viernes, 27 de septiembre de 2019

UN INVENTO EXTRAORDINARIO





En una reunión de amigos y compañeros, alrededor de una buena comida, mientras hacíamos la sobremesa, comentábamos mi artículo sobre las operaciones de cataratas.
Uno de los comensales que estudió medicina, dijo que recordaba haber leído en un libro sobre la historia de la medicina que el inventor de las gafas había sido un médico andalusí llamado Al-Gafequi. Este médico había sido un adelantado a su tiempo y además de operar cataratas, dio nombre a las gafas, por similitud con su apellido.
Mohamed Ibn Qassoum Ibn Aslam Al-Gafequi fue, efectivamente, un notable “oculista” cordobés que vivió en el siglo XII. Se formó en Córdoba y en Bagdad, donde adquirió una notable destreza y regresó a su ciudad para desarrollar su oficio.
Se había especializado en operar cataratas y en enfermedades del iris y escribió un libro llamado “Guía del oculista”, cuyo manuscrito se conserva en la biblioteca del Monasterio de El Escorial como pieza sumamente valiosa.
Famoso en su tiempo, el oculista fue cayendo en el olvido hasta diluirse completamente. En 1965 la ciudad de Córdoba lo sacó del ostracismo erigiéndole un busto que se encuentra en la Plaza Cardenal Salazar, frente a la Facultad de Filosofía y Letras.
Evidentemente nos encontramos ante todo un personaje de la medicina de aquella época, pero por más que mi amigo leyera esa historia en un libro de la carrera, ni por la similitud de su nombre con el vulgar de los anteojos, Al-Gafequi no inventó las gafas.
Inmediatamente vi que tenía necesidad de investigar sobre tan extraordinario invento y la verdad, después de numerosos documentos consultados, no es fácil concluir de una manera definitiva acerca de quien fue el afortunado inventor de tan utilísimo artilugio.
No fue fácil porque he encontrado documentación en la que se refleja que ya los egipcios usaban unos cristales de colores para proteger sus ojos del Sol, lo que da una idea de la antigüedad que tiene el colocar cristales ante los ojos, aunque no sean para mejorar la visión.
Y eso, precisamente eso, es lo que yo buscaba: cuándo se empezó a usar cristales más o menos tallados artesanalmente para combatir la pérdida natural de la agudeza visual.
En el siglo IX, en plena Edad Media y época del mayor esplendor andalusí, un inventor llamado Abbás Ibn Firnás, tan considerado en el mundo científico que su nombre lo llevan un cráter de la Luna y un puente sobre el Guadalquivir en Córdoba, desarrolló un sistema para tallar y pulir cristales que permitió obtener lo que se conoció como “Piedras de lectura”, un verdadero ancestro de las lupas.
El incansable Marco Polo a su regreso de China, en el siglo XIII, hablaba de que los chinos usaban unos cristales ahumados para protegerse igual que los egipcios, pero éstos, además, también usaban unos cristales de aumento para ver con más claridad las cosas pequeñas; desgraciadamente esas declaraciones no aportaban nada sobre la invención de las gafas.
Ese mismo siglo, el franciscano y filósofo inglés Roger Bacon habla del uso de cristales para mejorar la visión, lo que proporciona un dato importante que es que ya se conocía la existencia de estas primitivas lentes. Bacón no fabricó ni siquiera describió como debían ser dichos cristales.
  Unos años más tarde, otro franciscano, Alejandro della Spina que vivió a principios del siglo XIV, parece que fabricó unas lentes de vidrio con las que construyó los primeros anteojos para ver de cerca. Eran simples lentes convexas que, como las lupas, se adaptan a todos los ojos, según se aproximen o se alejen del objeto a observar, es decir, a base de variar el campo focal.
Poco tiempo pasó hasta que a alguien se le ocurriera invertir la lente para ver bien de lejos, como solución para los que padecen miopía. En este caso fue un alemán, Nicolás de Cusa, filósofo y erudito.
Si hacemos caso de los escritos y documentos que circularon por la Europa del Renacimiento, la invención de las gafas, con aspecto similar al que nos encontramos en la actualidad, se tendría que deber a un florentino llamado Salvino degli Armati, el cual habría fallecido en 1317. Esta apreciación partía de un académico, también florentino, del siglo XVIII que relataba que en la iglesia de Santa María Maggiore de Florencia, se encontraba la tumba del tal Salvino en cuya inscripción se le conmemoraba como inventor de los anteojos.
Pero la lápida no cubría una sepultura, era un simple cenotafio cuyo contenido fue refutado por científicos de prestigio y obligado a retirar de la iglesia.

