jueves, 29 de noviembre de 2018

EL REY CORONEL





Hay países que casi no tienen Historia, pero la poca que tienen la aman por encima de todo. Hay países que tienen mucha Historia y también la aman. Y hay países que teniendo más Historia que ninguno, parece que no saben cómo desprenderse de ella.
Creo que cualquiera que lea esta introducción será capaz de poner nombre a cada uno de los ejemplos, si no es así, bien que lo siento.
Hoy se puede insultar a Dios, a la Virgen y a todos los santos; se puede quemar una fotografía del rey y la bandera de España, o limpiarse los mocos con ella, en un actuación que dice llamarse cómica, pero que no tiene ninguna gracia, para nadie, sin que al final la cosa pase de cabreo contenido de un sector de la población.
Limpiarse los mocos en público es un acto de poca urbanidad, como se diría antaño, si se hace con un pañuelo y de modo “trompetero”, es decir, haciendo mucho ruido y aspaviento innecesario; si además lo haces usando de pañuuelo la bandera de cualquier país, lejos de ser gracioso y de pésima educación, es una ofensa a los sentimientos de muchas personas. Si lo haces con mi bandera, te tendré tomado el número para siempre.
Ya he comentado en otro artículo que guardo con sumo orgullo una bandera de los Estados Unidos que me regaló la US NAVY, después de ondear durante veinticuatro horas en el Capitolio, expresamente para mí. Para un norteamericano eso es un orgullo; para mí, también lo es. (Ver mi artículo: http://unalupasobrelahistoria.blogspot.com/2014/04/ondear-de-banderas.html)
Después de esta introducción voy a entrar de lleno en el tema sobre el que me apetece muchísimo escribir y que debo a mi buen amigo Juan Delgado que me ha hecho llegar unas fotografías y un breve comentario que dan pie a esta bonita historia.
Pocos reyes han nacido siéndolo y eso le ocurrió a Alfonso XIII, hijo póstumo y rey de España desde el mismo instante de su alumbramiento.
Creció el chico y entró en edad de merecer, para lo que se buscó a una novia apropiada y se encontró en una nieta de la mítica reina inglesa Victoria I: Victoria Eugenia de Battenberg.
Era una costumbre extendida entre las monarquías europeas, casi todas enlazadas por vínculos de sangre que los reyes se nombrasen entre ellos para cargos de relumbrón en el ejército de sus parientes y así, en 1908, Alfonso XIII nombró coronel honorario del Regimiento de Lanceros, al  zar Nicolás II de Rusia, que correspondió con un nombramiento similar de coronel de Lanceros ruso. Intercambio de cromos, porque aparte de hacerse valiosos regalos entre ellos que engrosaban el patrimonio de sendos regimientos, las cosas no llegaban a más.
Pero con el matrimonio del rey y la princesa inglesa, además de ocurrir un caso similar, la cosa varía sensiblemente.
En 1906, el rey Alfonso fue nombrado coronel de la Guardia Real Británica que estaba y sigue estando integrada por varios cuerpos de ejército, entre los que están los húsares, alabarderos, granaderos, lanceros y precisamente a este último cuerpo fue adscrito el rey español.
Los Lanceros es uno de los cuerpos de ejército más antiguos que existen. Ya desde las ciudades griegas existían unos guerreros llamados hoplitas que eran lanceros a pie, pero alcanzaron su máximo esplendor a partir del siglo XVIII, cuando a algún genio militar polaco se le ocurrió subir a caballo a aquellos temibles soldados, provistos de larga lanza y escudo.
Los británicos fueron de los primeros en adoptar la nueva modalidad de cuerpo de ejército, a la vista del enorme éxito que Napoleón había conseguido con los lanceros polacos y los utilizaron en la famosa “Carga de la Brigada Ligera” y en la Guerra de Crimea.
El cine, años más tarde hizo mundialmente famoso a estos soldados con la inolvidable película Tres lanceros bengalíes, protagonizada por Gary Cooper.
Por supuesto que el de nuestro rey fue un nombramiento honorífico, pues jamás tuvo mando alguno sobre tropas británicas, pero siguiendo muy bien la tan arraigada tradición inglesa, los “albiones” escenificaron de manera espléndida el ritual.
En la foto que sigue se puede ver cómo el flamante coronel de lanceros presencia unos movimientos de unidades de caballería y cómo pasa revista al regimiento del que es su jefe honorífico.



