viernes, 23 de junio de 2023

MARIANA DE NEOBURGO

 

 

 

Hace ya un par de años escribí sobre la época en que le tocó vivir a esta mujer, pero no hice ninguna referencia a ella porque el personaje central de aquel artículo era don Juan José de Austria, un hijo bastardo de Felipe IV y “La Calderona” que puedes consultar en este enlace: http://unalupasobrelahistoria.blogspot.com/2018/09/hijo-de-la-tierra.html

Aunque padre e hijo tuvieron una gran rivalidad, la cosa no fue a mayores, porque el bastardo, que aspiraba al trono de su hermanastro Carlos II, murió en extrañas circunstancias un año antes que “El Hechizado”.

Pero, ¿quién fue el personaje de esta historia y que relación guardaba con el rey hechizado?

Mariana de Neoburgo fue la segunda esposa del rey Carlos II, un personaje verdaderamente lamentable, fruto de siglos de consanguineidad, que al morir sin descendencia, produjo un cambio de dinastía reinante y un Borbón ocupó por primera vez el trono de España.

Mariana de Neoburgo nació el 28 de octubre de 1667 en Düsseldorf, hija del Elector del Palatinado, Felipe Guillermo y su esposa Isabel. Tenía una hermana doce años mayor, Leonor Magdalena, que casó con el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico,  Leopoldo I, que a su vez era nieto del rey Felipe III de España, convirtiéndose en una de las mujeres más poderosas de su época.

 


Mariana de Neoburgo, una reina guapa

 

Ella fue la que arregló la boda de su hermana pequeña con el rey de España que había quedado viudo de su primera esposa, María Luisa de Orleans, fallecida el 12 de febrero de 1689, rumoreándose que había sido envenenada, aunque esa aseveración carece de fundamentos.

Falto de una descendencia tan necesaria como imposible de lograr, Carlos, que no debía tener demasiada afición a las mujeres, como tampoco la tenía por muchas otras cosas de la vida ordinaria, hubo de claudicar y dejar que le buscaran otra esposa, cuando solamente habían pasado diez días del fallecimiento de la reina.

Nuevamente se busca una candidata entre los parentescos, eligiéndose a Mariana de Neoburgo por una razón de tanto peso como inútil: procedía de una familia muy fecunda, por lo que crecía la posibilidad de que diera un heredero a la corona española.

Por encima de todo esa era la prioridad y Mariana partía de una posición privilegiada, pues la madre de la nueva reina había estado embarazada en 24 ocasiones, llegando a parir 17 hijos, de los que 14 continuaban con vida y buena salud, un buen síntoma y un tanto a su favor.

Pero el problema no iba a estar en la nueva reina, sino en el rey, una persona bondadosa y de buenos sentimientos, pero de carácter tan débil que incluso permitió que su hermanastro desterrase a Toledo a su madre, Mariana de Austria, a la que adoraba, para que dejara de influir en el rey; y seguro que su debilidad mental también se extendía a cada uno de los órganos de su cuerpo, enclenque y enfermizo, incapaz de consumar el matrimonio y mucho más incapaz de reproducirse.

La nueva reina, que se casó por poderes en presencia de su cuñado, el emperador Leopoldo I, llegó a la corte española tras un agotador viaje y se encontró con una situación completamente desoladora.

Era para no pensarlo y echar a correr por el camino de vuelta y no parar hasta que estuviera en su casa, pues después de la consecuente desilusión que sufriría al ver a su marido por primera vez, tuvo que soportar a una corte corrompida y sin gobierno, en manos de la reina madre, enfrentada con los seguidores del bastardo Juan José, “el hijo de la tierra”.

Bueno, mejor echarse a nadar porque Marina vino a España en barco, en un viaje que duró desde primeros de septiembre de 1689 hasta finales de marzo de 1690, cuando echó el ancla en un pequeño puerto gallego.

Tras un primer recibimiento cariñoso por parte de la corte y la sociedad madrileña, la reina, una mujer atractiva, rubia, de piel blanquísima y carácter afable, fue perdiendo la consideración en ella depositada al verse que pasaban los meses y el ansiado embarazo no se producía.

