jueves, 21 de mayo de 2015

UNA CARA DE LA ESCLAVITUD: LA APASIONANTE HISTORIA DE "CÁNDIDA LA NEGRA" -2-




Manuel Pacheco Albalate
Publicado en Pliegos
 Academia de Bellas Artes Santa Cecilia
Número 8, año 2006, pp. 39-62
ISSN: 1695-1824


La Iglesia por su parte, las muchas comunidades religiosas que llegaron a ultramar en misiones evangélicas, no se opusieron frontalmente a la actividad, considerándola como algo que había que aceptar dentro de la economía de la que venimos hablando y todo su esfuerzo no fue dirigido a derogarla, sino a procurar mejorar las condiciones de vida de los esclavos, a que su existencia fuera más humanas, más digna. Pero de todos los religiosos que prestaron una especial atención, nos quedamos con la figura del sevillano y jesuita Alonso de Sandoval (1576-1652) por su intensa labor misionera, que no quedó solamente en eso, en que fueran tratados como semejantes, labor que de por sí ya era importante, sino en la denuncia pública de cómo eran tratados, de intentar hallar una fórmula que consiguiera acabar con semejante sometimiento. Fruto de toda su preocupación fue la obra escrita en 1627 bajo el título de Naturaleza, Policía Sagrada y Profana, Costumbres, Ritos y Catecismo Evangélico de todos los Etíopes, de suma importancia para estudiar y valorar la esclavitud negra en este periodo. De ella vamos a entresacar un par narraciones porque nos dan una visión nítida de aquel lamentable tráfico. De este modo nos relata como eran capturados y embarcados para realizar el viaje hacia el Nuevo Mundo: “...Cautivos estos negros con la justicia que Dios sabe, los echan luego en prisiones asperísimas de donde no salen hasta llegar a este puerto de Cartagena o a otras partes. Y como en la isla de Loanda pasan tanto trabajo y en las cadenas aherrojados tanta miseria y desventura, y el maltratamiento de comida, bebida y pasaría es tan malo, dales tanta tristeza y melancolía que viene a morir el tercio en la navegación, que dura más de dos meses; tan apretados, tan sucios y tan maltratados, que me certifican los mismos que los traen, que vienen de seis en seis, con argollas por los cuellos y de dos en dos con los grillos en los pies, de modo que de pies a cabeza vienen aprisionados debajo de cubierta, cerrados por de fuera, do no ven ni sol ni luna, que no hay español que se atreva a poner la cabeza al escotillón sin marearse, ni a perseverar dentro de una hora sin riesgo de grave enfermedad. Tanta es la hediondez, apretura y miseria de aquel lugar". Y en otros pasajes, igualmente, nos describe, con crudeza, el trato que recibían de sus dueños y como iban cubriendo, lenta y dolorosamente, las horas de cada día: “Son sus amos con ellos más fieras que hombres. El tratamiento que les hacen de ordinario por pocas cosas y de bien poca consideración es breados, lardarlos hasta quitarles los cueros y con ellos las vidas con crueles azotes y gravísimos tormentos.” “Testigos son las informaciones que acerca de ello las justicias cada día hacen, y testigo soy yo que lo he visto algunas veces, haciéndoseme de lástima los ojos fuentes y el corazón un mar de lágrimas. Si el negro es minero, trabaja de sol a sol y también buenos ratos de la noche. Cuando ya levantan la obra, después de haber todo el día cavado al resistidero del sol y a la inclemencia del agua, descansan si tienen en qué y si los inoportunos y crueles mosquitos les dejan, hasta las tres de la mañana que vuelven a la misma tarea. Si el negro es estanciero, casi es lo mismo, pues después de haber todo el día macheteado al sol y al agua, expuesto a los mosquitos y tábanos y lleno de garrapatas, en un arcabuco, que ni aún a comer salen de él, están a la noche rallando yuca, cierta raíz de la que se hace cazabe, pan que llaman de pao, hasta las diez o más con un trabajo tan excesivo que, en muchas partes, para que no lo sientan tanto, les están entreteniendo todo el tiempo con el son de un tamborcillo, como a gusanos de seda”.

