto de emancipación, en 1792 recaló en París, donde establece una solida amistad con el alcalde de la ciudad, Jerónimo Petión que apoya su aspiración de ingresar en el ejército francés, cosa que consigue, siendo nombrado Mariscal de Campo del Ejército Revolucionario.

Sus constantes movimientos preparatorios de la independencia americana no son desconocidos del gobierno español que comienza a someterlo a una discreta vigilancia, mientras prepara la solicitud de extradición para aplicarle la legislación española.

Como mariscal del ejército francés obtuvo notables victorias frente al ejército prusiano, llegando a ser jefe del ejército francés del Norte de Europa. La envidia, amparada por algunas actuaciones desfavorables le hacen perder la confianza del ejército francés y en 1795 regresa a Londres donde nuevamente busca apoyos para ejecutar su plan independentista.

Tras muchas vicisitudes, decide regresar a Venezuela después de haber tenido conversaciones con la llamada Junta Suprema del Gobierno de Caracas, en la que está integrado Simón Bolívar y unos años después es nombrado Teniente General de los Ejércitos de Venezuela.

Inicia entonces una etapa como político, integrado en el llamado Congreso Constituyente que termina proclamando la independencia el 5 de julio de 1811.

Pero resulta un sueño efímero. Las tropas realistas, es decir las que permanecen fieles a la corona española derrotan a Bolívar y Miranda se ve obligado a negociar el fin de aquella primera república.

Renuncia a sus cargos cuando empieza a comprender que es rechazado en muchos círculos y prepara la salida del país, pero es detenido por un grupo de militares, entre los que precisamente se encontraba Simón Bolívar y acusado de traición es entregado a las fuerzas realistas.

Inicia allí un periplo por cárceles americanas hasta que a principios de 1814 es trasladado a La Carraca, donde es encerrado en un  calabozo del Penal de Cuatro Torres.

Allí permanece por espacio de dos años, hasta su muerte que se produce el 14 de julio de 1816.

Evidentemente lo expuesto en este artículo es tan sucinto que muchas cosas escaparán a la comprensión del lector, pero es que la densidad que llegó a alcanzar la vida de Francisco de Miranda fue tal que para explicarla con cierta ilación sería necesario todo un libro, pero se comprende la inquietud del personaje, su valía como militar y su reconocimiento por parte de los ejércitos de diferentes países, en donde, además, era tenido por un hombre de una gran cultura, considerándosele precursor de la Independencia Hispanoamericana y el “criollo”, es decir, hijo de españoles nacido en América, más culto de su tiempo.

El pintor venezolano Arturo Michelena recreó en esta pintura su estancia en el penal gaditano.