Lápida de Salvino degli Armati

En 1923 se celebró en Sevilla un congreso Hispano Americano de Oftalmología en el curso del cual el representante oficial del gobierno italiano, profesor Albertotti reconoció que era falso que Salvino fuese el inventor de los anteojos.
Es muy posible que las gafas no hayan sido inventadas por una sola persona, sino que varias llegaron a conclusiones parecidas cuando trataron de paliar las dificultades para ver que presentaban algunas personas, pero sobre todo, cuando se empezó a comprender los fenómenos que la transparencia de determinados cristales producían sobre los objetos que se observaban y que no es otra cosa que consecuencia de la refracción y reflexión de la luz al pasar de un medio a otro.
Pero lo que parece cierto es que esa progresiva evolución desde la Piedra de lectura mencionada más arriba, hasta los anteojos de doble cristal, tuvieron que producirse al calor de unas avanzadas industrias fabricantes de vidrios, o del tallado de cristal de cuarzo y en eso, hemos de volver la cara a Italia y a sus poderosas industrias del vidrio, sobre todo en la isla de Murano, en Venecia.
Si queremos situar en el tiempo tan prodigioso invento, ya que no se ha podido determinar con exactitud a quien es debido el “milagro” de recuperar la visión al usar unos lentes, no existe otro medio que inspeccionar la pintura de la época, único medio gráfico.
Cardenal Hugo de Provenza escribiendo con gafas

La primera pintura en la que aparece un personaje con gafas salió de la mano de Tomasso de Módena y es el Retrato del Cardenal Hugo de Provenza que se debió pintar en el año 1350, en donde se le ve en un escritorio auxiliándose de unas gafas para escribir.
Las gafas empezaron a ponerse de moda, aunque siempre entre las clases pudientes y algunos pintores, cometieron la osadía de pintar personajes en escenas tan antiguas como la presentación en el templo del Niño Jesús, en la que un sacerdote judío lleva gafas.
Pero cuando realmente empezó a haber una importantísima demanda de estos artilugios fue a partir de la invención de la imprenta. Y tiene una explicación, pues al poner en el mercado una gran cantidad de libros, estos llegaron a manos de gente que, sabiendo leer, no lo hacía por falta de material, pero al popularizarse el libro, podían acceder muy fácilmente, comprobando que los años habían pasado y sobre todo la presbicia, lo que llamamos vista cansada, había hecho mella en sus ojos.
El mismo Petrarca, hacia 1350, cuando había cumplido los sesenta años, contaba cómo habiendo perdido su buena vista, hubo de recurrir a las lentes.
En cuanto a la forma que fueron adoptando las diferentes gafas, en principio y como eran solo para lectura, lo común era sostenerlas sobre la nariz, sujetándolas con una mano, pero al aparecer las lentes que corregían la miopía, obligaba a llevarlas puestas todo el día, haciéndose sumamente incómodo el sujetarlas, por lo que la imaginación entró en juego nuevamente y empezaron a fabricarse, primero unos gorros con una enjaretado de alambres que la sostenían, luego unas bandas de cuero que a manera de antifaz la sujetaban a la cabeza. Y no fue hasta el siglo XVIII en el que se empezó a utilizar las patillas que también evolucionaron, desde ser un artilugio aprisionador de la cabeza, hasta descansar sobre las orejas con mayor comodidad.


Gafas con patillas plegables del siglo XVIII

No me ha sido posible aclarar quién inventó las gafas, pero al menos me hado la satisfacción de aprender algo sobre este fascinante mundo de la óptica.
Y una última cosa, este útil artilugio ha ido cambiando su nombre a lo largo de la historia: antiparras, anteojos, lentes, espejuelos, impertinentes, quevedos, pero en los cuatro o cinco primeros siglos de uso no he encontrado el nombre de “gafas”, con el que se ha popularizado totalmente en lengua castellana. Es posible que en esa paulatina transformación de su nombre, en algún momento, yo creo más bien reciente, se le empezara a llamar de ese modo en honor al moro Al-Gafequi, que no fue su inventor, pero puede que se haya llevado la gloria.

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