jueves, 12 de noviembre de 2020

LA AMAZONÍA DE LOS MARES

 


Ese es el nombre por el que se conoce al llamado Triángulo de Coral, una extensa zona del Océano Pacífico que incluye las costas de Indonesia, Malasia, Nueva Guinea, Filipinas y otros pequeños estados insulares. Seis millones de kilómetros cuadrados en total.

Al denominarlo así, se quiere establecer un paralelismo con la zona terrestre que forma la cuenca del río Amazonas y su selva tropical, la mayor del mundo, con siete millones de kilómetros cuadrados y con la mayor biodiversidad del planeta.

El Triángulo de Coral es su correspondiente oceánica, la zona con mayor biodiversidad marina del mundo y allí viven, entre muchas otras especies casi exclusivas de la zona, seis de las siete especies de tortugas existentes, mas de dos mil doscientas especies de peces de arrecife y están presente el setenta y cinco por ciento de las especies conocidas de coral.

De esa enorme diversidad viven más de ciento veinte millones de personas, la mayoría en las grandes islas. Pero existe un pueblo seminómada que también vive en aquella zona, pero de una forma completamente diferente a como podríamos imaginar.

Los Bajau Laut, el pueblo conocido como los “Nómadas del Mar” y también los “Gitanos del Mar”, llevan siglos de adaptación al medio marino hasta el extremo de que algunos de sus componentes, sobre todo gente de más edad, no han pisado nunca tierra firme, salvo para reparar sus embarcaciones.

Construyen sus poblados a la manera de palafitos cuando aprecian riqueza de fauna en el lugar y su intención es asentarse más tiempo o incluso con carácter definitivo, pero en otro caso, juntan varias embarcaciones que ellos llaman “lepa-lepa” y en ellas hacen toda su vida. No se suelen alejar demasiado de la costa, salvo para expediciones de pesca, cuando el lugar queda desabastecido por la masiva pesca, se trasladan a otro.

Su trashumancia marina se debe a la constante búsqueda de caladeros en donde practicar la pesca que se basa fundamentalmente en peces de gran calidad gastronómica, como meros, pargos o los apreciados “pepinos de mar” e incluso las perlas.

 

Triángulo de Coral

 

Sus capturas no son exclusivamente para alimentarse, sino que gran parte de ellas está destinada a la venta, para lo que los comerciantes de las zonas se acercan hasta sus poblados para comprar el pescado, o cambiarlo por artículos de primera necesidad o alimentos de origen terrestre.

Evidentemente este pueblo vive feliz, haciendo lo que quiere y en libertad absoluta de movimientos, pero observa una economía de subsistencia que revierte en su alimentación casi exclusivamente de productos de la mar. Consumen pocos cereales y verduras y mucha menos carne de ganado. Ese tipo de alimentación y los numerosos accidentes que sufren, hace que la vida media de estas tribus sea muy corta.

Durante la segunda Guerra Mundial entraron en contacto con los ejércitos japonés y norteamericano, los cuales introdujeron costumbres perniciosas, a la larga, para su supervivencia. Éstos les enseñaron a pescar con explosivos, lo que produce una matanza indiscriminada de peces, a la vez que la destrucción del arrecife de coral, base fundamental de su sustento que presenta un crecimiento tan lento que no llega a recuperarse de las continuas agresiones a las que se ve sometido.

Luego, los comerciantes a los que vendían sus capturas, les enseñaron a emplear el cianuro que produce un adormecimiento de los especímenes que permite cogerlos vivos, aunque el veneno también destruye las formaciones coralinas.

Así contribuían al doble negocio de peces del arrecife para acuarios marinos, algunos de los cuales llegan a alcanzar precios altos y satisfacer el gusto asiático por consumir pescado vivo y crudo, siendo Hong Kong su principal cliente.

Su pueblo, los Bajau, está integrado por varias tribus que tienen grandes diferencias entre ellas, ya sea cultural, lingüística o religiosa.

