jueves, 2 de abril de 2020

LA DEMOCRACIA EN UNA GRUTA




La historia es digna de relatarse porque además de la circunstancia de que el Consistorio, es decir, el Ayuntamiento, se constituyera en una cueva, resulta que fue quizás el primer Ayuntamiento democrático de España, aunque para eso tenemos que irnos muy atrás en el tiempo.
En el archipiélago canario hay una isla llamada La Palma, a la que se le ha llamado “La Isla Bonita” y que ha merecido la atención de algunos famosos como Madonna, que le dedico una preciosa canción. Esta isla, ahora muy difuminada por los nuevos tiempos y las altas tecnologías, tuvo en otro tiempo una importancia estratégica capital, pues era la última isla canaria a la que arribaban los buques de tiempos atrás, antes de emprender la travesía del Atlántico. Al observar el mapa del archipiélago, se comprende perfectamente esta circunstancia pues es la más occidental.

Mapa del Archipiélago Canario. Arriba a la izquierda, La Palma

La isla en cuestión fue conquistada en el año 1493, cuando ya había terminado la larguísima Reconquista española y descubierto el Nuevo Mundo y en el archipiélago solamente ondeaba la bandera de Castilla en la isla de Gran Canaria.
Pero sin embargo la conquista de La Palma fue la primera de todo el conjunto de islas que se emprendió casi un siglo antes.
Fenicios y tartessios habían estado ya en las Islas Canarias, si bien no de forma colonizadora por no encontrar interesante como mercado aquel lejano montón de islas.
Pasaron siglos hasta que el caballero normando Jean de Bethencourt intentó la conquista de La Palma en el año 1404, pero su expedición fue un fracaso. Un terreno abrupto y un pueblo aborigen decidido a defender su independencia, fueron circunstancias decisivas para el fracaso de la expedición conquistadora. Seis semanas después de desembarcar en la isla de Benahoare, como los indígenas la llamaban, tuvo que desistir de la conquista, habiendo sufrido muchas bajas, pero muchas menos que las que habían causado a los nativos.
No fue hasta medio siglo después que el hidalgo sevillano Guillén Peraza de las Casas lo intentó de nuevo, pero el ilustre sevillano tuvo peor suerte y falleció en la primera escaramuza junto a casi doscientos de sus hombres.
Dos fracasos en una época en la que la conquista de nuevos territorios estaba casi asegurada gracias al potencial bélico de los españoles, son demasiados y la idea de conquistar aquella isla fue abandonada, centrándose el interés en otras de las que componían el archipiélago.
El intento definitivo lo llevó a cabo el que más tarde sería nombrado Adelantado de las Islas Canarias, Alonso Fernández de Lugo, el cual ya había participado en la conquista de Gran Canaria y más tarde lo haría en la de Tenerife.
La conquista fue muy dura porque, en la que hoy es famosa por su belleza, la Caldera de Taburiente, se refugió el mencey Tanausú, que aprovechando lo abrupto del lugar y el perfecto conocimiento del terreno escapaba constantemente de los españoles y no pudo ser reducido militarmente, habiendo de recurrirse a engaños y defecciones de otros menceys, para capturarlo.
Aherrojado fue trasladado a la Península, pero el caudillo prefirió morir de inanición, antes de ser un prisionero.
Colonizada la isla y coincidiendo con el gran flujo comercial que se inicia en el Atlántico, va adquiriendo una enorme importancia comercial y estratégica, siendo junto con Amberes y Sevilla, el tercer puerto del imperio español por el número de escalas.
Pero esa misma circunstancia la hacía apetecible a piratas y corsarios que durante siglos no dejaron de hostigar la isla en busca de botín, pero todo el conjunto insular estaba muy bien protegido y las expediciones piratas fracasaron una tras otra.
El esplendor económico hizo que numerosos comerciantes de toda Europa se establecieran en la isla, centrando desde allí sus negocios como punto intermedio entre el tráfico de mercancías desde el Nuevo Mundo y hacia el norte de Europa.
