viernes, 10 de julio de 2020

MORIR POR LA CIENCIA



En 1987 un eminente zoólogo llamado Jorge Magraner que trabajaba en el Museo de Historia Natural de París, recibió una información que lo dejó desconcertado y persiguiendo aquella noticia, invirtió muchos años de su vida.

Magraner nació en 1958, en Casablanca (Marruecos), hijo de padres valencianos, pero nacionalizados franceses. Estudió en Francia donde obtuvo una licenciatura en zoología.

Acabados sus estudios realizó diversos trabajos relacionados con aves, destacando rápidamente por sus conocimientos y entrega, tanto, que el museo parisino lo reclutó.

Dedicado intensamente a su trabajo, a partir de haber recibido aquella información, su vida cambió radicalmente, apasionándose por el tema del que le informaban y que consistía en ciertas afirmaciones de que en una de las regiones más remotas de la Tierra vivía un extraño ser salvaje, con apariencia de humano, totalmente apartado de la civilización que de vez en cuando era visto fugazmente.

Se trataba de una zona ubicada al norte de Pakistán, fronteriza con Afganistán y ocupada por la cordillera del Karakorum, una cordillera en donde más de cuarenta picos superan los seis mil metros de altura. La capital de aquella comarca es la ciudad de Chitral que, llegado el otoño, la nieves y el hielo aíslan del resto de Pakistán y del mundo.

Aquella zona tiene un clima continental extremo y alcanza temperaturas de hasta menos 30ºC, pero la llegada de la primavera hace que todo el decorado cambie, pues la climatología se vuelve amable y el verde de los inmensos bosques y praderas terminan arrinconando las nieves a las cumbres montañosas.

Aquel mismo año Magraner viajó a Pakistán a buscar la cordillera del Karakorum, asentándose en Chitral. Primero con ayuda de intérprete y luego aprendiendo la lengua de la zona, año tras año, el zoólogo se fue integrando en la sociedad pakistaní y empezó a recoger testimonios de personas que habían tenido contacto visual con la extraña criatura en la que se combinaban los rasgos humanos y simiescos, al que los nativos llamaban “Barmanu” y estaban bastante acostumbrados a sentir su presencia, siempre esquiva y en ningún caso violenta o peligrosa.

Lo más sorprendente para el zoólogo era que los testimonios recogidos en una zona muy amplia, de más de diez mil kilómetros cuadrados, en las que no hay carreteras ni casi vías de comunicación que ponga a las gentes en contacto unos con otros, eran perfectamente coincidentes y todos describían a la criatura como un bípedo, con el cuerpo cubierto de espeso vello y de complexión muy fuerte; brazos largos, piernas cortas y pies y manos enormes. Su altura no debía sobrepasar los ciento setenta centímetros y todos los avistamientos habían sido en zonas montañosas, en cotas superiores a los dos mil metros y siempre en los lugares más recónditos e inaccesibles, donde su presencia difícilmente podía ser advertida, pues no eran sitios frecuentados por los humanos.

En su afán por esclarecer el misterio que rodeaba a esta extraña criatura, Magraner estuvo durante quince años desplazándose a Chitral para continuar sus investigaciones y durante este tiempo adquirió un buen conocimiento de las lenguas habladas en la zona, así como iba adquiriendo la confianza de aquellos pobladores, en principio muy reacios a la presencia del investigador.

 

Magraner en Chitral

 

Durante esos años encontró huellas de pisadas, las cuales estudió en profundidad, llegando a la conclusión de que eran muy similares a las humanas, pero no eran de hombres actuales.

Asimismo, encontró restos orgánicos del extraño ser que sometió a análisis de ADN y que arrojaron un dato escalofriante. Se trataba de una especie animal muy vinculada con la humana, sin llegar a serlo y sin posibilidad de comparación con otra especie existente; es decir, era completamente desconocida para la ciencia.

Magraner preparó un cuestionario completísimo a rellenar con las descripciones de las personas que habían protagonizado algún avistamiento y de una manera sorprendente las descripciones que se iban aportando ofrecían una plena coincidencia entre ellas.

También se dibujaron retratos-robots con una coincidencia escalofriante: arcos superciliares muy pronunciados, pómulos sobresalientes, ausencia de barbilla, nariz chata, vello recubriendo todo el cuerpo, extremidades muy largas…

Una batería de dibujos y fotografías de neandertales, cromañones,  homínidos, primates, aborígenes y miembros de tribus muy primitivas, se expuso a los avistadores y sorprendentemente todos señalaban el mismo dibujo, con las características más arriba reseñadas. Era lo más parecido a un hombre del Neandertal, un antecesor humano al que se supone desaparecido desde hace más de treinta mil años.

