viernes, 17 de abril de 2015

EL CABALLERO NEGRO




Hace ya unos años, un amigo, astrónomo de profesión, me comentaba que hay ya tanta basura espacial dando vueltas alrededor de La Tierra, que se está convirtiendo en un grave problema a la hora de lanzar naves o satélites al espacio.
En estos momentos, el primer problema con el que se enfrentan las agencias espaciales de todo el mundo a la hora de lanzar al espacio sus cohetes, es comprobar que en el  momento de atravesar la estratosfera podrán salir al espacio exterior sin chocar con alguna de las estaciones espaciales, satélites, la inmensa mayoría inútiles totalmente, así como residuos y demás basura, que están dando vueltas a nuestro alrededor, sin otra misión que la de “percochar” el espacio exterior.
Y todas esas miles de toneladas flotantes están siendo depositadas desde 1957, menos de sesenta años, fecha en que la URSS puso en órbita el primer satélite artificial, el Sputnik I, porque hasta ese momento la humanidad no había sido capaz de construir un vehículo con velocidad suficiente como para escapar de la atracción terrestre y el único satélite que teníamos, rodeándonos incansablemente desde el principio de los tiempos, era nuestra Luna.
Bueno, no único, porque parece que algo más nos estaba orbitando desde hace muchos años, más de diez mil.
En febrero de 1953, cuatro años antes que se lanzara el Sputnik I, y la carrera espacial, aunque sin pistoletazo de salida, estaba en toda efervescencia pues era de suma importancia llegar el primero al espacio y dominarlo, un grupo de científicos norteamericanos que trabajaban para el departamento de defensa, detectó un extraño objeto orbitando La Tierra.
Como es natural, en plena época de la llamada “guerra fría”, todas las alarmas se dispararon y el primer pensamiento que cruzó las mentes de aquellos científicos es que la carrera espacial estaba perdida, porque si aquel satélite que nos orbitaba no era americano, no podía ser nada más que ruso, luego estos se habían adelantado considerablemente a los proyectos USA.
En consecuencia se abrió una profunda investigación que fue encargada a un distinguido profesor de astrofísica de la universidad de Nuevo Méjico y al reciente descubridor del planetoide Plutón, un astrónomo de reconocido prestigio mundial.
Ambos científicos observaron y estudiaron el cuerpo que nos orbitaba y al cabo de los meses se produjo una nota oficial tratando de explicar el fenómeno.
La nota decía que lo que se había tomado por un satélite artificial, no era otra cosa que un pequeño asteroide atrapado en nuestra órbita y con esta tan somera explicación quisieron dar el carpetazo a un asunto de tanta trascendencia.
El problema vino luego, porque la comunidad científico-astronómica del mundo entero no se creyó la explicación, pues los asteroides no se quedan orbitando sino que atraviesan nuestra atmósfera y forman las llamadas estrellas fugaces o los bólidos, que se desintegran por las altas temperaturas que alcanzan o, simplemente, si son de considerable tamaño, se estrellan contra la superficie terrestre, como tantos meteoritos de los que tenemos buenas pruebas.
Aquel extraño objeto fue bautizado como “El caballero Negro” y entró de inmediato en la páginas de los enigmas: si no era ni ruso ni americano, ¿de dónde demonios había salido?
Unos años más tarde, en 1960, ya había en nuestro espacio exterior tres satélites orbitando, el ya mencionado Sputnik I, su hermano el Sputnik II y el norteamericano Explorer I y astrónomos de todo el mundo seguían las órbitas de los tres satélites con sumo interés, cuando un grupo de ellos que observaba al primero de los soviéticos que ya llevaba casi tres años de incansable peregrinar, y sobre los que el satélite pasaba en aquellos momentos, observaron como un objeto se estaba cruzando con el Sputnik I, haciéndole sombra. ¿Sería el famoso Caballero Negro?
El objeto era tan grande, en comparación con el satélite ruso, que los astrónomos admitieron que era imposible que se hubiese lanzado desde la Tierra, con los medios de propulsión que entonces existían y por otro lado observaba una órbita perpendicular a las de los tres satélites terrestres, pues estos giraban alrededor del ecuador, mientras que el objeto no identificado lo hacía alrededor de los polos.
Muchos años antes de toda esta historia, el serbio Nikola Tesla, uno de los científicos más brillantes y enigmáticos de todos los tiempos, empezó a experimentar con las ondas hertzianas y dijo haber percibido señales que por su cadencia y características no eran naturales, sino efectos de una modulación en la que algún ser inteligente había intervenido.