Uno de estos destacados comerciantes fue el irlandés Dionisio O’Daly que mediado el siglo XVIII, no pudiendo soportar por más tiempo la presión que en Irlanda se hacía contra los católicos, se marchó a La Palma, y desde allí estableció un puente comercial con Alemania, Flandes y Gran Bretaña.
Reinaba en España Carlos III cuando en 1766 se produce una oleada de motines, comenzando por el famoso de Esquilache en Madrid y seguido de manera individualizada por los de Barcelona, Zaragoza, Sevilla, Cádiz y un largo rosario de ciudades que, con una u otra excusa, en realidad estallaban contra el hambre, verdadera causa del descontento popular y no contra la capa y el chambergo que Esquilache quería prohibir. (Sobre eSTE motín se puede consultar mi artículo en esta dirección: http://unalupasobrelahistoria.blogspot.com/2013/03/de-la-trucha-la-capa.html
Apaciguada la situación el rey que asustado se había refugiado en Aranjuez, abrió su mano absolutista a la posibilidad de que la burguesía de las ciudades más importantes pudiera compartir el gobierno de los concejos municipales con las clases nobles que hasta la fecha venían siendo hegemónicas.
La participación en las elecciones para cargos de diputados del común, síndico personero, o caballeros veinticuatro, nombre que recibían lo que hoy serían concejales de los distintos ayuntamientos, defensor de los ciudadanos o ediles de ayuntamientos concretos (Córdoba, Sevilla, Granada, Jaén, Salamanca, Palencia Jerez, Úbeda y Baeza) estaba ciertamente muy restringido, pues solamente podían ser elegidos los varones que residieran en las localidades respectivas y pagaran los correspondientes impuestos, además de tener veinticinco años cumplidos.
En la isla de La Palma esta decisión real se vio secundada con mucho más interés que en otras partes del territorio español, posiblemente debido a la amalgama de culturas europeas que eran representadas por sus habitantes, los cuales estaban imbuidos de otros vientos de libertad y democracia, muy escasos en España.
Así, los descendientes de las familias que se habían ido asentando en la isla y que gozaban de un gran poder económico presentaron cara a aquellos regidores perpetuos.
En las primeras elecciones que se celebraron, que aunque no eran plenamente democráticas sí que estaban mucho más abiertas que el sistema hasta entonces empleado, salió elegido diputado del común un palmero llamado Anselmo Pérez Brito que de inmediato inició una campaña de denuncias por malversación, cohechos y prevaricaciones contra los regidores perpetuos, que seguían estando presentes en las instituciones municipales
Un año más tarde, Dionisio O’Daly fue elegido síndico personero del común, una especie de defensor del ciudadano, el cual se puso manos a la obra para destapar toda la corrupción, pero los regidores conservaban un enorme poder, aun cuando en su institución se habían incrustado aquellos cargos elegidos por las burguesías.
O’Daly fue demonizado y desacreditado por su condición de haber nacido en el extranjero, así como, al parecer, determinada tendencia sexual, haciéndole la vida tan insoportable que se vio obligado a emigrar a la Península, pero una vez allí presentó una demanda ante el Consejo Supremo de Castilla, que en 1771 dictaminó que los regidores también tenían que ser elegidos por el pueblo.
A partir de ese momento y cada dos años todos los cargos de responsabilidad del Ayuntamiento de La Palma fueron cargos electos, lo que supuso que en la isla de La Palma se constituyera el primer ayuntamiento “democrático” de España.
Como es natural, los antiguos regidores, pertenecientes a la nobleza y a las altas clases de la sociedad no aceptaron aquella situación y como dueños que eran de casi toda la isla, decidieron que el nuevo ayuntamiento tenía que desalojar el edificio en que se albergaba, propiedad de algún jerarca.
Desahuciados de su edificio, el nuevo consistorio no se arredró y comenzó a celebrar sus reuniones en una gruta llamada “Cueva de Carías”, un lugar por otro lado emblemático en el que los aborígenes de las isla habían venido reuniéndose en sus asambleas desde siglo atrás.


Aspecto actual de la gruta en la que se instaló el Consistorio Palmeño

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