Hace ya unos años, cuando más me atraía conocer los
orígenes del cristianismo, su expansión y sus controversias, compré un libro
que se llama “Saulo, el incendiario”, escrito en 1992 por el periodista
científico francés, Gerald Massadié, que a la vez es historiador, investigador
y ensayista y que, durante veinticinco años dirigió la prestigiosa revista
francesa “Ciencia y Vida”.
El autor revela en el libro algunos pasajes de la
vida de Pablo de Tarso, realmente poco conocidos, como su parentesco con la
familia de Herodes, sus diferencias con otros
apóstoles, sobre todo con Pedro y su afán de difundir la nueva doctrina
a los gentiles.
Para Massadié, Pablo es el verdadero artífice de la
expansión del cristianismo. Magníficamente investigado y argumentado, no revela
un acontecimiento de la vida de Pablo que pudo tener una gran importancia para
la posterior expansión del cristianismo y que si no fue así, se debió a la
intervención de un hispano, más concretamente, de un cordobés de primera línea
en la política romana.
Portada de mi libro
El suceso, ocurrido allá por el año cincuenta y uno,
se relata en los “Hechos de los Apóstoles”.
En el mes de julio había llegado a la provincia romana
de Acaya, en la actual Grecia y cuya capital era Corinto, un nuevo procónsul,
la máxima autoridad. Su nombre era Lucio Junio Galión y pertenecía a una de las
familias más prestigiosas de Hispania, procedente de Córdoba. Su padre era
Marco Anneo Séneca, profesor de retórica y su hermano mayor era Lucio Anneo
Séneca, el famoso filósofo que la historia ha equiparado a Aristóteles y
Platón.
Originariamente su nombre era Marco Anneo Novato,
pero fue adoptado por un íntimo amigo de su padre, Lucio Junio Galión y con el
nombre de su nueva familia, ha pasado a la historia.
A poco de llegar, le fueron presentados los casos
que los ciudadanos denunciaban, esperando la justicia romana, una de cuyas
acusaciones estaba formulada por Crispo, el administrador de la sinagoga de
Corinto que presentaba como denunciado a un extraño personaje: un ciudadano
romano, nacido en Tarso y de nombre Saulo, al que acusaba de predicar en su
templo doctrinas opuestas a las creencias judías y en contra de la ley de Roma.
En el imperio romano la ley era durísima y actuar en
su contra podía suponer la muerte por crucifixión, como ocurrió con Jesús, o en
el caso de ser ciudadano romano, por decapitación.
Los judíos de las sinagogas y los incipientes
cristianos eran una constante preocupación para los gobernantes, pues estaban
permanentemente en disputa sobre Cristo: los judíos, sus conciudadanos, no lo
reconocían como el Mesías anunciado por las escrituras y al que seguían y
siguen esperando; mientras que los cristianaos no sólo creían que Jesús era el
Mesías, sino que lo habían elevado a la categoría de Hijo de Dios.
Pablo, persona de inteligencia poco común, con mucha
facilidad de comunicación y una alta instrucción, iniciaba siempre sus prédicas
sobre el cristianismo en las propias sinagogas, a las que acudía como judío y
en las que aprovechaba para predicar la fe de los nuevos tiempos. Como es
natural, esta actitud enfurecía a los judíos que pensaban que era una ofensa a
sus creencias.
Roma siempre fue tolerante con las religiones de los
países que conquistaba y permitía todos los cultos, por lo que todas las
religiones se consideraban con derecho a ser protegidas por la justicia romana.
Ante Galión se presentaron las acusaciones según el
procedimiento romano, hablando primero la acusación particular, representada
por Crispo, el cual expuso lo que ya se ha relatado sobre la forma de predicar
de Pablo que aseguraba que el mesías ya había llegado y que el fin de los
tiempos estaba cerca, menospreciando las arraigadas convicciones de los
feligreses judíos.
Galión también era un hombre culto, de magnífica educación
y muy posiblemente, como su hermano Séneca y una gran parte de la élite de la
sociedad romana, estoico convencido, doctrina que se basa en el control de las
cosas y los hechos que perturban la vida y que, precisamente, comenzó a
declinar con el auge del cristianismo. Escuchó a la acusación, pero no la dejó
acabar su alegato y cuando Pablo quiso defenderse, ni siquiera le dejó
comenzar.
