jueves, 23 de agosto de 2018

EL "SALTO DEL CARNERO" Y LA ARDILLA





No era uno de mis juegos preferidos, pero los zagales de mi pueblo jugábamos al “Salto del Carnero” que consistía en formar un círculo con varios jugadores en el que los números pares saltaban sobre los impares que estaban agachados, recorriendo el círculo hasta llegar a su posición, momento en el que se agachaban para que los impares hicieron lo propio.
No era muy divertido, pero sí que exigía el esfuerzo de saltar sobre tus compañeros a buena velocidad, para que el que venía saltando detrás de ti no te alcanzase. Una buena forma de hacer ejercicio, con un juego que se ha perdido vencido por las consolas, las tablets y los teléfonos inteligentes..
Hay otro “Salto del Carnero” y es el que se emplea en el mundo ferroviario para definir la forma en que una bifurcación de las vías ha de cruzar a las demás de su misma dirección para desviarse y que lo hará a distinto nivel, tanto por encima de las vías, tendiendo un puente, como por debajo, excavando un túnel.
Es lo que vemos en los numerosos nudos de comunicaciones de nuestras carreteras, en donde se obvia el colapso que produciría un cruce al mismo nivel, elevando la desviación, o usando un túnel para hacerlo por debajo.
Son dos acepciones de la frase que no tienen mucha enjundia que digamos, pero hay una tercera acepción que es mucho más original y es una singularidad de la Cámara Baja del Parlamento Alemán, el Bundestag.
Que yo tenga noticia es un procedimiento de votación que no se usa en ningún otro Parlamento del mundo y la singularidad de su nombre obedece a la imagen pintada en un cuadro que representaba una escena de la Odisea de Homero.
Pero vayamos por parte. Tras la caída del Muro de Berlín en 1989, los parlamentarios alemanes decidieron trasladar su sede desde Bonn, a Berlín, al emblemático edificio conocido como el Reichstag, que había acogido durante siglos al parlamento alemán y que por quedar dentro de la zona Este, muy cerca de la Puerta de Branderburgo y por tanto en lado soviético, no podía ser utilizado.
Pero el edificio ya había sido reparado de un terrible incendio sufrido en época de Hitler y estaba apto para su uso, así que las cortes alemanas se trasladaron al emblemático y bellísimo edificio.

Fachada del Reichstag; a la cúpula se sube por una escalera de caracol interna

En él, el salón de plenos tiene tres puertas, por las que los parlamentarios acceden a sus escaños.
Sobre una de estas puertas existía, tiempo atrás, un cuadro que debió quemarse en el incendio a que se ha aludido anteriormente, en el que se representaba al cíclope Polifemo, el personaje mitológico de la Odisea de Homero, con un solo ojo en la frente y en el que Ulises hunde una estaca ardiendo cuando el gigante duerme, aprovechando la ocasión para huir de la cueva en la que él y sus compañeros de viaje están prencerrados y para eso se agarran a las lanas de la barriga de los grandes carneros que el monstruo guarda también en la cueva y salen sin que éste, que palpa los carneros según van saliendo se perciba que colgados de sus lanas van Ulises y los suyos.
Es muy posible que en la actualidad, el parlamento alemán cuente con un sistema informatizado para controlar el voto de cada diputado, pero tiempo atrás, muchas de las votaciones que se practicaban eran a mano alzada, un sistema muy directo, pero poco fiable, toda vez que nada impedía que un diputado levantase la mano a favor de una propuesta y luego hiciese lo mismo a favor de la contraria, así que tanto el presidente de la cámara, como los secretarios, contaban las manos que se habían levantado en cada votación.
A veces no coincidía el conteo de unos y otros, porque aparecían más votos que parlamentarios, o los números anotados por cada uno de los que contaban eran diferentes.

