viernes, 18 de agosto de 2017

BELLA E INDÓMITA




Si en la convulsa Italia medieval hay un personaje verdaderamente insólito, es una mujer: Catalina Sforza, conocida como “La diablesa roja” y “La virago cruelísima”.
Tradicionalmente el papel de la mujer durante toda la Edad Media y buena parte de la Moderna, estaba circunscrito a unas pocas actividades, como el matrimonio, el convento, la brujería y la prostitución, sin embargo ha habido notables excepciones y una de ellas es la mujer que protagoniza esta historia.
Nació Catalina en 1462 en la ciudad de Milán, gobernada por la poderosa familia Sforza, que en aquel momento dirigía el famoso Ludovico, apodado El Moro. Era hija bastarda de un hermano de éste, Galeazzo María Sforza y de su amante, Lucrecia Landriani, esposa de Gian Pero Landriano, amigo íntimo de Galeazzo al que no debía molestarle demasiado los adornos que su esposa le ponía con su mejor amigo, pues la pareja de amantes tuvieron otros dos hijos más.
Aun cuando hija ilegítima, fue reconocida por su padre que, nombrado duque de Milán, se la llevó a vivir con él, ofreciéndole una esmerada educación.
En la corte milanesa, la acogió su abuela y más tarde la esposa de su padre, Bona de Saboya. Estas dos mujeres influyeron poderosamente en el carácter de la joven Catalina.
Con solo diez años y tal como era costumbre, fue prometida en matrimonio a Girolamo Riario, sobrino del papa Sixto IV, que era veinte años mayor que ella. Cuatro años más tarde, apenas cumplidos los catorce, se consumó el matrimonio.
Estaba el papa Sixto tan
contento con aquel matrimonio que lo emparentaba con la familia Sforza, que compró el señoría de Imola, al sur de Bolonia, que actualmente es famosa por el circuito de velocidad dedicado a la marca Ferrari y que regaló al matrimonio.
Más tarde, no contento con el regalo hecho a su sobrino, el papa compró otro señorío, el de Fiorli, al sur de Milán y los convirtió en condes.
Con estas posesiones y con el respaldo de ambas familias, se trasladaron a Roma, a la corte vaticana, en donde Catalina destacó prontamente, tanto por su extraordinaria belleza, su pelo rojo y su atractiva figura, como por su astucia política y sus conocimientos militares.

