Casi todos
los jóvenes de mi edad, que hacíamos aquel bachillerato largo, monótono, con
dos reválidas y unos libros de texto que no tenían ni un solo dibujo, estábamos
obligados a estudiar si queríamos pasar de curso. Había que aprenderse desde la
primera página hasta la última de cada texto y demostrar que lo sabías en un
día de verdadera maratón, en el que nos examinaban, por escrito, de todas las
asignaturas del curso.
Ya lo he
comentado en otras ocasiones y siempre he mantenido que ni para mi, ni para mis
compañeros, supuso un trauma esta manera de estudiar. Teníamos clases mañana y
tarde de lunes a sábado y algunos años después, empezamos a librar los sábados
por la tarde.
Y nos daba
tiempo a todo, incluso a jugar y leer, porque ambas cosas eran una distracción.
Cierto que
en la escuela nos obligaban a leer y resumir algunos libros, casi siempre
calificados de “peñazos”, pero nos tomábamos la revancha leyendo a Mark Twain,
Julio Verne, Emilio Salgari, Walter Scott, Jonathan Swift…
Precisamente
de este último es de quien quería escribir; de su obra más conocida, aquella
que leímos como si de un cuento se tratara y que nos apasionó sobremanera:
Viajes de Gulliver.
Portada de
la primera edición de los Viajes de Gulliver
Reconozco que
me gustaron más los dos primeros viajes, en los que Gulliver llega a Liliput,
la tierra de los pequeñitos y de inmediato se convierte en un héroe y luego a
la tierra de gigantes en la que el pequeñito es él. No me arrastraron tanto los
otros dos viajes, aunque en el tercero suceden cosas tan extrañas como las que se relatan
más adelante.
Aun así,
todo el libro, aquella apasionante novela, me cautivó y la leí con avidez y con
el mismo afán la volví a leer, tiempo después.
Pero siempre
leí un libro de aventuras; nunca me planteé que detrás de todas aquellos
formidables y fantásticos acontecimientos, se encerrara algo más que un libro
de entretenimiento.
Han tenido
que pasar años para comprender que, más allá de la diversión que suponía la
lectura de tan fascinante novela, el autor quería decir algo sobre la sociedad
de su época.
Jonathan
Swift nació en Dublín en 1667, cuando su padre ya había fallecido, por lo que
fue criado y educado por un tío y en la más absoluta pobreza. Pero destacaba en
los estudios y adquirió una educación superior a la media de su época, lo que
le permitió, siendo muy joven, entrar de secretario en una importante familia,
uno de cuyos miembros era un político inglés.
Viendo que
carecía de futuro en aquella profesión, la abandonó para entrar en la iglesia,
en donde se ordenó sacerdote.
Durante toda
su vida fue un amante de la escritura y tanto en prosa como en verso, escribió
varias obras, una de las cuales “Cadenus y Vanessa”, presentan una singularidad
que es necesario resaltar. “Cadenus” es “decanus”, el puesto que él tenía en la
catedral de San Patricio, en Dublín, en otro orden de sílabas y “Vanessa” es un
nombre de mujer que él inventó con las primeras sílabas del nombre y apellidos
de una dama a la que, secretamente, amaba. Antes de la publicación de esta
obra, no se tiene noticias de la existencia del nombre de “Vanessa”, por lo que
se considera una invención suya.
Retrato de
Jonathan Swift
Su obra cumbre,
fue, sin duda, Viajes de Gulliver, que según los estudiosos, los críticos
literarios, los hombres de letras, en general, suponen una visión satírica de
los diferentes gobiernos de los países europeos, profundiza sobre la
corrupción, a la vez que va describiendo las desgracias por las que pasa el
personaje, cada una de ellas más dramática y perversa que la anterior. Por otro
lado, la actitud de Gulliver ante la vida se va endureciendo conforme el destino
no deja de depararle calamidades. A lo largo de la novela, el protagonista va relatando sus vicisitudes: primero es grande, luego pequeño, luego sabio en un país de
ignorante y por último ignorante en un país de sabios.
Es
ciertamente un coctel inquietante y sugestivo que impulsa a leer sin parar,
aunque lo más curioso es que quien quiera ver en el libro una novela de
aventuras marítimas, pues todas las controversias ocurren en viajes por mar, no
tiene obstáculo alguno para hacerlo, pero el que quiera ver la faz crítica que
los eruditos han advertido, es también muy libre de hacerlo.
Yo,
sinceramente, pienso que la novela merece la pena leerla simplemente por lo divertida que resulta y que, además, se sacan
conclusiones interesantes, acerca del comportamiento humano.
Por si esas
razones fuesen poco, a largo de sus páginas aparece un relato tan sorprendente,
que por sí mismo ya merece que tomemos en serio a Jonathan
Swift y leerlo.
El padre
Swift, además de su faceta crítica y aventurera, se revela en esta obra como un
verdadero adivinador, una especie de Verne que anticipa en su libro datos que
es imposible que pudiera conocer.
Todo
comienza cuando en el tercer viaje, unos piratas lo abandonan en un pequeño
bote y pocas provisiones. Con alguna dificultad se dirige a unas islas que ve
a lo lejos. Recorre un pequeño archipiélago y cuando se encuentra en
la quinta isla, observa que a unas dos millas de altura se desplaza un gran objeto
que se interpone entre el Sol y él.