 

Asentamiento típico de los Bajau Laut

 

En cualquier caso, todas las tribus presentan el denominador común de su perfecta adaptación al medio marino, en el que pueden ver si ayuda de gafas de buceo y permanecer largos periodos de tiempo en inmersión gracias a una particularidad genética que han ido desarrollando y es que tienen el bazo mucho más grande de lo normal, lo mismo que les ocurre a casi todas las especies de mamíferos marinos como focas, delfines, ballenas, etc.

Esa cualidad les permite permanecer hasta trece minutos sin respirar y sumergirse a sesenta metros de profundidad, pues al producirse la inmersión y la ausencia de respiración, el bazo se contrae y libera una gran cantidad de glóbulos rojos, totalmente oxigenados que al incluirse al torrente sanguíneo aportan a las células el oxigeno que necesitan.

Otra característica de su sistema sanguíneo es que en las inmersiones la sangre circulante por brazos y piernas se retira, pasando a irrigar más copiosamente pulmones y cerebro.

La primera referencia que se tiene de este singular pueblo es de principios del siglo XVI, cuando los portugueses mencionaron haber encontrado tribus que vivían exclusivamente del mar y para el mar.

Pero los científicos que se han preocupado por tratar el tema creen que este pueblo ha debido iniciar su extraordinaria forma de vida muchos siglos antes, pues las mutaciones genéticas que en  ellos se observa, no se pueden haber producido en tan corto espacio de tiempo.

A pesar de los siglos que los Bajau vienen observando tan característico estilo de vida, su existencia pasaba desapercibida y prácticamente ningún científico ni naturalistas sentían curiosidad por estos grupos tribales, siendo muy posible que su existencia fuera completamente ignorada.

Pero tras el tsunami de 2004 en el Océano Índico, el antropólogo y fotógrafo marino británico James Morgan que realizó muchos estudios sobre el cataclismo, observó un dato curioso y es que entre las tribus de Bajau Laut apenas se produjeron víctimas, aun cuando vivían en zonas costeras muy castigadas por el tsunami.

Esta circunstancia despertó su curiosidad y ha sido el primer investigador moderno en interesarse por este singular pueblo. Morgan ha descubierto ciertas circunstancias dignas de sacarlas a colación.

En primer lugar es que empiezan a bucear cuando son muy pequeños y sus tímpanos no resisten la presión de la profundidad y les revientan, por lo que entre ellos hay una gran cantidad de sordos. Bucean tanto hombres como mujeres, por lo que ningún sexo se escapa a los problemas de las inmersiones profundas y prolongadas, donde el consumo de oxigeno ha sido excesivo y la prisa por alcanzar la superficie y respirar produce el síndrome de descompresión que causa la muerte de muchos jóvenes. No es desdeñable el ataque de tiburones que produce siempre numerosas bajas.

Observó que entre los Bajau había personas, hombres y mujeres con graves deformidades en el rostro, efecto de las inmersiones sin esperar a la descompresión.

 

Mujer con el rostro desfigurado por efecto de la descompresión

No están muy claras las razones por las que el tsunami no los castigó y Morgan cree que se debió a que ese pueblo marinero sabe “leer el mar”, como algunos pueblos primitivos sabían “leer el terreno” y eso les hizo tomar precauciones con mucho adelanto.

De la misma manera que pueblos pastores y agricultores abandonan cada vez más sus territorios para trasladarse a las zonas civilizadas, los nómadas del mar están experimentando esa hégira y hay quien piensa que estamos ante la última generación que conservará su tipo de vida.

A esto ha contribuido los programas de los distintos gobiernos de los países entre los que están repartidos que obligan a los Bajau a vivir en tierra, recibir una instrucción y adaptarse a las leyes del lugar, prohibiendo la sobre explotación de los arrecifes. 

Por esa razón muchos jóvenes se marchan a las ciudades costeras en busca de una vida mejor y más fácil.

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