viernes, 15 de enero de 2016

DE BRUJA A PROFETA





Profetizar es una de las actividades más antiguas de las que se tienen noticias, especialmente en el seno de algunas religiones como la nuestra. Desde el Antiguo Testamento hasta nuestros días, no ha habido período en nuestra historia que no esté plagado de profecías.
Lo cierto es que la inmensa mayoría de los auspicios no se han cumplido nunca, pero ahí están los hombres, insistiendo en vaticinar el futuro con tan escasa fortuna que uno se pregunta cómo es posible que no se haya dejado de lado una actividad en la que el riesgo a equivocarse es tan alto.
Pero claro, si el mesías en que basamos la religión católica predicaba anunciando el inmediato fin del mundo y se equivocó tanto que aún dos mil años después se le sigue adorando, cualquiera se puede arriesgar a hacer un vaticinio con la certeza de que aunque no ocurra, se le continuará recordando.
En eso de profetizar han destacado más los hombres que las mujeres, de entre los que ha habido algunos evidentemente certeros en sus predicciones, como el caso de Nostradamus; otros han sido tan ambiguos que ocurriera una cosa o la contraria, no dejarían de haber acertado.
Cuando en la sociedad, el acceso a la cultura, a la educación, estaba restringido casi exclusivamente a los varones, aquellos videntes enalbardaban sus pronósticos con tanta retórica que difícil era identificar claramente el hecho al que se estaban refiriendo y la circunstancia de que ocurriese o no, era tan difusa, que resultaba imposible decir que una determinada predicción no había acertado al aproximarla, a través de los años, con cualquier suceso con el que estuviera mínimamente relacionado.
Solo cuando una predicción es concisa y concreta, puede darse por realizada si se ha cumplido tal como se había expuesto.
Cuando más directa y sencilla es una profecía, tanto más difícil es que se cumpla y tanto más meritorio es haber acertado a su realización.
Decía que eran los hombres quines más se habían acercado al mundo de los presagios y muy pocas mujeres caminaron por esa senda, sin embargo, hubo en la Inglaterra medieval una mujer, casi desconocida, que hizo predicciones que analizadas a la luz actual, causan verdadero estupor.
Dicen quienes han escrito sobre esta extraña mujer que nació en julio de 1488 y que se llamaba Úrsula Southeil. Su venida a este mundo fue consecuencia de las relaciones ilícitas entre un noble y una campesina llamada Aghata, que obviamente no se podía permitir el mantener a la pequeña Úrsula que fue dada en adopción antes de cumplir los dos años, cuando su madre se retiró a un convento, costumbre muy extendida en la época.
Según cuentan algunas personas que llegaron a conocerla y sobre la que escribieron muy escasas líneas los más escasos historiadores de la época, la madre dio a luz en una cueva en las montañas de Yorkshire, cueva que fue posteriormente identificada por el cronista Richard Head que vivió a mediados del siglo XVII y que en la actualidad es un lugar de visitación.

Cueva de “Madre Shipton”, lugar de peregrinación

Reinaba en Inglaterra el más famoso de sus monarcas, Enrique VIII, circunstancia muy importante en la vida de la protagonista de esta historia, pues en otro caso de menos alteración religiosa, como la que se produjo en aquel momento, Úrsula hubiera terminado indefectiblemente en la hoguera.
Desde muy joven y en el seno de una familia de lo más corriente, Úrsula hizo alarde de su capacidad para ver claramente cosas que habrían de ocurrir en el futuro y casi a diario hacía premoniciones sobre cosas tan intrascendentes como si llovería al día siguiente o si el verano iba a ser muy caluroso.
Dado el elevado número de aciertos que alcanzaban los vaticinios de la joven, muchas personas del condado de Yorkshire acudían a consultar sus agüeros y a decir del cronista Head, estos alcanzaban un porcentaje muy elevado.
Llegada la edad casadera, Úrsula fue desposada por el carpintero Toby Shipton artesano bien acomodado que falleció pronto, dejándole una considerable suma de dinero que ella aprovechó para dedicarse a su vocación de hacer predicciones.
Como es natural, fue la tradición oral la que iba recogiendo los presagios de la que ya se conocía como “Madre Shipton”, apellido de su marido que ella hizo propio. Fue hacia 1680 cuando Richard Head hizo un acopio de todas las predicciones que pudo encontrar y las compendió en un libro que publico años más tarde, en 1686.
Desde aquel momento la fama de “Madre Shipton” y la del escritor, se catapultaron.
Es evidente que sin la convulsión religiosa por la que atravesaba Inglaterra en aquellos años, los oráculos de Úrsula hubieran sido considerados brujería por la Iglesia Católica, pero ésta se encontraba en claro retroceso en aquel país, donde se iba imponiendo el anglicanismo que finalmente llegaría a dominar. Como bruja, su final hubiese sido la hoguera, tras pasar por los múltiples tormentos con lo que Roma acostumbraba a ablandar la resistencia de todos los que eran acusados de pactar con las criaturas del mal, única manera de entender que una persona normal pudiera decir con exactitud qué iba a ocurrir.
Resulta poco comprensible que una mujer de las características de esta adivinadora no haya tenido un puesto en la historia de la altura de San Malaquías o de Nostradamus, pero fue precisamente por la coetaneidad con este importante personaje, que Úrsula quedó eclipsada. La fuerza, la retórica y la cultura de Michel de Notre Dame, conocido como Nostradamus ocultó por completo la existencia de aquella mujer cuyos vaticinios asombran hoy en día.

