viernes, 29 de mayo de 2020

AGOTES Y CAGOTS




Dice la mitología que cuando Hércules se dirigía a realizar unos de los doce titánicos trabajos encomendados por Zeus, conoció en la región de Oc a una princesa llamada Pyrene hija del mítico rey tartesio Túbal que, derrotado por Gerión, un monstruo de tres cuerpos que vivía precisamente en la actual Cádiz y que atemorizaba a toda la península, hubo de refugiarse con su familia en los bosques del norte, donde Gerión encuentra a la princesa y la mata abrasándola en la hoguera.

Cuando Hércules acude en su auxilio, sólo puede escuchar de labios de su amada la narración de lo sucedido, tras lo que la princesa expira.

Ciego de cólera, el héroe da sepultura a su amada y empieza a amontonar piedras sobre su tumba en un incansable trabajo, tan ingente, que acabó creando la cordillera a la que puso el nombre de su princesa, por eso, la cordillera que pone límite a España, por el norte, se llama Pirineos.

Es una historia muy bonita y mágica, con la particularidad de que impregnó de ese encanto a ambas regiones situadas en cada una de las laderas de las ciclópeas montañas.

En la ladera norte se instalaron sucesivos pueblos bárbaros: francos, godos, visigodos, que fueron arrebatándose unos a otros las tierras que, en principio, eran de los galos, pueblo que dio nombre al país: la Galia, que fue conquistada por Julio César.

En la ladera norte, en todas las extensas y fértiles tierras del Mediodía Francés y más especialmente en la región del Languedoc, a partir de del siglo XI, también se instalaron los integrantes de una comunidad religiosa conocida como “los cátaros”, por otros nombres “los puros” o “los albigenses”.

Las creencias de este colectivo fueron rápidamente consideradas heréticas por la Iglesia, pues tenían su fundamento en otra creencia, ya herejía consagrada, que era el maniqueísmo. La historia de los seguidores de esta “herejía” terminó con su extinción total de la población de Beziers, donde se habían refugiado.

El papa Inocencio III decretó una cruzada contra ellos que se saldó con la frase que hizo célebre a su paladín: Simón de Monfort, líder de las tropas pontificias, aunque se atribuye a Arnaldo Amalrico, inquisidor y legado papal, que a preguntas de sus capitanes de cómo distinguirían a los cátaros de los católicos, el enviado pontificio respondió con una terrible frase: Matadlos a todos, Dios sabrá reconocer a los suyos.

Esto era en el año 1209, pero mucho antes, una leyenda sitúa en el Languedoc como reina de los visigodos, entonces establecidos en la zona, a Austris, mujer de gran belleza e inteligencia, pero con un grave defecto en uno de sus pies que parecía la pata de una oca, por lo que se la conocía como la reina “Pedauque” (Pie de oca).

Curiosamente, Manes, el fundador del maniqueísmo, también persona inteligente, presentaba un grave defecto en uno de sus pies. Pero dejemos en este punto la conexión entre historia y leyenda, para avanzar en el tema del artículo.

Han desaparecido los cátaros, pero su esencia se sigue notando en toda la región y casi un siglo más tarde, se tiene una primera noticia de la aparición de un grupo al que se denomina “los christianos”, descendientes de los visigodos y que forman unas comunidades completamente apartadas del resto de la sociedad.

Estas comunidades son conocidas con el nombre de “cagots” y se extienden por la ladera norte de los Pirineos. Pero en el lado sur también hay comunidades con los mismos elementos que los franceses. Desde Guipúzcoa, hasta el norte de Aragón, pasando por todos los valles del norte de navarra, Baztán, Elisondo, Amalur y Arizcun también hay presencia de pequeñas comunidades discriminadas a las que en el lado español se conoce como “agotes”.

No se sabe mucho del origen de estas minorías, pero sí que las clases sociales dominantes a ambos lados de la cordillera, los tienen confinados en barrios paupérrimos, no les permiten relacionarse con el resto de ciudadanos y se les excluye de la mayoría de las profesiones. Pueden ser carpinteros, albañiles y canteros, cualquier otro oficio les está prohibido y, por supuesto, no se pueden casar con personas ajenas a su comunidad, lo que a la larga iría a producir una un perniciosa endogamia. Tampoco podían vivir en el interior de los núcleos urbanos. En algunos lugares les obligaban a caminar haciendo sonar una campanilla que advirtiese de su presencia y no podían caminar descalzos por miedo a transmitir contaminación. En las iglesias eran colocados separados de los demás feligreses, incluso obligados a entrar por una puerta exclusiva, más baja y más estrecha.