Esclavos negros lavando mineral

Pero la situación continuó, y hubieron de pasar más de dos siglos después de la muerte del Padre Sandoval para que este trato inhumano empezara a decaer, a desaparecer, a que se cuestionaran las naciones que todos los hombres debían ser libres. Y los gobernantes, los poderosos, no se plantearon esta decisión por las constantes rebeliones de los esclavos; no porque se hubieran introducido en la sociedad las nuevas ideas ilustradas; no porque en el siglo XIX, cuando aún se veía con naturalidad la trata de esclavos, hubiera penetrado una nueva ideológica; sino porque irrumpe en la sociedad la revolución industrial. Las máquinas compiten en rendimiento con el esclavo, producen menos enfrentamientos, y sobre todo, su coste es mucho más barato. Unos artilugios mecánicos, unos aparatos capaces de regular la acción de la fuerza, van a conseguir libertar a millones de esclavos que los políticos más avanzados no habían conseguido. Y junto con a la libertad, los cautivos van a conseguir mayor bienestar, mejores condiciones de vida, mayor poder adquisitivo, que les van a posibilitar el tener acceso a más productos que las máquinas producen, y a la larga, y con otros planteamientos que no tienen nada que ver con estos, a caer en otro tipo de esclavitud.

Dinamarca, en 1792, inició el camino de la supresión de la esclavitud. Inglaterra, donde tuvo lugar la primera Revolución Industrial, proclamó en 1807 la Abolition Act que no produjo de inmediato el objetivo propuesto de liberación, hasta que en 1831 se aprobó la abolición de la esclavitud en todas las colonias inglesas. A partir de entonces la llama de la liberación esclava se propaga por las plantaciones, minas, estancias, palenques, donde la población encadenada estaba recluida. España, tenuemente, hace una pequeña aproximación a este movimiento, y firma con Inglaterra en 1817 un tratado internacional, bajo ciertas condiciones, comprometiéndose a suprimir la trata y a libertar a todos sus esclavos en el plazo de tres años. Pacto que no se llevó a efecto, siendo los españoles uno de los de los últimos pueblos que acabaron con esta opresión. Sí entró en vigor la Ley penal de 27 de febrero de 1745 por la que se prohibía la trata, pero no la esclavitud; es más, en dicho documento se defendían muchos aspectos de los intereses de sus propietarios en las islas antillanas.

Elaborando tabaco en Las Antillas

Pero el proceso de abolición siguió adelante pese a los obstáculos e impedimentos de las burguesías conservadoras opuestas a aceptar de buen grado la anulación de una situación de prebendas, a disolverse como colectivo que se consideraba superior, a que pudieran perder poder para que otros obtuvieran libertad. En 1848 la República Francesa decreta la abolición de los esclavos en el Caribe, decisión que había sido tomada con anterioridad en 1794 y anulada con posterioridad por Bonaparte en 1810. Portugal, la que había tenido un protagonismo relevante en todo este comercio, en 1856 da un paso adelante y libera a todos los hijos que nazcan de esclavos, con la condición que presten servicio a sus amos hasta los 20 años (¡Cuantas fechas de nacimientos se modificaron!), y unos meses después le dio la libertad a los esclavos de las Indias portuguesas, de Mozambique, y de Guinea. En 1863 sigue la misma línea de actuación Holanda. Estados Unidos, en 1865, tras una cruenta guerra civil que agrupó, y enfrentó, a su sociedad bajo dos modelos políticos y económicos diferentes, libertó a cuatro millones de esclavos, después de tener que enmendar su constitución. Los diferentes países americanos fueron emancipándose, y el nacimiento de las nuevas repúblicas trajeron consigo la libertad para sus esclavos: México, Venezuela, Colombia, Uruguay.

El caso de España es algo especial. Parece como si esta situación hubiese sido resuelta hace muchos años, como si hubiera transcurrido un largo periodo de tiempo que ha dejado sobre los recuerdos una espesa capa de polvo impidiendo evocar el pasado. Cuando la realidad es que bien pudiéramos desempolvar y celebrar, con toda intención, el 120 aniversario de la abolición de la esclavitud en España. Posiblemente no queramos recordar que fuimos de los últimos países en considerar a los hombres iguales; en rememorar que hace sólo algo más de un siglo, con toda la legalidad de las leyes, se podían poner grilletes o cepos en las piernas de nuestros semejantes; que no eran unos españoles iguales a otros, en razón de su de nacimiento, raza, sexo, o religión.

En el siglo XIX, en la sociedad de nuestra piel de toro, hubo un duro enfrentamiento entre partidarios y detractores de la abolición de la esclavitud. Cada parte no buscaba defender los intereses de la comunidad, sino solamente los particulares de cada uno. Y en medio de esta situación, o más bien dentro de ella, se hallaba un colectivo de liberales, de políticos, de filósofos que propugnaban la libertad personal del individuo, y que, aunque sometidos a contiendas y presiones, intentaban alcanzar los objetivos que ya otros países europeos disfrutaban. Sin embargo esta meta no se alcanzaría hasta 1886, pues ninguna Constitución española de este siglo sacó adelante cuestión tan de justicia, y sus políticos en vez de posicionarse frontalmente a los que defendían las estructuras socio-económicas que regían, a la oligarquía esclavista, se limitaron a contemporizar con ellos.


(Continuará)

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