domingo, 21 de abril de 2013

MORIR DE COSAS RARAS






Recuerdo que en mi juventud se barajaban conceptos actualmente en desuso para definir algunas enfermedades e incluso determinadas muertes. Afortunadamente los avances de la medicina, han ido poniendo nombre a aquellas expresiones populares cargadas de tradición, de miedos y de desconocimientos.
-¿De qué murió Fulano? Respuesta del interlocutor: De repente.
Y todo había quedado claro. Muerto de repente quería decir que estaba tan bueno y tan sano y que se había muerto sin explicación. Hoy se diría de un infarto, un ictus, un shock anafiláctico o cualquier otro proceso que produzca una muerte fulminante.
Un “Cólico Miserere” era una enfermedad que acababa en pocos días con la vida del paciente, entre tremendos dolores espasmódicos y vómitos. No era más que una oclusión intestinal aguda con perforación y septicemia generalizada, muchas veces provocada por una apendicitis sin tratar; y una Alferecía era una enfermedad infantil que se confundía con la epilepsia.
El Mal o Baile de San Vito, también conocido como Tarantismo, era una enfermedad en la que el paciente parecía danzar y danzar hasta terminar extenuado. Se atribuía a intervención demoníaca y a los que la padecían los enviaban a la hoguera, razón por la que los enfermos se encomendaban a San Vito, patrón de enfermedades desconocidas y de ahí tomó su nombre, pero no era otra cosa que una degeneración neurovegetativa que producía esos espasmos similares a una grotesca danza y que hoy apenas la padecen mil personas en todo el mundo y está diagnosticada con el nombre de Corea.
Otra enfermedad, desaparecida de la misma forma en que hizo su entrada en escena, fue El Sudor Inglés, que afectaba a personas jóvenes, preferentemente varones a los que provocaba una sudoración con vómitos y convulsiones. Apareció en 1496 en Inglaterra, de ahí su nombre y se extendió rápidamente por Europa cobrándose muchas vidas, hasta que en 1551 apareció el último brote y no ha vuelto a producirse esta extraña enfermedad.
El Fuego de San Antonio era una enfermedad en la que los pacientes morían entre alucinaciones, convulsiones y una tremenda contracción arterial que provocaba necrosis de los tejidos que empezaba con un frío intenso y acababa con quemazones, de ahí su nombre. Muy frecuente en la Edad Media, se desconocía la causa hasta que después de la Segunda Guerra Mundial surgió un brote en una localidad francesa y se pudo comprobar que se debía a una intoxicación micótica procedente de la elaboración de pan con harina de centeno, cereal en el que crece parásito un hongo llamado cornezuelo del centeno, a partir del cual se sintetizó el LSD, poderoso alucinógeno.
Fueron los frailes de la Orden de San Antonio los que empezaron a curar a algunos de los afectados, ofreciéndoles para comer el pan de trigo que formaba parte de su dieta, por lo que es de suponer que aun desconociendo la causa de la enfermedad intuían su procedencia.
En nuestros tiempos hemos tenido el envenenamiento por el aceite de colza, en un principio llamado, como muchos recordarán “neumonía atípica” y luego “síndrome tóxico”. Si esta extraña intoxicación hubiese ocurrido en siglos o décadas anteriores, había pasado a la historia con cualquiera de aquellos dos nombre, pero, afortunadamente, la ciencia descubrió pronto su etiología y le puso su verdadero nombre, pero hasta que se descubrió, acarreó centenares de muertes. Mucho más recientemente, la fiebre de las vacas locas, la encefalopatía espongiforme que la contrae el ganado vacuno que es alimentado con materia orgánica animal, cuando su organismo está previsto para consumir exclusivamente vegetales. Así, al consumir ganado vacuno que tiene alterada su cadena trófica, como consecuencia de ser alimentado con proteína de origen animal, los humanos contraíamos aquella tremenda enfermedad que dejaba los cerebros como huecos.
Pero esta enfermedad extraña y prácticamente erradicada, no es más que una de las muchas presentaciones de una enfermedad que los exploradores de las islas del Océano Índico encontraron en Nueva Guinea. La enfermedad se llama Kuru y en el idioma nativo quiere decir temblar de miedo, aunque también se la conoce como muerte de la risa. Se trata de una enfermedad neurodegenerativa que se empezó a conocer a principios del siglo XX, pero hasta cincuenta años más tarde no se investigó, descubriéndose que la causa era una práctica que se definió como canibalismo de amor, pues los individuos de aquellas tribus acostumbraban a comerse a sus familiares fallecidos, creyendo que de esa forma se transmitía su poder y su sabiduría. La costumbre era que los hombres devoraran los tejidos musculares, mientras las mujeres y los niños hacían lo propio con el hígado, los pulmones, el páncreas y el cerebro, en donde se encontraba una proteína patógena, llamada prión, causante de la enfermedad que afectaba principalmente a las mujeres y los niños que eran quienes consumían las partes más afectadas, pero como a su muerte, volvían a ser comidos, se producía un círculo vicioso que estaba esquilmando a las tribus que practicaban estos ancestrales y macabros rituales.
La enfermedad se está erradicando a consecuencia de haber dejado la práctica de la antropofagia, pero como su evolución es muy lenta, aún siguen apareciendo casos.


