viernes, 21 de marzo de 2014

LA BELLA FERRONNIÈRE




En el Museo del Louvre hay una pintura al óleo, sobre tabla, en la que aparece retratada una joven y bella dama de la época del Renacimiento. El título del cuadro da nombre a este artículo: La bella Ferronnière.
En principio, esta pintura por su técnica y sus características específicas fue atribuida a Leonardo Da Vinci, aunque posteriormente los técnicos en arte, han descartado esa autoría, suponiéndola obra de un tal Giovanni Antonio Boltraffio, pintor de segunda o tercera línea, en comparación con el maestro Da Vinci, del que fue discípulo y por esa razón su técnica asemeja a la del maestro.
Lo cierto es que no se está seguro de la autoría, si bien Boltraffio pintó a varias damas de la época, resaltando un aderezo en la frente muy del estilo del que esta pintura exhibe, razón, entre otras, por la que se inclinan los expertos a adjudicárselo.
No obstante, el cuadro es muy valioso, tanto por su arte y técnica, como por la historia que encierra.
Historia que en realidad es una leyenda, porque nada se sabe de ella con toda certeza, salvo lo que la tradición oral ha preservado, transmitiéndola de siglo en siglo y escasamente recogida por los cronistas de la época. A la dama del cuadro se la identificó con una de las amantes de rey francés Francisco I y precisamente la causante de su muerte, aunque de forma indirecta.
La circunstancia por la que dicha pintura se identifica con la dama en cuestión es que se sabe que la Bella Ferronniére puso de moda el aderezo del que se ha hablado antes y que la del cuadro exhibe y que no es otro que un una cinta, o cadena que ajusta alrededor de la cabeza y que sobre la frente se cierra con un camafeo o con una piedra preciosa.

La Bella Ferronnière en el cuadro de Boltraffio
A ese tipo de abalorio se le llamaba en Francia “ferronnière”, razón poco concluyente, si es por sí sola para atribuirle el retrato.
Esta dama, de la que se conoce realmente poco, era la joven esposa de un acreditado comerciante parisino llamado Le Ferròn, no se sabe si por ser este su verdadero apellido o porque su actividad mercantil estaba enfocada a la ferretería, en su más amplia acepción, pues se dedicaba a cualquier tipo de comercio relacionado con el hierro.
Francisco I, rey de Francia, era el enemigo mortal de nuestro Carlos I, más conocido como Carlos V, nombre con el que fue emperador del Sacro Imperio, acrecentando su enemistad, sobre todo, a raíz de su designación como emperador, nombramiento al que Francisco aspiraba.
En su tiempo eran don reyes católicos enfrentados al protestantismo nórdico y británico, que desgastaron sus reinos en luchas entre ellos, cuando los turcos, desde oriente, se iban introduciendo en Europa, llegando hasta las puertas de Viena y alcanzando tal poder y desfachatez que llegaron a infestar el Mediterráneo con su piratería.
Después de la batalla de Pavía, en donde los mercenarios suizos, desertaron de sus filas, Francisco cayó prisionero, trasladándosele a Madrid donde sufrió prisión en la Torre de los Lujanes, viéndose obligado a firmar el Tratado de Madrid, que incumplió tan pronto como fue puesto en libertad tras el acuerdo.
Pero ambos fueron grandes monarcas que prestigiaron la realeza, tanto por sus acciones bélicas, como por su afán por la cultura. El rey francés fue el iniciador e introductor del movimiento renacentista en su país y su corte acogió a las grandes figuras del arte italiano: Leonardo da Vinci, Tiziano, Benvenuto Cellini y muchos otros artistas de la época.
Cuentan que en su palacio de Fontainebeau tuvo colgado el cuado de La Gioconda que compró por cuatro mil escudos de oro, cuando el mercader florentino que se lo había encargado a Leonardo, se negó a pagarle dado el mucho tiempo que el artista había tardado en terminar la obra.
Fue, además, el que adoptó el francés como lengua oficial, sustituyendo al latín que hasta entonces era el idioma oficial en Francia.

Francisco I en un óleo de Tiziano

Pero como muchos de los monarcas de aquella y de todas las épocas, Francisco era también débil de las partes húmedas.
Se había casado con su prima Claudia, hija del anterior rey de Francia, Luís XII, del que era sobrino y con la que tendría siete hijos, pero además de eso plagó el país de bastardos, muchos con mujeres plebeyas y otros con las grandes damas de la corte que fueron sus amantes, como Francisca de Foix, Anna de Piseelieu, la condesa de Châteaubriand, la duquesa de Étampes, Diana de Poitiers, Catalina de Médicis y alguna otra que pasara más desapercibida porque, al monarca, el amor le duraba poco.
En una de sus muchas actividades sociales, conoció a la esposa del ferretero Monsieur Le Ferron, persona gris, trabajadora y muy rica, sin que de él se tengan muchos más datos.
No cabe duda de que a la dama, el cortejo del rey le haría un tilín especial y como todas, cayó sumisa a sus pies, iniciando un romance que duró bastante tiempo.
Pero lo que no está tan claro es que al señor Le Ferron le gustase que su bella esposa pasara más tiempo en la cama del rey que en la suya. Claro que enfrentarse a los deseos del rey de Francia era algo sumamente delicado, a la vez que poco recomendable para los negocios, sobre todo con el del hierro, metal que soportaba una fuerte demanda dado el uso militar para corazas, armas y demás bastimentos.
Por eso y por lo desesperado de su situación, con unos adornos frontales que no podía soportar, el ferretero ideó un plan para vengarse sobradamente del monarca que hacía florecer su frente.
Empezó a frecuentar prostitutas cada vez mas bajas en el escalafón "prostitucional" de París y de todos los puertos a los que había de desplazarse en razón de su actividad comercial.
Las rameras de más baja estofa compartieron cama con el empresario que pronto adquirió una enfermedad que entonces en Francia se llamaba mal italiano, o mal español, pero en España o Italia era el mal francés y que desde que el médico y poeta italiano Girolamo Fracastoro dedicara un poema para informar de la terrible enfermedad llamado Syphilis sive morbo gallicus, en todo el mundo se conoce como sífilis.
El plan era bien sencillo, a la vez que buscaba su desahogo fisiológico se ponía en extremado riesgo de adquirir la tremenda enfermedad que en aquella época era mortal e incurable.
Una vez asegurado de padecer la sífilis, se la contagió a su querida esposa y esta a su majestad el rey Francisco que pagó con su salud y con su vida sus libidinosos instintos.
Francisco murió en Rambouillet que es como decir en París, el día 31 de marzo de 1547, víctima de la sífilis, como tantas y tantas personas fallecieron hasta que la penicilina viniera a redimir a esos enfermos.


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