Hace ya unos años estuvimos en Portugal con mi promoción de Comisarios. Allí, por primera vez oí un refrán luso que me resulto áspero, casi de mal gusto, ofensivo para los españoles. El refrán dice: “De España ni buenos vientos ni buenos casamientos”.
Este aforismo resume perfectamente la forma de sentir del pueblo vecino respecto a los españoles.
Nosotros, los españoles, no tenemos un refrán tan despectivo a la recíproca, porque ni tan siquiera nos hemos molestado en querer comprender las relaciones tan enfrentadas de dos pueblos pertenecientes a las mismas etnias, asentados en los mismos territorios y con lengua y religión comunes, porque esas relaciones o no han existido o han sido de tanta superioridad por nuestra parte que no nos hemos molestado en querer catalogarlas. Eso sería una pérdida de tiempo.
Efectivamente, desde que Portugal se inicia en la historia como algo con personalidad propia, lo hace constituyendo dos condados. El primero de ellos en el siglo IX, dependiente del reino de Galicia, tras la conquista a los árabes de la importante ciudad de Portucale (Puerto Bello), actual Oporto.
Como consecuencia de extender sus dominios hacia el sur, el reino de Galicia concede a Nuño Méndez el Condado Portucalense.
Por otro lado, como condado dependiente del reino de León, su rey, Alfonso VI, en el siglo XI, le ofrece a Enrique de Borgoña, un noble francés sobrino de la reina consorte Constanza, que había venido con sus huestes a auxiliarlo en la Reconquista, y que acabó casándose con la hermana del rey, Teresa de León, unas tierras en zona de la Lusitania que era y es conocida como Tras Os Montes y una buena parte del sur de Galicia.
Fallecido el conde Enrique en el año 1112, pasó el condado a su hijo, Alfonso Enríquez y durante su minoría de edad, lo gobierna su madre, Teresa de León, que empieza por autonombrarse reina, aunque no es ni remotamente reconocida como tal y con ese mal ejemplo, en 1127, el joven Alfonso hace lo propio al alcanzar la mayoría de edad y se enfrenta a los partidarios de su madre y al rey Alfonso VII de León, coronándose rey e iniciando una nueva dinastía completamente separada de los reinos de León y Galicia.
Y todo lo que empezó como un favor que le hizo el rey a su cuñado, acabó por separar a dos países que muy bien debieron haber continuado juntos.
Lo cierto es que los condados lusitanos por su lado y Castilla y León por el suyo, no cejaron en su intento de reconquistar el terreno que los musulmanes había arrebatado por la fuerza de las armas.
En la parte portuguesa la reconquista de las tierras invadidas por los musulmanes tiene altos y bajos y las fronteras se mantienen constantes en el río Duero, lo mismo que curre para Castilla y León, pero a principios del siglo XII surge una figura enigmática, rodeada de un aura similar a la que en Castilla tenía El Cid Campeador, que ha resultado tremendamente desconocido e ignorado por la historia, sobre todo por la historia española: se trata de Geraldo Sempavor (Gerardo Sin Miedo), el cual dio un importante vuelco a la Reconquista.
Geraldo ha sido catalogado como guerrero y como mercenario, pero lo cierto es que se convirtió en un caudillo, como siglos antes y en aquellas mismas tierras lo había sido Viriato, que conquistó a los musulmanes las principales plazas fuertes de Extremadura.
Los orígenes de esta persona son tan desconocidos como interés han tenido sus estudiosos de ubicarlo en el espacio, creándose teorías tan diversas como la de suponerlo esclavo-soldado cristiano fugado de Al-Ándalus y por eso perfectamente conocedor del terreno y de las debilidades de las fortificaciones del ejército sarraceno, lo que le valía sus victorias sobre ellos.
Otra teoría defiende que se trataba de un soldado galaico-portugués, nacido en la ciudad de Beira que tras guerrear a favor del Islam, como mercenario, pasó a hacerlo en las filas cristianas, concretamente a las órdenes de Alfonso I, al que ya hemos visto que se convirtió en el primer rey portugués.
Poseía Geraldo una especial capacidad táctica para asaltar los puntos fortificados, como ciudades amuralladas o castillos, cuya conquista suponía controlar todo el espacio de influencia de esa fortificación, hasta el punto que se creó una verdadera leyenda en torno a este guerrero-estratega.