Catalina Sforza

Rápidamente adquirió fama de magnífica intermediaria entre el papa y los señores feudales que gobernaban la península italiana. Cuando llevaban nueve años de matrimonio Catalina tuvo su sexto hijo, pero no por ello eran un matrimonio bien avenido, pues Girolamo, el marido, era un hombre infiel por naturaleza, y la bella esposa hubo de soportar innumerables infelicidades.
En 1484 falleció el papa, su tío político y benefactor y la vida del matrimonio Riario cambió radicalmente. En primer lugar, tras la muerte del papa se desató en Roma una oleada de saqueos, asaltos y desordenes, mientras la curia vaticana debatía sobre el cónclave a celebrar y el nombramiento del nuevo pontífice.
Uno de los palacios saqueados fue, precisamente, el del matrimonio y lo que es peor, los cardenales reunidos querían recuperar todas las posesiones que Sixto IV había dispendiado, entre las que se encontraban las de los Riario.
Ante la pasividad del esposo, Catalina, decidida a hacerse valer, tomó un puñado de soldados, posiblemente contratados al efecto a algún condotiero y se dirigió al castillo de Sant’Angelo, refugio curial en tiempos de guerra y antes de que nadie pudiera impedirlo, tomaron la fortaleza por asalto, secuestrando a toda la curia y amenazándolos si no se avenían a sus peticiones. Tenía veintiún años y estaba embarazada de siete meses, pero nada fue obstáculo para su decisión.
La curia accedió a que mantuvieran sus posesiones, una fuerte indemnización por los daños en su palacio y el nombramiento de Girolamo como capitán general de los ejércitos pontificios.
El nuevo papa, Inocencio VIII, pertenecía a una familia enemistada de antiguo con los Sforza y los Riario, por lo que las cosas empezaron a ponerse feas.
Retirados en sus posesiones y cortados todos los puentes con el poder de Roma, el matrimonio sobrevivía penosamente, soportando conjuras y amenazas, hasta que a finales de 1485, Girolamo fue asesinado y Catalina y sus hijos hechos prisioneros.
Nuevamente salió a relucir el carácter de la dama, la cual, al tener conocimiento de que una fortaleza de su señorío llamada Rivaldino, se resistía a rendirse a los conjurados, convenció a sus captores de que la dejaran persuadir a la guarnición para que depusiera su actitud.
Los conjurados, a los que encabezaba un hijo ilegítimo del papa, cedieron a su petición, si bien se quedaron con los hijos como rehenes.
Una vez en la fortaleza, Catalina que no tenía otra intención que la de capitanear la resistencia, dispuso lo necesario para soportar el asedio. Al comprender su error los conjurados, amenazaron con matar a los pequeños y ahí se produce un hecho legendario que no se sabe si es cierto o es simplemente una leyenda, al estilo de lo de Guzmán el Bueno. Dicen que Catalina subió al torreón de la fortaleza y alzándose las ropas mostró a los atacantes sus desnudeces, mientras poniendo su mano sobre el pubis les hacía que poseía lo necesario para hacer mas hijos (Ho con me lo stampo per farne degli altri).
No es fácil que se hubiese salido con la suya de no ser por los refuerzos que envió su tío, Ludovico el Moro, con los que derrotaron a los conjurados y restituyeron el orden.
Tras recobrar sus posesiones, gobernó Imola y Forlí, como regente de su hijo mayor y heredero, demostrando también en esta faceta su buen hacer y consiguiendo el beneplácito de su pueblo.
Como todo en la vida Catalina se lo tomaba con apasionamiento, en el amor, también fue una mujer apasionada.
No se sabe si tuvo algún desliz durante su matrimonio, pero es más que posible, dado su carácter y las infidelidades de su esposo, al que es casi seguro que le pagaría con la misma moneda. El mismo año de su muerte y cuando ella tenía veinticinco años, se casó en secreto con Giacomo Feo, de diecinueve y que por cierto nada tenía que ver con su apellido pues era un bello joven y con el que tuvo un único hijo, Carlo. Pero Giacomo era un joven malvado y cruel, incluso con los hijos de Catalina y muy pronto se ganó la enemistad del pueblo de Forli, hasta el punto de que el veintisiete de agosto de 1495 fue asesinado en una nueva conjura delante de su esposa.
La venganza que Catalina tomó sobre los culpables, fue terrible y recayó incluso sobre sus familias. Torturó y mató a numerosas personas, muchas de ellas inocentes. Esta lamentable acción le trajo desagradables consecuencias, pues nunca más volvió a recuperar el afecto de su pueblo.
Pero Catalina se rehacía pronto y un año después conoció a Giovanni de Medici, del que se enamoró perdidamente y con el que se casó y tuvo un hijo que se convirtió en uno de los mayores héroes y de los últimos condotiero de la historia italiana de la época: Giovanni dalle Bande Nere (Juan de las Bandas Negras). Las Bandas Negras era una compañía e soldados mercenarios que formó el propio Giovanni y guerreando con la cual, murió al gangrenársele una herida en un muslo.
A Catalina los maridos le duraban poco y éste murió también un año más tarde, aunque de enfermedad común.
En 1499 se enfrentó a la liga que formaban el papa Alejandro VI y el rey francés Luís XII, que quería desposeerla de sus dominios. Enrocada en su fortaleza de Ravaldino, se dispuso a soportar el asedio de la liga pontificia, que había mandado a César Borgia, hijo del papa, al frente del ejército conjunto. Su cabeza tenía un precio: diez mil ducados para el que la capturase viva o muerta.

Fortaleza Roca de Rivaldino, en Forli

Después de largos días de crudas batallas, la bella señora no tuvo más opción que rendirse a los franceses, los cuales le prometieron tratarla con respeto y la entregaron al Borgia.
En ese momento se conocieron y parece que aquella misma noche se convirtieron en amantes, relación que duró varios años, hasta que consiguió escapar del castillo de Sant’Angelo en la que estaba retenida y marchó a Florencia con sus hijos. Hay quien dice, y es más probable, que la dejaron marchar tras firmar la renuncia a sus territorios.
Y aquí se inició una vida completamente nueva de la bella Catalina, pues empezó a cultivar una de sus aficiones: la alquimia y por derivación compuso un extenso recetario que surge de las prácticas que realiza en su laboratorio y en el que se dan precisas instrucciones para fabricar ungüentos, pomadas, cocciones, aguas medicinales, unas sobre productos “cosméticos” y otras medicinales.
Por ejemplo, hay una receta para blanquear el rostro tostado por el sol, circunstancia que se veía muy desfavorable sobre la condición de las personas; otras para hacer crecer el cabello, o teñirlo de rubio, color que gustaba mucho en Italia. O para tener unos dientes blancos y brillantes, a base de ceniza de tallos de romero; para perfumar el aliento, problema muy extendido en una sociedad que se cuidaba poco de la salud de la boca; contra el dolor de muelas, para lo que empleaba un cocimiento a base de vinagre y raíces de beleño, que es una planta con efectos anestesiante.
Todas estas recetas están recogidas en un libro que se llama Experimentos y que es una muestra bien clara de lo abierta que estuvo su autora a toda clase de aprendizaje.
Sus territorios pasaron a engrosar los Estados Vaticanos, pero a ella le importó ya poco y habiendo estado a punto de recuperarlos tras la muerte de Alejandro VI, al comprender que sus súbditos no habían perdonado su comportamiento con el pueblo tras el asesinato de su marido, desistió de ello.
El veintiocho de mayo de 1509 falleció de una grave neumonía, tras soportar un mes de dura enfermedad. Tenía cuarenta y seis años y había vivido más que ninguna mujer de su época.

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