Así que del cariño que le profesaron se vio envuelta en rencillas, intrigas e incluso padeciendo calamidades, pues el dinero que fluía de las Américas, no llegaba a la corte que pasaba verdaderas privaciones.

A esta penosa situación hay que añadir toda una urdimbre de espionajes de las monarquías europeas, en las que se daba por seguro que ni la lozana Mariana sería capaz de dar un heredero a la corona de España, pues las deficiencias del monarca y sus escasas perspectivas de vida, eran de sobra conocidas por todas las cancillerías. A la vista del fracaso sucesorio, se hacían planes y alianzas, se compraban voluntades y se posicionaban las monarquías de Austria, Francia, Inglaterra y Baviera, con posibilidades de acceder a la siempre apetecible corona de España, que aún en aquel delicado momento seguía siendo la mayor potencia del mundo.

Mariana mantenía un pulso decidido con su suegra que constantemente imponía su voluntad a un rey que prácticamente no existía y lo hacía apoyada en su corte de personas que le eran adictas, todas ellas venidas de Alemania  acompañando a la reina y todas ellas convenientemente colocadas en puestos importantes, pero no decisorios en las actuaciones de estado. Esto hacía que a la reina le costase mucho imponer su voluntad, ya que no contaba ni siquiera con el apoyo de su esposo, siempre partidario de su querida madre.

De entre todo el séquito que acompañó a la reina, destaca una persona, no por su valía ni por importancia en la corte, sino porque fue el hazmerreir de todo Madrid.

Se trataba de la condesa María Josefa Gertrudis de Berlepsch, que los españoles pronunciaban Berlip y el vulgo transformó en “perdiz” y así fue conocida como “La Perdiz”.

Esta camarilla de acompañantes germanos que veían peligrar sus puesto si no había heredero, fue acusada de divulgar, en varias ocasiones, embarazos ficticios de la reina y de haber sometido al rey a exorcismos por creerlo hechizado, dando pábulo con ello al mote que en la historia se le ha asignado.

Como personajes influyentes que eran, fueron extendiendo sus redes hasta ejercer un poco más de control real sobre buena parte de la corte y empezar a especular con la sucesión de Carlos II, en vista de que no había heredero y su salud se deterioraba por momentos. En el año 1699 muere la reina madre y el camino les queda despejado para pronunciarse a favor de que la corona española la herede un miembro de la poderosa casa Wittelsbach alemana, frente a las otras dos opciones que eran la monarquía francesa y la familia de los Habsburgo, personificada en el emperador Leopoldo I.

La hambruna de 1699, seguida del llamado “Motín de los Gatos” debilitó notablemente a la camarilla de la reina que tuvo que prescindir de sus colaboradores más importantes, incluso su amiga “La Perdiz” y un año más tarde, el 1 de noviembre de 1700, fallecía el rey y ya sabemos quien se iba a sentar en el trono español: Felipe V, el primer Borbón.

A la llegada del nuevo rey, Mariana se retiró a Toledo, donde recibió al monarca completamente abandonada por su camarilla.

En 1706 Felipe V rompió definitivamente con la anterior monarquía y envió a Mariana a Bayona sometida a vigilancia, ante el temor de que pudiera haber un levantamiento del pueblo en apoyo de la casa de Austria, que Mariana representaba.

Allí pasó treinta y dos años haciéndole frente a graves problemas económicos y a una dura campaña de desacreditación moral que la acusaba de mantener relaciones sentimentales con su secretario y que incluso había tenido un hijo con él, cosa que parece cierta.

El 16 de julio de 1740 murió en Guadalajara a donde había ido por invitación de rey.

Siguiendo algunas costumbres despiadadas, se le arrancó el corazón, para enterrar el cuerpo en Monasterio de El Escorial y el corazón en el de las Descalzas Reales, en la madrileña plaza que lleva ese nombre.

Con ella murió la última reina de la casa de Austria en España.

