viernes, 11 de noviembre de 2016

LOS APELLIDOS IRLANDESES



Una céntrica calle de Madrid se llama O’Donnell; yo estudié en San Fernando en una academia que se llamaba O’Dogherty, apellido de su fundador y tengo un compañero que se apellida O’Ferral. Todos son apellidos de origen irlandés y hay muchos más, pero ¿porqué tantos apellidos irlandeses entre nuestros García, Martínez o Rodríguez? Tiene su explicación en un hecho histórico ocurrido cinco siglos atrás.
Y su explicación nace de una guerra, o quizás de muchas guerras que, como casi todas, no tenían otro fin que la afición de los gobernantes a quedarse con lo que no era suyo, o la de imponer su religión sobre las demás. ¡Cuántas guerras lo han sido por motivos religiosos!
Esto último fue muy frecuente en España que estaba permanentemente arruinada, a pesar de todo el oro y la plata que recibía de las Indias, por mantener las guerras religiosas con toda la Europa que no fuera católica.
Algunas guerras tienen tan poco fundamento que se las conoce por el tiempo que duraron: La Guerra de los Cien Años, que no se la puede nombrar de otra manera que por el tiempo que duró; ocurre lo mismo con la de los Treinta Años y así sucede con la de Los Seis Días o las dos de Los Nueve Años porque, para ser poco originales, ha habido dos guerras con el mismo nombre.
Y desgraciadamente, en las dos participó España y en las dos el trasfondo era puramente ambicioso y religioso. Nos interesa la primera; la ocurrida un siglo antes que la otra, concretamente entre los años 1585 y 1604 y fue contra nuestro eterno enemigo: Inglaterra.
Reinaba en España Felipe II y en Inglaterra Isabel I, la cual tenía la fea costumbre de apadrinar a sus piratas con tal de que éstos hostigaran a las naves y los puertos españoles.
Así, el pirata Drake, al que la reina había tenido la desfachatez de nombrar Sir, atacó la ciudad de Cádiz en 1587, mientras que en el mar ya se habían producido varios abordajes a las flotas de Indias.
Esto desencadenó el plan que llevaba por objetivo atacar Inglaterra con una enorme escuadra y con las vicisitudes que ya se conocen, acabó en el desastre de la mal llamada Armada Invencible, en 1588.
En vista del fracaso español, los ingleses se envalentonaron y pusieron a disposición de Drake, al que nombraron almirante, una escuadra poderosísima, a la que se conoce como “Contraarmada” que tenía como objetivo acabar con los restos de la armada española que se había salvado de las tempestades y que estaba reparando en diferentes puertos del Cantábrico, sobre todo en Santander y La Coruña. De camino, asolar ciudades y puertos, hacer botín y seguidamente atacar Lisboa, con la intención de deponer a Felipe II, que en ese momento era el rey de los dos países y reponer en el trono a la dinastía portuguesa, tradicional aliada de los ingleses.
La “Contraarmada” la componían alrededor de doscientas embarcaciones y más de veintisiete mil hombres, entre soldados y marineros.
Pero la indecisión de Drake y el desconocimiento de las costas cántabras, lo llevaron a cosechar una derrota tras otra, hasta el extremo de tener serios problemas a la hora de reportar ante la reina sus planes de ataque y sus estrategias.
La “Contraarmada”, tanto o más numerosa que la Invencible, terminó con mayores pérdidas que ésta, pero ese capítulo apenas se ha aireado y como sucede con muchos otros episodios en los que salimos ventajosos, ha pasado completamente desapercibido. Parece como si nuestra historia nos las escribieran las plumas británicas.
Mientras todo esto sucedía, en Irlanda estaban soportando una invasión inglesa hasta el punto de que en 1541, Enrique VIII, entre divorcio y divorcio, se proclamó rey de Irlanda, un acto que los irlandeses no soportaron.
Evidentemente, la correlación de fuerzas entre uno y otro país no era comparable y los irlandeses se sabían muy inferiores a los ingleses que, además, llevaban varias decenas de años ocupando su territorio y lo tenían organizado a su conveniencia, amén de contar con regiones afines, dentro de la geografía irlandesa, así como poderosos irlandeses leales a su causa.
En vista de la eterna rivalidad entre España e Inglaterra y a la luz de las últimas victorias españolas, que casi habían esquilmado a la flota inglesa, los irlandeses pidieron ayuda militar a España.
Y, como parece natural, España prestó su ayuda. Es cierto que existían las dos razones fundamentales que nuestro país se exigía y que no eran otras que seguir peleando contra Inglaterra y hacerlo ahora en tierra, poniendo frente a los ingleses a los famosos Tercios españoles y combatir de paso el avance del protestantismo.
Una armada compuesta por treinta y tres barcos y más de cuatro mil cuatrocientos soldados, organizados en dos Tercios de Infantería, fue puesta bajo el mando del almirante Diego Brochero, un personaje extrañamente olvidado, gran marino que dio muchas jornadas de gloria a la fuerza naval española. Su destino era desembarcar en Irlanda y combatir a los ingleses que desde hacía cuarenta años se habían enseñoreado del país, en donde una mayoría católica, vivía pisoteada por los gobernantes protestantes.
Pero hacia 1593, en el norte del país se había iniciado un levantamiento armado que, acaudillado por los terratenientes irlandeses O’Donell y O’Neill, luchaba contra los ingleses y eran los que reclamaban nuestra ayuda.
La escuadra española sufrió, como era de esperar, dada la proverbial poca fortuna que planeaba constantemente sobre nuestros enfrentamientos con Inglaterra, una furiosa tempestad que separó de la flota a nueve barcos, en los que iban unos seiscientos infantes, mucha artillería y más municiones, los cuales hubieron de regresar a las costas españolas.
Aun con las fuerzas disminuidas, el general que mandaba los Tercios, desembarcó en Kinsale, al sur de Irlanda, a la entrada del enorme estuario que forma la desembocadura del río Bendon, en diciembre de 1601.
La escuadra española, una vez desembarcados los infantes, regresó a España, dejando a las tropas sin apoyo de artillería, por lo que después de tomar Kinsale, no pudieron seguir avanzando, siendo sitiados por fuerzas inglesas, que reunieron un ejército el doble que el español.
Los rebeldes del norte, al conocer la noticia del desembarco, reunieron sus fuerzas y cruzaron a toda marcha el país, pero al llegar a Kinsale, exhaustas sus fuerzas tras los quinientos kilómetros recorridos, no pudieron forzar el asedio de la ciudad.
En España se preparó una nueva flota de apoyo compuesta por diez barco, pero nuevamente un temporal los separó y solamente llegaron a Irlanda seis, con unos seiscientos hombres, pero con abundante artillería y municiones.
Desembarcaron en Castlehaven, a más de cien kilómetros al oeste de Kinsale e inmediatamente fortificaron la costa con la artillería.
No tardó en aparecer una escuadra inglesa con la que se trabó un duro combate que se resolvió con la retirada nocturna de los barcos ingleses, después de haber sufrido considerables pérdidas.
Decidieron entonces los rebeldes irlandeses y los españoles, atacar al grueso de las tropas inglesas desde Castlehaven y Kinsale, cogiéndolas entre dos frentes, pero advertidos los invasores, planearon su estrategia y lanzaron a su caballería, muy superior a la irlandesa, contra los sublevados que fueron esquilmados, quedando con vida solamente unos cuarenta. Sin otra opción, se vieron obligados a la rendición, cayendo prisioneros casi todos los habían conseguido salvar la vida en la dura confrontación.
Cuando las fuerzas de Kinsale decidieron salir en apoyo de sus compañeros, era demasiado tarde.
Naturalmente que los ingleses aprovecharon la ocasión para asediar Kinsale también por mar y después de resistir notablemente no tuvieron más opción que la de rendirse.

Placas conmemorativas de la batalla de Kinsale

No obstante, la rendición fue muy beneficiosa para los españoles, a los que los ingleses permitieron regresar a España, cosa que sucedió en abril de 1602.
Previendo que la represión inglesa se agravaría considerablemente, muchos de los irlandeses más implicados en la rebelión, embarcaron con sus familias en los barcos españoles, en donde eran muy bien recibidos.
Esta ha sido la única vez que ingleses y españoles se han enfrentado en terreno británico, aunque en aquel momento era los invasores ilegales de Irlanda, pero no dejaban de considerarla parte de su territorio.

Las familias que acompañaron a los expedicionarios españoles en su regreso, se afincaron en España, dedicándose a múltiples ocupaciones e incrustándose de tal modo en la sociedad española, que nos han dejado todo un mosaico de sus extraños apellidos de la “O” y la comilla.

1 comentario:

  1. Muy interesante yo conocí a un O'Connor casado y separado de una hija de mi prima Mercedes que vive aquí en Valdelagrana y el chaval es pelirrojo como su padre. También irlandés.

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