sábado, 30 de noviembre de 2013

PERÚ NO ERA EL PERÚ




El título de este artículo puede parecer enrevesado, quizás un juego de palabras, pero a lo largo de la exposición trataré de desentrañar el escaso misterio que pueda encerrar porque lo que conocemos como Perú, deformación del término Birú o Pirú no se refería, ni mucho menos, a los territorios que formaron el virreinato de Nueva Castilla, el antiguo imperio de los incas, conquistado por Pizarro, Almagro y Hernando de Luque.
La historia se remonta a la segunda década del siglo XVI, años antes de que estos conquistadores se lanzaran a la aventura del descubrimiento y conquista del reino de los incas. En aquel momento en el que apenas estaban consolidándose las posiciones en la llamada Tierra Firme, el rey Fernando el Católico, nombró a Pedro Arias Dávila, gobernador de Castilla de Oro, región que comprendía Nicaragua, Panamá y la parte norte de la actual Colombia.
El nuevo gobernador, conocido en la historia como Pedrarias Dávila, (recuérdese mi artículo http://unalupasobrelahistoria.blogspot.com.es/2013/03/viajando-con-su-ataud.html), llegó en el año 1514 con sus hombres a la región central del nuevo continente, con la misión de establecerse y colonizarlo.
Entre sus tropa figuraba un vasco llamado Pascual de Andagoya, un joven intrépido de poco menos de veinte años que destacaba por su entusiasmo y formación, lo que hizo que pronto prosperara entre las huestes y recibiera el encargo de fundar una ciudad al otro lado del istmo y así, en 1519 fundó la ciudad de Panamá, con cuatrocientos colonos que marchaban con la expedición.


Pascual de Andagoya

Pero Andagoya no se contentaba solamente con fundar ciudades y gobernarlas, su espíritu aventurero le hizo ponerse en marcha con un reducido contingente en dirección al sur, recorriendo el litoral colombiano del Pacífico.
Hacia 1522 se le nombró Visitador Indio de Castilla de Oro y con ese cargo y un grupo mejor formado de hombres de armas, empezó a explorar las tierras y litorales de Colombia. A sus expensas construyó unas naves y con ellas se hizo a la mar.
Recorriendo la costa del Pacífico encontraron un río navegable, cuyo cauce siguieron hasta encontrar una fuerte resistencia por parte de los indios, a los que tuvieron que enfrentarse y derrotarlos.
Para congraciarse con sus vencedores, el cacique se ofreció a ayudarles a explorar una vasta región conocida en la lengua indígena como “Chocó”  y que es buena parte del norte de la actual Colombia. Decía el cacique que unas tribus conocidas por ellos como de los territorios del Birú, situados más al sur, los acosaban llegándose por mar en canoas y causando muchos estragos entre su población.
Andagoya aceptó el ofrecimiento pero sus fuerzas eran escasas para continuar en campaña, por lo que una de sus naves volvió a Panamá para pedir refuerzos, mientras él y sus hombres se reponían en aquella tribu.
Con la llegada de los refuerzos, meses después y acompañados por una partida de exploradores indios, continuaron su viaje por el litoral, hasta llegar a un nuevo río que bautizaron con el nombre de San Juan, uno de los más importantes ríos de la región, que desemboca formando un delta turbulento en cuyas aguas zozobró la embarcación que Andagoya llevaba, quedando herido.
Aun así, remontaron el río hasta encontrar una fortaleza desde la que le hicieron frente. Con la inestimable ayuda de la fusilería, los indios se rindieron, consiguiendo pacificarlos, pero herido como se encontraba hubo de ordenar el regreso.
Fue allí, entre aquellos indígenas del río San Juan, donde tuvo por primera vez noticias de un poderoso imperio situado mucho más al sur y que era conocido por Tahuantinsuyo, país de muchas riquezas y con una civilización aparentemente más avanzadaa en donde el oro y la plata, los codiciados metales que movieron la maquinaria del descubrimiento y la colonización, abundaban por demás.
A su vuelta a Panamá, Andagoya dio a conocer sus descubrimientos y habló de aquellas tierras sureñas, del Birú, las tierras por él descubiertas y del imperio del sur, en donde el oro y la plata abundaban.
Aquel conocimiento hizo que en 1524 Pizarro, alcalde de la ciudad de Panamá, emprendiera la aventura de la conquista del imperio inca, a cuyas tierras puso el nombre de Pirú, según había oído a Andagoya referirse a aquellos territorios con ese nombre, pero, evidentemente debía de haber un error, porque los indios del Chocó no podían haber entrado en contacto con los incas del Cuzco o la Ciudad de los Reyes, dada la enorme distancia existente y la escasez de medios, por lo que es mucho más posible que se refirieran a unos territorios limítrofes con los suyos y no los incaicos.
De todas formas el nombre de Pirú, primero y Perú, más tarde, se acuñó para aquellos inmensos territorios conquistados a los incas y base de la expansión española en el sur del Nuevo Continente.
Pascual de Andagoya, además de aventurero y marino, tenía aficiones literarias y escribió los hechos de Pedrarias Dávila entre otras muchas cosas y a su llegada a Panamá, después de aquella aventura fallida, escribió unas memorias acerca de aquel viaje, documento que permanecía ignorado hasta que el prestigioso historiador peruano Miguel Maticorena lo rescató del olvido. Ese documento está fechado en 23 de julio de 1523 y Andagoya describe cómo ha descubierto las tierras colombianas a las que se refiere como “provincia del Perú”, que el año anterior había visitado.
Esta es la primera constancia escrita del nombre de Perú, que hace referencia a unos territorios al sur de la costa pacífica de Chocó (Colombia) que no se puede confundir con la zona del imperio inca. No obstante, cuando años después Pizarro y sus hombres derrotan a los incas, comienzan a llamar a aquel territorio con el nombre de Perú, pero evidentemente ese nombre hacía referencia a otras tierras que estaban  situadas mucho más al norte.
Basta echar un vistazo al mapa de la costa del Pacífico para comprender la enrome distancia que existe entre Buenaventura, un poco al sur de la desembocadura del río San Juan y Cuzco.