La uniformidad ha cambiado poco desde la época, ya que se trata de unidades militares más enfocadas a dar lucimiento y esplendor a las paradas militares que a una verdadera efectividad castrense. Por eso, en desfiles y acontecimientos especiales, podemos contemplar unidades espectacularmente uniformadas, con relucientes cascos empenachados, abigarrados uniformes, botas altas y relucientes, brillantes correajes y dorados cordones cruzando el pecho, como lucían los lanceros de hace siglos.
Como deferencia por el nombramiento de coronel del regimiento del rey de España, nuestra bandera fue incorporada a la parafernalia y decoración de los lanceros y así, dio colorido a la vez que identidad al nuevo coronel español.
Desde entonces nuestra bandera ha estado presente en la silla de montar de todos los coroneles que han sucedido a Alfonso XIII y ni siquiera el hecho de que fuese depuesto por un gobierno republicano, hizo cambiar la tradición británica.
Y aquí entra en juego la fotografía que me mandó mi amigo y que se la dejo para que puedan apreciarla, pero antes es necesario examinar esta otra fotografía, de más de un siglo en la que parece que se vislumbra la figura del rey con su uniforme de lancero de gala y montado a caballo.
Es necesario fijarse muy bien en la manta que cubre la silla y cuelga tras el monarca, en la que se aprecia una cenefa que, sin verse con mucha claridad, parece que reproduce los colores de la bandera de España.




Veamos ahora una fotografía actual de un acto del Regimiento de Lanceros, en sus funciones de proteger la seguridad de la reina del Reino Unido y observemos las similitudes.




Parece que la manta de la silla es muy similar a la que vimos un poco más arriba y además lo que en la primera se aprecia como una cenefa a la que los blancos y negros de la época impedían identificar como colores, ahora aparecen en todo su esplendor y sí, efectivamente, es la bandera de España.
Es el respeto por las tradiciones lo que da cohesión a los pueblos y aquí, nuestra perpetua enemiga, a la que hemos derrotado en alguna ocasión, hemos tratado de invadir, pero que también nos ha infligido algunas importantes derrotas, conserva una tradición que pone la piel de gallina. Más de un siglo después, la bandera, nuestra bandera, adorna el caballo del actual coronel del Regimiento de Lanceros.
En numerosos países en los que hemos tenido presencia se reconoce a España y su bandera y se la respeta, mientras aquí, lamentablemente la vituperamos y queremos romper nuestro país.
Y eso a algún descerebrado le parece cómico.
En mi tierra tenemos una palabra que define perfectamente a estas personas faltas de gracia, malajes, mal educados, necios, “esaboríos” y otros muchos calificativos peyorativos que reunimos en ese sincretismo repentizador andaluz en toda una sentencia: “Sieso”.
Si miramos el diccionario sieso quiere decir “culo” y eso es lo que precisamente queremos decirle al que llamamos así: eres un culo que como casi siempre, está mejor oculto. Tápate; deja que oculto parezcas un culo y no hagas nada para demostrar que realmente lo eres.

