sábado, 2 de noviembre de 2013

EL MAYOR "TSUNAMI" CONOCIDO





Sobre las nueve y media de la mañana del día de Todos los Santos del año 1755, a unos doscientos kilómetros del Cabo de San Vicente, en Portugal, se produjo un terremoto cuya magnitud, desconocida en aquellos tiempos, tuvo que ser muy superior  a la inmensa mayoría de temblores de tierra que hasta la fecha se hubieran producido y registrado.
El sismo se notó en toda la mitad occidental de la Península Ibérica, en donde produjo daños de consideraciones diversas en edificios desde Salamanca hasta Málaga, pero sobre todo, el maremoto que vino a continuación produjo olas de hasta veinte metros de altura que llegaron desde las costas de Marruecos, hasta Gran Bretaña y las Antillas, produciendo más de cien mil muertes y destruyendo la ciudad de Lisboa, la que más sufrió y que por eso dio nombre al desventurado suceso.
  A esas olas enormes, producto de cataclismos anteriores se las conoce con el nombre japonés de “tsunami” que quiere decir ola en la bahía, más que por su verdadero y científico nombre que sería maremoto, como antes se ha empleado.
La mayoría de estos maremotos son producidos por movimientos sísmicos que producen grandes desplazamientos de agua en el fondo del mar y como consecuencia un movimiento de la misma produciendo grandes olas, pero existen otras causas, como más adelante se verá.
A lo largo de la historia ha habido grandes maremotos, el primero de los cuales está registrado alrededor del año 1650 antes de nuestra era y que ocurrió en el centro del Mediterráneo, en la isla de Santorini. Éste no fue de origen sísmico, sino a consecuencia de la explosión de un volcán que dejó hueca la isla que cayó sobre sí misma, produciendo olas de entre 100 y 150 metros de altura.
Se puede consultar mi artículo, publicado hace ya varios años en esta dirección: http://unalupasobrelahistoria.blogspot.com.es/2013/03/la-isla-de-santorini.html
Pero anteriormente, entre 1.500 y 2.000 años antes de nuestra era, el Golfo de Cádiz fue objeto de maremotos que alcanzaron hasta quince kilómetros dentro de la costa, lo que supone olas de más de treinta metros.
En agosto de 1883, explotó el volcán de la isla de Krakatoa, en el Océano Índico, desapareciendo casi la mitad de la isla y produciendo un maremoto con olas de hasta cuarenta metros y que se cobró la vida de más de veinte mil personas.
Y ya en nuestro siglo las informaciones son mucho más concretas, sobre todo a partir de que se empezara a medir la intensidad de los terremotos según las escalas de Mercali o de Richter.
En 1908 un sismo en el mar, al sur de Italia, en el llamado Estrecho de Mesina, produjo un “tsunami” que arrasó parte de la isla de Sicilia y la región continental de Calabria, produciendo casi cien mil muertes.
En la memoria de algunos que ya somos mayores, está el terremoto de Chile del año 1960, que fue de una magnitud casi desconocida hasta la fecha, llegando hasta los 9,5 grados en la escala de Richter. Como consecuencia se produjo un maremoto que devastó islas y ciudades del Pacífico situadas a más de diez mil kilómetros.
La fuerza destructiva del maremoto es la mayor de las que la propia Tierra puede desencadenar, a la que casi seguro que solo puede aventajar la colisión de un enorme meteorito que, caso de hacerlo en el mar, también provocaría un maremoto.
Tsunami de Indonesia

