¡Cuántas veces hemos dicho que la estupidez humana no tiene límite!, y lo peor es que seguiremos diciéndolo.
Pensamos y en los últimos tiempos con mucha razón, que en España ya no cabe ni un tonto más pero, con desesperación, vamos comprobando que sí que caben y a manojitos, como decimos en mi tierra. Y creemos que ese en un fenómeno típicamente español, pero la realidad nos demuestra que la insensatez es un acontecimiento mundial, si no, lean esta historia.
En el año 1992, una señora de 79 años llamada Stella Liebeck, llegó a un McDonall de una ciudad de Nuevo Méjico, Estados Unidos, en un automóvil que conducía su sobrino Chris. Se dirigieron a la zona de McAuto y encargaron unas bebidas y comida rápida.
Se sabe que la tal Stella pidió un café que le fue servido en el habitual vaso de cartón con su correspondiente tapadera.
Recogida la comanda, el sobrino continuó el viaje y sin detenerse a degustar los alimentos, prefirieron consumirlos en ruta.
La señora Stella sujetó el vaso de café entre sus rodillas, abrió la tapa y vertió el sobre de azúcar, momento en el que por alguna circunstancia derivada de la conducción, el coche efectuaría algún extraño que hizo que la señora cerrase un poco las piernas, estrujando el vaso de café con el consiguiente derrame del contenido que, a una temperatura de 85 grados, le produjo algunas quemaduras en los muslos.
Ciertamente las lesiones debieron ser importantes, pues Stella tardó casi dos años en curarse, por lo que la señora demandó a la cadena McDonall y pidió una indemnización de tres millones de dólares.
Hasta aquí todo entra dentro de lo normal: vas circulando en un coche, colocas el café recién hecho entre las rodillas, las cierras por la razón que sea, se te derrama el café y la reacción es demandar a quien se lo ha servido, porque estaba caliente.
Lo natural es que el café esté caliente, salvo que lo pidas con hielo, que ya es otra cuestión, y lo natural sería demandar a su sobrino por no haber conducido con más precaución; o más natural aún: callarse la boca y aguantarse con las consecuencias de una cadena de actos imprudentes, porque lo normal hubiera sido parar, comer y beber y luego continuar el viaje.
Pero no, la señora, seguramente asesorada por algún abogado de esos que viven en hospitales, comisarías, centro comerciales, etc., a la caza de clientes para interponer reclamaciones, presentó la demanda contra la cadena McDonall.
La estupidez humana ya ha hecho su aparición en este caso, pero esa cualidad no era exclusiva de la señora Stella, porque el juez que entendió en la demanda falló a su favor, aunque solamente le concedió 480.000$.
Desde entonces han ocurrido dos cosas: que los vasos de café de McDonall advierten que el contenido está caliente y caso de derramarse puede producir daños por quemaduras y que un avispado decidió establecer un premio anual para la demanda más absurda que se produjese.
Así, en 2002, tuvo lugar el primer fallo del jurado de los Premios Stella (Stella Awards) que ganaron las hermanas Bird que llevaron a su madre muy enferma a un hospital y la carrera de los sanitarios para atenderla rápidamente les produjo tal conmoción que se “vieron obligadas” a demandar al hospital.
Desde entonces, los registros de los Premios Stella contienen un sin fin de casos demandados ante los tribunales, todos ellos escogidos de entre los que la estulticia humana coloca en la cima de su clasificación.
Entre ellos nos encontramos el caso de Allen Ray Heckard, el cual sostenía ante la justicia que tenía tal parecido físico con el famoso baloncestista Michael Jordan que la gente lo confundía por la calle, creándole un grave sufrimiento emocional, por lo que demandó a la estrella del basket por un total de 416 millones de dólares, y la misma cantidad le pidió a la firma de prendas deportivas Nike, sponsor de Jordan, por patrocinarle.
Otro caso de evidente estupidez es el de un ciudadano de Oklahoma City llamado Grazinski que en noviembre de 2000 se compro una autocaravana marca Winnebago.
En su primer viaje y mientras conducía por una autopista, seleccionó una velocidad de crucero de 120km/h y se fue a la parte trasera del vehículo a prepararse un café. Como es natural en la primera curva, el vehículo tomó la tangente y se estrelló.