Hoy se sabe que Tesla fue el verdadero inventor de la radio y no Marconi, como hasta hace relativamente poco se le había atribuido (ver mi artículo http://unalupasobrelahistoria.blogspot.com.es/2013/03/del-telefono-la-radio.html ) , pero años después, el científico italiano, aseguró haber captado también señales de radio como las descritas por Tesla que no tenían ninguna explicación científica, salvo que eran producidas por el hombre.
La falta de conocimientos de aquellos principios del siglo XX, dejaron el asunto para mejor ocasión y esta llegó varias décadas más tarde, cuando en los años setenta un astrónomo aficionado irlandés llamado Duncan Lunan (curiosa coincidencia), se encontró con el caso de las señales de los dos científicos mencionados anteriormente y empezó a investigarlas ya con una tecnología adecuada.
La conclusión fue que aquellas ondas eran emitidas desde algún punto orbital de La Tierra que había permanecido en silencio hasta que un sensor había puesto en funcionamiento su mecanismo cuando recibió las primeras ondas electromagnéticas que desde aquí habíamos lanzado al espacio.
Es decir, hace unos diez mil años, una civilización muy avanzada, colocó un satélite en órbita polar alrededor de La Tierra que había permanecido en silencio hasta que captó las primeras señales de radio, en cuyo momento se puso en funcionamiento lanzando señales en un código que Lunan había casi descifrado: “Empiece aquí. Nuestro hogar es la estrella Izar en Bootes, que es una estrella doble. Vivimos en el sexto planeta de los siete de la más grande de las dos estrellas. Nuestro planeta tiene una Luna. El cuarto planeta tiene tres. Nuestra sonda comparte orbita con su Luna. Esto actualiza la posición de Arcturus en nuestros mapas” .
Dicho así, parece de novela de ciencia ficción, en la que la ciencia ni está, ni se la espera y que todo es producto de una encendida imaginación. De hecho, la comunidad científica se tomó las conclusiones del aficionado a broma.
Es muy posible que Lunan obedezca a lo que su nombre parece indicar y sea un “lunático”, pero hay cosas que si bien separadas no dicen nada, unidas parecen tener algún sentido, sobre todo cuando se observa un desmedido interés en ocultar que un satélite artificial nos está orbitando desde hace muchos años, sin explicación aparente.
Porque eso es lo que han hecho las agencias espaciales, como la norteamericana, cuando después de haber identificado como un asteroide aquel objeto no identificado, encargó a Gordon Cooper, uno de los astronautas de la misión Apolo X, que pasara cerca del “meteorito” y lo filmara.
Se sabe que se efectuó una grabación de más de tres horas, la cual no se ha hecho pública y que los instrumentos de la nave terrestre se vieron seriamente afectados, hasta casi perder el control, con grave susto de sus tripulantes. Se descubrió que junto con el objeto principal, navegaban otros de forma muy similar, pero mucho más pequeños y que de alguna manera estaban conectados.
En 1972, la NASA realizó una operación secreta con uno de los primeros transbordadores espaciales y cuyo objetivo era hacerse con unos de aquellos pequeños objetos. La misión tuvo éxito y el objeto fue llevado a un laboratorio secreto de las Bahamas, en donde sería estudiado a fondo.
No se sabe el resultado de ese estudio, lo que sí se conoce es que muchas personas que tuvieron contacto con él, murieron de cáncer en muy poco tiempo, entre ellas, el profesor Carl Sagan, una de las personas que estudió el artefacto.
En el colmo de la desinformación, la Nasa publicó el video que se puede visionar en este enlace https://youtu.be/yNkjrzXYlP0 y en que se pretende hacer creer que el famoso Caballero Negro no es otra cosa que una “manta espacial” que se les escapó a los astronautas de la misión “STS-88” que fue lanzada en diciembre de 1998.
Desde luego con explicaciones así no se contribuye a nada más que a fomentar la incertidumbre, por otro lado muy lógica, cuando hay testimonios escritos en la prensa de la época en los que se comenta la noticia sobre un artefacto orbitando la Tierra.


(Si es ruso, su disparo nunca fue reconocido por ellos)

Recortes de prensa de 1954 

Para terminar con esta historia, de la que posiblemente nunca sepamos la verdad, recomiendo la visión de este video, en donde se hace una recreación en 3D del artefacto https://www.youtube.com/watch?v=B7DqHa4nNao

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