Si hubiese tenido un esposo normal, podría haber sido una gran reina, pues era inteligente y estaba preparada, con la posibilidad, además, de continuar la dinastía. Pero nada de eso fue posible.

viernes, 16 de junio de 2023

CAMBIAR DE SEXO NO ES NUEVO


 

 

A veces creemos que los tiempos actuales van a la vanguardia de todo, pero son los clásicos los que nos demuestran lo muy equivocados que estamos.

En los últimos años se han ido aprobando leyes a las que un amplio sector de la izquierda política llaman progresistas, que tratan de hacer visualizar situaciones novedosas que piensan que estuvieron escondidas durante siglos.

Así, el matrimonio homosexual se vende como una innovación cuando la historia nos cuenta que en la Grecia clásica existió el famoso Batallón de Tebas, compuesto exclusivamente por parejas homosexuales masculinas que luchaban juntos hasta la muerte. (Sobre este tema escribí un artículo que puedes consultar aquí: http://unalupasobrelahistoria.blogspot.com/2021/02/el-leon-de-queronea.html ).

O más recientemente la llamada “Ley Trans”, sobre el cambio de sexo, acerca de lo que volvemos a pensar que se nos ha ocurrido ahora cuando ya Ovidio nos habló del cambio de sexo en su obra inmortal “Metamorfosis”.

¿Se operaban los romanos para cambiar de sexo como se hace ahora? ¡No! Por supuesto que no, no había ninguna posibilidad de que la cirugía pudiera brindar esa oportunidad, pero en aquella época contaban con una ventaja de valor inestimable que hoy día no tenemos: Los dioses.

Publio Ovidio Nasón, el genial poeta romano que vivió a caballo del cambio de Era  y al que se le conoce fundamentalmente por su dos grandes obras: Arte de Amar y Metamorfosis, en la que habla de muchas cosas, demostrando siempre una erudición impropia de aquella época. Cuenta cómo se inició la vida en nuestro Planeta y las fases por las que pasó el ser humano, desde nómada y pacífico, hasta sedentario y belicoso y su lectura nos enseña que en poco se diferencia de lo que la ciencia ha ido descubriendo con posterioridad  y así, siguió con su cronología hasta llegar a Julio Cesar.

Es en esta obra, casi una enciclopedia de la antigüedad y más concretamente en el Libro IX que bajo el título de Ifis,  Ovidio cuenta un cambio de sexo ocurrido en los albores de la civilización.

El hecho lo sitúa en la isla de Creta, donde vivía  un varón llamado Ligdo, de familia desconocida, perteneciente a la plebe, escasa de recursos, pero persona de gran crédito entre sus vecinos.

Ligdo casó con Teletusa, una bella joven de buena familia la que al poco quedó embarazada, pero dada la escasez de recursos de la familia, Ligdo pedía a los dioses que el sufrimiento del parto de su esposa pasase pronto y que diese a luz a un varón, pues caso de ser del otro sexo supondría una carga insoportable.

Así, conminó a Teleusa que si paría una hembra se deshiciese de ella, una exigencia con una decisión que igualaba la pena que ambos sentían de tener que acabar con una vida.

Llegados los últimos días de gestación y ya muy próximo el parto, la futura madre rezaba encarecidamente a la diosa egipcia Isis para que la alumbrara en momentos tan duros, la cual, haciendo caso a sus ruegos, se le apareció en sueños, acompañada por su habitual cortejo y le dijo que engañara a su marido, diciendo que, fuera del sexo que fuera la criatura que había de nacer, dijera que era un varón y como tal lo vistiera y tratara. Llegado el parto, nació una hembra que rápidamente fue vestida como varón y entregada a una nodriza, como debía sr costumbre.

Contento Ligdo, puso al recién nacido el nombre de su propio abuelo: Ifis, nombre que, casualmente era de género neutro, con lo cual nadie se engañaría, de descubrirse el engaño.

Transcurrió la infancia de Ifis sin que nadie supiera su verdadera condición, más allá de su madre y la nodriza y así Ligdo lo prometió en matrimonio con Yante, la más bella de las doncellas cretenses. Los jóvenes se conocieron y enamoraron perdidamente sin saber la joven que su enamorado era también mujer, como ella y del que esperaba que al llegar al matrimonio se mostrase como el hombre que desea, mientras, Ifis se lamenta amargamente de no poder satisfacer la pasión amorosa que la domina y se queja a los dioses que permitieron aquella desdicha, cuando hubieran podido darle la solución correcta.

Despliega Ovidio, en ese momento toda su capacidad poética y escribe párrafos de una gran belleza que solamente una pluma de la sensibilidad de este poeta pueden conseguir. Verdaderamente dignos de leerse.

 


Ifis y Yante inmortalizados por Rodin

 

Pero volvamos con la historia. Se presenta un enorme dilema que nadie es capaz de resolver sin descubrir un engaño de tal envergadura que ya no solamente afecta a Ligdo, mantenido por muchos años, sino a toda la familia y a la propia Yante, engañada de forma tan execrable y también a la familia de ésta.

Se empeña Teletusa en alargar la agonía posponiendo la fecha de la boda con  mil excusas, con enfermedades fingidas o con malo augurios o presagios funestos.

Sin más recursos a su alcance y dada ya por perdida cualquier posibilidad de salir airosa de semejante embrollo, se arrodilla ante el altar de la diosa Isis en demanda de ayuda a una situación que se ha producido gracias a haber seguido aquel consejo recibido en sueños.

En su delirio angustioso cree ver que la diosa se movía en su altar y que las puertas del templo temblaban y un tintineo acompaña la escena.

Temerosa pero alegre por lo que interpreta como buen presagio, Teletusa abandona el templo seguida de su hija, la cual va cambiando su paso tímido de muchacha por el más decidido de varón, se le oscurece el semblante y aumentan sus fuerzas y el cabello se vuelve más corto y descuidado.

La que hace poco era mujer, se ha convertido en un muchacho y así, al día siguiente cumplió Ifis sus deseos de poseer a su amada Yante.

Una diosa propició un poético cambio de sexo, totalmente incruento pero tan deseado como los que se están produciendo en la actualidad sin intervención divina, solamente con “intervención”.

La imaginación de los clásicos no conoce límites, sobre todo cuando pueden acudir a los dioses que con tanta amabilidad conceden sus deseos cuando se piden desde lo más hondo del corazón.

He leído que hay quien no se explica como no es Ifis el emblema de la transexualidad, porque no habrá muchos ejemplos de una belleza como la de éste.

sábado, 10 de junio de 2023

RECUPERATIO IMPERII

   

 

¡Que mal nos han contado la Historia!

Y eso que yo presumo de haber recibido muy buena instrucción durante mi paso por los dos bachilleratos.

Porque cuando yo estudiaba (más bien poco), había dos bachilleratos, separados por la temible Reválida de Cuarto y es que, cuando terminábamos el cuarto curso de bachiller, había que superar un examen  llamado Reválida y en el te hacían preguntas de todo lo que se había estudiado en esos cuatro años.

Superada esa prueba, quedaban otros dos años de muchísimo contenido. Si completabas el quinto y sexto curso de bachiller y la Reválida correspondiente, te daban un diploma que decía que eras “Señor Don”. Si querías seguir estudios superiores tenías que superar un curso más, que se llamaba “Preuniversitario”.

Era algo así como la actual selectividad, con la salvedad de que aquel era una criba durísima de un año y no un examen de un día.

  Bueno, pues a pesar de lo que nos enseñaron en aquellos siete años, hay muchísimas cosas que nos pasaron totalmente inadvertidas y de las que, si nuestro interés por saber y conocer, después del periodo educacional, no nos hubiera impulsado a querer incrementar los conocimientos, habrían permanecido ignotas para nosotros.

Precisamente esos momentos de la historia son los que constituyen la esencia de este blog: sacar a la luz aquellos hechos que no nos enseñaron, los que han sido sistemáticamente ignorados, los que casi nadie ha conocido y un etcétera tan largo como queramos.

Muy de mayor me enteré de “La Guerra de la oreja de Jenkins”, en la que Blas de Lezo le dio a los ingleses para ir pasando, aunque se enfrentaba a la mayor flota conocida hasta la II Guerra Mundial; supe que Atenas había sido conquistada por los almorávides, las fuerzas aragonesas del “desperta ferro” y también he sabido de esta recuperación del imperio romano.

Y no por desidia en aprender, sino por falta de enseñar.

Cuando los bárbaros de Odoacro conquistaron Roma, el imperio de Oriente, con capital en Constantinopla, asentada sobre la antigua Bizancio, continuó funcionando por espacio de otros diez siglos. Gracias a ese antiguo asentamiento heleno, el imperio fue conocido como Imperio Bizantino.

Había nacido en el año 375 a la muerte de Teodosio, el emperador romano nacido en Hispania que dividió el imperio entre sus dos hijos: Honorio y Arcadio. Honorio se quedó en Roma y Arcadio en Constantinopla.

Y el imperio de Occidente, el de Roma, empezó a padecer, no así el Bizantino que continuó siendo poderoso y rico, extendiéndose por toda la cuenca del Mediterráneo interior.

Era el siglo IV y aún faltaba otra centuria para que Roma cayese en manos de los bárbaros y el imperio romano de occidente desapareciera, produciendo una conmoción en la mitad del mundo conocido.

Y pasaron los años y los pueblos bárbaros, en oleadas, fueron desplazándose unos a otros, hasta que el panorama empezó a estabilizarse y la sociedad romana, adaptándose a la nueva situación, adentrándose en un periodo de oscuridad cultural, social, religiosa y bélica, pues las legiones romanas habían desaparecido y la paz interrumpida  condujo a un progreso detenido.

Oriente siguió con renovado esplendor y nunca perdió la concepción de romanos que tenían sus ciudadanos y en el espíritu de sus emperadores, siempre estuvo el deseo de volver a unificar aquel poderoso imperio.

Evidentemente Roma no lo consiguió, pero los otros romanos, los de Constantinopla/Bizancio si que estuvieron a punto de lograrlo y de hecho, por un periodo de tiempo no muy largo extendieron su imperio por todo el norte de África y el sur de Hispania.

Veamos cómo fue.

El día uno de agosto del año 527 ceñía la corona de emperador del Imperio Romano de Oriente, Flavius Petrus Iustinianus, el último gran emperador del imperio bizantino y también el último que tenía la lengua latina como vernácula.

Fue también uno de los emperadores más longevos, pues vivió la friolera de ochenta y tres años, de los cuales treinta y ocho fue emperador, pero no solamente fue longevo sino que es considerado como una de las personas más importantes en la larga época que transcurre desde el paso de la Edad Antigua a la Edad Media y no solamente en el terreno de lo militar, sino como gobernante y administrador de su imperio.



Bellísimo mosaico de Justiniano I

 

 

Su idea fija era la de que se recuperase la grandeza del Imperio Romano, el Recuperatio Imperii, como figura en el título de este artículo.

Contaba para esa enorme gesta con una persona de enorme valía, quizás el mejor general de toda la larga historia del Imperio Bizantino: Flavius Belisario, extraordinario militar y estratega aunque su jefe máximo el emperador Justiniano aportó poco apoyo a su paladín, quizás por el temor de que se hiciera demasiado poderoso y le plantase cara.

Casi nada se conoce de los orígenes de este prestigioso militar que posiblemente nació en la misma Constantinopla, ingresó muy joven en el ejército sirviendo en la guardia personal del emperador Justino I a cuya muerte accede al poder Justiniano, que le nombra general de los ejércitos de Oriente.

Su misión fundamental era contener las continuas incursiones del imperio persa y en el transcurso de la misma demostró su gran habilidad como militar, derrotando varias veces a los persas.

Esta brillante carrera militar lo convirtió en el militar de mayor rango y en esa calidad hubo de intervenir en unas revueltas surgidas entre apasionados de las carreras de cuadrigas que hicieron tambalearse al trono de Justiniano y que terminó con más de treinta mil muertes.

Un año después, en el verano de 533 empezó a cumplir la idea de su emperador de reconstruir el antiguo imperio romano y con un ejército de quince mil soldados embarcó con dirección hacia la capital del reino de Cartago, Leptis Magna, consiguiendo apoderarse del reino y comenzar así su “reconquista”.


 

Mosaico de Belisario

 

Desde Cartago llegó hasta las llamadas Columnas de Hércules, situadas en el Estrecho de Gibraltar y desde allí se trasladó a Hispania, donde conquistó una estrecha franja de terreno a lo largo de toda la costa hasta Almería. Pasó después a las Islas Pitiusas, las Baleares, que también conquistó y desde allí se dirigió a conquistar Sicilia y a un paso más allá, en la península Italiana, tomó las ciudades de Nápoles y Roma y tras rechazar a los ostrogodos, puso rumbo norte para conquistar Milán y después Rávena que era la capital del reino ostrogodo.

Viendo éstos que el ejército de Belisario no tenía rival, le ofrecieron la paz a cambio de coronarlo emperador de Occidente, pero el general, fiel a su emperador, fingió aceptar la corona y tras entrar en Rávena apresó al rey, el ostrogodo Vitges.

Algo debió sentir el emperador Justiniano que ante la posibilidad de que su general se le enfrentase basándose en su poderío militar, porque lo mandó llamar para que frenase nuevamente al imperio persa que se había adueñado de Siria.

Otra vez demuestra Belisario sus grandes condiciones como militar y estratega y frena a los persas, con los que firma una paz costosísima en oro para su imperio, pero paz al fin y al cabo.

Con lo conquistado en el norte de África, el sureste de Hispania y en la península itálica, se tuvo que conformar Justiniano, pero su ilusión fue efímera, aunque al menos le duró mientras vivía, pero sus sucesores, endeudados hasta el extremo, vieron como se iban perdiendo las conquista de Justiniano ante la imposibilidad de defender los territorios conquistados.

Un detalle más es que Justiniano I se casó con Teodora, una meretriz llegada a emperatriz gracias a su belleza y sobre todo a su inteligencia y de la que hace unos años escribí un artículo que puedes consultar en este enlace: http://unalupasobrelahistoria.blogspot.com/2017/06/de-ramera-legisladora.html

El emperador conoció a Teodora a través de la amante de su general Belisario, llamada Antonina, lo que afianzó más los fuertes vínculos que unían al general con su emperador.

viernes, 2 de junio de 2023

LA ORGÍA DE LAS CASTAÑAS


 

 

Vaya por delante que la veracidad de esta historia está más que en duda, pero no siendo el único escándalo soportado por la misma institución, me he atrevido a relatarlo, sin despejar su autenticidad.

Si hay una institución inasequible al desaliento, inalterable a los ataques o, en una palabra, inmarcesible (que no se marchita), esa es sin duda la Iglesia de Roma.

Basado su dogma en relatos casi incomprensibles, contradictorios y de escaso o nulo rigor, cimenta todo su peso en una sola piedra: la Fe.

Por la fe has de creer en todo aquello que no ves, como decía el antiguo catecismo del padre Ripalda, (¿o era el del padre Astete?); es igual, sin entrar a valorar nada, hay que decir que los católicos nunca cuestionan su credo y tampoco aceptan ninguna conversación en la que se ponga en claro sus contradicciones y por eso se dice, y con razón, que los que más hablan de Dios son los ateos.

Ya he dedicado varios artículos a poner de relieve algunas circunstancias que, sobre cualquier otra institución, la habría hecho tambalear, o incluso derrumbarse, pero que sobre la Iglesia no ha hecho más que engrandecerla. Así ha habido papas con incomprensible conductas, no solamente delictivas, sino tan alejadísimas de la ética y la piedad que hace pensar dónde estaba el Espíritu Santo el día que lo eligieron para la más alta magistratura de la Iglesia, ya que dicha elección es bajo la divina inspiración de la paloma con la que se le representa, según nos dice la propia iglesia.

Ella misma, la Iglesia, tituló a un amplio periodo de su historia con el nombre de “Pornocracia”; una época en la que dos mujeres: Teodora y Marozia, madre e hija rodaron por los lechos papales detentando un poder inusual. Pero pasó ese periodo y la situación volvió a la normalidad, como si nada anormal hubiera sucedido.

