viernes, 26 de febrero de 2021

WAMBA

 


En el colegio y en el instituto nos hicieron aprender de memoria la lista de los reyes visigodos, pero luego, dejando aparte a Recaredo, famoso por haberse convertido al cristianismo y a Rodrigo, por haber sido el último, de los demás supimos bien poco.

 Los visigodos se instalaron en España que en aquellos momentos tenía una población estimada de cuatro millones de habitantes, siendo una minoría que no llegaba a los trescientos mil, pero la famosa Pax Romana que tanto bien había hecho los últimos doscientos años, había desacostumbrado a los pueblos que estaban bajo su dominio a una vida cómoda y sin necesidad de tener que defenderse de un enemigo externo, así que cuando llegaron las tribus bárbaras del norte y del este de Europa, el imperio romano saltó en pedazos, casi sin oposición, pues su ejército, indisciplinado, mal pagado y compuesto por mercenarios extranjeros y esclavos, no tenían intención alguna de defender un imperio que no era el suyo.

Los visigodos se asentaron primeramente en la Galia, pero no eran bien acogido por sus pobladores, los francos, a los que tuvieron que enfrentarse sufriendo una gran derrota ante un poderoso ejército al mando de su rey Clodoveo. Esto los hizo retroceder en la Galia y entonces una parte importante de su contingente se desplazó hacia Hispania a través de los dos extremos de los Pirineos, ocupando la Península, menos el extremo noroeste, la actual Galicia, parte de Asturias y norte de Portugal, donde consiguieron arrinconar a los suevos, otro pueblo bárbaro que los había precedido en la ocupación de España. Pero el reino visigodo conservó también grandes territorios al norte de los Pirineos, dos regiones llamadas Septimania y Narbonense.

La capital del reino fue la ciudad de Toledo, donde se asentó la monarquía visigoda y su primer rey fue Alarico, cuyo reinado coincidió con el cambio del siglo V al VI.

Le sucedió la atragantada lista de reyes cuyo paso por el trono fue de muy escaso nivel, hasta que llegamos al mejor de todos ellos: el rey Wamba.

Sucedió a Recesvinto y permaneció en el trono durante ocho años, los de mayor gloria de aquel reino.

Recesvinto adquirió cierta notoriedad por la creación de un cuerpo de leyes conocido como “Liber Iodiciorum” y por haber tenido uno de los reinados más largos de aquella monarquía, diecinueve años. Murió en un pueblo de Valladolid entonces llamado Gérticos, donde el monarca poseía una villa en la que falleció y en el mismo lugar, el 21 de septiembre de 672, las cortes nombraron como sucesor a Wamba.

Agradecido el pueblo de que allí se hubieran producido tan fastuosos acontecimientos, cambió su nombre por el del nuevo rey y aun lo conserva.

No fue fácil convencer a Wamba de que se hiciera cargo del gobierno, pues alegaba su avanzada edad y el gran desgaste que ya había sufrido en su puesto del “oficio palatino” al que pertenecía desde el año 655. Pero las presiones de los nobles le obligaron a aceptar, siendo coronado en Toledo por el arzobispo metropolitano Quirico.

No se explica muy bien por qué la nobleza tiene tanto interés en que sea Wamba el nuevo rey, cuando había personajes importantes, más jóvenes y bien cualificados para ocupar la corona y quizás la razón está en que lo consideraban un hombre de palacio, con aptitudes conciliadoras y posiblemente manejable.

Pronto se ve que el nuevo rey no es muy respetado, pues una vez más los vascones se sublevan y obligan al rey a marchar en cabeza de su ejército a sofocar la sublevación.

Está en esta guerra cuando, sin que haya transcurrido un año de su coronación, es ahora una nueva rebelión, esta de muchísima trascendencia, la que tiene lugar en la Septimania y está protagoniza por Ilderico, el conde de Nimes, ciudad al sur entre Montpellier y Marsella.

Ilderico se hace proclamar rey de Septimania y se enfrenta abiertamente a Wamba, legítimo rey de aquellos territorios.

Decidido, Wamba envía un fuerte ejército a las órdenes de Flavius Paulus, conocido como Paulo, un noble de ascendencia romana, de gran prestigio, general del ejército visigodo y, además, hombre de la más absoluta confianza del rey.

Pero Paulo tiene otros planes y llegado a Narbona depone al falso rey, pero ocupa él su lugar, abriendo francas hostilidades contra el rey Wamba.

