He escrito algunos artículos sobre las singularidades de las guerras, cuál fue la más corta, que duró apenas una hora y se saldó con un par de cañonazos, o la más larga que duró más de trescientos años sin que nadie se enterara y sin disparar un solo tiro, hoy voy a contar el asedio más largo de la historia.
Puedes consultarlo aquí: http://unalupasobrelahistoria.blogspot.com/2013/04/la-mas-corta-y-la-mas-larga.html
El asedio es una operación militar que pretende rendir una posición por hambre, sed, enfermedades, desesperación, etc., para lo que se disponen las fuerzas de forma que la ciudad, castillo o fortaleza no pueda recibir ninguna ayuda del exterior, ni puedan salir sus habitantes a buscarla.
En esas condiciones una ciudad puede aguantar el tiempo que duren sus reservas tanto alimenticias como de guerra.
En la antigüedad los asedios iban acompañados de una estrategia muy concreta consistente en maquinaria bélica especial, las torres de asalto, la horadación de túneles por el subsuelo, el empleo de catapultas contra las murallas, e incluso lanzamiento de cadáveres de enfermos contagiosos para propagar epidemias.
Los asediados también tenían sus procedimientos como eran el aceite hirviendo, las flechas incendiarias contra las torres de asalto, las pértigas para separar las escalas de los muros, etc.
Todo eso resultaba muy efectivo, pero lo fundamental era impedir el abastecimiento del asediado.
Cuando se asediaba una ciudad entera, con sus huertas, ganados, pozos, industrias, el asedio podía durar mucho tiempo por la capacidad del asediado de abastecerse y racionando la intendencia, soportar por largos meses la presión del enemigo, pero cuando era una fortaleza o un castillo aislado, en el que la despensa apenas guardaba alimentos para pocos días, resistir resultaba más complicado.
El asedio más largo del que se tiene noticia se produjo a poca distancia de este lugar en el que estoy escribiendo; en una ciudad que conocí muy bien: Ceuta y fue tan largo como desconocido por la gran mayoría de los ceutíes, tanto así que en los seis años que estuve destinado en la ciudad, nunca oí hablar de él.
Como es bien sabido y así lo demuestra el escudo de la ciudad, Ceuta fue en principio una posesión portuguesa que pasó a poder español con la unificación de los dos reinos bajo el mandato de Felipe II.
La convivencia con los vecinos marroquíes era aceptable y España poseía en aquel territorio plazas importantes como San Antonio de Alarache (Larache), San Miguel de Ultramar (La Mámora), Arcila, por el oeste y por el este Melilla y Los Peñones y las Islas Chafarinas y Alhucemas. La ciudad de Tánger estaba en poder de los ingleses.
Marruecos no existía como tal estado; aquello era un conglomerado de sultanatos constantemente a la gresca por ver quien era el más poderoso, pero en el último tercio del siglo XVII, el sultán Muley Ismail, sucesor de su hermano Muley Raschid, creador de la dinastía “alauita”, que aún reina en Marruecos, realizó un cambio drástico en el concepto del sultanato, creando un nuevo estado con una fuerza militar y económica capaz de enfrentarse a los europeos que abundaban en su tierra.
Poco a poco fue apoderándose de las tres plazas españolas, desalojó a los ingleses de Tánger y trató de apoderarse de Melilla, pero la ciudad, fuertemente defendida lo disuadió de su pretensión.
Pero en 1694 encargó al gobernador del norte de Marruecos Alí Ben Abdalá que conquistara Ceuta.
En aquellos tiempos la ciudad era conocida por “el Presidio de Ceuta” porque era realmente eso, un presidio situado en la cumbre del Monte Hacho y la guarnición militar para la custodia de los presos y defensa de la plaza.
Unas poderosas murallas protegidas por un foso, cerraban el recinto ciudadano y un puente levadizo, permitía a los escasos ciudadanos salir al exterior donde tenían sus huertas y ganados, en una zona que aún se conoce como “Puerta del Campo”. Más allá el terreno empieza a subir en lo que son las primeras estribaciones de la sierra de Bullones, con sus siete picos, el más alto de los cuales es el monte Musa, en honor del general árabe que junto con Tarik, protagonizaron la invasión de la península ibérica, pero ese monte es conocido como “La mujer muerta”, pues es lo que parece su silueta vista desde Ceuta.
Vista de las Murallas Reales y el Foso (El Ángulo).
A la izquierda se ve el puente, en tiempos levadizo
Muley Ismail amenazó a sus caídes con rebanarles el pescuezo si no tomaban el presidio de Ceuta y todo el ejército marroquí disponible en la zona norte, empezó a desplegarse en los picos más altos de la referida sierra.
La población, advertida, se retiró de las Puertas del Campo y se refugiaron tras el foso y las murallas de la ciudad.
Y empezó el asedio de la ciudad el 23 de octubre de 1694. Al principio fue un cruce de fuego de cañonería que hacían realmente poco daño.
Las baterías española y una leve ayuda británica, tenían que efectuar tiros hacia posiciones de cotas más elevadas, por lo que los disparos se perdían en terreno intermedio, o llegaban escasos de potencia. Las baterías enemigas gozaban de la ventaja de la altura, pero carecían de todo lo demás.
Parecía que el conflicto no iba a durar mucho tiempo, pues entre el sultanato y España se había firmado un tratado de tregua que había sido roto unilateralmente, por lo que las potencias europeas habrían de tomar decisiones a favor de España; por otro lado, la buena capacidad defensiva de la ciudad y su continuo abastecimiento por mar, harían comprender a los marroquíes lo iluso de su asedio, pero el ejército marroquí empezó a construir edificaciones en la zona ocupada, a labrar el terreno y a desplazar ganado con lo que alimentar a sus tropas.
Saltada la alarma del asedio, desde las capitales andaluzas empezaron a llegar refuerzos y los suministros de boca y guerra no faltaron.
La mayoría de los transportes marítimos se realizaban desde Gibraltar, todavía territorio español.
A pesar de la superioridad bélica española, la fanatización marroquí y el elevado número de soldados y pueblo llano que se unía a las acciones, hizo que en una ocasión, al año de haberse iniciado el asedio, aprovechando una intensa niebla, las tropas marroquíes consiguieran entrar en la ciudad, aprovechando el momento de un cambio de guardia, llegando hasta la Plaza de Armas, fuera del recinto guardado por el foso.
Inmediatamente se elevó el puente, lo que produjo que muchos de los que estaban fuera murieran en su enfrentamiento con los marroquíes o en el desesperado intento de salvarse, arrojándose al foso.
Pero la reacción fue inmediata y un fuerte contraataque recuperó la Plaza desalojando a las tropas marroquíes.
Plaza de Armas
Si la situación era mala, el inicio de la Guerra de Sucesión en España, a la muerte de Carlos II, la llegada de Felipe V con la dinastía borbónica y el enfrentamiento con el Archiduque Carlos de Austria, puso las cosas todavía peores.
Lo que parecía una escaramuza se convirtió en un asedio crónico y ya llevaban los ceutíes diez años soportando la situación, cuando esta se agravó notablemente por la toma de Gibraltar por los ingleses, los cuales enviaron a Ceuta una delegación conminándoles a rendirse al archiduque Carlos, autoproclamado rey en Viena como Carlos III.
La imposición cayó pésimamente en la ciudad y la amenaza británica de cañonear desde el mar impulsó a los mandos militares a reforzar las defensas de la otra punta de la península más distantes del punto de asedio marroquí.
La amenaza no se llegó a consumar pero sí que los ingleses empezaron a abastecer al ejército marroquí desde Gibraltar, una acción muy acostumbrada de la caballerosidad británica.
Tendrían que pasar más años soportando aquella situación de ataques y contraataques, hasta que en 1720 se recibió un refuerzo de dieciséis mil soldados que regresaban de otro conflicto bélico en el que se habían perdido todos los territorios italianos, que con la pérdida de Gibraltar, convertían a Ceuta en el único punto estratégico de control de Mediterráneo.
Como es natural, un ejército numeroso y avezado en el combate, desequilibró la contienda y las fuerzas marroquíes empezaron a recular, retirándose hasta Tetuán.
Cuando las cosas parecían ir arreglándose, una epidemia de peste asoló la ciudad y las tropas de refuerzo decidieron retirarse, ocasión aprovechada por Marruecos para retomar el asedio que se prolongó hasta 1727 y al que puso fin no una victoria militar, sino la muerte de Muley Ismail en enfrentamiento contra sus hijos que querían arrebatarle el trono y la codicia de estos por hacerse con el poder, lo que produjo tal enfrentamiento entre ellos que se olvidaron del asedio del Presidio Cristiano.
Se puso fin así al asedio más largo de toda la Historia: Treinta y tres años que dejaron a una ciudad desbastada con un carácter más español y unas nuevas fronteras con Marruecos.
Sí que fue largo el asedio...
ResponderEliminarAquello quedó en la historia, pero perdura de una forma más que sibilina. GIR.
ResponderEliminarHE VIVIDO CASI 9 AÑOS EN CEUTA Y ES LA PRIMERA NOTICIA.
ResponderEliminarGRACIAS