Cada vez que Geraldo se apoderaba de un castillo, la reconquista lusa avanzaba, a pesar de que el naciente reino tenía muy escasas fuerzas militares y por eso era de suma importancia el ir conquistando territorios a base de rendir fortalezas, donde se podían concentrar todos los efectivos de su ejército.
Una de las pocas esculturas dedicadas a este guerrero
Poco a poco fue extendiendo las fronteras portuguesas al apoderarse de plazas tan importantes como Trujillo, Cáceres, Santa Cruz de la Sierra, Évora, Moura, Monsaraz, éxitos militares que consiguió en escaso periodo de tiempo y algo más tarde, rindió las fortalezas de Montánchez y Serpa, en el Alentejo, uno de los municipios portugueses más extensos.
Encumbrado por su poderío y por sus huestes que le tenían veneración, Geraldo se dispuso a conquistar Badajoz, lo que levantó la suspicacia del rey leonés que por el tratado de Sahagún entendía que la Reconquista siguiendo la Ruta de la Plata, era incumbencia de los reinos castellano-leonés y así, cuando Geraldo con sus hombres sitiaban la alcazaba de Badajoz, con el apoyo personal del rey Alfonso de Portugal y sus tropas, Fernando II, rey de León, se presentó en el sitio, pero no para colaborar en la reconquista de aquella importante plaza almohade, como hubiera sido de desear, sino para levantar el cerco portugués, haciendo valer lo que suponía sus derechos de conquista.
Fernando se enfrenta y vence a las tropas del rey Alfonso que resulta gravemente herido, consiguiendo escapar, pero Geraldo cae prisionero y se ve obligado a negociar su libertad, teniendo que entregar las plazas de Cáceres y otras importantes de la actual Extremadura, al rey leonés.
En realidad, en el caso de Geraldo no se le pueden llamar tropas y mucho menos ejército pues según se ha podido determinar en algunos escritos de la época se ha hablado de la estrategia de este luchador y en algunas crónicas, a su estilo de guerrear y apoderarse de enclaves enemigos, se llamó “novo generi pugnandi, cuasi per latrocinium”; es decir, una nueva manera de hacer la guerra similar al latrocinio, lo que equivale a decir que era una especie de atraco a mano armada.
Geraldo caminaba de noche, cuanto más intempestivas mejor, dirigiendo a su gente. Portaban, además del armamento unas escaleras de recia madera y extraordinaria longitud, superior a la altura de cualquier muralla.
Colocada la escalera en el lugar ya elegido de antemano y guardando un extremado sigilo, era Geraldo el primero en subir y eliminar al centinela. Luego subía todo su grupo que dando alaridos conmovedores, se lanzaban a saquear y matar a cuantas personas encontraban en el interior de la fortaleza, apoderándose de todo lo que encontraban, haciendo prisioneros para vender como esclavos.
Aunque parezca un poco fuerte, no dista demasiado de la forma de guerrear de la época, en la que la mayor parte de los soldados no percibían emolumento alguno por su servicio y la única compensación eran los beneficios de los botines obtenidos en los saqueos.
Afrontando siempre el riesgo de aventurarse el primero, hacía gala de una valentía que sus hombre le reconocieron y de ahí viene la denominación de “Sempavor”, nombre por el que se le conocía.
Las hazañas de Geraldo le hicieron ser reconocido por algunos historiadores como uno de los caudillos guerreros de la Edad Media, con un reconocimiento similar al del Cid Campeador, sin embargo otras corrientes censuran la conducta de este guerrero sin escrúpulos, traidor a todos los bandos, menos al dinero.
Tras su derrota en Badajoz y después de haber cedido todas sus conquistas, se retiro a Juromenha, una pequeña circunscripción cercana a Évora donde poseía unas propiedades.
No se sabe a ciencia cierta donde falleció, pues se tienen noticias que arrinconado en sus posesiones, aceptó una oferta del califa almohade, el cual le envió a Marruecos, donde sorprendido en una conjura, fue decapitado con todos los hombres que tenía a sus órdenes.
Españoles y portugueses, en vez de unir sus fuerzas contra un enemigo común como eran los musulmanes, peleaban entre ellos, obstaculizándose hasta extremos como el del sitio de Badajoz.
Por eso y otras muchas razones dicen en Portugal aquello que “De España ni buenos vientos…”
latro, latronis
ResponderEliminarDesconocía esta historia y el personaje
ResponderEliminarBuenísimas y poco conocidas historias
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