jueves, 24 de diciembre de 2020

AMERICA Y LOS CABALLOS


La conquista del Nuevo  Continente contó con tres factores esenciales que la hicieron sensiblemente más fácil que cualquier otra conquista de territorios que tenga registrada la historia. El primero fue la armadura de los soldados, que los hacía casi  invulnerables frente a las rudimentarias armas de los nativos y a la que se unía el terror que causaban los ruidosos disparos de mosquetes y arcabuces.

Protegidos de cabeza a pies y disparando a distancia sin que el indígena se explicase qué lo había herido, causaban pavor hasta el punto de que los asustados indios se postraban a los pies de los conquistadores, implorando clemencia a unos seres extraños, con la cara cubierta de pelos que aquellas imberbes y sorprendidas criaturas, veían por primera vez.

El tercer factor y quizás el más importante fue el caballo. Nunca habían visto los habitantes de aquellas tierras un animal igual ni semejante y mucho menos que aquellos barbudos montaran en ellos y los manejaran con la destreza obtenida por la larga experiencia como jinetes.

Los primeros caballos que llegaron a América fueron transportados en el segundo viaje de Colón por una orden expresa del rey Fernando.

Con el afán de llevar buenos ejemplares con los que poblar las nuevas tierras, Colón aprobó la compra de unos espléndidos ejemplares hispano árabe traídos de Granada, donde los musulmanes habían cuidado en extremo la selección de la raza.

Esos caballos fueron trasladados a Sevilla para ser embarcados, pero ocurrió que en el último momento, Colón cayó enfermo y los mismos comerciantes que habían seleccionado los animales, los sustituyeron por otros de muy inferior calidad, conocidos vulgarmente como “matalones”, que se definen como flacos, endebles y llenos de mataduras.

Lo que pudo haber sido un verdadero desastre, se convirtió al final en un éxito providencial por las circunstancias que seguidamente se exponen.

Aquellos caballos, veinte machos y cinco yeguas, fueron traídos de las marismas del Guadalquivir, una zona que sufre inundaciones constantes, abierta, con escaso arbolado, en fin, un ecosistema muy inhóspito que exige mucho en la vida diaria y que producía ejemplares de ganado caballar muy feos de aspecto, pero muy resistentes y competitivos.

Eran los caballos en su mayoría de una raza conocida como “marismeños”, aunque también se incluyeron otros que eran conocidos como de “retuerta”, jamelgos de una raza autóctona que se crían en las fértiles bandas de tierra entre las marismas y la tierra seca y que está considerada como la raza autóctona más antigua de Europa. Las “retuertas” son unas lagunas de agua dulce que aparecen en verano y que son producto de las lluvias que se almacenan en las montañas de arena (dunas) y que por efecto del calor la van soltando y descienden sobre una capa arcillosa impermeable, llegando a formar esas lagunas, donde sacian su sed las diferentes especies de animales que pueblan la zona, entre ellas esos caballos que reciben de ahí su nombre.

Ambos ejemplares son caballos resistentes, de escasa alzada, muy propensos a mostrar la osamenta, sobre todo en cuartos traseros y los únicos capaces de sobrevivir en las duras condiciones que las marismas exigen. En muchas ocasiones se ha tratado de aclimatar otros ejemplares de mejor aspecto y el experimento ha sido siempre negativo.

Llegados los caballos a las islas que se iban conquistando, encontraron un terreno muy similar al de su procedencia: manglares, tierras inundables, terrenos fangosos y otras dificultades que los caballos hispano árabes no hubieran soportado.

Y así, aquellos matalones se fueron adaptando perfectamente al terreno y aumentando la cabaña poco a poco.

 

Ejemplares de caballos de las Retuertas

 

Pero eso fue en el descubrimiento y la conquista de las islas caribeñas, porque la primera vez que los caballos pisaron el continente americano fue en la expedición de Hernán Cortes. En las tierras de lo que luego se llamó Nueva España, los caballos se encontraron a sus anchas y prosperó la cabaña hasta hacerse con un contingente importante.

Lo mismo pasó con los caballos que desembarcaron en tierras de Venezuela, tan pantanosas e inundadas de agua que un veneciano que viajaba en la expedición fue el que puso nombre a aquellas inmensas tierras, cuando dijo que se le asemejaban a su Venecia natal y la bautizó como “Pequeña Venencia”: Venezuela.