sábado, 23 de noviembre de 2013

MANJAR DE DIOSES





Los que vivimos en Andalucía no sabemos las riquezas que nuestra tierra contiene; bueno, si sabemos de muchas de ellas, pero desconocemos de tantas otras que a veces, nos sorprende nuestra propia ignorancia.
Tengo que reconocer que la provincia de Huelva es para mi una gran desconocida, pese a la proximidad geográfica, por eso, cuando la semana pasada mi hijo me comentó que en la Sierra de Aracena se celebraban unas jornadas gastronómicas dedicadas a las setas, nos planteamos la posibilidad de irnos a pasar el fin de semana en aquella desconocida localidad, aprovechando para conocer algo de la zona y degustar las deliciosas setas.
Así lo hicimos y el viernes por la tarde, tras dos horas de viaje aparcábamos en la plaza principal del precioso pueblo de Aracena.
Lo primero que comprobamos al bajarnos del coche fue el frío que hacía. Habíamos salido de El Puerto en una tarde cálida, vistiendo en mangas de camisa y aquel mazazo de frío nos cogió por sorpresa. Inmediatamente nos apresuramos en sacar del equipaje algo para abrigarnos.
Aparte del frío, de inmediato comprobamos que Aracena es un pueblo precioso, con calles amplias y casas bajas, muchas placitas con encantadores rincones, abundante arbolado y una limpieza digna de ser copiada en todos nuestros municipios. Es la capital de la comarca que lleva su nombre y se encuentra a pocos kilómetros del famosísimo pueblo de Jabugo, en donde se da el mejor jamón del mundo.
Pero además, en el casco urbano de esta preciosidad de pueblo, se encuentra la gruta de las Maravillas, una verdadera maravilla de la naturaleza que no se puede dejar de visitar.
Recorriendo sus distintas calles, visitando sus enclaves más turísticos, mi gran sorpresa fue la monumentalidad del pueblo cuya historia, como la de muchos otros de Andalucía, es realmente apasionante y se remonta a tiempos prehistóricos.

