Hace ya unas semanas que venía preparando un artículo sobre un
personaje de la historia, un italiano, casi completamente desconocido, que jugó
un papel importante en la independencia de los Estados Unidos. Posteriormente,
el periódico La Razón, publicó un artículo sobre ese mismo personaje lo que me
hizo plantearme que ya no debería escribir aquella historia; pero repasando los
datos que había acumulado, comprendí que podría darle un tinte diferente y eso
me animó a seguir con mi idea.
Entre los años 1774 y 1776, el Boletín Oficial de Virginia publicó
varios artículos que iban dirigidos contra el dominio británico en las colonias
de América.
Aquellos artículos estaban firmados con un pseudónimo: “Furioso”, una
especie de “indignado” de hace más de dos siglos.
Muy pocas personas sabían quien era aquel personaje que se escondía
tras un nombre tan llamativo como agresivo, pero entre ese escaso círculo se
encontraba Thomas Jefferson, el redactor e inspirador de la Declaración de
Independencia de los Estados Unidos y considerado uno de los padres fundadores
de la nación, una lista ciertamente larga, pero en la que Jefferson ocupaba un
lugar preeminente.
Años más tarde, Jefferson, fue elegido tercer presidente de los
Estados Unidos y durante su mandato se gestó la guerra contra Gran Bretaña de
1812, aprovechando, hábilmente, que el Reino Unido tenía que hacer un gran
esfuerzo para detener a Napoleón, que se estaba adueñando de toda Europa.
Jefferson sabía quien se escondía tras aquel pseudónimo, es más, era
un buen amigo suyo y él mismo, traducía al inglés los artículos, inicialmente
escritos en italiano y en los que se decían cosas como que todos los hombres
eran, por naturaleza, igualmente libres e independientes.
Oleo de la
Declaración de Independencia, con Jefferson en el centro
Aquel pensamiento se plasmó en el Acta de Declaración de Independencia
que se firmó en Filadelfia el cuatro de julio de 1776 y que dice: “…que
todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su creador de
ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la
búsqueda de la felicidad…”
Jefferson, John Adams o Benjamin Franklin, considerados los padres de
aquella Declaración, no tuvieron inconveniente alguno en suscribir el
pensamiento de un italiano.
Es de todos conocido que América debe, a personajes italianos, desde
su descubrimiento, hasta su propio nombre, pero que en la redacción del Acta
fundacional de los Estados Unidos, hubiera influido otro italiano que, además,
resulta totalmente desconocido, ya es más extraño.
¿Quién era este personaje y qué hacía en Virginia?
Hay que ahondar un poco en la historia y en archivos para conocer que se
llamaba Filippo Mazzei y que había nacido el veinticinco de diciembre de 1730
en La Toscana, hijo de un matrimonio de terratenientes acomodados, lo que le
permitió una exquisita educación que completó con estudios de medicina en
Florencia.
Acabada la carrera, trabajó como médico en diversas ciudades
italianas, trasladándose después a Turquía, donde ejerció en Esmirna y
Constantinopla.
Quizás desencantado de la medicina que, en aquella época, bien poco
conseguía en su lucha contra las enfermedades, con menos de treinta años, se
trasladó a Inglaterra, con la intención de introducir en aquel país los productos
que su familia producía en Toscana: vino, quesos, aceite de oliva.
Seguramente apadrinado por el VIII Gran Duque de Toscana, Francisco de
Lorena, llegó a crear una sociedad exportadora que muy pronto amplió sus
horizontes con toda clase de productos innovadores que por el mundo se iban
inventando. En esa actividad, se desplazó a los Colonias americanas con el fin
de investigar sobre unas estufas, invención del sabio americano Benjamín
Franklin, que estaban causando revuelo.
Eran las actualmente conocidas como “Estufas Salamandra”, el primer
sistema moderno de calefacción que aprovecha el calor muchísimo más que el
hogar, o chimenea tradicional.
En las Colonias, Mazzei compró diez estufas que trasladó a Inglaterra
y en donde fueron un éxito rotundo por lo económicas que resultaban, a la vez
que proporcionaban un enorme confort en los hogares.
Pero aquel viaje a las tierras americanas tuvo otra consecuencia
añadida, además de iniciar la importación de las estufas y es que le permitió
conocer, no solamente a Franklin, un científico e inventor de talla mundial, sino
a muchos otros personajes importantes del momento como Adams o Jefferson, los
cuales, apreciando el talento del joven italiano, así como las enormes
inquietudes que poseía, le convencieron para crear una nueva empresa, esta vez
colonial, para fomentar la vid, el olivo, la fruta mediterránea, la producción
de quesos y, sobre todo, la introducción del gusano de seda, que en Europa
estaba haciendo furor.