Más al sur, en tierras de La Pampa, Río de la Plata, Uruguay, volvió a suceder lo mismo, la aclimatación de aquellos caballos era excepcional y se reproducían de manera muy satisfactoria.

Desde Méjico, Juan de Oñate, un conquistador poco nombrado, realizó una expedición hacia los territorios del norte y se extendieron por las inmensas llanuras que forman el sur de los actuales Estados Unidos.

Muchos de aquellos caballos terminaron asilvestrados, al irse alejando de los ranchos en los que vivían, lo que dio lugar a cruces incontrolados y la aparición de los cimarrones, caballos domesticados que tras varias generaciones volvían a la vida salvaje creando manadas de una nueva raza que se llamaron “Mustang”, muchos de los cuales fueron formando inmensas manadas porque faltos de depredadores y disfrutando de abundantes pastos y extensas praderas, nada impedía su reproducción.

Algunos tribus indias, que habían tenido contacto con los españoles y vieron cómo estos manejaban los caballos. Se dedicaban a robo en los presidios que formaban la frontera, pero otras optaron por cazar los ejemplares salvajes y domesticarlos.

La diferencia de las capas y fisonomía de estos animales en relación con los “matalones” que llegaron a América se debe a que estos animales, en plena libertad recuperaron una de las principales características de la selección de las razas y es que suelen reproducirse los mejores.

Esta selección natural mejoró sensiblemente la raza, a la vez que fueron proliferando mejores ejemplares que a su vez contribuían a la superación.

El más famoso de los caballos  que viven en libertad en las praderas estadounidenses es el conocido como “Picasso”, un ejemplar único de rarísima capa.

 

Picasso, un nombre bien merecido

 

Aunque nada tiene que ver con la introducción del caballo en el continente americano, me ha venido al recuerdo un estudio sobre el toro de lidia que hace tiempo me comentó un amigo muy aficionado y docto en materia de tauromaquia.

Es bien patente la degradación que el ganado bravo está sufriendo como consecuencia de la presión que ejercen las figuras de la tauromaquia. Todos quieren toros pequeños, abrochados de cuernos, con poca o escasa fuerza, que no tengan peligro, que no corneen en el suelo al torero caído y muchas otras características que han hecho degradar la raza, hasta un punto que en algunos casos, la bravura que ha caracterizado a estos animales es difícilmente recuperable.

A este respecto y como única solución, un prestigioso veterinario de renombre mundial, muy interesado en el toro bravo, propuso, hace ya muchos años lo que él consideraba la forma de salvaguardar la casta bravía.

Esto era aislar un cierta cantidad de vacas bravas y un número mucho menor de los toros que en el campo se considerasen portadores de los valores tradicionales de la raza.

En un gran acotado, que creo recordar lo situaba en el Coto Doñana, se soltarían a todos los animales con espacios enormes entre ellos, de manera que fuesen dejando actuar a la naturaleza y los más fuertes y bravos cubriesen las vacas.

Calculaba que en cincuenta años se podría producir un número suficiente de machos y hembras que hubiesen recuperado sus ancestrales cualidades que lo han convertido en la única raza de toros bravos del mundo.

Seguro que aficionados y personas más entendidas pondrán miles de peros a esta teoría. Yo me limito a contar lo que me dijo mi amigo y considero que puede no ser una cosa tan descabellada.

Pero volviendo al caballo en América, recientes estudios arqueológicos han venido a demostrar que hace unos doce mil años existían caballos en América del Norte y que por alguna razón ignorada de momento, se extinguieron.

Es más, parece que el caballo es originario de aquel continente y que en época de glaciaciones, cuando el estrecho de Bering era transitable, pasaron a Asia, de la misma forma que tribus humanas hicieron el recorrido contrario.

En Asia el caballo fue una pieza fundamental en la vida doméstica y desde allí se extendió a Europa.

Grandes civilizaciones de la antigüedad usaron los caballos domesticados, tanto para la guerra como para labores del campo o el transporte. Sin embargo, en el resto del África Subsahariana este animal apenas ha sido conocido, salvo los llevados  por los ejércitos colonizadores.

Actualmente solamente hay caballos asilvestrados, los llamados mustang, en las praderas de Estados Unidos y cimarrones en tierras de La Pampa, pero ambos proceden de los caballos españoles. En realidad el único equino salvaje que existe en la actualidad es el “Przewalski”, casi un fósil viviente.

 

“Przewalski” luchando en libertad

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