Panorámica del pueblo con castillo al fondo

Pero nosotros íbamos, sobre todo, a por las setas; también por los productos del cerdo, pero sobre todo por ese exquisito manjar que son esos hongos, tan buenos para una dieta hipocalórica, como deliciosos al paladar.
Setas guisadas, a la plancha, en ensaladas o simplemente crudas, con un chorrito de aceite y sal, son el complemento perfecto para rebajar las calorías que un buen plato de jamón, caña de lomo o de chorizo, ibéricos y de la zona, puedan aportarnos.
En todos los bares se anunciaban las setas; las diferentes variedades desde el gurumelo, hasta el tentullo, nombres locales de la amanita ponderosa y del boletus edulis, para llegar a la que en todos los lugares nos señalaban como la verdadera reina de las setas: la tana.

Amanita cesarea en las tres fases de su crecimiento

Así se las conoce allí, con esos nombres locales, pero cualquier aficionado a recolectarlas, o sencillamente a degustarlas, conoce sus nombres científicos que emplean cuando quieren darte a entender que puedes comerlas con absoluta tranquilidad porque todas las setas que se consumen en aquella zona son perfectamente comestibles y no van a suponer riesgo alguno para tu salud, pues están recogidas y manipuladas por personas que entienden y mucho, de ese quehacer.
El consumo de setas se extiende a la más profunda prehistoria y desde hace unos años está perfectamente constatado por un hecho que seguidamente relataré.
Siempre se creyó que en la antigüedad nuestros antepasados consumían setas y hongos de variedades comestibles, posiblemente de observar cómo el ganado comía aquellos hongos con deleite, pero hasta la aparición del cuerpo momificado de Otzi (consultar mi artículo recientemente sugerido de  Vivir eternamente) http://unalupasobrelahistoria.blogspot.com.es/2013/03/vivir-eternamente.html), en cuyo zurrón se encontró una seta, no se tuvo la certeza de que hace más de cinco mil años los humanos ya las conocían y las consumían.
De la misma manera, hasta hace bien poco se tenían a las setas como individuos pertenecientes al reino vegetal. Evidentemente no eran vegetales, pues carecen de clorofila, pero quedaban así encuadradas. En la actualidad no se sabe a ciencia cierta si pertenecen al reino vegetal o al animal y, de momento, se ha creado una nueva categoría, denominada Reino Fungi, en la que se las ha encuadrado, esperando que con el tiempo se puedan clasificar de manera más acertada.
Pero volviendo al pueblo y a sus bares, un camarero, simpático y avispado, a nuestras primeras preguntas sobre la seguridad del consumo, nos comentó: “Las puede usted comer con entera tranquilidad por que todas las setas que servimos son comestibles y no de la manera que lo decía ese de los hermanos Marx que todas lo eran, por lo menos una vez”.
Gracioso Groucho y el camarero, capaces de tranquilizarnos y empezar a degustar tan delicioso manjar.
Tanto que ya en la antigua Roma, la sociedad más hedonista de todos los tiempos, las setas se consumían con asiduidad y de entre todas ellas, una que en Aracena es también la emperatriz de las setas: la amanita cesarea, vulgarmente conocida como tana. Un lujo de seta con un sabor distinto a todas las demás y que cuanto menos se la cocina o sazona, más rica y sabrosa está. Una ligera pasada por la plancha y el inevitable chorro de aceite con un poco de picadillo de perejil y ajo es más que suficiente para potenciar todo su sabor.