Quien desee profundizar sobre la cría del gusano de seda, puede
consultar mi artículo sobre el tema en este enlace:
Fue Jefferson quien convenció a Mazzei para que comprara unos terrenos
adyacentes a la finca de su propiedad, que se llamaba Monticello. Nació así una
amistad que perduró más de cuarenta años.
Puso a su nueva finca el nombre de “Colle” –La Colina- y en ella vivió
con su familia y algunos amigos italianos, a los que se trajo para que
colaboraran en las tareas de implantación de los nuevos productos. Entre estos
se encontraba su paisano Carlo Bellini, hombre de ideas liberales que tuvo que
exilarse de La Toscana, viviendo en París y Londres, donde ambos se conocieron.
Otra de las innovaciones que Mazzei introdujo en las Américas, fue la
figura del sastre, tal como ya se conocía en Londres, donde la profesión gozaba
de un gran predicamento, aunque todavía eran más las mujeres que los hombres,
las que se dedicaban a la labor.
No dudó Mazzei en intervenir con las armas, frente a las tropas
británicas que trataban de sofocar la revolución de las colonias, aunque hacia
1778, su amigo Jefferson y los otros padres de la patria, decidieron que Filippo
sería mucho más útil como “embajador” del nuevo estado de Virginia ante Europa,
a donde fue enviado con el fin de conseguir financiación para la guerra, que se
preveía larga y costosa.
Tras muchas vicisitudes, entre las que fue secuestrado en alta mar por
piratas, Filippo consiguió llegar hasta Irlanda, desde donde escapó a Francia
y posteriormente llegó a La Toscana, en donde solicitó la ayuda del Gran Duque
para comprar bienes y armas, a la vez que daba a conocer la situación en el
nuevo continente.
En 1783, Mazzei volvió a Virginia, en donde permaneció dos años,
regresando a Europa para no volver. Pero dejó allí a su familia y en 1788
falleció su esposa, Mary Marti, que fue enterrada en el camposanto de la finca
de Jefferson.
Desde Italia, siguió trabajando para la causa americana y ya
contrataba arquitectos para construir edificios en la nueva capital de los
Estados, Washington, como enviaba artesanos especializados en materias que en el
nuevo país interesaban.
En 1788 hizo su gran contribución a la causa americana publicando un
tratado sobre la historia y la política en los Estados Unidos de América del
Norte, en el que describe concienzudamente desde el germen de la revolución,
hasta la independencia de las primeras trece colonias y el desarrollo del
gobierno de lo que empezaba a ser una nación.
Aquel libro, de cuatro tomos, se hizo muy popular en Europa y muchos
dignatarios quisieron conocer a su autor, entre ellos el rey Estanislao de
Polonia, país en el que estuvo algún tiempo como amigo y consejero del rey,
ayudando a redactar su constitución.
En 1792 regresó a Pisa y se casó nuevamente, llegando con más de sesenta
años a tener una hija, Elizabetta. En la bella ciudad italiana, Filipp olvidó
su vida pasada y adoptó una forma de pasar el tiempo, más acorde con su ya
avanzada edad. En aquel tiempo se dedicaba a cultivar su huerto, siendo
conocido desde entonces como “Pippo el Hortelano”.
Murió en 1816, sin que volviera a sus queridas colonias americanas,
cuando contaba ochenta y seis años.
Varios presidentes norteamericanos han señalado y recordado la
contribución de Mazzei a la formación de los Estados Unidos, entre ellos
Franklin Delano Roosevelt y más recientemente John F. Kennedy, en su libro Una
nación de inmigrantes.
Quizás, de la lectura de este artículo, se pueda pensar que el tema no
es de excepción; que la contribución de aquel italiano, a la carta fundacional
de los Estados Unidos, no es cosa de importancia y que esa carta contiene
muchísimas otras declaraciones que empañan las aportadas por Mazzei. Es cierto,
pero hay que pensar en el lugar y en el momento y ahí es cuando se produce la
tremenda novedad: una persona que habla de que un pueblo tiene derecho a la
libertad, porque todos hemos nacidos iguales, pero es que además, todos tenemos
derecho a ser felices, lo que entraña no insignificante reto.
Creo no haber seguido la línea del periódico que arriba mencionaba,
nada más que en los hechos trascendentales y contrastados y haber introducido
vértices nuevos en la apasionante vida de este librepensador, norteamericano de
adopción, pero italiano de nacimiento.
Contrasta la valía y profundidad de pensamiento de hombres que, remontandonos a siglos atras, hicieron posible el mundo actual, al que pardojicamente, una pleyade de nuevos seudointelectuales - a mi me gusta la denominación de enanos mentales, solo como adjetivacion y sin "animus ijuriandi" - en la actualidad y con ideas que ya entonces, estos precursores, tenian superadas, tratan de "mejorar" como unos nuevos mesias dotados de una inspiración cuyo origen y basamento filosifico, si se pone además en parangon con sus conductas, produce, cuando menos risa.
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