viernes, 28 de agosto de 2015

PAÍS RICO, PAÍS POBRE





El país independiente más pequeño del mundo es el Estado de la Ciudad del Vaticano, cuya superficie no llega ni a medio kilómetro cuadrado y apenas tiene novecientos habitantes, prácticamente todos relacionados con la sede pontificia. El siguiente estado en dimensión es el Principado de Mónaco que tiene apenas dos con cinco kilómetros cuadrados.
¿Y cuál es el tercero? Pues el tercero no es ni la República de San Marino, ni Andorra, ni Liechtenstein, sino un país completamente desconocido, ignorado y perdido en la inmensidad del Océano Pacífico. Se trata de la República de Nauru, un estado independiente de la Micronesia, compuesto por una sola isla que está situada justo al sur de la línea del Ecuador, entre las Islas Salomón y Papúa Nueva Guinea y a cuatro mil kilómetros al norte de Australia.
Es un atolón coralino que tiene forma casi circular y cuya superficie es de veintiuno con tres kilómetros cuadrados. Dos siglos atrás, la isla fue descubierta por un ballenero ingles cuyo capitán la bautizó como Isla Agradable, por el trato que recibió de sus habitantes, así como por la bondad del clima y la belleza de sus aguas y playas.
Sus habitantes vivían en un estado de permanente felicidad, pues tenían todo cuanto necesitaban: pesca abundante, millares de aves para consumo, bellísimas playas y árboles de los que sacaban todo su producto.
Cuando Alemania comenzó su despliegue por el Pacífico a finales del siglo XIX (ver mi artículo http://unalupasobrelahistoria.blogspot.com.es/2015/04/una-isla-para-perderse.html ), se anexionó la isla de Nauru como una colonia más del imperio alemán, pero tras la derrota sufrida en la Primera Guerra Mundial, aquella colonia se convirtió en un protectorado de las Naciones Unidas (entonces Sociedad de Naciones) y cuya administración se concedió a Australia, Nueva Zelanda y a Gran Bretaña.
Fue ocupada por los japoneses durante la Segunda Guerra y con el fin de la misma y la victoria aliada, volvió a ser protectorado hasta que en el año 1968 alcanzó la independencia.
Aquella isla, que es tan anómala que ni siquiera tiene capital, pues carece de verdaderas ciudades y toda ella es lo que ahora llamamos un diseminado, no tenía ningún interés para los europeos, salvo como fondeadero de los buques que navegaban por aquellos mares para hacer agua o alimentos, pero en uno de los viajes que los balleneros hicieron, alguien se llevó un trozo de madera petrificada, quizás porque le pareció bella para hacer algún tipo de escultura.
Quiso la casualidad de que el “xilópalo”, nombre científico de la madera fosilizada, fuera a caer en manos de un químico que se dispuso a analizarla, comprobando que poseía una enorme cantidad de fosfatos, lo que despertó un interés inicial por aquella isla.
Pero aún hubieron de pasar años hasta que se organizó una expedición científica que comprobó que, efectivamente, bajo el suelo de la isla había una concentración de fosfatos en una cantidad y de una pureza nunca conocidas, cuyo origen aún no está totalmente clarificado, pues hay quien mantiene la teoría de que procede de la acumulación de excrementos de aves, mientras que otras hipótesis defienden su procedencia volcánica, o marina.
 La cuestión es que desde principios del pasado siglo, millones de toneladas de fosfatos fueron enviados a Australia y Nueva Zelanda, en una extracción incontrolada de la que los naturales de la isla solamente obtenían el beneficio de los salarios que percibían como trabajadores.
Pero con la independencia de la isla, los yacimientos de fosfatos fueron nacionalizados y los ciudadanos de la isla, que es la república más pequeña del mundo, se convirtieron en uno de los pueblos más ricos del planeta, en consideración a su renta per cápita.
Efectivamente, cuando la enorme riqueza que proporcionaban los fosfatos se divide entre su índice demográfico, que hasta 2011 no ha sobrepasado los diez mil habitantes, nos da una proporción que no alcanzan ni los países más ricos del planeta.
Pero los fosfatos no podían ser eternos y una explotación incontrolada y totalmente especulativa, acabó con ellos, no sin que antes se hubiera advertido del peligro que se estaba corriendo y la caótica situación en la que iba a quedar el pequeño país, al que habían sacado todo su subsuelo, dejando el terreno inservible para cualquier actividad, además de haber desertizado todo el interior de la isla.
Para paliar los efectos que el final de la explotación minera traería a la isla, se hicieron inversiones durante los años 70 y 80 que comprendían bienes raíces, líneas aéreas, navieras e incluso espectáculos musicales londinenses, pero su escasa visión financiera, o los asesores aprovechados, dieron al traste con todas esas inversiones que, de más de ochocientos millones de dólares de aquella época, se devaluaron hasta los ciento y poco, a la vez que desangraban al gobiernos en pleitos financieros con Australia, Estados Unidos y Gran Bretaña.