Todo un gustazo que ya se daban los emperadores romanos  que a estas setas habían colocado su sello personal y su consumo estaba prohibido a todas las clases sociales, excepto a los patricios, de ahí su apellido de cesarea.
Dicen, aunque no he conseguido documentación que lo avale, que era tanta la afición por esta seta que se recolectaba en diferentes lugares, pero ninguna era igualable a las que se daban en Hispania, que llegada la época de su consumo los emperadores romanos disponían de un sistema eficaz de postas para trasladar las setas frescas desde diferentes lugares de Hispania, pero sobre todo de la sierra de Huelva, hasta la capital del imperio. Para esa misión reventaban veinte caballos y varios jinetes
El hecho es posible, porque según nos han contado, estas setas, convenientemente dispuestas y envasadas, se conservan perfectamente por espacio de cuatro días, sin apenas merma de su calidad. Sentados a una mesa y con un plato de tanas por delante, hicimos un cálculo somero: Roma está a menos de dos mil cuatrocientos kilómetros de Huelva. Un buen caballo, simultaneando un trote ligero con un galope lento, puede cabalgar a una media de unos treinta kilómetros por hora, e incluso más y durante unas cuantas horas. Disponiendo de postas adecuadamente distribuidas para cambiar los caballos y los jinetes, cabalgando ininterrumpidamente, día y noche, por las buenas calzadas romanas, una caja de tanas se puede encajar en Roma en poco más de cuatro días; eso sí, reventando esos veinte caballos y dejando a sus jinetes para el arrastre con tal de darle gusto al césar.
Todos los emperadores y posiblemente antes que ellos los cónsules y la gente pudiente en la época republicana, consumían las setas de Hispania, sobre todo las de la Sierra de Aracena, próxima a dos emporios romanos, Mérida e Itálica, circunstancia que las haría muy conocidas, pero de entre todos ellos, el que más afición a su degustación demostró fue el emperador Claudio, aquel medio subnormal, tartamudo, cojo y tímido que luego sorprendió a todos con su carácter y su inteligencia, tanto que las mismas legiones que le habían coronado emperador, por pensar que era el más tonto y manipulable, trataron de deshacerse de él asesinándolo, cosa que por fin consiguió su esposa Agripina, la cual quería el trono de Roma para su hijo Nerón.
No hay coincidencia en criterios respecto a la manera en que fue asesinado, pero es opinión muy extendida el creer que fue envenenado por su esposa, con la ayuda de la envenenadora más famosa de Roma: Locusta y usando un veneno disfrazado en un plato de setas, la comida preferida del emperador, posiblemente otra seta de la misma especie amanita que pueden ser mortalmente venenosas, las conocidas como “phaloides”.
La fama de peligrosas que llegan a tener las setas la deben a que cada año mueren varias personas al consumir, equivocadamente, algunas setas, precisamente de la misma familia que la cesarea como la virosa, la phanterina, o la phaloides antes mencionada, cualquiera de las cuales es capaz de provocar la muerte de una persona aun ingiriendo una sola seta.
Después de su muerte, Nerón accedió al trono y Claudio fue proclamado dios, convirtiéndose así las setas en alimento de los dioses y nunca mejor empleado el término, pues convirtieron a Claudio en uno de ellos.