También se les obligaba a llevar el pelo corto, para distinguirse del resto que seguía la moda del cabello largo y por supuesto su vestimenta había de ser diferenciativa. No podían criar ganado, ni beber en fuentes pública y en el lado francés, se los enterraba en una parte del cementerio no consagrada

Para algunos investigadores, cagots querría decir “perro godo”, para otros “cazador de godos”. Para los agotes también había diferentes teorías sobre su denominación, variando desde enfermedades, como la lepra, o en la boca.

Pero la hipótesis mas acertada sea quizás la de que los agotes y cagots, que todos son una misma familia, eran seguidores de la herejía cátara, teoría que comparte Pío Baroja, al considerar que tanto odio social contra esta pobre gente, solo podría tener una justificación en el fanatismo religioso imperante en la época.

No son una etnia y tampoco es una raza aparte, son más bien una familia con algunas características morfológicas como estatura, construcción ósea, ausencia de lóbulo en la oreja y poco más.

Así es como los describe Baroja en su libro Las horas solitarias:

“Cara ancha y juanetuda, esqueleto fuerte, pómulos salientes, distancia bicigomática fuerte, grandes ojos azules o verdes claros, algo oblicuos. Cráneo braquicéfalo, tez blanca, pálida y pelo castaño o rubio; no se parecen en nada al vasco clásico. Es un tipo centroeuropeo o del norte. Hay viejos en Bozate que parecen retratos de Durero, de aire germánico. También hay otros de cara más alargada y morena que recuerdan al gitano”.

El por qué de su exclusión social se interpreta como temor extremo a la lepra, enfermedad que en la época producía tremendos dramas y que incluso a las personas curadas de la enfermedad se les prohibía integrarse en la sociedad, teniendo que verse abocados a adoptar una vida casi de eremita.

Sin embargo, en el ejercicio de su profesión, agotes y cagots eran muy considerados, teniéndoseles por artesanos cualificados que eran utilizados con éxito en numerosas edificaciones.

Fueron agotes los constructores del Camino de Santiago, desde la vertiente atlántica de los Pirineos hasta Navarra, concretamente Puente la Reina, donde se une al Camino  Francés. Esa sería la razón por la que sus comunidades se encuentra desperdigadas por los valles meridionales de los Pirineos, antes mencionados.

Con el paso de los años, algunos jóvenes agotes pasaron a servir a caballeros en tareas de caballerizo, escudero o simple criado y quizás con el tiempo, fueran integrándose en la sociedad, en donde existe muy poca documentación sobre ellos y la que hay, se limita a registros de nacimiento, defunción o matrimonio. En estos registro se aprecia cómo, tras el nombre por el que eran conocidos, se agrega a manera de apellido palabra agote, para dejar una clara diferenciación del resto del pueblo. Actualmente el apellido Agote sigue existiendo. Yo he conocido a una persona con ese apellido.

Su discriminación religiosa era también considerable y aunque se les conocía como cristianos, ellos no pararon de quejarse, incluso hasta ante el papa, del trato que padecían por parte de la autoridades religiosas y los abusos que sobre ellos se cometían, pues en los casos de compra de bulas, las que a ellos se les vendían eran más caras que para el resto, o sea que a un agote le costaba más dinero su salvación  que a cualquier otro católico.

En 1515, el papa León X promulgó una bula en la que recomendaba al obispo de Pamplona que tratara a los agotes como al resto de cristianos, pero la recomendación papal fue claramente desobedecida.

Antes, al mencionar la vestimenta que los diferenciara del resto de ciudadanos, he querido saltarme este detalle y dejarlo para el final, pues es el nexo que amalgama toda esta historia que he tratado de contar.

Efectivamente, los agotes y los cagots había de llevar una señal distintiva en su indumentaria y ellos eligieron un trozo de tela roja con la forma de una pata de oca que colocaban en el pecho o en el hombro.

 

Dibujo en el que se aprecia la pata de oca

 

Este detalle lo conecta todo, al menos así lo parece.

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