El procónsul actuó como debería haber hecho Pilatos,
dos décadas antes. Consideró que aquella era una cuestión que nada tenía que
ver con un tribunal de justicia romano. Ciertamente había diversidad de
criterios pero eso no iba contra la ley de Roma; estimó, categóricamente, que
la denuncia presentada era sobre cuestiones teológicas, religiosas, materia de
creencias y que por tanto habrían de solucionarse dentro de sus propios
círculos y sus propias convicciones y que el procónsul de Roma no estaba para
perder el tiempo en denuncias como aquella.
¿Qué supuso aquella decisión para el cristianismo?
Pues sin duda alguna que se vio fortalecido y amparado para seguir ejerciendo
su apostolado de la forma que lo venía haciendo.
Por el contrario, si Galión hubiese fallado a favor
de los judíos, como ya hicieron otros juzgando la misma materia, Pablo habría
sido encarcelado, lo cual no hubiera sido novedad en su vida, pues sufrió otras
prisiones y muy posiblemente le hubiera supuesto la muerte por decapitación. En
cualquiera de los dos casos, el cristianismo que se extendía por el mundo
greco-romano, gracias exclusivamente a las predicaciones de Pablo, hubiera
sufrido un tremendo parón, e incluso, en el peor de los casos, hubiera dejado
de extenderse hacia occidente, donde Roma lo controlaba todo.
Ambas orillas del Mar Mediterráneo estaban dominadas
por Roma y al contrario de lo que pueda pensarse, por comparación con la
situación actual, todo el norte de África, había alcanzado un altísimo grado de
civilización, desde Egipto, el extremo oriental, hasta la Mauritania Tingitana,
por occidente.
En esa zona había florecido, tiempo atrás, la
poderosa Cartago, enemiga mortal de Roma, a la que puso en jaque hasta que fue
destruida por Escipión. Pero la cultura de la zona no desapareció y por
anteposición a la religión romana, muchos de los mauritanos fueron de los
primeros en abrazar el cristianismo.
En ellos se apoyó Pablo, tras el incidente narrado,
para llegar a la misma capital del Imperio y posteriormente a Hispania.
Según las últimas investigaciones, hacia el año
sesenta y dos, el cristianismo llegó a Hispania y precisamente de la mano de
Pablo que como venía siendo habitual en su forma de introducir su nueva
religión, buscaba las comunidades judías.
Su deseo de predicar en Hispania está recogido en
documentos y cartas que Pablo dirigía a sus comunidades ya cristianizadas y su
afán por hacerlo no estaba solamente en ampliar el círculo de sus conversos,
sino porque Hispania era el final de la tierra conocida: “El Finisterre”, con
lo cual se daba por concluida la predicación hacia esta parte del mundo.
En aquella época y según los datos que se manejan
como ciertos, Tarraco, la actual Tarragona, era una de las ciudades más
importantes de la Península y en ella había varias comunidades judías, por lo
que puede suponer que Pablo llegara a Hispania a través de Tarragona.
Desde allí se extendería bordeando la costa, hasta
Andalucía, para terminar infiltrándose en todo el país, gracias al apoyo que
recibía del norte de África, desde donde enviaron predicadores.
Es de señalar que todo esto podía producirse por la
gran facilidad que aportaba un idioma común, como era el latín y en menor
medida el griego, por lo que dominando estos dos idiomas se podía viajar por el
mundo conocido sin ningún reparo.
Pablo, por supuesto conocía los dos idiomas, además
del arameo, su lengua vernácula, que era la única que hablaron los demás
discípulos, por lo que sus prédicas no tuvieron la universalidad de las de
Pablo.
Por esa razón, de haberse producido una sentencia
contra Pablo, la expansión del cristianismo hubiera sido de otra manera. España
no habría llegado tan pronto a la cristianización casi total y Roma tampoco.
Se cuenta como anécdota que Galión, tras un corto
espacio de tiempo en Acaya, tuvo que dejar el cargo por haber contraído unas
fiebres de las que no se recuperaba, marchando a Egipto, donde sus médicos eran
muy afamados.
También se cuenta que Pablo conoció personalmente a
Séneca, el hermano mayor de su salvador que era el preceptor del emperador
Nerón, tarea que había abordado con escaso éxito, como demuestra el hecho de
haberse tenido que suicidar por orden del emperador.
El proceder de Galión no tenía precedentes. Tampoco
sirvió de ejemplo en lo sucesivo, de hecho, ahí están las numerosas
persecuciones a los cristianos posteriores a aquella fecha.
Qué impulsó a este hombre justo a tomar una decisión
como aquella, es algo que se escapa al conocimiento, aunque es muy probable que
estuviera influenciada por su concepción estoica de la vida.
Roma tolerante con todas las religiones me recuerda a España, tolerante con todas las creencias menos con los cristianos.
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