viernes, 1 de mayo de 2020

PROFETA EN SU TIERRA




En el año 1788 todavía vivía Francia el clima de esplendor y el glamour que caracterizó por siglos a la corte francesa. París era la “ciudad luz” y Versalles el palacio de moda en todo el mundo, aquel que intentaban imitar todas las monarquías
La ciudad del Sena era una sucesión infinita de “soirées”, banquetes, representaciones teatrales, conciertos, bailes y toda clase de pública exhibición de esplendor, lujo y moda: encajes, lunares postizos, pelucas empolvadas, polisones, miriñaques...
En uno de los muchos banquetes que cada día se daban en París y que aun siendo exclusivo para la aristocracia, acumulaba tal cantidad de personas y personajes que impulsaba a pensar que todos los franceses pertenecían a las capas más altas de la sociedad, se servían los numerosos y exquisitos platos de la ya afamada cocina francesa, regados con los mejores vinos de Burdeos y Borgoña y en medio de una gran animación y desenfado.
Personajes ilustres, cortesanos, altos funcionarios, nobles y aristócratas, comían, bebían y charlaban de sus cosas, pero sobre todo, de política, de las incipientes revueltas ciudadanas, del odio que se veía en el pueblo que se quejaba de la carestía del pan, el alimento más básico; y de lo guapos que estaban sus reyes, Luis XVI y María Antonieta, que en un derroche de ingenio había propuesto que si el pueblo no podía comer pan, que comieran pasteles.
Ya a los postres, aprovechando un leve silencio de aquella abigarrada concurrencia, uno de los asistentes, que había permanecido callado casi todo el banquete, se puso en pie y tomó la palabra.
Lo que dijo heló la sangre de los allí presentes.
Con voz grave se dirigió a los comensales recriminándoles su frívola forma de proceder, de reírse de una situación en la que, a no mucho tardar, se verían todos inmersos.
Seguidamente, les describió con minuciosidad la forma en la que el pueblo se vengaría de todas las afrentas sufridas y acumuladas por siglos y personalizando a cada uno de los presentes, les vaticinó la forma en que iban a morir, haciéndoles ver que aquel funesto invento de la guillotina, sería el que segaría la vida de muchos de ellos. Los otros, los que no morirían guillotinados, sería porque habían preferido adelantarse a los acontecimientos y acabar con sus vidas ellos mismos, sin pasar por el tormento a que les sometería el pueblo embravecido y por el suplicio de dirigirse al cadalso, sin ninguna dignidad de aristócrata.
A estos, les predijo quien usaría veneno para acabar con sus vidas y quien optaría por cortarse las venas.
Pocos iban a escapar a la guadaña de la muerte que se cernía sobre Francia en donde, aquella descompuesta sociedad, demostraba ser incapaz de percibirlo.
Un silencio pesado como una losa de granito, cayó sobre aquella larga y festiva mesa de la que la estupefacción se había apoderado y mientras la mayoría no sabía cómo interpretar aquel funesto vaticinio, algunos echaron mano de la ironía, o del cinismo, para calificar aquella disertación como una broma macabra, perpetrada por un personaje que, aunque popular y apreciado, era tenido por todos como un excéntrico.
Sin embargo no fue una broma, fue una profecía de lo más acertada y en menos de cuatro años, las predicciones de aquella persona empezaron a cumplirse con una exactitud que causa pavor reconocer.
Hasta el final trágico de Luis XVI y de María Antonieta, se había predicho en aquel banquete y ante el estupor general, la predicción se cumplió a rajatabla.
El mismo que profetizaba tan luctuosos momentos, vaticinó también su propia muerte en la guillotina.
Cuatro años después de aquella cena, los más negros augurios se habían cumplido.
Solamente se conoce a una persona de los asistentes al banquete que sobreviviera indemne a aquella especie de terrible admonición. Esta persona era Jean Françoise de La Harpe, poeta, literato y crítico francés que después de defender encarnizadamente la Revolución, se colocó en el lado opuesto, atacándola con el mismo afán con el que antes la había defendido. Este escritor dejó un manuscrito en el que relataba la escena y desvelaba la identidad del protagonista.
Este personaje fue Jacques Cazotte, un funcionario de alto rango de la administración francesa e intelectual de cierto prestigio que había alcanzado una considerable fama por la publicación de una novela titulada “El diablo enamorado”.
Había nacido en Dijón, capital de la región de Borgoña, en 1719, en el seno de una familia de la alta burguesía que tuvieron catorce hijos, el benjamín de los cuales es el protagonista de esta historia.
Después de estudiar con los jesuitas se hizo bachiller en leyes, titulo asimilado a licenciado en derecho. Por mediación de un hermano, vicario de un obispo, entró en lo que entonces se llamaba “servicio de pluma”, que era el cuerpo de civiles dentro la marina francesa, en donde alcanzó rápidamente su máxima categoría.

Jacques Cazotte

Destinado a las posesiones de ultramar fue nombrado inspector de las Islas de Sotavento, todas las posesiones de Francia en el Caribe, con sede en la isla de Martinica, en donde permaneció cinco años seguidos. Tras un periodo de descanso en Francia, volvió a Martinica por otros cinco años, hasta que a la muerte de su hermano, el vicario, muy bien posicionado económicamente que le nombró heredero de todos sus bienes, solicitó el retiro y volvió a París.
En la alta sociedad parisina, que frecuentaba, alcanzó pronto gran popularidad por su facilidad y magnífico estilo para contar historias, sobre todo fantásticas, muchas veces escritas por él mismo.
Con el éxito de sus narraciones, Cazotte se aficionó a la literatura y escribió varias novelas: La pata del gato, Los mil y un disparates, siguiendo la línea de Las mil y una noches y otras más que alcanzaron tal popularidad que el incipiente autor se aventuró a escribir algo más profundo.
Fruto de esta consideración es su novela más famosa, la que le ha hecho entrar en el cerrado círculo de escritores tocados por la fama, aunque en nuestro país resulta casi desconocido. Se titula El diablo enamorado, una novela corta, de apenas noventa páginas.
En aquel preciso momento histórico en el que en Francia se publicaban los tomos de la famosa Enciclopedia (Diccionario razonado de las ciencias, las artes y los oficios), por parte de Diderot y D’Alambert, el diccionario filosófico de Voltaire, o cuando Montesquieu desbrozaba la separación de poderes con su Espíritu de las leyes, a Cazotte no se le ocurre nada más que escribir una novela que va contra todos los postulados de la Ilustración.
Decir a finales del siglo XVIII que nada sucede por azar, sino que todo en el mundo se equilibra en fuerzas que se van turnando, es oponerse al espíritu de la Revolución y su relato, más que novela, interpreta así la realidad.
Gira esta obra sobre un personaje español, el capitán don Álvaro de Maravilla, al servicio de rey de Nápoles, el cual es tentado por el demonio en forma, primero de camello, luego de perro y por último de una sirviente extraordinariamente bella, llamada Biondetta, que resulta ser una criatura demoníaca, enamorada del protagonista, por el que renuncia a su condición diabólica.
El libro está escrito con desenfado y con un derroche de fantasía que a veces abruma al lector, no obstante, con calidad literaria y actualmente se la reconoce como una obra precursora del Romanticismo y como la primera novela de género fantástico.
Que Cazotte practicó la cábala y que pertenecía a la exclusiva secta de los Iluminados, no cabe duda y en su novela así se desvela, pero lo que no parece cierto es que tuviera dotes adivinatorias.
Cazotte murió en la guillotina, como tantas personas en Francia y muchas de las vaticinadas por él, pero la historia de su vaticinios tiene solamente un apoyo, el que ya se ha comentado más arriba de La Harpe que escribió una crónica de lo sucedido aquella noche memorable, pero que fue descubierta a su muerte ocurrida algunos años después de haberse producido los sucesos que en ella se mencionan, por lo que muy bien pudieran haberse escrito cuando ya los hechos se conocían, y para aumentar su faceta fantástica la pusiera en boca de Cazotte como una tremenda profecía y no como el hecho ya consumado salido de su pluma.
Y es que adivinar es muy difícil, sobre todo el futuro.  

3 comentarios:


  1. Una anécdota para mi desconocida.
    Gracias.

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  2. desconocía la historia. Muy sugestivo esto:que todo en el mundo se equilibra en fuerzas que se van turnando.

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  3. Bonita anécdota.Y de la que puede concluirse alguna moraleja. GIR

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