Una céntrica
calle de Madrid se llama O’Donnell; yo estudié en San Fernando en una academia
que se llamaba O’Dogherty, apellido de su fundador y tengo un compañero que se
apellida O’Ferral. Todos son apellidos de origen irlandés y hay muchos más,
pero ¿porqué tantos apellidos irlandeses entre nuestros García, Martínez o
Rodríguez? Tiene su explicación en un hecho histórico ocurrido cinco siglos
atrás.
Y su
explicación nace de una guerra, o quizás de muchas guerras que, como casi
todas, no tenían otro fin que la afición de los gobernantes a quedarse con lo que
no era suyo, o la de imponer su religión sobre las demás. ¡Cuántas guerras lo
han sido por motivos religiosos!
Esto último
fue muy frecuente en España que estaba permanentemente arruinada, a pesar de
todo el oro y la plata que recibía de las Indias, por mantener las guerras
religiosas con toda la Europa que no fuera católica.
Algunas
guerras tienen tan poco fundamento que se las conoce por el tiempo que duraron:
La Guerra de los Cien Años, que no se la puede nombrar de otra manera que por el
tiempo que duró; ocurre lo mismo con la de los Treinta Años y así sucede con la
de Los Seis Días o las dos de Los Nueve Años porque, para ser poco originales,
ha habido dos guerras con el mismo nombre.
Y
desgraciadamente, en las dos participó España y en las dos el trasfondo era
puramente ambicioso y religioso. Nos interesa la primera; la ocurrida un siglo antes
que la otra, concretamente entre los años 1585 y 1604 y fue contra nuestro
eterno enemigo: Inglaterra.
Reinaba en
España Felipe II y en Inglaterra Isabel I, la cual tenía la fea costumbre de
apadrinar a sus piratas con tal de que éstos hostigaran a las naves y los
puertos españoles.
Así, el
pirata Drake, al que la reina había tenido la desfachatez de nombrar Sir, atacó
la ciudad de Cádiz en 1587, mientras que en el mar ya se habían producido
varios abordajes a las flotas de Indias.
Esto
desencadenó el plan que llevaba por objetivo atacar Inglaterra con una enorme
escuadra y con las vicisitudes que ya se conocen, acabó en el desastre de la
mal llamada Armada Invencible, en 1588.
En vista del
fracaso español, los ingleses se envalentonaron y pusieron a disposición de
Drake, al que nombraron almirante, una escuadra poderosísima, a la que se conoce
como “Contraarmada” que tenía como objetivo acabar con los restos de la armada
española que se había salvado de las tempestades y que estaba reparando en
diferentes puertos del Cantábrico, sobre todo en Santander y La Coruña. De
camino, asolar ciudades y puertos, hacer botín y seguidamente atacar Lisboa,
con la intención de deponer a Felipe II, que en ese momento era el rey de los
dos países y reponer en el trono a la dinastía portuguesa, tradicional aliada
de los ingleses.
La “Contraarmada”
la componían alrededor de doscientas embarcaciones y más de veintisiete mil
hombres, entre soldados y marineros.
Pero la
indecisión de Drake y el desconocimiento de las costas cántabras, lo llevaron a
cosechar una derrota tras otra, hasta el extremo de tener serios problemas a la
hora de reportar ante la reina sus planes de ataque y sus estrategias.
La
“Contraarmada”, tanto o más numerosa que la Invencible, terminó con mayores
pérdidas que ésta, pero ese capítulo apenas se ha aireado y como sucede con
muchos otros episodios en los que salimos ventajosos, ha pasado completamente
desapercibido. Parece como si nuestra historia nos las escribieran las plumas
británicas.
Mientras
todo esto sucedía, en Irlanda estaban soportando una invasión inglesa hasta el
punto de que en 1541, Enrique VIII, entre divorcio y divorcio, se proclamó rey
de Irlanda, un acto que los irlandeses no soportaron.
Evidentemente,
la correlación de fuerzas entre uno y otro país no era comparable y los
irlandeses se sabían muy inferiores a los ingleses que, además, llevaban varias
decenas de años ocupando su territorio y lo tenían organizado a su conveniencia, amén
de contar con regiones afines, dentro de la geografía irlandesa, así como
poderosos irlandeses leales a su causa.
En vista de
la eterna rivalidad entre España e Inglaterra y a la luz de las últimas victorias
españolas, que casi habían esquilmado a la flota inglesa, los irlandeses
pidieron ayuda militar a España.
Y, como
parece natural, España prestó su ayuda. Es cierto que existían las dos razones
fundamentales que nuestro país se exigía y que no eran otras que seguir
peleando contra Inglaterra y hacerlo ahora en tierra, poniendo frente a los
ingleses a los famosos Tercios españoles y combatir de paso el avance del
protestantismo.
Una armada
compuesta por treinta y tres barcos y más de cuatro mil cuatrocientos soldados,
organizados en dos Tercios de Infantería, fue puesta bajo el mando del
almirante Diego Brochero, un personaje extrañamente olvidado, gran marino que
dio muchas jornadas de gloria a la fuerza naval española. Su destino era
desembarcar en Irlanda y combatir a los ingleses que desde hacía cuarenta años
se habían enseñoreado del país, en donde una mayoría católica, vivía pisoteada
por los gobernantes protestantes.
Pero hacia
1593, en el norte del país se había iniciado un levantamiento armado que,
acaudillado por los terratenientes irlandeses O’Donell y O’Neill, luchaba
contra los ingleses y eran los que reclamaban nuestra ayuda.
La escuadra
española sufrió, como era de esperar, dada la proverbial poca fortuna que planeaba
constantemente sobre nuestros enfrentamientos con Inglaterra, una furiosa
tempestad que separó de la flota a nueve barcos, en los que iban unos
seiscientos infantes, mucha artillería y más municiones, los cuales hubieron de
regresar a las costas españolas.
Aun con las
fuerzas disminuidas, el general que mandaba los Tercios, desembarcó en Kinsale,
al sur de Irlanda, a la entrada del enorme estuario que forma la desembocadura del
río Bendon, en diciembre de 1601.
La escuadra
española, una vez desembarcados los infantes, regresó a España, dejando a las
tropas sin apoyo de artillería, por lo que después de tomar Kinsale, no
pudieron seguir avanzando, siendo sitiados por fuerzas inglesas, que reunieron
un ejército el doble que el español.
Los rebeldes
del norte, al conocer la noticia del desembarco, reunieron sus fuerzas y cruzaron
a toda marcha el país, pero al llegar a Kinsale, exhaustas sus fuerzas tras los
quinientos kilómetros recorridos, no pudieron forzar el asedio de la ciudad.
En España se
preparó una nueva flota de apoyo compuesta por diez barco, pero nuevamente un
temporal los separó y solamente llegaron a Irlanda seis, con unos seiscientos
hombres, pero con abundante artillería y municiones.
Desembarcaron
en Castlehaven, a más de cien kilómetros al oeste de Kinsale e inmediatamente
fortificaron la costa con la artillería.
No tardó en
aparecer una escuadra inglesa con la que se trabó un duro combate que se
resolvió con la retirada nocturna de los barcos ingleses, después de haber
sufrido considerables pérdidas.
Decidieron
entonces los rebeldes irlandeses y los españoles, atacar al grueso de las
tropas inglesas desde Castlehaven y Kinsale, cogiéndolas entre dos frentes,
pero advertidos los invasores, planearon su estrategia y lanzaron a su
caballería, muy superior a la irlandesa, contra los sublevados que fueron
esquilmados, quedando con vida solamente unos cuarenta. Sin otra opción, se
vieron obligados a la rendición, cayendo prisioneros casi todos los habían
conseguido salvar la vida en la dura confrontación.
Cuando las
fuerzas de Kinsale decidieron salir en apoyo de sus compañeros, era demasiado
tarde.
Naturalmente
que los ingleses aprovecharon la ocasión para asediar Kinsale también por mar y
después de resistir notablemente no tuvieron más opción que la de rendirse.
Placas
conmemorativas de la batalla de Kinsale
No obstante,
la rendición fue muy beneficiosa para los españoles, a los que los ingleses
permitieron regresar a España, cosa que sucedió en abril de 1602.
Previendo
que la represión inglesa se agravaría considerablemente, muchos de los
irlandeses más implicados en la rebelión, embarcaron con sus familias en los
barcos españoles, en donde eran muy bien recibidos.
Esta ha sido
la única vez que ingleses y españoles se han enfrentado en terreno británico,
aunque en aquel momento era los invasores ilegales de Irlanda, pero no dejaban
de considerarla parte de su territorio.
Las familias
que acompañaron a los expedicionarios españoles en su regreso, se afincaron en
España, dedicándose a múltiples ocupaciones e incrustándose de tal modo en la
sociedad española, que nos han dejado todo un mosaico de sus extraños apellidos
de la “O” y la comilla.
Muy interesante yo conocí a un O'Connor casado y separado de una hija de mi prima Mercedes que vive aquí en Valdelagrana y el chaval es pelirrojo como su padre. También irlandés.
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