Una de las
frases más socorridas cuando nos referimos a una acción muy meritoria efectuada
por alguna persona, incluso en contra de lo que se suponía que pudiera llegar a
hacer, es referirnos a ese hecho diciendo: “dio el do de pecho”.
Seguramente
que no nos hemos parado nunca a pensar qué es realmente dar el do de pecho y
eso es lo que voy a tratar de explicar.
El “do de
pecho” es la nota más alta de un tenor que da por métodos naturales, es decir,
si emplear técnicas como el “falsete”.
Supone una
escala más alta del último do registrado en la tesitura musical que es el “do4”,
así pues, el “do de pecho” es el “do5”.
Como muy
bien escribía Pavarotti en su autobiografía titulada Mi propia historia, los
cantantes tienen dos o tres voces diferentes que van de grave a intermedia y en
su caso aguda y uno de los logros más difíciles de alcanzar por los cantantes
de ópera es pasar de una voz a otra sin que el público lo aprecie.
Esa
dificultad estriba en que en el canto se pasa de la voz de pecho a la voz de
cabeza, donde realmente se consiguen estos agudos.
Por lo
tanto el “do de pecho”, no es en realidad producido por el pecho del cantante
sino por la resonancia del sonido en la cabeza. Es lo que se llama “resonadores
faciales”.
Hace ya
muchos años, estaba entonces destinado en Zamora, cuando una noche de sábado
fui invitado a tomar unas copas del famoso vino de Toro, de cosechas
artesanales, a casa de un buen amigo y tocayo.
Allí se
encontraba también un matrimonio amigos suyos, cuyos nombres soy incapaz de
recordar, pero lo que si tengo presente es la singularidad de estas personas.
El era un
hombre inteligentísimo que, como entretenimiento, se dedicaba con su mujer a
inventar juegos de mesa u otra clases de juegos o juguetes infantiles.
En cierto
momento de la animada conversación, salió el tema de la ópera y entonces aquél
demostró sus enormes conocimientos sobre dicha faceta musical, pero es que es
más, nos hizo salir a la terraza y comenzó a cantar con una espléndida voz.
Al
término, cuando al menos yo fui capaz de cerrar la boca, explicó cómo los
grandes tenores obtenían esa potente voz y decía que nos fijásemos en las
cabezas, sobre todo en las frentes abombadas de Pavarotti o Plácido Domingo.
Desde
entonces me vengo fijando en las “frentes preñonas” que diríamos en mi tierra
y, ciertamente, los buenos cantantes tienen cabezas grandes y frentes
abultadas.
Esa
configuración ósea es la da calidad al canto y curiosamente con la cabeza es
como el tenor puede llegar al “do5” o do de pecho. Un buen tenor
puede conseguir notas más altas, pero ya empleando la técnica del falsete, que
como su nombre indica es una técnica para falsear la voz.
Así pues
el nombre está mal puesto. No es “do de pecho” pero es así cómo se lo conoce
mundialmente y desde hace mucho tiempo y ha sido el sin par Pavarotti el que más
veces y mejor lo ha logrado.
Pero no es
esta la única controversia respecto de la citada nota musical, pues los
estudiosos de la música clásica y de la ópera en particular, daban siempre por
sentado que el primer tenor capaz de producir un do de pecho, del que se tenía
constancia documental, había sido el tenor parisino Gilbert Duprez, fallecido
en 1896 a los noventa años de edad.
Pero
recientemente se ha descubierto que esta apreciación no es cierta y que ese
honor lo ostenta un cantante español.
Me gusta
la música pero no sé nada de esa faceta artística y aparte de los clásicos muy
clásicos, se me escapa cantidad de información sobre las figuras del mundo de
la música y este español, al que ahora me voy a referir, era completamente
desconocido para mi.