Portada de la publicación de Head


Y sin adornar más a esta adivinadora, que no lo necesita, recurrimos al compendio cuya portada ilustra las líneas de arriba y pasamos a relatar algunas de las profecías que se fueron haciendo realidad.
Dicen leyendas de la época que “Madre Shipton” dejó escritas en versos las visiones del futuro que atormentaban su mente, pero lo cierto es que no se ha encontrado ninguna ológrafa y sí las que, al parecer, Richard Head compuso a raíz de las predicciones de la vidente.
Relatamos solamente las más importantes, entre las que se encuentran la victoria de Inglaterra sobre Francia, a cargo de los ejércitos de Enrique VIII en la Batalla de Guinegatte, también llamada de Las Espuelas, por las prisas francesas por abandonar el campo de batalla.
Seguidamente vaticinó la derrota española de la llamada Armada Invencible en 1588 y el gran incendio que asoló Londres en 1666.
Hasta aquí, se especuló en su momento que, siendo acontecimientos anteriores a la compilación hecha por Head, pudo haberlas incluido en su obra con el solo motivo de darse el realce de haber sido el descubridor de tan enigmático personaje.
Pero lo realmente sorprendente viene cuando las predicciones son tan posteriores al libro del que hablamos, que algunas de ellas están ocurriendo en nuestros días.
Puede leerse en el repetido compendio que “Los carruajes andarán sin caballos y sus accidentes llenarán al mundo de dolor; o cuando dice que “El castigo vendrá cuando las pinturas parezcan estar vivas y se muevan”, lo que es una clarísima alusión al cine, la televisión y el video.
Más estremece cuando dice que el pensamiento del hombre volará tan veloz como un ojo al parpadear que parece estar aludiendo a las redes sociales que usan Internet para hacer volar el pensamiento humano, o cuando refiere que bajo el agua el hombre caminará, cabalgará, dormirá y hasta hablará; o que los hombres , como las aves, surcarán los cielos y que en esos asombrosos días las mujeres vestirán como los hombres, usando pantalones y se cortarán sus mechones de pelos; el amor cesará y los pueblos disminuirán al no haber nacimientos. Continúa diciendo que los barcos serán de hierro y flotarán como los de madera.
Como es natural, “Madre Shipton” no era Julio Verne que se adelantó a su tiempo en la descripción y el diseño de numerosos inventos, la Shipton era mucho más de la tierra y así hablaba o escribía para sus contemporáneos haciéndoles ver lo que casi todos los augures: el fin de los tiempos, las guerras, las calamidades.
Pero esta sorprendente mujer lo hace con una precisión inusual en los agoreros. Por ejemplo, dice que en 1926 casas de paja y palos construiréis, pues se planean guerras sangrientas y el fuego y la espada arrasaran las tierras. Continúa diciendo que los que vivan el siglo entero lo harán con pavor y miedo ante el rugido de los océanos y las tormentas.
Es evidente la certeza con la que sitúa el siglo XX, un siglo de sangrientas guerras y en donde hemos visto cómo la naturaleza, desatada, ha provocado enormes cataclismos.
Lo más grave de cuanto anticipó Shipton, está aun por llegar: “¡Ay, ay! La guerra vendrá de donde mora el turco y el pagano, que en feroz riña se enfrascarán buscando cómo aniquilar sus vidas. Cuando el norte divida al sur y en las fauces del león, el águila anide, entonces el impuesto, la sangre y la guerra vendrán a cada humilde hogar.” La alusión a los conflictos que estamos viviendo en Oriente Medio, no puede ser más notoria, ni más clara pueden ser las figuras del león, rey de los desiertos y el águila, emblema de la bandera norteamericana.
Y para acabar de dejarnos fríos: Una serpiente plateada se verá y arrojará hombres de extraño semblante, mezclándose con la nueva tierra. Estos extraños hombres aclararán las mentes del hombre futuro. Estos se mezclarán y mostrarán cómo vivir. La edad de oro se inicia de nuevo.
Un rayo de esperanza; débil pero de esperanza al fin y al cabo.

¡Ojalá que “Madre Shipton” no vuelva a tener razón!