 

Estatua de Wamba en la Plaza de Oriente de Madrid

 

Estos hechos, encadenados, vienen a demostrar que el rey no tenía el respeto de sus súbditos. Pero el rey tiene temple y oficio; divide su ejército en tres partes y entra por los dos extremos de los Pirineos y por el centro, reuniéndose los tres frente a Narbona, la capital, que cayó tras pocas horas, aunque el usurpador no se encuentra allí, pues está refugiado en Nimes, hacia donde se dirige una de la partes del ejército que pone cerco a la ciudad que tras dos días de lucha, cae en poder de Wamba.

A Paulo le perdonó la vida pero lo condenó a prisión, después de haberlo sometido a la humillación de la pena de decalvación, una de las penas infamantes para el pueblo visigodo.

Aprovechando el momento de debilitamiento sobrevenido tras los combates del ejército de Wamba, los francos penetraron por el norte de Septimania y comenzaron a devastar el territorio. Sin una sola batalla, Wamba y su ejército pusieron en fuga a los invasores.

Pese a la edad y las traiciones, el rey había demostrado energía y conocimientos y eso aplacó tensiones palaciegas, permitiéndole gobernar en cierta paz.

Pero tuvo otros grandes problemas en el sur de la Península. Los bereberes del norte de África no paraban de hostigar las costas españolas, preparando una posible invasión futura.

Por fin, con el reforzamiento que reciben de árabes y yemeníes que se han lanzado a la Guerra Santa, el peligro real se presenta

Los árabes arrebatan a Bizancio el control del norte de África, llegando a conquistar Tánger y sin lugar a dudas, preparando el salto hacía la Península Ibérica, camino de Europa.

En ese contexto se produce un verdadero desembarco, pero encuentra preparado al ejército visigodo que hace frente a la invasión por tierra y mar, consiguiendo hundir doscientos setenta barcos de la flota invasora.

Esto propició también un largo periodo de tensa calma con el norte africano, hasta que en 711 se produce la verdadera invasión, ya sabemos que propiciada por judíos, maltratados por los visigodos y algunos disidentes del mismo poder reinante, como el conde Julián o los partidarios de Witiza que abandonaron el ejercito visigodo, pasándose al lado árabe.

Pero el gran éxito del rey Wamba es su empeño en reforzar el poder de la corona frente a los nobles y la iglesia, para lo que actuó en dos frentes, el primero reformando leyes que dieran más autoridad al monarca y la segunda reforzando el ejército para que ningún noble tuviera la aspiración de enfrentarse a la corona.

Muchas de las reformas que sufren los ejércitos son de cara al exterior, ganando más en vistosidad que en eficacia, pero no fue éste el caso. Wamba reorganizó el ejército para hacerlo más eficaz en la guerra, obligando, mediante la reforma del cuerpo legal, a nobles y clero a participar en las acciones bélicas al lado de la corona, aportando todo su poder guerrero, so pena de destierro y confiscación de bienes.

Entre otras cosas que vamos relatando, convocó el XI Concilio de Toledo, tendente a cercenar el poder de la iglesia que a través de sus obispos había llegado a impartir justicia sin esperar las decisiones judiciales, así como a vender las dignidades eclesiásticas, o incautarse de los bienes de los encausados por ellos.

Hasta en su final fue Wamba un rey único. El 14 de octubre de 680, no se sabe si por accidente, enfermedad o por envenenamiento, el rey sufrió un desmayo que lo dejó inconsciente.

Detrás de este incidente los historiadores creen ver a Ervigio, un noble palaciego que aspiraba a sucederle y que probablemente fue quien le ofreció la bebida, con lo que consiguió su propósito de hacerse con la corona.

Inconsciente y tomado por muerto, se le viste con un hábito de monje y se le tonsura el cabello, es decir, se le practica un afeitado en la zona de la coronilla, como fue costumbre clerical hasta no hace mucho tiempo.

Esa era la costumbre con la que se enterraba a los reyes visigodos, pero Wamba no está muerto, despierta y viendo la conjura contra él, se ofrece a ingresar en un monasterio y así lo hace en el convento de loa Frailes Negros de San Vicente, de la ciudad de Pampliega, cerca de Burgos, donde falleció el año 688 y fue enterrado hasta que Alfonso X, el Sabio, ordenó el traslado de sus restos a Toledo.

Esta cruz sobre una columna, situada en el lugar en el que estuvo el convento,  conmemora la que fue sepultura del rey en Pampliega.

 

Actualmente, el Ayuntamiento de Pampliega, tiene solicitado del arzobispado de Toledo la devolución de los restos de su más famoso morador.

2 comentarios:

  1. Muy inteligente por su parte, es mejor vivir en un convento 8 años más, que morir envenenado...

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  2. Interesante este relato histórico que desconocía. Efectivamente este rey Wamba tenía el "coco" muy bien amueblado y supo "jubilarse" a tiempo.

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