viernes, 19 de mayo de 2023

FRAY TEMBLEQUE



            El secreto de que muchas construcciones romanas hayan permanecido casi indemnes al paso de los siglos, se debe fundamentalmente al cemento que en ellas se empleaba, aunque también construyeron impresionantes obras de arquitectura sin emplear ninguna argamasa, como el Acueducto de Segovia.

Actualmente, con toda la tecnología de que disponemos, el cemento que se utiliza y que es conocido como “Portland”, ideado a principios del siglo pasado por un albañil llamado Joseph Aspdin que le puso ese nombre por la semejanza de su color con el de las rocas de la isla británica de Portland, aguanta mucho más de un siglo y sin embargo el romano ha permanecido más de veinte.

Pero aun siendo nuestro cemento de inferior calidad, muchas obras arquitectónicas están resistiendo el paso de los siglos con una gran dignidad y en España y en Hispanoamérica hay muy buenas muestras de ello.

Lamentablemente y como suele ocurrir con nuestras cosas, gran parte de ellas desconocidas para nosotros y mucho más si se encuentran en el lejano continente que colonizamos, aunque alguna haya recibido el honor de ser considerada Patrimonio de la Humanidad.

Una de ellas y casi seguro que la más importante arquitectónicamente hablando es la que construyó el fraile que da título a este artículo: Un impresionante acueducto de 48 kilómetros de largo construido para llevar agua a las poblaciones de Otumba y Zempoala, pertenecientes a los estados de Hidalgo y México, en el virreinato de Nueva España.

 

 

Dos vistas del acueducto

 

Esta obra extraordinaria fue dirigida y ejecutada por un fraile franciscano español que ha permanecido oculto durante muchos siglos y al que afortunadamente se le empieza a hacer justicia, sacándolo de su anonimato.

Natural de un pueblo de la provincia de Toledo llamado Tembleque, poco o nada más se conoce de la vida de Fray Francisco de Tembleque, ni tan siquiera su verdadero nombre, sus ascendentes familiares, ni qué estudios había cursado, antes o después de ingresar en la orden. Aparece, por tanto, a la vida pública cuando llega al Virreinato de Nueva España en el año 1540, acompañado de otros dos franciscanos: fray Juan de Romanones y fray Francisco de Bustamante, no asentándose en un lugar concreto y siempre dedicados a predicar a los indígenas y a aprender de ellos su lengua, sus tradiciones y costumbres, a la vez que se hacía eco de sus necesidades.

Concretamente fray Romanones llegó a tener tal dominio de la lengua nativa que daba sus sermones en el idioma náhuatl de corrido y sin leer.

En su predicar ambulante, el padre Tembleque llegó al poblado de Otumba, cerca de la llanura en la que se celebró la célebre batalla que librara Hernán Cortés contra los aztecas. Su conocimiento de las lenguas indígenas le permite recibir confesiones en esas lenguas, además de comprender mucho mejor las necesidades de los pueblos y allí, precisamente, conoce el problema de la escasez de agua que impide toda clase de desarrollo y que incluso diezma las poblaciones indígenas.

El poder de la Iglesia era omnímodo y desconociendo los resortes que tocara, lo cierto es que por parte de las autoridades correspondientes del virreinato, se decidió construir un acueducto que llevara a los estados de México e Hidalgo, el preciado bien del agua que tanto escaseaba.

Indudablemente que fray Tembleque tenía que tener profundos conocimientos de arquitectura, materiales, dibujo y técnicas generales de construcción, pues sin mucha más colaboración comenzó a diseñar el más largo acueducto del virreinato.

Dos años estuvieron reuniendo el material necesario y ahí se acabó el dinero que habían obtenido mediante una Cédula Real que le otorgó el rey Carlos I que destinaba los impuestos de las poblaciones afectadas, a financiar las obras. A partir de ese momento los trabajos siguieron con la ayuda económica y laboral de los nativos que cada día acudían a la obra en un número superior a quinientas personas

Solamente ayudado por los nativos y durante dieciocho años, trabajaron incansablemente en la traída del agua desde el cerro de Tecajete, donde existían unas abundantes fuentes.

Fueron construyendo, metro a metro, primero un túnel subterráneo de diez kilómetros y a continuación seis tramos de arquerías, tres de las cuales son de bellísima planta. Una de ellas salva el curso del río Papalote, con ciento treinta y siete arcos y casi un kilómetro de largo por 39 metros de altura, la cual, cuatro siglos y medio después, luce su solidez además de su bella estructura, lo mismo que el resto de los tramos aéreos.

Bajo algunos de esos tramos de arquerías se ha hecho pasar incluso una línea férrea, como se ve en la siguiente foto, lo que da idea de sus dimensiones.

 



 

Desde la época en la que Roma civilizaba al mundo y construía acueductos, no se había acometido una obra de esta envergadura y mucho más importante si vemos que el padre Tembleque no tenía la cohorte de arquitectos que tenían los latinos, como el gran Vitruvio, ni el potencial económico de la metrópolis romana, ni la mano de obra gratis que proporcionaban los esclavos, ni el ya nombrado cemento. En el virreinato fue todo artesanal y todo dirigido, diseñado y coordinado por un solo hambre.

Pero para construir semejante obra no solo es necesario saber de arquitectura, topografía, materiales, etc., es necesario saber de hidrodinámica, como para colocar las llamadas “cajas de agua” para estabilizar niveles del líquido y muchos otros conocimientos de física para salvar los innumerables obstáculos que se irían presentando.

Lo cierto es que tras esos dieciocho años de durísimo trabajo, la obra quedó terminada y tal como quedó se encuentra a día de hoy, claro que con algunos desperfectos que casi cinco siglos han ido haciendo mella en la pétrea estructura, pero ha resistido a todas las inclemencias y a los numerosos terremotos que son muy frecuentes en la zona.

Fray Tembleque no ha sido olvidado en el pueblo donde predicaba y residió, Otumba; se le recuerda y conmemora su figura con una escultura situada muy cerca de la iglesia en la que vivió. En ella se ve al franciscano con un rollo de papeles en la mano, haciendo referencia a los planos de su acueducto y un gato a sus pies, porque la llegada del predicador coincidió con la introducción del gato como animal de compañía en las Américas y que dicen historiadores que él mismo tenía uno que le acompañaba a todas partes.



Su obra tampoco ha sido olvidada ni desconsiderada pues en 2015 fue reconocida como Patrimonio de la Humanidad.

1 comentario:

  1. Interesantísima historia sobre un personaje para mí desconocido. La verdad es que la obra resulta impresionante.
    Un abrazo, José María.

    Óscar Lobato

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