jueves, 22 de noviembre de 2018

ORDENAMIENTO DE POSTURAS DE JEREZ



Escribiendo mi anterior artículo sobre los chapines y la incidencia de su fabricación en Jerez de la Frontera, me topé, casi por casualidad, con un documento que despertó mi curiosidad.
Se trataba de un informe de la Real Academia Española de la Historia, publicado en 1884 que hace alusión a una reunión de alto nivel que el rey de Castilla y León, Alfonso X, el Sabio, celebró en la ciudad de Jerez en el año 1268.
Desgraciadamente, nuestro país no ha tenido grandes reyes desde la unificación territorial, obra de la mejor pareja real que hemos tenido; después de los Reyes Católicos, Carlos I y poco más, pero antes de la unificación hubo varios que destacaron, no solamente por su valentía y habilidades guerreras, sino por su valía personal e intelectual y a la cabeza de todos se coloca el protagonista de esta historia.
Alfonso X estaba preocupado por varias cosas que intuía estaban impidiendo el desarrollo de lo que ya iba siendo media España (Castilla, León, Extremadura y Andalucía) y por esa razón, decidió oír a las personas más preparadas en múltiples materias, inteligentes, prósperas y responsabilizadas en la tarea de producir riquezas y hacer crecer la nación. Eran mercaderes, hombres buenos, infantes y ricos hombres, grandes terratenientes, banqueros etc., con la finalidad de pedirles consejos para detener la “devastación que estaba provocando la carestía y volviese la tierra a buen estado”, así como para adoptar medidas tendentes a remediar la falta de mano de obra
Con esas premisas, encontrándose en Jerez de la Frontera, ciudad que él había incorporado cuatro años antes al entonces llamado Reino de Sevilla, decidió convocar en el Ayuntamiento a las personas antes relatadas en lo que ahora llamaríamos una reunión informal o de asesoramiento, ya que no tendría capacidad para legislar nada, ni esa tarea les correspondería pues no conformaban los estamentos de la sociedad de los que el rey se arropaba para promulgar leyes, por lo que a esa reunión, que no se le puede llamar Cortes, se la conoce como “Ayuntamiento de Jerez”.
Quería el rey escuchar cuales serían los medios más eficaces para garantizar la abundancia y precio de las mercaderías, como tanto deseaba el pueblo.
El rey escuchó los debates con suma atención, mientras sus escribanos iban tomando nota de cuanto se hablaba, a la vez que advertían a los consejeros cuando sus propuestas no eran concordantes con las disposiciones establecidas en los ordenamientos jurídicos y más concretamente en el de las Cortes de Valladolid, de diez años antes.
Aquella reunión llegó a conclusiones de sumo interés en innumerables materias que una vez propuestas y estudiadas, fueron adoptadas por el monarca.
Así, entre las medidas más importantes, se estableció el valor de las monedas de oro, plata y cobre, se puso precio a los metales, a las pieles y cueros de los distintos animales que se usaban tanto para vestido como para talabartería, las ropas de variados tejidos, las armas, las herramientas, los propios animales domésticos y los arreos y guarniciones necesarios para su uso en tareas de auxilio al hombre.
Se tasaron los jornales de los distintos trabajos, sobre todo los de servidumbre a grandes señores, se fijó el precio máximo de los vestidos de lujo, se estableció un límite a los gastos suntuarios en bodas y otras celebraciones y se prohibió matar bueyes salvo incapacidad para desarrollar su labor.
Sin lugar a dudas, las personas reunidas en el Ayuntamiento conocían en profundidad cuales eran los males de la economía española y asesoraban con su experiencia acerca de la forma de atajarlos, por eso una de las cosas que se prohibieron fue sacar libremente del reino todas las materias que eran generadoras de riqueza, como ganado, seda, lana, vino, trigo, aceite, etc.
Por los documentos de aquella reunión, se han conocido con detalles muchos datos relacionados con el comercio exterior, comprobando que ya en aquella lejana época, dependíamos de productos procedentes de los Países Bajos, Francia e Inglaterra, sobre todo en lo referente a paños y telas de distinta confección, mientras que nuestra exportación quedaba muy limitada, lo que implica que la “balanza de pagos” sería negativa.
Por otro lado atacó duramente a una figura que sigue existiendo y que a lo visto, de antiguo nos viene, que es la del “corredor”, el que compra y vende sin tocar la mercancía y obteniendo pingües beneficios. A estos les impuso penas de cárcel, lo mismo que al que intentase sacar por los puertos los productos cuya salida estaba prohibida, para lo que estableció un cuerpo de guardas, quizás antecedente remoto de los “carabineros” que actuaron de celadores de puertos y fielatos hasta el siglo pasado.
Reguló los intereses de los préstamos que concedieran judíos y moros, limitándolos al 4%, aunque nada se dijo respecto a los que ofrecieran los cristianos. Ordenó clausurar los locales en los que se jugaba a los dados (tafurerías, de donde proviene la palabra “tahúr”), vicio que se consideraba pernicioso, fomentando el juego del ajedrez.