Como se ve en la fotografía, toda una pared de agua de treinta metros va a arrasar la zona de casas bajas, en el maremoto de Indonesia.
Afortunadamente, las leyes de la física juegan a favor de la naturaleza y de la humanidad porque cuando se produce una ola gigante en aguas muy profundas, esta se desplaza con una velocidad cercana a los mil kilómetros a la hora, pero conforme la profundidad va descendiendo, también lo hace la velocidad, si bien aumenta la altura de la ola, hasta que al llegar a las costas, donde la profundidad no supere los diez metros, su velocidad se ve reducida a cuarenta kilómetros a la hora, aunque por el contrario su altura puede alcanzar fácilmente los cuarenta metros.
A pesar de lo que se dicho hasta ahora, sobre la potencia destructiva de los maremotos, es curioso que la ola más alta de las que se tiene registrada solamente acabó con la vida de dos personas.
El hecho fue muy singular y merece la pena describirlo.
Todo el Pacífico es una tierra volcánica y muy afectada por terremotos, alguno de los cuales, como el de Lima de 1674 debió llegar a los nueve grados en la escala Richter, otros como los que se han mencionado, fueron también devastadores. Pero esos enormes cataclismos levantaron olas de un máximo de cuarenta metros, sin embargo la ola más grande llegó hasta los quinientos veinte metros.
En la costa sur de Alaska se encuentra una extensa bahía, en la que confluyen tres grandes glaciares, el mayor de los cuales, el Lituya, da nombre a la bahía. La bahía es muy profunda pues tiene casi quince kilómetros de largo, por tres de ancho y la boca por la que se comunica al Pacífico es, sin embargo, muy estrecha.
Pasadas las diez de la noche del día 9 de julio de 1958, comenzó un sismo que alcanzó los 8,3 grados en la escala de Richter y que persistió por espacio de dos largos minutos.
Como consecuencia del fuerte movimiento de la tierra, del glaciar Lituya se desprendieron treinta millones de metros cúbicos de hielo, piedras y tierra que cayeron violentamente sobre las aguas del fondo de la bahía.
De inmediato se formó una gran ola que se desplazó hacia la entrada de la bahía a una velocidad vertiginosa.
Afortunadamente aquella zona, de clima extremadamente frío y que forma el Parque Nacional de la Bahía del Glaciar, está deshabitada, pero es muy buen lugar para le pesca, por lo que aquella noche de verano había tres embarcaciones pescando en sus aguas, curiosamente las tres compuestas por matrimonios, lo que por otro lado es bastante frecuente en Alaska.
Dos de las embarcaciones se salvaron milagrosamente del enorme “tsunami” que se formó, pero la tercera fue literalmente aplastada contra la costa.

Bahía de Lituya tomada de Google

Las expediciones que posteriormente se desplazaron a la zona para examinar la magnitud del cataclismos, comprobaron que la ola había alcanzado una altura de quinientos veinte metros.
Aunque parezca poco creíble, la altura a la que el mar puede llegar es fácil de determinar por la salinidad que queda en el terreno, incluso muchos años después de haber ocurrido y por eso, la altura que se estableció para la gran ola de Lituya, es incuestionable a la vez que sorprendente, pues una pared de agua de más de medio kilómetro de altura, no deja de ser un espantoso y sorprendente espectáculo.
Afortunadamente dos circunstancias contribuyeron a minimizar los efectos de la catástrofe: primero que la zona estaba despoblada lo que contribuyó a que no hubiera víctimas humanas, aunque la fauna del lugar debió sufrir las consecuencias; y segundo que la bahía Lituya tiene una boca al Pacífico muy cerrada, con lo que la enorme ola no consiguió salir del recinto casi cerrado de la bahía, pues en otro caso, de producirse en mar abierto, una ola de esas proporciones hubiera sido un verdadero desastre en las costas de Asia, sobre todo de Japón, situado al suroeste y a unos cinco mil kilómetros, ya que toda la zona del Pacífico de Siberia está despoblada.
Si una ola de treinta o cuarenta metros es capaz de desplazarse a mil kilómetros a la hora y a una distancia de diez mil kilómetros causar tremendos estragos, qué no podría haber causado una ola diez o doce veces superior al llegar a las costas de Japón, las más cercanas, o las de China, Vietnam, las islas Filipinas o todas las demás islas del Pacífico.


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