sábado, 16 de noviembre de 2013

EL MIRLO





Los que asiduamente siguen mi blog y mis correos saben que he estado unos días de vacaciones. A mi no me gusta viajar y odio hacer maletas, será que las he tenido que hacer tantas veces por razones de trabajo, que me ha quedado un poso de inconformidad cada vez que me enfrento a esa tarea, durante la que no dejo de pensar en llegar al hotel, deshacer lo hecho, sentarme incómodo sobre la cama o en una insufrible butaca y no encontrar en el cuarto de baño todos mis enseres personales. En fin, que no me gusta viajar, pero cada vez que lo hago procuro sobreponerme y sacar del viaje todo el partido posible y casi siempre lo encuentro en la gastronomía.
Después de cinco días en la Galicia interior, degustando sus exquisiteces, nos fuimos a Asturias a visitar a unos amigos y allí nuevamente con la gastronomía y las piedras de Vetusta, aguantamos el tirón del viaje.
Y en Asturias, como es de obligación, compré unas magníficas fabes de Pravia y un compango de categoría y ayer por la noche puse las fabes en agua y esta mañana, con mucha paciencia, he cocinado una Fabada con mayúscula con las que mi familia y yo nos hemos desquitado de tantos kilómetros.
Y cuando había puesto las fabes a fuego lento, para espantarlas, que se dice y hacerles soltar buena parte de ese gas que almacenan y que tan molesta hace la digestión, mientras las veía blancas en el agua que se iba calentando y que a ratos impulsaba a algunas hacia arriba, me acordé de un plato cocinado con habichuelas, judías, alubias, o como quiera que en cada lugar se le llame que, hace muchos siglos, fue muy popular en la cocina andalusí. Este plato, cuya composición completa no se ha conservado se llamaba “Ziriabí” en honor de su inventor, un persa que en el siglo IX llegó a Córdoba y revolucionó el gusto por la gastronomía.
Han sido varios los científicos, inventores y sabios de todo tipo que se han preocupado de transmitir el gusto por la alimentación, hacer del necesario momento de alimentarse, un disfrute perfectamente compatible la ingesta de alimentos. De entre todos estos cerebros privilegiados, preocupados por el arte culinario, quizás sea Leonardo da Vinci, el que más haya contribuido, aunque hubo muchos otros que ya lo habían hecho antes y otros que lo harían después.
Y de los que lo antecedieron quizás sea entre árabes y judíos donde los españoles hayamos tenido los mejores adalides en la tarea de los fogones y las perolas. Y uno de estos primeros virtuosos de la cocina fue el kurdo Abul Hassan Alí ibn Nafí, más conocido por su apodo “Ziryab”, El Mirlo, mote que le fue puesto por su piel oscura y su magnífica voz, pues además de gastrónomo fue poeta y cantante.
Parece ser que “Ziryab” nació en el Kurdistán y que destacó muy pronto por sus dotes para el canto y así fue inscrito en una prestigiosa escuela de cantores de Bagdad, por aquel tiempo una de las ciudades más importantes del Islam y capital de su imperio en donde el joven Mirlo cantaba para el califa.
Pero ciertas rencillas con su antiguo maestro, hizo que El Mirlo decidiese venirse para occidente y después de un largo viaje por toda la costa norte de África, se puso en contacto con el emir de Al-Ándalus, Al-Haken I que aceptó sus servicios sin reserva alguna, pues ya había llegado hasta aquí la fama que precedía al protagonista de esta historia. Cuando llegó a Córdoba, Al-Haken había muerto y en aquel momento gobernaba Abderramán II que, conociendo su fama, lo aceptó en su corte, como músico, geógrafo, astrónomo y cocinero, con unas prebendas dignas de un príncipe y eso sin haberle oído cantar, ni degustado sus recetas.
Muy pronto, en la rústica y guerrera corte cordobesa, las maneras elegantes y las refinadas modas que el cantante traía de Oriente, se fueron poniendo de moda y en poco tiempo, El Mirlo, se había convertido en el árbitro de la elegancia musulmana en Al-Ándalus. No solamente era admirado por su bella voz y sus canciones, compuestas por él, sino que era imitado en la forma de vestir, de decorar las casas y, sobre todo, de disponer la mesa para los banquetes.
Su habilidad como artesano queda demostrada en la construcción de sus propios instrumentos musicales, sobre todo el laúd, del que se dice era un virtuoso y en cuya ejecución destacó tanto que incluyó una quinta cuerda en el mástil para darle mayor riqueza sonora.

Grabado que representa a Ziryad tocando el laúd

En aquel momento los instrumentos de cuerda se tocaban con púas de madera que el sustituyó por picos de águila, por las uñas del mismo ave y por plumas, consiguiendo una musicalidad que solamente fue superada cuando se empezó a tocar con las uñas de la mano y la yema de los dedos.
Para el prestigioso ensayista y arabista Emilio García Gómez, “Ziryab” introdujo en España toda una suerte de gustos por las melodías orientales que serían la base de una buena parte de nuestra música tradicional.
Dicen de él que se sabía la letra de más de diez mil canciones que él mismo componía y que era un conversador ameno que tenía profundos conocimientos de historia, geografía, astronomía y otras ciencias y artes, pero sobre todo era seguido por la alta sociedad andalusí en su manera de vestir, tan es así que cuentan que cada mañana, los señores importantes del emirato, apostaban a sus siervos en las proximidades de la casa de “Ziryab” para tomar buena nota de cómo iba vestido o como llevaba el pelo, e inmediatamente transmitir a sus amos esos detalles y que éstos lo pudieran imitar.
Un ejemplo claro de su forma de acicalarse es la introducción de la moda del peinado con flequillo que desde tiempos de roma había dejado de usarse.
Pensando que si los influyentes del emirato se esforzaban por imitarle, creyó que sería una buena idea sacar provecho de aquella devoción que le profesaban y montó la primera escuela de belleza que hubo en occidente, donde se esforzaba por inculcar las buenas costumbres y maneras en el vestir y en el aseo personal.
Muy al gusto de la época y quizás incluso de toda su civilización, los musulmanes eran muy dados a lucir vestimentas de colores chillones, llamativos y escandalosos que si bien lucían las primeras puestas, luego eran inmediatamente reconocidos como atuendos ya muy usados. Apreciando estas circunstancias, El Mirlo puso de moda entre la clase elevada el uso de prendas de color blanco, cuya costumbre ha llegado a nuestros días y podemos verlo en las recepciones de los importantes del Islam, como visten impecablemente de blanco.
Pero sin duda alguna, donde El Mirlo, revolcó a todos con sus refinados gustos fue en la mesa.
Se usaban entonces, como lo hacemos ahora, manteles de hilo que él sustituyó por otros de finísimo cuero, sobre los que asentaban mejor las copas que de oro, plata u otros metales menos nobles, pasaron a ser de cristal de roca tallado, mucho más esbeltas y elegantes que las de rudo metal, por muy precioso que éste fuera.
Otra contribución muy importante en la comida fue la de ordenar ésta en función de los platos que se habrían de tomar, así como la de introducir el espárrago que no era conocido por la cocina hispana.
Solía ser costumbre mezclar las comidas sin orden alguno, lo que dificultaba poder apreciar el verdadero sabor de algunos alimentos y así, poco a poco, fue introduciendo un orden que todavía hoy se conserva y es el de empezar por comidas fáciles de digerir, como las sopas, ensaladas y otros productos que ahora, con mucha razón llamamos entrantes, para continuar con los pescados y cerrar la ingesta con las carnes, para después comer los dulces como postre, lo que antes se hacía al principio de la colación.
Era consultado por todas las personas influyentes a la hora de amueblar o decorar las casas y palacios y no había fiesta que se preciara si no podía contar con la presencia del kurdo que además de entretenerlos con su conversación e ilustrarlos con sus conocimientos sobre todos los pueblos y civilizaciones que había conocido, los amenizaba con sus canciones, después de haber saciado sus apetitos con las más sabrosas recetas de cocina.
Si damos un repaso al panorama nacional actual, comprobaremos que abundan los que desean convertirse en árbitros de la elegancia, pero si ahondamos un poco en el perfil de los actuales forjadores de conciencias ciudadanas, comprobaremos que no le llegan a El Mirlo ni a la altura del zapato.
Y lo que a mi manera de ver engrandece más a este personaje es que se trataba de un ciudadano normal, nada afectado por los convencionalismos de la época, ni amanerado en sus costumbres que hacía una vida sana sin extralimitarse y que mantenía un harem con numerosas concubinas, a las que vestía y alimentaba de manera exquisita.

¡Vamos que no le hacía falta ser “rarito” para ser el gurú de la moda!

sábado, 2 de noviembre de 2013

EL MAYOR "TSUNAMI" CONOCIDO





Sobre las nueve y media de la mañana del día de Todos los Santos del año 1755, a unos doscientos kilómetros del Cabo de San Vicente, en Portugal, se produjo un terremoto cuya magnitud, desconocida en aquellos tiempos, tuvo que ser muy superior  a la inmensa mayoría de temblores de tierra que hasta la fecha se hubieran producido y registrado.
El sismo se notó en toda la mitad occidental de la Península Ibérica, en donde produjo daños de consideraciones diversas en edificios desde Salamanca hasta Málaga, pero sobre todo, el maremoto que vino a continuación produjo olas de hasta veinte metros de altura que llegaron desde las costas de Marruecos, hasta Gran Bretaña y las Antillas, produciendo más de cien mil muertes y destruyendo la ciudad de Lisboa, la que más sufrió y que por eso dio nombre al desventurado suceso.
  A esas olas enormes, producto de cataclismos anteriores se las conoce con el nombre japonés de “tsunami” que quiere decir ola en la bahía, más que por su verdadero y científico nombre que sería maremoto, como antes se ha empleado.
La mayoría de estos maremotos son producidos por movimientos sísmicos que producen grandes desplazamientos de agua en el fondo del mar y como consecuencia un movimiento de la misma produciendo grandes olas, pero existen otras causas, como más adelante se verá.
A lo largo de la historia ha habido grandes maremotos, el primero de los cuales está registrado alrededor del año 1650 antes de nuestra era y que ocurrió en el centro del Mediterráneo, en la isla de Santorini. Éste no fue de origen sísmico, sino a consecuencia de la explosión de un volcán que dejó hueca la isla que cayó sobre sí misma, produciendo olas de entre 100 y 150 metros de altura.
Se puede consultar mi artículo, publicado hace ya varios años en esta dirección: http://unalupasobrelahistoria.blogspot.com.es/2013/03/la-isla-de-santorini.html
Pero anteriormente, entre 1.500 y 2.000 años antes de nuestra era, el Golfo de Cádiz fue objeto de maremotos que alcanzaron hasta quince kilómetros dentro de la costa, lo que supone olas de más de treinta metros.
En agosto de 1883, explotó el volcán de la isla de Krakatoa, en el Océano Índico, desapareciendo casi la mitad de la isla y produciendo un maremoto con olas de hasta cuarenta metros y que se cobró la vida de más de veinte mil personas.
Y ya en nuestro siglo las informaciones son mucho más concretas, sobre todo a partir de que se empezara a medir la intensidad de los terremotos según las escalas de Mercali o de Richter.
En 1908 un sismo en el mar, al sur de Italia, en el llamado Estrecho de Mesina, produjo un “tsunami” que arrasó parte de la isla de Sicilia y la región continental de Calabria, produciendo casi cien mil muertes.
En la memoria de algunos que ya somos mayores, está el terremoto de Chile del año 1960, que fue de una magnitud casi desconocida hasta la fecha, llegando hasta los 9,5 grados en la escala de Richter. Como consecuencia se produjo un maremoto que devastó islas y ciudades del Pacífico situadas a más de diez mil kilómetros.
La fuerza destructiva del maremoto es la mayor de las que la propia Tierra puede desencadenar, a la que casi seguro que solo puede aventajar la colisión de un enorme meteorito que, caso de hacerlo en el mar, también provocaría un maremoto.
Tsunami de Indonesia