Alcázar de Jerez, donde probablemente se celebró el Ordenamiento

Muchas de estas medidas estaban ya adoptadas en el ordenamiento legal, pero el escaso interés en ponerlas en práctica las había hecho inoperativas, hasta que se hizo ver al monarca la necesidad de su puesta en marcha con el máximo rigor e implicando a todos los estamentos sociales.
Una de las mayores preocupaciones del rey era la necesidad de acometer una reforma sobre algo tan fundamental como eran los pesos y las medidas.
Cada región, cada comarca y cada pueblo tenía sus propias medidas y que no se correspondían para nada con las de sus vecinos, creándose una gran confusión a la hora de hacer transacciones comerciales.
Hacía ya más de diez años que el Fuero Real de Burgos, de 1255, establecía: “Mandamos que los pesos e las medidas por que venden o compran que sean derechos e iguales a todos, también a extraños, como a los de la villa”.
Pero como otras muchas disposiciones, la resistencia de los hombres, con el amparo de las villas y los fueros locales, habían dejado la medida sin eficacia, algo que se entendía por aquellos hombres sabios, de los que supo reunirse el rey que era absolutamente fundamental.
Algo se consiguió, si bien un resultado escaso, pues hoy todavía existen diferentes unidades de superficie, longitud, peso y volumen en una España moderna, en la que impera el sistema métrico decimal, pero en muchos pueblos se sigue hablando de arrobas, celemines y aranzadas.
En el terreno de lo social, la reunión, a la que hoy se llamaría “comité de expertos”, introdujo novedades con algunas leyes que prohibían a la mujer cristiana vivir con judío o judía, o con moro o mora, servirlos o criar a sus hijos y a la mujer mora o judía “criar a su leche fijo de cristiano”.
Se nos ha hablado de aquel reino en el que convivían las tres culturas de forma pacífica, pero vemos que lo hacían siguiendo el dicho popular de juntos pero no revueltos y si se escarba un poco, se descubre el odio de raza y de religión que los mantenía separados en hosco y frío enfrentamiento, aunque en muchas ocasiones se calentaron.
Para el rey sabio, moros y judíos eran válidos para la Escuela de Traductores, para componer las Tablas Astronómicas y darse lustre universal presumiendo de integrador, pero no fue capaz de unificar, como había querido hacer con los pesos y las medidas, unas leyes que fueran iguales para todos. La fuerza que los cristianos tenían en sus reinos era muy superior a la que pudieran ejercer los judíos que controlaban las finanzas, pero no la guerra y mucho menos los moros, llamados mudéjares que, en escaso número, vivían entre los cristianos, claro que separados del resto.
El “Ayuntamiento de Jerez de la Frontera” fue un acontecimiento de enorme importancia para la vida social y económica de la época, con la adopción de medidas como las que se han expuesto, pero así como destacado en estos órdenes, es muy  desconocido para la historia y poco se ha estudiado acerca de dicha reunión y, digo más, varias obras que he consultado en las que se hace referencia a esa importante reunión, no hacen sino copiarse unas a otras, sin introducir ningún ingrediente nuevo.
A mi me ha producido una gran satisfacción conocer de este acontecimiento que, para mayor gloria, tuvo lugar aquí, al lado de mi pueblo.