Lo describe
como un enorme cuerpo opaco que lo dejó en sombra durante seis o siete minutos y que tenía el fondo plano, liso y muy brillante, en el que se reverberaba el mar.
Entonces el protagonista se sube a una colina y ve como el objeto, aquella
especie de isla flotante comienza a bajar y se coloca a su altura y a una
milla de distancia. Sacando su catalejo, observó que encima de aquel objeto
había personas moviéndose.
Después de
intentar comunicarse con aquellos seres que pululaban por el extraño objeto, de
éste descendió una cadena con un asiento en el que lo izaron hasta la isla
flotante.
A
continuación describe las extrañas costumbres de aquellas gentes que tienen
unos sirvientes que los van despabilando constantemente, porque sus cerebros
tienden a ensimismarse. En los capítulos siguientes describe la angustia de
aquellas gentes que temen constantemente que el Sol se extinga o que la Tierra
choque con algún cometa y luego describe la “isla flotante” que se llama Lupata
y que depende de un “imán de prodigiosa magnitud” gracias al cual “la isla se
remonta, desciende o se mueve a voluntad” y que está a cargo de ciertos
astrónomos que le imprimen la dirección que el monarca de la isla desea.
“Estos
astrónomos están muy avanzados y con unos telescopios pequeños, pero de una
gran potencia, han realizado un catálogo de diez mil estrellas y han
descubierto “dos astros menores, o satélites que giran en torno a Marte”, el
primero de los cuales está a una distancia de tres diámetros del planeta y el
segundo a cinco diámetros.
El
fantástico Gulliver describe las órbitas de ambos satélites y concluye que está
regido por la misma ley gravitacional que los demás astros.
¿Cómo es
posible que antes de 1727, cuando se publicó el libro, Jonathan Swift supiera
que Marte tenía dos satélites y que eran de pequeño tamaño, cuando estos no se
descubrieron hasta 1877?
Efectivamente,
el dieciocho de agosto de 1877, el astrónomo estadounidense Asaph Hall,
descubrió dos pequeños satélites girando alrededor del planeta rojo, a los que
llamó Fobos (miedo) y Deimos (terror), nombres de los dos hijos del dios Marte,
que siempre le acompañaban.
¿Premonición?,
¿profecía?, ¿casualidad? ó simplemente conocimiento. No se sabe, lo cierto es
que ciento cincuenta años antes de su descubrimiento, este genial escritor nos
adelantó datos que con el tiempo se demuestran totalmente ciertos.
Y lo que es
mas sorprendente, si cabe, es que al hablar de las órbitas dice que una está a
tres diámetros y la otra a cinco; la moderna astronomía ha demostrado que el
menor de los satélites, Fobos, se encuentra actualmente algo más cerca de los
tres diámetros, pero también se ha comprobado que su órbita se va cerrando y
acercando a Marte, sobre en el que terminará cayendo, mientras el segundo,
Deimos, se encuentra actualmente a algo más de la distancia que el autor
relataba, pero también se ha comprobado que su órbita se va alejando del
planeta y que terminará escapando de su atracción.
Todo esto en
una novela fácil de leer y sumamente entretenida, de unas doscientas cincuenta
páginas, a través de las cuales el autor no va a dejar de sorprendernos con
aventuras cada vez más desafortunadas que deberían haber llevado a Gulliver al
extremo de la cordura.
No
sorprende, por eso mismo, saber que Jonathan Swift acabó sus días completamente
loco, sin ser capaz de relacionarse con nada de su entorno y llevándose su
secreto.
Toda la
fortuna que dejó, que fue considerable, se dedicó a la construcción de un
hospital psiquiátrico.
estoy de acuerdo contigo, nosotros de niños de entonces, ahora tengo 77, eramos felices en todos los sitios, en el Colegio, en el Recreo y jugando en las aceras de nuestras calles a lo que fuera, a la peonza, a las chapas, al zurriago, con un hueso a la "taba", a pídola, con el agua que dicurria por os bordillo, con palitos como si fueran canoas y como no, jugando a la pelota, aunque a veces era de trapo atado con cuerda y dia de Reyes si te train un tamboe de hojalata o un caballo de carton eras mas felíz aun. eramos niños de poca inversión, y sin embargo hoy en día, haya o no Crisis en las tiendas de juguestes contra mas sitisficados y caros sean, son los que antes se agotan y SSMM los Reyes llegan muy cargados y les dejan a los niños de ahora, no uno sino 10 o 12 paquetes a cada niño y no por eso sn mas felices que lo eramos nosotros.
ResponderEliminardesde luego yo también era un empedernido lector como casi todos lo eramos, hasta recuerdo que cuando instalaron en la calle Marques de Riscal, la Casa Americana, una biblioteca de los EEUU en Madrid, me pasaba horas y horas, leyendo, yo estudiaba ingles e el British Institute frente a mi casa de la Calle Almagro y leyendo libros y revistas, entre ellas la famosa revista LIFE y la británica ILUSTRATED LONDON NEWS, con impresionantes fotos d la II Guerra Mundial.
pienso volver a leer a Gulliver.
Te felicito y animo a que ontinues con tu Lupa
abrazos
Efectivamente, en nuestra niñez, nos conformabamos con poco y por consiguiente la imaginación suplia las carencias.En cuanto al estudio, fuimos educados en la cultura del esfuerzo, responsabilidad...
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