(Puedes consultar mi artículo sobre el tema en este enlace: http://unalupasobrelahistoria.blogspot.com/2018/08/el-toca-pelotas.html o en este otro: http://unalupasobrelahistoria.blogspot.com/2014/07/hoguera-del-infierno.html )

La grey no ha conocido estos episodios. Nadie se los ha contado y con ese poder omnímodo de la mejor institución de todos los tiempos, han sido sepultados y las más de las veces negados de raíz, tal como la historia que empiezo a contar.

 De entre los muchos nombres que se dio a este acto, por respetar el contenido de la información, me parece que orgía es el que mejor lo describe, pero se le ha llamado también baile, ballet, o banquete.

El hecho ocurrió en la ciudad de Roma la noche del 30 de octubre de 1501. Esa noche que de un tiempo a esta parte se celebra con el nombre de Halloween, una fiesta pagana e irrespetuosa en una fecha que la Iglesia siempre celebró como víspera de Todos los Santos, (en mi pueblo: “Los Tosantos”).

No tendría más importancia si el hecho se hubiera celebrado en cualquier otro lugar, pero acaeció en el Palacio Apostólico Vaticano y más concretamente en los llamados aposentos Borgia, un conjunto de seis salas destinadas a vivienda del papa Alejandro VI, de nombre Rodrigo Borgia y fue organizada por su hijo, el famoso César Borgia, contando con la presencia de su no menos famosa hermana Lucrecia.

Nombrar a los Borgia es traer a la memoria relatos de sexo, asesinatos, perversión, venta de privilegios eclesiásticos, y toda una miscelánea de barbaridades, por otra parte no exclusivas de esta familia, pues muchos otros poderosos clanes italianos hicieron lo mismo cuando colocaron a alguno de los suyos en la silla papal.

A la fiesta de los Borgia fueron invitados los cardenales, obispos, autoridades civiles y cuanta persona importante se encontrase en Roma en ese momento. Ni que decir tiene que se sirvió una cena fastuosa no faltando ningún plato o bebida de los más apetecidos del momento.

Al parecer y dada la mala fama de los anfitriones, algunos de los invitados, sobre todo los más poderosos llevaban  consigo su catador de alimentos.

Acabado el ágape y tras los postres, César ordenó que se retirasen las mesas y se colocasen candelabros en el suelo de las salas, tras lo cual aparecieron no menos de cincuenta prostitutas de lujo ricamente ataviadas que fueron desnudándose al compás de la música, proyectando sus figuras en las paredes por efecto de la luz que desde el suelo emitían los candelabros.

 


Palacio Apostólico en el siglo XVI

 

Cuando todas las señoritas, a las que hoy denominaríamos “escort” por connotación con  algunos de los festolines que se celebran para “currar” comisiones, estuvieron desnudas, se les ató las manos a la espalda y se mandó tirar una buena carga de castañas por los suelos. Precisamente este dato de las castañas da un toque verosimilitud a la historia, pues es la castaña el fruto que se come precisamente en esa época del año.

Las maniatadas damas tenían que recoger el mayor número de castañas posible, compitiendo entre ellas para llevarse el premio que le sería entregado a la ganadora.

Así, desnudas, maniatadas y en franca competencia entre todas, se lanzaron a recoger con la boca las castañas del suelo. Esta recolección les hacía adoptar posturas lascivas, acompañadas de roces con sus compañeras, lo que empezó a caldear la temperatura, ya de por sí elevada entre los invitados por efecto de la comida y la bebida, los cuales, lejos de contenerse en público haciendo honor a sus dignidades, se lanzaron libidinosamente sobre las señoritas.

A partir de ahí se desarrolló una orgía de descomunal tamaño que se vio acrecentada cuando el papa prometió lujosos regalos al que fuera capaz de “tumbar” a más prostitutas y así todos, sin distinción, se lanzaron a fornicar desaforadamente.

Estuvieron de bacanal hasta muy de madrugada juntando fornicio con bebida y comida y alcanzando todos un grado de embriaguez que al día siguiente ni el papa ni muchos de los altos cargos eclesiásticos pudieron asistir a la ceremonia religiosa que debía tener lugar.