viernes, 16 de noviembre de 2018

CHAPINES Y TACONES



La obsesión de hombres y mujeres por parecer más altos de lo que en realidad son, viendo sobre todo la enorme cantidad de plataformas que actualmente lucen sobre todos las jovencitas, para ganar esos centímetros que tanto ansían, parece que es algo de nuestros tiempos, pero la cosa viene de antiguo.
Cierto que en los últimos años compiten ambos sexos, cuando antes parece que era cosa exclusiva de mujeres. Hombres que usan zapatos con plataforma, o con alzas interiores para parecer más altos o que siempre que se fotografían en grupo procuran estar en un plano superior o izarse de puntillas para estar más a la altura, es muy común verlos.
Pero la persecución de la altura a cualquier precio es cosa casi tan antigua como las civilizaciones.
Griegos y romanos ya utilizaron el calzado de alta suela de corcho o madera sujeta al empeine por unas lengüetas de cuero o tela que cumplían con la doble función de dar mayor esbeltez al cuerpo femenino a la vez que protección del barro y los detritus que se acumulaban en las calles.
Los romanos llamaban a ese calzado “fulmenta” y su uso estaba prácticamente generalizado entre las romanas, según describen Plinio y Plauto en algunas de sus obras.
En regiones montañosas de España también existió un calzado que elevaba la estatura de hombres y mujeres. Son los “zuecos”, un calzado muy eficaz y adecuado para climas húmedos y tierras embarradas.
Como consecuencia de la evolución de las modas, aquellos fulmenta o estos zuecos, se fueron perfeccionando de forma que, además de conservar sus dos principales misiones, adquirieran la belleza necesaria para ser un complemento más del atuendo femenino.
Así, con el paso de los siglos, aparecieron los “chapines”, nombre con el que se empezó a denominar a esos calzados de alta suela que se popularizan entre la alta sociedad española y comienzan a embellecerse y estilizarse hasta alcanzar grados de verdadera extravagancia. Y de fulmenta a zuecos, la verdad es que no se explica muy bien como aparece el nombre de chapín, pero todo tiene su explicación y esta se debe a que las suelas de aquellas calzas, al caminar, hacían un gran ruido: chap, chap, chap y de ahí nació su nombre.
La primera vez de la que se tiene constancia que aparece la palabra chapines en la literatura es en una crónica del siglo XIII, en la que se refiere cómo los moros que fueron derrotados en Valencia corrían a besar no ya la mano del rey, sino los chapines de la reina.
Tanta finura y elegancia alcanzaron los artesanos en la fabricación de chapines que empezaron a considerarse como una pieza de distinción, reservada exclusivamente a las clases pudientes y es más, prohibidos expresamente a los judíos, como se recoge en el documento redactado con ocasión de la reunión, en el Ayuntamiento de Jerez, de un Consejo para asesorar al rey Alfonso X, en el año 1268.
Este Consejo que se conoce como “Ordenamiento de Posturas” contiene tal cantidad de información interesante que merecerá ser tratado en exclusiva en un  artículo posterior.
Desde piel dorada hasta vírgenes y santos fueron esculpidos en los laterales de las alzas de los chapines, moda que se llegó a prohibir bajo pena de multa de 200 florines, pues las mujeres caminaban irrespetuosamente sobre lo sagrado. Pero la prohibición no sirvió de mucho, pues se siguieron usando, hasta el punto de que en Valencia, se creó el gremio de chapineros que llegó a convertirse en uno de los más ricos de la ciudad, cuya producción, sobrepasado el consumo local, empieza a abrirse a la exportación, lo que es más que probable que sea ese el germen de la potente industria de la zapatería en toda la región levantina.