Como se ve en la fotografía, toda una pared de agua de treinta metros va a arrasar la zona de casas bajas, en el maremoto de Indonesia.
Afortunadamente, las leyes de la física juegan a favor de la naturaleza y de la humanidad porque cuando se produce una ola gigante en aguas muy profundas, esta se desplaza con una velocidad cercana a los mil kilómetros a la hora, pero conforme la profundidad va descendiendo, también lo hace la velocidad, si bien aumenta la altura de la ola, hasta que al llegar a las costas, donde la profundidad no supere los diez metros, su velocidad se ve reducida a cuarenta kilómetros a la hora, aunque por el contrario su altura puede alcanzar fácilmente los cuarenta metros.
A pesar de lo que se dicho hasta ahora, sobre la potencia destructiva de los maremotos, es curioso que la ola más alta de las que se tiene registrada solamente acabó con la vida de dos personas.
El hecho fue muy singular y merece la pena describirlo.
Todo el Pacífico es una tierra volcánica y muy afectada por terremotos, alguno de los cuales, como el de Lima de 1674 debió llegar a los nueve grados en la escala Richter, otros como los que se han mencionado, fueron también devastadores. Pero esos enormes cataclismos levantaron olas de un máximo de cuarenta metros, sin embargo la ola más grande llegó hasta los quinientos veinte metros.
En la costa sur de Alaska se encuentra una extensa bahía, en la que confluyen tres grandes glaciares, el mayor de los cuales, el Lituya, da nombre a la bahía. La bahía es muy profunda pues tiene casi quince kilómetros de largo, por tres de ancho y la boca por la que se comunica al Pacífico es, sin embargo, muy estrecha.
Pasadas las diez de la noche del día 9 de julio de 1958, comenzó un sismo que alcanzó los 8,3 grados en la escala de Richter y que persistió por espacio de dos largos minutos.
Como consecuencia del fuerte movimiento de la tierra, del glaciar Lituya se desprendieron treinta millones de metros cúbicos de hielo, piedras y tierra que cayeron violentamente sobre las aguas del fondo de la bahía.
De inmediato se formó una gran ola que se desplazó hacia la entrada de la bahía a una velocidad vertiginosa.
Afortunadamente aquella zona, de clima extremadamente frío y que forma el Parque Nacional de la Bahía del Glaciar, está deshabitada, pero es muy buen lugar para le pesca, por lo que aquella noche de verano había tres embarcaciones pescando en sus aguas, curiosamente las tres compuestas por matrimonios, lo que por otro lado es bastante frecuente en Alaska.
Dos de las embarcaciones se salvaron milagrosamente del enorme “tsunami” que se formó, pero la tercera fue literalmente aplastada contra la costa.

Bahía de Lituya tomada de Google

Las expediciones que posteriormente se desplazaron a la zona para examinar la magnitud del cataclismos, comprobaron que la ola había alcanzado una altura de quinientos veinte metros.
Aunque parezca poco creíble, la altura a la que el mar puede llegar es fácil de determinar por la salinidad que queda en el terreno, incluso muchos años después de haber ocurrido y por eso, la altura que se estableció para la gran ola de Lituya, es incuestionable a la vez que sorprendente, pues una pared de agua de más de medio kilómetro de altura, no deja de ser un espantoso y sorprendente espectáculo.
Afortunadamente dos circunstancias contribuyeron a minimizar los efectos de la catástrofe: primero que la zona estaba despoblada lo que contribuyó a que no hubiera víctimas humanas, aunque la fauna del lugar debió sufrir las consecuencias; y segundo que la bahía Lituya tiene una boca al Pacífico muy cerrada, con lo que la enorme ola no consiguió salir del recinto casi cerrado de la bahía, pues en otro caso, de producirse en mar abierto, una ola de esas proporciones hubiera sido un verdadero desastre en las costas de Asia, sobre todo de Japón, situado al suroeste y a unos cinco mil kilómetros, ya que toda la zona del Pacífico de Siberia está despoblada.
Si una ola de treinta o cuarenta metros es capaz de desplazarse a mil kilómetros a la hora y a una distancia de diez mil kilómetros causar tremendos estragos, qué no podría haber causado una ola diez o doce veces superior al llegar a las costas de Japón, las más cercanas, o las de China, Vietnam, las islas Filipinas o todas las demás islas del Pacífico.