Cerámica en la que se aprecia a los hombres de Ulises asidos a los carneros

En esas ocasiones el presidente de la cámara optaba por una solución definitiva. Hacía vaciar la cámara hasta el último diputado y entonces los hacía entrar usando cada una de las tres puertas: una para el “sí”, otra para el “no” y la tercera para la abstención.
En cada puerta colocaba a un secretario que contaba los congresistas que iban entrando y así la cosa no fallaba.
Una de las tres opciones había de pasar forzosamente bajo la puerta que contenía el cuadro al que antes se ha hecho referencia y algún diputado, con sentido del humor calificó aquella modalidad de votación como “El salto del carnero”, en clara alusión a las imágenes del cuadro y desde entonces, en Alemania, a esta forma de votar se la viene conociendo con tan singular nombre.
Hasta el 28 de mayo de 2014 (BOE de 27 de julio 2014) existió un pueblo de la comarca de Osona, entre Barcelona y Gerona, pero provincia de la primera, que se llamaba Santa María de Corcó.
Desde la fecha indicada, el municipio pasó a denominarse L’Esquirol, por decisión de su ayuntamiento, basada en una consulta popular que ni siquiera alcanzó el 50% de participación ciudadana. Con ese nombre que se le adjudico al pueblo tiempo atrás como una especie de mote, era conocido en toda la comarca y lo debía a una famosa y muy antigua posada que, en el vestíbulo, tenía como mascota a una ardilla enjaulada, animal que en catalán se llama “esquirol”.
Pero aunque la gente de la zona conocía la anécdota de la mascota, verdaderamente el nuevo nombre del pueblo se había hecho famoso por otros hechos, de mucha más dudosa honorabilidad.

Panorámica del bonito pueblo de L’Esquirol


En los primeros años del siglo XX, el sector textil, preeminente en toda Cataluña, sufrió unas terribles huelgas que lo tenían prácticamente paralizado. Reivindicaciones de todo tipo se amontonaban en los folios presentados ante la patronal en demanda de mejoras. Pero el sector, muy potente en aquel momento, resistía y se enfrentaba a los huelguistas, e incluso actuaba contra ellos.
En la comarca de Osona existían grandes e importantes telares, cuya actividad era prácticamente nula, dada la presión social que los trabajadores venían efectuando con sus continuadas huelgas. Los habitantes de Santa María de Corcó se ofrecieron masivamente para trabajar en los telares de la zona, sustituyendo a los huelguistas, consiguiendo así volver a hacer productivo el sector, claro que con graves perjuicios para los demandantes de mejoras.
Esta insolidaria actuación de contratar personas ajenas para “romper las huelgas”, está muy mal vista por la sociedad en general, pero parece que la necesidad de los habitantes de Santa María de Corcó era superior a su dignidad y decidieron contratarse a pesar de lo que dirían de ellos y las demás presiones que debieran soportar. A estos trabajadores se les empezó a llamar “esquiroles”, por proceder de aquel pueblo al que se identificaba por la ardilla y así, con el paso del tiempo, a todos los trabajadores que se contrataban para suplir a los que estaban en huelga, no solamente en Cataluña, sino en toda España, se les viene conociendo con el nombre de “esquiroles”, en recuerdo de aquellos insolidarios trabajadores de principios del pasado siglo.
Claro que yo me pregunto si con esos antecedentes y las connotaciones despectivas que la palabra encierra, era conveniente cambiar el nombre del pueblo, aunque siendo catalán y estando bajo la advocación de Santa María, todo puede ser posible.
En otros idiomas a los obreros que no secundan las huelgas, o los que son contratados para romperlas. se les conoce con distintos nombre y así, por ejemplo, en Gran Bretaña, entre varias designaciones, la más gráfica es la de “blackleg”, “pata negra”, como nuestro apreciadísimo jamón ibérico, porque los mineros en huelga, se ponían a la puerta de las instalaciones y señalaban con el dedo a aquellos que llevaban el polvillo negro del carbón adherido a los pantalones, señal de que habían trabajado en la mina.
Si los españoles fuésemos “tan nuestros” como lo son algunos otros, nos veríamos cambiando el sustantivo por el que se conoce a uno de los manjares más apreciados en el mundo entero.
¡Cómo se va a llamar nuestro jamón, como unos “esquiroles”!

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