lunes, 1 de abril de 2013

LA TRAGEDIA DEL CAP ARCONA






Se han cumplido cien años del hundimiento del Titánic, cuya historia es sobradamente conocida aunque cada día más sometida a la especulación. Se habla ahora de inmensas fortunas transportadas en sus bodegas para hacer frente al creciente poderío alemán, de submarinos ocultos tras los bloques de hielo, de explosiones internas y de la alineación de la Luna con la Tierra y el Sol, que no se producía desde muchos siglos atrás. Algo se podrá aclarar algún día, pero lo que si nos queda ya sobradamente claro es que cada vez que se produce el naufragio de un buque de pasajeros, las víctimas suelen contarse por centenares y es casi normal que así ocurra, porque en esos momentos de enorme tensión, muchas personas quedan atrapadas, son incapaces de ponerse a salvo y además, los sistemas se salvamento suelen ser insuficientes y normalmente mal gestionados.
Estas tragedias, aunque medie la ineptitud, la inexperiencia o la estupidez humana, suelen ser accidentales y nunca buscadas de propósito, pero ¿qué ocurre cuando se provoca un naufragio con la finalidad de acabar con la vida de miles de personas?
Entonces la tragedia se vuelve atroz y para la mente humana, difícil de creer.
Algo así ocurrió casi terminada la fase europea de la II Guerra Mundial. En la bahía de Lubeck, en el Mar Báltico, se produjo el hundimiento del trasatlántico Cap Arcona y otros tres buques, bajo unas circunstancias que causan pavor a la vez que rubor y que, por mucho que los implicados en esa tragedia hayan querido ocultarla, la realidad ha llegado a saberse.
El Cap Arcona era un trasatlántico lujoso de veintisiete mil toneladas construido en 1927, de líneas esbeltas y muy bueno navegando, era la joya de la compañía Hamburgo-Sudamérica.
Se destinaba al transporte de personas de alto nivel económico, desde Alemania a África y América del Sur y contaba con piscina cubierta, pista de tenis, lujosos camarotes y salones y comedores espléndidos. El barco era de tal envergadura que incluso sirvió de escenario para el rodaje, en 1942, de una película alemana sobre el hundimiento del Titánic.