Después de recuperarse de sus heridas, el desahogado Grazinski denunció al fabricante por no advertir que el programador de velocidad no es un piloto automático que tome curvas o frene cuando sea necesario y lo más estúpido es que un juez le dio la razón y condenó a Winnebago a indemnizar al conductor con 1.750.000$ y a reemplazarle el vehículo. Desde entonces la empresa incluyó en el manual del vehículo una advertencia en ese sentido.
Con esta alegoría se premia la denuncia más disparatada
Hace falta tener desparpajo para querer sacar tajada de las acciones negligentes o imprudentes que se cometan, pero hace falta un grado de estupidez considerable para aceptar dichas demandas por parte de quien se pretende con una formación jurídica y humana suficiente para desarrollar tan delicada labor como la de juez y además fallar a favor de semejantes demandantes.
Porque la cosa no termina ahí, las hay mucho más sorprendentes, como el caso de un ladrón llamado Terrence Dickson, de Pennsylvania que entró a robar en una casa que sabía que estaba momentáneamente deshabitada. Una vez realizado su latrocinio, decidió salir por la puerta del garaje, pero estaba averiada y no se podía abrir, así que se dio la vuelta, encontrando que la puerta por donde accedió al garaje se le había cerrado y no era posible abrirla sino con llave, por lo que se quedó encerrado en el garaje durante ocho días, hasta que los propietarios regresaron de sus vacaciones.
Después de detenerlo la policía puso una demanda contra el dueño de la vivienda porque durante aquellos días había tenido que alimentarse con unos sacos de comida para perro y algunas latas de refrescos, lo cual le había causado unos daños morales irreparables.
Lo sorprendente de este caso es la demanda se vio en un juicio con jurado y los sesudos ciudadanos que lo componían fijaron una indemnización de medio millón de dólares para el ladrón, que tuvo que pagar el propietario de la casa.
Aquí la estupidez fue colectiva. ¡A dónde se nos ha ido el sentido común!
Pero no solo algunos jueces y jurados accedieron a conceder indemnizaciones estúpidas, es que hubo un caso en el que el demandante era un juez, como el caso de Roy L. Pearson que demandó a una tintorería a la que llevó unos pantalones los cuales se extraviaron y no se los pudieron devolver.
Basándose en un cartel colgado en la lavandería que decía: “Satisfacción garantizada”, el juez solicitó una indemnización de ¡sesenta y siete millones de dólares! Por haber perdido sus pantalones, lo que le había causado un gran desasosiego moral.
El citado personaje fue investigado por el departamento correspondiente y suspendido en sus funciones jurisdiccionales. Prevaleció por una vez el sentido común.
En los centros comerciales se producen muchos incidentes, dado el gran número de personas que por allí pululan. Una de esas personas era la señora Roberston de Austin, Tejas, que fue indemnizada con 780.000$, porque mientras compraba tropezó con un niño que correteaba por el almacén, y como consecuencia cayó y se rompió un tobillo. Hasta aquí todo normal, si no fuera porque el niño con el que tropezó era su propio hijo.
Afortunadamente también hay personas sensatas, una de las cuales fue el propio creador de los Premios Stella, el cual, en el año 2007 decidió acabar con la efímera vida de aquellas dudosas condecoraciones a la estupidez y los premios dejaron de darse. Hubo varias razones para acabar con los premios y una de ellas fue que la estupidez humana es algo tan sin límites que fueron varias personas las que inventaron haber sufrido accidentes o desgracias tan absurdas que, tras denunciarlas, su pretensión no era la de recibir una indemnización, sino la recibir un “Award Stella”.
“Explosividad litigiosa”, es el nombre que los expertos analistas han dado a este afán de llevar a los tribunales cualquier reclamación por estúpida que parezca, ¿pero qué nombre habríamos de dar a los tribunales que las aceptan y además se pronuncia a su favor?
En vez de calificar de racista a una mujer que denunció el pánico que le producía tener que trabajar en la misma oficina en la que había empleados de raza negra, un tribunal le concedió una indemnización de 40.000$.
¡Ni un tonto más!
Es cierto que hay mucho tonto pero lo peor a mi entender son los tontos-listos y de esos tenemos a millares.
ResponderEliminarMuy curiosos los casos...siempre se ha dicho, que "un tonto te mete en la carcel"...
ResponderEliminarVerdaderamente no son tontos, sino listos desvergonzados que se aprovechan de los verdaderamente "tontos" que imparten "justicia"
ResponderEliminarme he jartado de reír. los americanos y los tontos tienen puntos de contacto.Ennorabuena Pepe
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