Examinando a un niño enfermo de Kuru

En este enlace se puede ver al equipo médico desplazado a la tribu tratando de encontrar las causas de la enfermedad, mientras uno de los doctores explica el proceso:

El capítulo sería interminable y a cada aportación se la podría ir conceptuando de insólita, pues han sido muchas y muy extrañas las cusas de muertes en tiempos pasado, pero sin lugar a dudas de ninguna clase, la forma más rara de morirse es de risa.
Aparte la expresión popular y extendida en todos los idiomas para definir el morirse de risa como el haber escuchado o visto algo de gracia extrema, lo cierto es que desde la más remota antigüedad, aunque en escasas ocasiones, el ser humano ha llegado a morir por un acceso de risa incontrolable.
Y a pesar de lo extraño que este tipo de muerte suele ser, mucha literatura ha recogido algunos de estos episodios más destacados y a sus protagonistas.
El más antiguo de los fallecidos por un ataque de risa, pertenece a la mitología griega del siglo XII antes de nuestra Era.
Se trata de Calcante Testórida, el mejor de los augures, un adivinador, que participó en la Guerra de Troya y fue el autor de la idea de construir el famoso caballo con el que consiguieron los aqueos vencer a los troyanos según se nos cuenta en la famosa Ilíada de Homero.
Calcante o Calcas, como también se le conoce era el más famoso de los vaticinadores griegos y llegó a predecir su propia muerte. El día que aquel desenlace debía ocurrir, se encontraba tan perfectamente bien y sano que comenzó a reír sin poder parar, aumentando por momentos sus risas hasta el extremo de morir asfixiado.
Otro griego, Crisipo, un famoso filósofo, murió también de risa después de haber dado de beber vino a su burro y contemplar las reacciones de éste.
Un caso extremo, por el tiempo que estuvo riendo histéricamente, es el de una señora británica llamada Lady Mary Fitzherbert, la cual, en la primavera de 1782, asistió en compañía de unos amigos de la aristocracia londinense, a la representación, en el teatro más antiguo de Inglaterra, entonces llamado Teatro Real, actualmente conocido como Drury Lane que en realidad es el nombre de la calle en que se encuentra, de “La ópera del mendigo”, comedia de John Gay, estrenada en 1728 y considerada por los estudiosos del tema como la primera comedia musical de la historia y en la que intervenía un tal Bannister, considerado el mejor actor de su época, cuya indumentaria provocaba la risa de público. Pero la pobre Lady Mary fue mucho más allá, tanto, que tuvo que abandonar el teatro sin parar de reír, entrando en una fase de histeria profunda de la que no consiguieron sacarla. Falleció dos días después sin haber dejado de reír ni un momento.
La más reciente muerte de risa de la que se tiene conocimiento se produjo el 24 de marzo de 1975, cuando un tal Alex Mitchell, un albañil inglés de cincuenta años, murió de risa mientras veía una serie en televisión.
Después de media hora de risa histérica sufrió un colapso y falleció. Su desconsolada viuda escribió una carta a los productores de la serie agradeciéndoles que hubieran hecho tan felices los últimos momentos de la vida de su marido.
Yo creo que en realidad la que encontró la felicidad con aquella serie fue la compungida esposa, porque lo que es reír, se ríe uno como expresión de alegría por la gracia que cierta cosa le hace, pero hacerlo hasta morir no debe ser nada agradable.

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