Esta información no tiene nada de original, se podría decir. Muchos años antes, el neozelandés Hillary, que junto al sherpa Tenzing fueron los primeros en coronar el Everest, ya había oído a los sherpas hablar del extraordinario hombre de las nieves, el conocido como “Yeti”, cuyo primer testimonio fotográfico se debe al alpinista Eric Shipton que a punto estuvo de ser el primero en coronar el Everets, pero que en su descenso si que fue el primero en fotografiar unas huellas de pisadas de pie descalzo de apariencia humana, pero absolutamente impensable que en aquella altitud un humano fuese descalzo.

El mismo Hillary encontró también huellas de pisadas y restos de pelo. Las conclusiones científicas del momento eran las mismas con las que se encontraba Magraner: un ser homínido, de mayor estatura que el “Barmanu”, recubierto de pelo, esquivo y habitando a unas alturas casi incompatible con la vida para humanos.

En 1998 el escalador estadounidense Craig Calonica informó que a seis mil metros de altura, en la cara china del Everest, se topó con dos criaturas, el primero de aproximadamente un metro ochenta que caminaba erguido y no era humano. Al poco apareció una segunda criatura, algo más baja, pero con sus mismas características. Eso hace sospechar que serían hembra y macho del espécimen que fuera.

Por si eran pocas coincidencias entre el “Barmanu” y el “Yeti”, aún hay otro episodio de similares características ocurrido a muchos kilómetros del Himalaya y que es conocido como “El Yeti ruso”.

En la frontera de Rusia con Turquía, una zona conocida como Daguestán, cruzada por la cordillera del Cáucaso, en 1941, el ejército ruso capturó a una persona extraña a la que primero calificaron como espía pero que al ir estudiándolo, decidieron que no era un hombre como el resto de los habitantes de la zona. En vista de la complejidad del asunto, solicitaron la presencia de un médico que tras examinarlo detalló que parecía un hombre primitivo, con ciertos rasgos prehistóricos, con el cuerpo cubierto de vello largo y lanoso, con brazos largos y piernas cortas y lo que más sorprendió al médico fue su mirada, posada en algo lejano, sin fijación, como la de los animales.

Su recomendación fue devolverlo al entorno donde lo habían encontrado, pero el ejército optó por fusilarlo.

El hecho no pasó desapercibido para todo el mundo y con el paso del tiempo se supo que no era el primer espécimen hallado en la zona donde los conocían por el nombre de “Almas” y se decía que desde el Cáucaso hasta Mongolia, a lo largo de las cordilleras de toda la zona, la presencia de estos seres era bastante regular.

Una somera observación de un mapa nos acerca bastante a la situación. Están realmente lejanos un punto de los otros dos, pero forman casi una identidad orográfica continua que muy bien haya podido ser el espacio por el que se han ido desparramando estas extrañas criaturas, sobre cuya existencia no cabe duda alguna y cuyas características personales son casi idénticas. Un dato muy revelador que se repite a lo largo de todo ese espacio geográfico es que las criaturas que han sido avistadas no emiten ningún sonido humano, simplemente gruñen guturalmente, como cualquier otro animal carente de aparato fonador.

Magraner era consciente de esta realidad y por eso insistió durante quince años en encontrar a una de estas criaturas, buscándola en la zona en la que se sabía de su existencia.

Indudablemente se trataba de un ser esquivo, desconfiado, que vivía feliz en sus territorios aunque estos fueran tan inhóspitos como el Karakorum, donde muy posiblemente entraran en hibernación cuando el frío se apoderaba del lugar.

Quizás de los tres especímenes, el Barmanu es el más documentado, gracias a la constancia de Magraner que año tras año invertía su dinero y sus vacaciones en trasladarse a Chitral y continuar su búsqueda.

Pero Chitral se estaba convirtiendo en una zona peligrosa. Todo Pakistán lo era, por el auge que el fundamentalismo islámico estaba experimentando desde la radicalización de los ayatolas.

Magraner convivía con los kalash, pueblo que habita en aquella zona y aunque varias de sus tribus eran politeístas, al estilo indio, la radicalización fundamentalista se iba apoderando del entorno. La intransigencia islámica lo tenía por cristiano y eso suponía una enemistad secular para el Islam.

En el año 2001, Magraner denunció a las autoridades pakistaníes que estaba siendo objeto de insultos y amenazas por parte de personas muy concretas de los alrededores de su residencia, pero en ese momento Pakistán vivía un estado convulso de atentados y asesinatos y nada hacen por la seguridad del científico, salvo recomendarle que se aleje una temporada.

Entre el dos y el tres de agosto de 2002, Jordi Magraner fue asesinado junto con un sirviente, en su propio domicilio. Los autores los degollaron a ambos y para disimular, robaron determinadas piezas, entre ella un ordenador que fue encontrado tiempo después en la vivienda de uno de los sospechosos del doble asesinato, un afgano llamado Mohammad Deen.

El amor por la ciencia puede llevar a situaciones dramáticas como esta.

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