Se le
solía llamar Manuel del Pópulo Vicente García, pero su verdadero nombre tendría
que haber sido Manuel Rodríguez Aguilar, si consideramos los dos primeros
apellidos de sus padres, si bien en aquella época no estaba institucionalizada
esta norma.
Nació en
Sevilla el 21 de enero de 1775, pero su juventud la pasó en Cádiz, actuando en
lo que se ha llamado “los teatros progresistas” en donde se mezclaba la
modernidad con el teatro clásico, la tonadilla con la ópera italiana y todo
ello con el espectáculo en general.
Sevilla,
en aquel momento tenía prohibido todo tipo de ópera, tanto por el consistorio
municipal, como por la iglesia, de enorme poder en aquellos momentos, así que
el joven Manuel que con seis años había ingresado en el coro de la catedral, al
llegar a los dieciséis años comprendió que en aquella encorsetada ciudad no
podría desarrollarse musicalmente, viendo esa oportunidad en Cádiz, una de las
ciudades más cosmopolitas, bullangueras y florecientes del momento.
El
ignorado García, apellido con el que nos referiremos a él, influyó mucho en
transformar lo que entonces se conocía como corral de comedias, en teatro
elegante, al gusto italiano, influyendo en la nueva cultura de la escena que se
estaba produciendo.
En Cádiz
escribió cantidad de música que iban desde tonadillas hasta operetas, obras
teatrales como sainetes, comedias y toda una colección de obras dramáticas que
él mismo interpretaba, dada su enorme calidad de actor.
En 1779 se
casó con una actriz y cantante llamada artísticamente Manuela Morales, con la
que tuvo una hija años más tarde y que al pasar de los años también fue
cantante.
Pero no
fue hasta el año 1798, es decir, cuando tenía veintitrés años, que debutó en
Madrid como cantante lírico, donde obtiene un gran éxito.
Pronto se convirtió
en director del más importante teatro de Madrid, llamado Los Caños del Peral,
situado en lo que ahora es la plaza de Isabel II, al final de la calle Arenal,
en lo que actualmente es el Teatro Real.
Sus éxitos
se sucedieron y llegó a ser un personaje muy conocido en el mundo de la música,
si bien, por la escasa documentación que he podido encontrar sobre su formación
musical, me inclino a pensar que era más autodidacta que académico, pero de lo
que no cabe duda es de su enorme talento y del profundo conocimiento que tenía
de los clásicos, sobre todo de Mozart y Haynd.
Pronto
España se le quedó pequeña y comenzó a viajar por los diferentes países que
lideraban el panorama musical europeo. Su primera parada fue París, donde
cosechó su primer éxito como tenor y compositor.
En 1811 se
instaló en Italia, donde perfeccionó sus estudios sobre la ópera, trabando gran
amistad con Rossini, el cual lo eligió como tenor principal de sus dos obras
más famosas: Otello y El barbero de Sevilla.
Durante
esta etapa escribió innumerables partituras para canto y guitarra, instrumento
que dominaba.
Pero
Europa también se le queda pequeña y en 1816 se trasladó a Nueva York, donde
consiguió igualmente un éxito arrollador.
Retrato de García, caracterizado de
Otello
Entre los
Estados Unidos y Méjico, permaneció en América hasta 1830, cuando muy mermado
de cualidades y habiendo perdido mucho potencial de su voz, regresó a París,
donde abrió una academia de música que regentó hasta su muerte ocurrida en
1832, cuando contaba cincuenta y siete años.
Fue el
gran impulsor del gusto por lo español que se extendió por toda Europa y del
que salieron obras tan inmortales como el Capricho Español de Korsakof, la
Carmen de Bizet o el propio Barbero de Sevilla.
Pues bien,
este personaje de la escena musical fue el primero que tiene documentado el
haber conseguido el do de pecho en numerosas ocasiones.
Muy interesante y revelador relato.👍👍👍👍
ResponderEliminarComo siempre interesante, curioso y pedagógico relato. Gracias.
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