miércoles, 30 de junio de 2021

MARÍA "LA BAILAORA"

 

A lo largo de la Historia se han dado muchos casos de mujeres enroladas en los ejércitos haciéndose pasar por varón; de entre los mas conocidos es el caso más de la Monja Alférez, Catalina de Erauso. Mujeres heroicas que lucharon como mujeres son también abundantes como María Pita o Agustina de Aragón personajes que han trascendido la literatura con una amplia presencia.

Una buena cantidad de las mujeres que decidieron hacer vida en el Nuevo Mundo, hubieron de atravesar el Atlántico disfrazadas de hombre, situación muy difícil de mantener, conviviendo con otros varones en espacios muy reducidos, pero indudablemente algunas lo consiguieron. Una vez en las nuevas tierras volvían a su condición de mujer, pero pocas veces se vieron abocadas a luchar contra otros contingentes humanos.

La que aparece en el artículo de hoy sí que tuvo que luchar, es más, esta mujer se alistó para luchar. Es el caso de la conocida como María “La Bailaora”, una mujer del siglo XVI que no dudó en alistarse como marinero para participar en la batalla de Lepanto.

De la “Bailaora” se sabe poco, ni siquiera su nombre completo, buena prueba de que pasó inadvertida durante toda su vida, hasta que el hecho narrado a continuación la sacó del anonimato, si bien poco más sabemos para complementar su biografía que los datos seguidamente se relatan.

Es muy probable que su paso por la Armada hubiese pasado desapercibido para la historia de no haber sido mencionada en la crónica que un soldado llamado Marco Antonio Arroyo, partícipe del combate y por tanto testigo presencial de lo ocurrido. Arroyo la nombra en una publicación llamada Relación del Progreso de la Armada de la Santa Liga que apareció en Milán en 1576, cinco años después de la batalla.

En su escrito dedica ocho renglones para citar a una mujer española que, vestida como un soldado, se había colado en la Armada y que llamaba María y era conocida como “La Bailaora” que mutando su indumentaria natural peleó con un arcabuz con tanta eficacia que a muchos turcos costó la vida, no arredrándose cuando hubo de usar el sable para acabar con la vida de alguno de ellos.

Conocida esta valerosa mujer por el almirante de la flota, don Juan de Austria, le concedió que en adelante sentara plaza de soldado, pese a su expresa prohibición de no embarcar en la flota a mujeres ni gente inútil.

Esa concisa prohibición fue parte esencial de la eficacia de la Armada de la Liga Santa contra la flota del imperio Otomano que a pesar de su superioridad, arrastraba una tremenda lacra que era la de llevar a bordo a mujeres y niños, así como a esclavos cristianos, frutos de sus correrías mediterráneas, con la evidente carga de ineficacia bélica.

En el caso de María, era mujer, pero demostró no ser inútil.

Se sabe que nació en Granada hija de padre “egipciano”, que era como entonces se llamaba los gitanos, por nombre Gerardo y cuya madre, al parecer cristiana vieja, murió cuando María tenía apenas ocho años, siendo cuidada por su padre.

En las persecuciones a judíos, moros y gitanos que propicia Felipe II, bajo el lema de la España Católica, Gerardo es apresado por los guardianes de la pureza de sangre, quienes para señalarlo, le cortan las orejas y una vez juzgado y hallado culpable, lo envían a galeras, bajo la acusación de andar pidiendo limosna de lugar en lugar y no tener ni oficio ni otra manera de vivir, salvo la limosna y el hurto.

No era cierta esta acusación, pues Gerardo, como muchos otras gitanos, era un próspero chalán, dedicado a la compra venta de caballos, asnos y mulos, tan necesarios en la época y que producía considerables ganancias.

Pero para aquella España puritana, el hecho de ser gitano y la aparente inestabilidad en la residencia, así como el hecho de no trabajar para nadie, era motivo más que suficiente para una condena durísima, como era ir a galeras, de las que casi nadie volvía.

Visto el porvenir que le espera, Gerardo entregó a su hija María a la Iglesia, pretextando que su madre era cristiana y en esa creencia había criado a su hija. Ingresada en el convento de Santa Isabel la Real, las monjas piden a la pequeña que las lleve a su casa, donde comprueban que la familia vivía con cierta holgura, no dudando en apropiarse de cuantos objetos de valor encontraron y de las bestias de carga preparadas para la venta.

La pequeña advierte la codicia de las monja y se sorprende de la distancia que hay entre las prédicas de la iglesia, ensalzando la pobreza, y el latrocinio a los desvalidos, apoderándose de sus pertenencias, en vez de denunciar que en aquel hogar no faltaba nada de lo fundamental y que todo había sido proveído por el gitano Gerardo. A pesar de la aportación involuntaria que María hace a la congregación, se convierte en la más humilde de las criadas por el solo hecho de ser su padre un galeote.

 En la primera oportunidad, María huye del convento y se refugia en Granada, en donde es acogida por un morisco adinerado llamado Yusuf, amigo de su padre, en cuya casa aprende a leer, escribir en castellano y árabe, a vestirse y comportarse como mujer, danza y, además, a manejar la espada, cosa que Yusuf le enseña, dadas la afición de la pequeña.

Inspirada por ardor patriótico poco común, dicen unos y siguiendo a un amante díscolo y pendenciero, amparada en su cultura y su manejo de la espada y otras armas, María consigue enrolarse en 1571 el Tercio Lope de Figueroa y con el, embarcarse en la galera La Real, buque insignia español, para participar en la batalla de Lepanto como arcabucero, cosa que hizo ese mismo año de su incorporación a filas, y en el mismo buque en el que iba el generalísimo de la Santa Liga.

 

Batalla de Lepanto y retrato de Juan de Austria

Durante la batalla, el galeón La Real abordó al buque insignia turco llamado Sultana, cuyo almirante era el marino otomano Muezzindade Alí Pasha, en cuyo abordaje la Bailaora tuvo una especial participación, pues su puntería causó muchas bajas en las filas turcas, e incluso a alguno de los enemigos hubo de abatirlos a golpes de sable que manejaba con destreza.

Aunque es muy probable que se conociera su condición de mujer, pues en aquellos galeones no existía intimidad por mínimo que fuese, lo cierto es que la contienda dejó desvelada su condición femenina con el alboroto consecuente, circunstancia que llegó a oídos de Juan de Austria, el cual ordenó licenciarla de inmediato, no obstante, conocida su heroicidad y valor durante la batalla y quizás enardecido por la extraordinaria victoria, magnánimo, la premió con el sueldo de arcabucero para toda la vida.

Un detalle a considerar acerca de la preservación de su identidad es el de ser llamada como la “Bailaora” que hace pensar que su buenas dotes para el baile le habían hecho conocida entre la tripulación.

Un hecho como el narrado hubo de tener forzosamente consecuencias extraordinarias entre las tropas de la Santa Liga y de hecho, como se decía más arriba, Arroyo lo había relatado por lo que es muy probable que otro personaje, a bordo de aquella misma flota, tuviese de él conocimiento.

            Efectivamente, en aquella batalla participó Miguel de Cervantes, el cual tras muchas vicisitudes ya convertido en escritor, puso a una de sus novelas ejemplares el nombre de La Gitanilla, aunque no parece que el personaje inspirara la obra mencionada.

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