Como una curiosidad se conserva en el Ayuntamiento de Valencia un códice de 1563, en el que se establecen los materiales y calidades que deben emplearse en la fabricación de este calzado: corcho, cuero, telas, sedas, etc.
Hay que reconocer que dado el estado en el que se encontraban los suelos de todas las calles del país, donde la costumbre de adoquinar o enlosar, creada por los romanos, había desaparecido del todo, era absolutamente deplorable y cualquier transeúnte terminaba embarrado hasta las rodillas sin necesidad de que hubiese llovido, pues ya se conoce la insana costumbre de arrojar a la calle todos los desechos de las viviendas.
Así que también los hombres empezaron a adoptar estos incómodos zapatos que tenían la virtud de elevarlos del infesto suelo.
Pero no termina ahí la pluralización del uso de este calzado, sino que parece que hasta monjas y curas llegaron a utilizarlos y, lo que es más significativo aún, se ornamentaban imágenes colocándole chapines, como se lee en las cuentas que se redactan con motivo del Corpus de Valencia del año 1451, donde se refleja que el Consejo de la ciudad paga por unos “escarpines” dorados, de corcho que calza María Magdalena.
La reina Isabel la Católica también calzaba chapines, aunque por consejo de su confesor, Fray Hernando de Talavera, mucho más bajos de los habituales. El padre jerónimo escribió un tratado sobre los “Pecados que se cometen en el vestir y en el calzar”, en donde arremete contra los chapines.
Sumergidos en la literatura se encuentran innumerables citas referidas a los chapines, pero también aparecen reflejado en la pintura y en la escultura, sobre todo la de panteones funerarios, en los que era costumbre representar a los yacientes, hombre y mujer, calzado con chapines.
Así como ahora la mayoría de edad se celebra con diferentes ritos, en la Edad Media la mujer no podía calzar chapines hasta el día de su boda y hasta Quevedo le dedicó una corta estrofa a una mujer que se casaba precisamente para poder usar los chapines: “Y por ponerse chapines/ alzacuello y verdugado,/sin saber lo que hacía/ dio a su marido la mano”.
Los chapines se hicieron tan populares y solicitados que el propio emperador Carlos I tuvo que regularizar el precio de los mismos en función de su altura, además de que el progresivo embellecimiento de las piezas hizo entrar en el gremio de chapineros a otros profesionales que fueron los “picachapines”, encargados de clavetear tachuelas en los tacos de corcho, formando diferentes dibujos, especialidad a la que se permitió que accedieran las mujeres e hijas de los chapineros.
Como la industria de fabricación de este calzado era muy productiva, otras ciudades iniciaron la industria, entre ellas Madrid y Jerez de la Frontera, donde la palabra chapín está muy presente en diferentes nombres de edificios públicos como su estado de futbol, o el callejero urbano, en donde existe una calle llamada Rompechapines, quizás porque su antiguo empedrado dificultara el caminar por la misma o en alguna ocasión produjera la rotura de calzados.
La popularidad de los chapines continuó durante siglos y Tirso de Molina, Cervantes y Lope de Vega recogieron en sus obras pasajes referidos a los chapines.
Así llegaron los chapines a su máxima popularidad, la cual empezó a decaer en el siglo XVIII, cuando se incluyó el tacón en el calzado.
Hasta entonces los zapatos y botas eran planos, pero curiosamente hubo de incorporarse el tacón por una circunstancia sobrevenida y es que la moda estaba cambiando en muchos aspectos y uno de ellos fue en la caballería, donde se empezó a sustituir el estribo en el que se introducía el pie completo y era sujetado en su puntera, por otros más livianos que dejaban al aire la puntera, lo cual tenía un inconveniente y es que la bota de montar se deslizaba y tenía poco agarre. Para paliar este problema se ideó colocar un taco en el talón, que sirviera de tope con el hierro del estribo e impedir que el pie se deslizara hacia delante.
Pronto se vio que el taco del talón, además de cumplir su función perfectamente, proporcionaba unos dedos de altura sin necesidad de usar los incómodos chapines y así, los tacones fueron incorporándose a toda clase de calzado y al ser mucho más cómodo, más ligero, y más seguro para el caminar, fue desplazando a los chapines que terminaron en desuso.
En 1709 murió el último maestro chapinero del gremio de Valencia pero con mucha antelación los chapineros habían ido reconvirtiendo su negocio hacia el nuevo tipo de calzado con tacón.
 Una última curiosidad sobre el calzado es que hasta mediados del siglo XVIII, las botas y zapatos se hacían con una sola plantilla, sin respetar la forma del pie hasta que alguien pensó que si los pies no solamente eran diferentes, sino que tenían formas encontradas, era necesario confeccionar el calzado respetando esa morfología y así se hace desde entonces.