Refinería de fosfatos abandonada

En abril de 1999 el presidente de la República de Nauru, Bernard Dowiyogo se dirigió a sus ciudadanos a los que advirtió que estaban en bancarrota; que habían acumulado deudas imposibles de hacer frente y que la explotación de los fosfatos había llegado a su fin. Acusó a todos los ciudadanos de Nauru de vivir muy por encima de sus posibilidades, lo que había sido cierto, pues raro era el ciudadano que no tenía uno o dos coches, televisiones o electrodomésticos de última generación y casas confortables y todo ello sin que la inmensa mayoría tuviera que hacer absolutamente nada y otros, los más desfavorecidos, trabajando para la administración o en las minas.
No se anduvieron con chiquitas, los parlamentarios decidieron “matar al mensajero” y Bernard fue botado y sustituido por René Harris, un antiguo presidente de la Nauru Phosphate Corporation. Como poner al zorro a guardar las gallinas y era el séptimo presidente en tres años, como si para salir de la situación lo único que hubiera que hacer fuera cambiar al dirigente.
La situación actual es totalmente catastrófica, muy propia de los países colonizados en los que la ambición sin límites lleva a una explotación masiva de sus recursos, llevándolos a la más profunda miseria, a la vez que dejando unas secuelas dignas de estudio.

Aspecto actual de la isla. Se aprecia la devastación de la zona central

Por ejemplo, durante noventa años se ha extraído fosfato produciendo una gran riqueza que permitió construir un puerto y un aeropuerto, a la vez que una carretera que recorre todo el país. Desde 1968 que se declara independiente, trata de nacionalizar la minería del fosfato y lo consigue años después, cuando inicia el proceso de convertirse en el país con la mayor renta del mundo.
Esta situación trae el progreso y a los bienes de equipo, a que antes se ha hecho referencia, hay que agregar el gusto por las buenas comidas, el alcohol y otras costumbres perniciosas, a las que agregan su escasa actividad física, pues la mayoría no tiene que trabajar.
Pasaron de una dieta sana y equilibrada a base de pescado, frutas y algo de aves, a consumir desaforadamente comida enlatada que no había que cocinar, bollería industrial y todo lo que llamamos “comida basura” y eso, a no muy largo plazo,  produce una situación difícilmente asumible, pues el pueblo actualmente padece enfermedades propias de los ricos, como diabetes, hipertensión arterial, cardiopatías, colesterol altísimo, arterioesclerosis, obesidad mórbida y otras dolencias, para las que no hay recursos con los que combatirlas y sus expectativas de vida se han quedado reducidas a los cincuenta y cinco años. Actualmente Nauru, con sus casi catorce mil habitantes ocupa el primer lugar del ranking mundial de habitantes con sobrepeso, pues nueve de cada diez padecen esta alteración.
La devastación de la isla ha propiciado la deforestación y como consecuencia, la escasez de aves, a la vez que la mayor parte de la costa se ha visto agredida y la fauna marina se ha mermado mucho.
En 1994 el gobierno de Nauru, previendo un fin cercano de la actividad minera, realizó un estudio sobre los costes de la rehabilitación del territorio que se cifró en doscientos diez millones de dólares de la época y un periodo de al menos veinte años para conseguir la recuperación total.
Recientemente se le han concedido préstamos blando, pero que entrañan la obligación de devolverlos cuando la posibilidad de adquirir recursos no va más allá que reduciendo gastos y gravando a los ciudadanos, que hasta ahora no pagaban impuestos y que tendrán que comenzar a hacerlo, aunque uno se pegunta de donde saldrán si no hay rentas por el trabajo o el capital.
Es lamentable comprobar cómo la ambición puede llevar a destruir a un pueblo que si bien no tenía unas características propias y singulares, vivía feliz al sol y junto a un mar paradisíaco, con una falta total de escrúpulos y pretender luego desentenderse y dejar a unos miles de pobres infelices a su negra fortuna.
Nauru es actualmente uno de los países con menos recursos del mundo y aunque no ha llegado aún a un estado de pobreza extrema, sin duda alguna llegará y pasará de ser el país más rico, al más pobre.
Además, seguirá siendo un país raro, donde los pobres están gordos.
Si quiere completar esta información sobre la extraña obesidad que planea sobre este país, puede pinchar este enlace:

3 comentarios:

  1. Desconocía ese país. Historia interesante y al mismo tiempo triste por el final que se vislumbra.

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  2. No conocía la existencia de Nauru. Creo que el artículo, excelente como siempre, puede ser un "aviso a navegantes" si cupiera aquello de la experiencia en cabeza ajena.
    Abrazos amigo.

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  3. Muy interesante, los países que dependen solamente de la industria extractiva siempre terminan de esa forma ya se esta iniciando en los países productores de petróleo.

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