Fotografía del Cap Arcona cuando era un trasatlántico de lujo

En 1933, el barco era el orgullo del III Reich y navegaba por todo el mundo con la bandera nazi izada en su popa. Durante más de doce años estuvo realizando lujosos cruceros casi ininterrumpidamente, ganándose la reputación de ser un buque excelente.
Cuando estalló la II Guerra Mundial, la marina alemana requisó el barco, junto con otros de características similares que se emplearon a lo largo de toda la contienda en el traslado de tropas y de prisioneros, o como hospitales flotantes.
Ya casi declinaba el conflicto y las tropas soviéticas que avanzaban desde el este, habían penetrado en Polonia, cuando el Cap Arcona recibió la orden de dirigirse a Danzing, con la misión de evacuar soldados y civiles destacados en aquel país y trasladarlos hasta Copenhague. Pero sufrió una avería en las turbinas y tuvo que ser remolcado hasta un astillero noruego donde le practicaron una reparación de urgencia que le permitió regresar a Alemania, consiguiendo fondear en la bahía e Lubeck, pero en un estado en el que no podía seguir navegando.
En vista de la situación, la marina alemana decidió devolvérselo a la compañía marítima a la que lo había requisado. Pero en aquel momento la Hamburgo-Sudamérica no estaba en condiciones de reparar el barco que, además de la avería, había sufrido numerosos desperfectos producto de un uso incontrolado y sin mantenimiento que habían dejado su estado en algo más que lamentable, por lo que el barco permaneció anclado en la bahía con un mínimo retén a bordo.
El mismo día que el Cap Arcona echaba el ancla por última vez, el jefe máximo de las SS, Heinrich Himmler, cursaba una orden atroz: Ningún deportado, ni prisionero, debía caer vivo en manos de los ejércitos aliados al objeto de ocultar las atrocidades que se habían cometido en los campos de concentración y de exterminio.
En su afán por encontrar una fórmula para borrar toda huella del horror que habían producido, alguien propuso la idea de embarcar a los deportados en barcos, encerrarlos allí bajo vigilancia de las SS y posteriormente hundir los barcos con toda su carga humana.
Karl Kaufmann, Jefe de las SS en el distrito de Hamburgo, ordenó llevar a los deportados que había en toda la zona norte, a bordo del Cap Arcona y los otros tres buques fondeados en la bahía: los cargueros Athen, Thielbeck y el trasatlántico Deutschland, acondicionado como buque-hospital.
Menos los deportados políticos, todos los demás fueron embarcados en el Thielbek y desde allí fueron transferidos al Cap Arcona, el más capacitado para albergar un gran número de personas y así, a finales del mes de abril de 1945, a bordo había seis mil quinientos prisioneros y seiscientos soldados de las SS.
En la tarde del treinta de abril, corrió la noticia de que Hitler se había suicidado y que Berlín estaba siendo ocupada por tropas rusas: la guerra estaba prácticamente acabada.
Sin embargo, seguían llegando más prisioneros, ahora incluso niños procedentes del campo de concentración de Stutthof, cercano a Danzing, que eran embarcados en el Cap Arcona.
En toda la costa norte de Alemania existía una tremenda confusión y sus habitantes trataban desesperadamente de huir de las tropas rusas que se estaban aproximando y de las que se tenían noticias de las atrocidades cometidas contra las poblaciones civiles ya ocupadas. El deseo era llegar al lado oeste, donde avanzaban los aliados, de los que no tenían nada que temer. Eso hacía que muchas personas subieran a bordo de cualquier embarcación y tratara de huir, hacia el oeste o hacia Noruega, aún en poder alemán.
La aviación aliada procuraba impedir esos desplazamientos y realizaba continuos vuelos de reconocimiento y así, la mañana del día 3 de mayo un avión de la Royal Air Force británica, realizó un vuelo sobre Lubeck y observó los buques en los que permanecían izadas las banderas del III Reich. En ese momento, dos submarinos alemanes se preparaban para torpedear el Cap Arcona, pero alguien advirtió que los aliados podían hacer aquel trabajo por ellos.
Los prisioneros de los buques, al ver sobrevolar el avión británico, le hicieron toda clase de señales para advertir su presencia, lo que quizás no fuese observado por los pilotos.
Hacia el medio día, dos oficiales británicos se presentaron en las oficinas de Cruz Roja en Lubeck, para recabar información sobre los barcos prisión que hubiera fondeados en aquella costa, pero era demasiado tarde, porque varios aviones caza-bombarderos de la RAF, los famosos y mortíferos Hawker Typhoon, hicieron su aparición en la bahía. Los únicos buque que mostraban la bandera del III Reich eran el Cap Arcona y los tres buques que le acompañaban y contra ellos dirigieron sus ataques.
El primero en recibir el impacto de las bombas fue el Deutschland, que en ese momento solamente tenía a bordo a unos cien hombres, entre tripulación y equipo médico. Cuatro bombas cayeron sobre el buque produciendo graves daños e incendios, pero fueron rápidamente sofocados, mientras, el capitán extendía sábanas blancas en señal de rendición. Nadie murió en ese bombardeo y tuvieron tiempo de evacuar el barco en botes salvavidas.
De inmediato la acción se concentró en el Cap Arcona y el Thielbeck que sufrieron entre treinta y cuarenta impactos de bombas. A bordo del Cap Arcona había miles de prisioneros hacinados en las bodegas, los camarotes, los enormes salones y cualquier lugar en el que los pudieran hacinar como si de animales se tratara. Cuando empezaron a oírse las detonaciones de las bombas, los prisioneros, horrorizados, trataron de escapar de sus lugares de confinamiento, lo que no era difícil para algunos, pues el barco no era una prisión y una vez en cubierta o a través de las escotillas se dispusieron a saltar al agua, pero eran ametrallados por los fanáticos soldados de las SS que, implacables, abatían a quien lo intentara o si ya lo había conseguido, lo acribillaban en el agua.
Pero los prisioneros que estaban en las bodegas tenían prácticamente imposible la huída y allí, debajo de la cubierta, había unos cuatro mil quinientos. Tras las primeras explosiones se desataron varios incendios a bordo y la mayoría de los confinados en aquellas inmensas bodegas, murieron asfixiados.
Luego, el barco empezó a hundirse, escorándose peligrosamente y quedando parcialmente hundido, momento en que unos centenares de prisioneros y algunos tripulantes consiguieron arrojarse al agua y nadar hasta la orilla, no muy lejana, donde fueron recibidos por los de las SS que los acribillaron sin misericordia.
El Thielbeck se hundió en menos de una hora y de los dos mil ochocientos prisioneros, sólo se salvaron cincuenta.
El único que consiguió salvar su carga humana fue el Athens que llevaba unos dos mil prisioneros. Su capitán tuvo tiempo de izar una bandera blanca y luego embarrancó el barco. Sus prisioneros fueron posteriormente liberados por las tropas aliadas.
Más de seis mil personas, hombres, mujeres y niños, soldados aliados, heridos de guerra y civiles deportados, murieron en aquella triste jornada, muchos de cuyos cuerpos aparecían varados en las playas cercanas. Hasta treinta años más tarde aparecieron restos de esqueletos, el último de los cuales fue el cráneo de un niño de unos doce años, aparecido en 1971.
Los pilotos británicos no tuvieron noticias de la atrocidad que involuntariamente habían cometido, pues los gobiernos aliados y alemán ocultaron el hecho que al final se ha conocido.
Un horror más que agregar a la interminable lista de espantos que produjo aquella guerra, lo mismo que todas las que han ocurrido.

1 comentario: