Publicado el 5 de abril de 2008
Si recurrimos al diccionario de la Real Academia de la Lengua
Española, nos encontramos con una definición de “bicoca” como
ganancia fácil de obtener, pero ¿de dónde procede esta palabra?
Para encontrar su etimología hemos de dar marcha atrás al
calendario y remontarnos a años gloriosos de la historia de España.
Es más, años anteriores a que nuestra historia empezase a ser
gloriosa y muy probablemente, al punto justo de inflexión entre la
mediocridad y el esplendor. Y en ese punto, es cuando aparece la
palabra bicoca.
Y no así, con minúsculas, como ahora la utilizamos, sino con
mayúsculas porque Bicocca es el nombre de un lugar; un
pequeño villorrio situado en el Milanesado, nombre
arcaico con el que se conocía el Ducado de Milán.
Actualmente Milán, una de las más prósperas e
industrializadas ciudades, centro económico y financiero de Italia,
ha absorbido la villa de Bicocca y la ha convertido en
un barrio de la populosa ciudad, capital de la Lombardía.
Plano de la época
Pero porqué Bicocca pasa a significar algo fácil de
obtener, es algo que queremos desvelar y para lo que nos tenemos que
acercar hasta principios del siglo XVI y más concretamente al año
veintidós de ese siglo. Época de turbulencias, la hegemonía del
continente se la disputaban, por una parte, la Casa de Austria, con
el Emperador Carlos I de España (y V de Alemania) que
empezaba a consolidar una posición destacada gracias a los nuevos
territorios descubiertos y desde donde empezaban a llegar riquezas
insospechadas; de la otra Francisco I de Francia, de la
dinastía de los Capetos y de la Casa
Valois-Angulema, un príncipe del Renacimiento que elige la
salamandra como emblema de su reinado.
Para quien no esté versado en el esoterismo y en el hermetismo, no
será significativa la elección, pero es necesario decir que ese
anfibio, también conocido como “tritón”, es el
símbolo de la alquimia, ciencia que en los años a que nos referimos
se desarrollaba en sótanos y cavernas, al amor de una lumbre y en
agitación de redomas y calderos, buscando la piedra filosofal.
Carlos y Francisco son dos personajes de la
historia mundial y en aquel momento las personas más poderosas de
Europa; sus ambiciones están enfocadas sobre Italia, a la sazón
península descompuesta en reinos pequeños y débiles, que se
debaten entre el arte y la guerra, entre el poder temporal de sus
mandatarios y el poder eterno del papado. Curiosamente ambos reyes
llevan el ordinal primero tras sus nombres.
La vida de ambos estuvo marcada por la permanente confrontación, por
la enemistad más acérrima que los llevó, en muchas ocasiones, al
campo de batalla, en donde el lado español se vio altamente
privilegiado.
Pero ambos soberanos eran cristianos, católicos, apostólicos y
romanos, aunque cada uno un poco a su manera. Coincidían en mucho
(su ambición por poseer la península italiana) y discrepaban en
casi todo y eso los llevó a su permanente confrontación en la que
el Austria llevó la mejor parte. Una de esas partes
fue la batalla de Bicocca.
Francia y la República de Venecia, habían formado un ejército
combinado con el que hacer frente a las aspiraciones anexionistas que
Carlos I tenía en Italia y para contar con mayor
ventaja contrataron a un ejército mercenario, cuya fama en Europa,
le hacía creerse la fuerza más poderosa del continente. Este
ejército eran los Mercenarios Suizos que había
forjado su prestigio en el campo de batalla durante la Guerra de los
Cien Años.
Los suizos se caracterizaban por una férrea disciplina, por medio de
la que imponían severos castigos a desertores o cobardes. Su forma
de enfrentarse a la batalla tenía su inspiración en la falange
Macedonia que había ideado Filipo II, padre del genial
Alejandro Magno y con la que éste consiguió el mayor
imperio de la época y un ejemplo de general conquistador. Formaban
los Mercenarios en cuadrados de sesenta por sesenta metros, en los
que concentraban hasta diez mil hombres provistos de lanzas tan
largas como las “sissardas” macedonias que medían
seis metros y medio. De esta forma organizados, eran invulnerables a
la caballería enemiga que se ensartaba en la punta de las largas
picas; con los escudos en ristre y sobre sus cabezas, se defendían
de las lluvias de flechas enemigas. Los Mercenarios Suizos
no eran amantes de armaduras ni se adaptaron a las armas de fuego, su
vulnerabilidad a la artillería enemiga era salvada con movimientos
rápidos que impidieran al contrario fijar la puntería.
Sin lugar a dudas era un magnífico cuerpo de ejército que tenía
sólo un problema: era caro, muy caro. Sus integrantes querían
cobrar su salario con puntualidad y a veces las arcas de los reinos
no estaban lo suficientemente llenas para pagarles, lo que sin
ninguna duda conseguía devenir en problemas.
En esta ocasión, los Mercenarios Suizos no habían
cobrado todo lo que se les había prometido por participar en la
guerra contra España y su malestar hacía recelar a franceses y
venecianos que eran comandados por Odet de Foix,
vizconde de Lautrec, el cual, en 1521, se había
retirado de Milán, permitiendo a las tropas imperiales de Carlos
I hacerse con la ciudad.
Pero un año después estaban dispuestos nuevamente al combate, sólo
que los Mercenarios exigían una pronta batalla para
satisfacer con el saqueo las deudas contraídas. Y en esa trampa cayó
Lautrec, que ordenó lo preciso para entrar en combate.
Y así, ambos ejércitos se desplegaron cerca de la localidad de
Bicocca el día 27 de abril de 1522. Del lado español,
una nueva fuerza se había puesto a las órdenes de Próspero
Colonna, el general que mandaba el ejército imperial: los
arcabuceros. Una sección de infantería con armas de fuego
portátiles y una eficacia de tiro más que aceptable, sobre todo si
se comparaban con el arco y la flecha o la ballesta, usados hasta
entonces.
El arcabuz era un arma larga que se cargaba por la boca y que
constituyó el preludio del mosquete y más tarde del fusil, armas
más sofisticadas y más efectivas que lo desplazaron
definitivamente. Pero mientras se usó, fue un arma muy contundente a
cincuenta metros, pues atravesaba fácilmente escudos y corazas.
Se sabe, aunque ha permanecido en el olvido, que en esta batalla, tan
decisiva como ignota, se empleó por primera vez el nuevo ingenio
bélico y desde ese momento, las guerras cambiaron. Pero volvamos a
los campos de Bicocca donde, a ambos lados del camino
que lleva a Milán, desplegaron los ejércitos, siendo
más privilegiado el español, pues mantenía la posición desde
antes y así eligió un altozano que ofrecía, con su cota de altura,
un punto a favor.
Los Mercenarios Suizos hicieron su despliegue habitual,
moviéndose con rapidez para evitar a la artillería de Colonna,
pero cuando se aproximaban al cuerpo a cuerpo, hubieron de subir la
leve pendiente sobre la que los tercios españoles esperaban. La
marcha más lenta y las descargas cerradas de los arcabuceros
hicieron estragos entre los suizos que en poco tiempo dejaron sobre
el terreno a tres mil soldados y veintidós capitanes.
Arcabuceros tudescos en la batalla de Bicocca
Parece que no quisieron recibir más castigo, pues se retiraron del
campo de batalla y tres días después volvieron a las montañas
suizas, sin mucho afán por continuar sus vidas de soldados
mercenarios.
Desde aquella batalla, que supuso un triunfo previo al que
definitivamente se daría en la Batalla de Pavía, el
cuerpo de arcabuceros jugó un papel esencial en todas las guerras,
haciendo un combinado con las lanzas, en lo que se llamó cuadros de
“Pica y Disparo”, que fue el arma más poderosa
hasta que se inventó la bayoneta en las postrimerías del siglo
XVII.
Disposición de las fuerzas en orden de batalla
Por aquella victoria, incruenta por el lado español, en la que hasta
la caballería francesa huyó ante el despliegue de los caballeros
españoles al mando de Antonio de Leyva, se acuñó un
término que ha llegado hasta nuestros días: “esto es una
bicoca”, que decimos cuando queremos dar a entender que a
cambio de poco, recibimos mucho.
Muy curioso.
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