El lector avezado se preguntará cómo se ha sabido este episodio de la vida papal, que lógicamente se guardaría dentro del sigilo con que los asistentes honrarían tan desvergonzadas conductas, pero ocurre que, por separado, esta historia aparece en dos documentos de la época. El primero es conocido como “Carta a Salvelli”, un conocido noble romano exilado en la corte austríaca llamado Silvio Salvelli.

La carta en cuestión es conocida como “Lettera Antiborgiana” y en ella se narran multitud de episodios en los que se pone de manifiesto la depravación de la familia Borgia creando un clima de desprestigio notable.

Valga que no tenga mucha credibilidad por la inquina hacia la poderosa familia, pero es que también, en un dietario llamado “Liber Notarum”, una especie de registro de las celebraciones papales, el sacerdote y maestro de ceremonias vaticana llamado Juhannes Burchard, recoge este mismo episodio.

Verdad, mentira, exageración. No está muy claro y los modernos historiadores tienen a negarlo, pero el episodio está ahí, desconocido para el gran público aunque presente en crónicas de la época.

jueves, 25 de mayo de 2023

DE ROMA A CINCINNATI

  

 

Ya no podemos ni debemos quejarnos más de la situación por la que estamos atravesando; ha llegado la hora de actuar, pero la actuación de los ciudadanos es tan insulsa que parece que de poco va a servir.

Oía a un político emergente decir eso mismo hace unos días. De qué sirve que el que llegue al poder con la promesa de derogar unas leyes consideradas indeseables si después de ocho años no ha derogado ninguna.

O que más da que prometan no pactar con estos o aquellos si luego se revuelcan en el mismo colchón.

El alzamiento de parte del ejército contra la República tenía como finalidad restablecer el orden, no acaudillar el país, pero al final fue así.

Y de por medio, todos los arribistas de la política con una sola idea: situarse bien en lo social y en lo económico, sobre todo en esto último.

¡Que distinta la realidad de la promesa! y contra la falta de escrúpulos de la clase política, tenemos un arma de papel que ya vemos sirve de bien poco.

En la España colonial, los gobernantes eran sometidos a “juicio de residencia” tras sus mandatos y se fiscalizaba hasta la última de sus acciones.

Y antes, mucho antes, en Roma, las cosas pintaban de otra manera para los que hacían el “cursus honorum” que no era otra cosa que la carrera política. Éste se iniciaba accediendo al cargo de edil de su ciudad, para ascender luego a otras magistratura que se explican perfectamente en los libros de historia

Cuando un ciudadano quería ganarse la fama entre sus vecinos para ser elegido para la curia local, de su dinero, financiaba reformas de edificios, embellecimiento de la ciudad e incluso la construcción de una vía, como la llamada Vía Apia en honor a su financiador, Apio Claudio, el Ciego, que unía Roma con Brindisi, el puerto más importante en el sur de Italia.

Hombres y mujeres, de sus propias fortunas, engrandecieron sus ciudades con bibliotecas, templos, estatuas, fuentes, etc., con lo que se ganaban el reconocimiento y el agrado de sus conciudadanos, incrementando su fama.

Como sucede en la actualidad, las ciudades se gestionaban por los concejales, entonces llamados “curiales”, los cuales debían procurar los ingresos, mediante tributos, para cubrir las necesidades y aportar, primero al reino, luego a la república y por último al imperio, los fondos que este les requería para mantener toda la organización que empezó siendo pequeña, pero terminó ocupando el mundo conocido.

Lo mismo que ahora, si una ciudad no cumplía con sus obligaciones, era intervenida por el gobierno, por medio de una institución llamada “curator civitatis” que gestionaba las finanzas hasta que la ciudad volvía a ser viable económica y fiscalmente.

O sea, como la mal llamada “troika europea” o “los hombres de negro” que actualmente operan en situaciones similares, pero con una salvedad y es que actualmente la capacidad de endeudamiento no conoce límites.

En Roma, las personas sensatas proponían a las curias de la ciudad que se hiciesen planes de ahorro y se redujese el gasto en boato ceremonial, festivales gratuitos para el pueblo y otros gastos superfluos, y se hiciese frente a las verdaderas necesidades, pero no, en Roma imperaba el pan y circo.

Algo parecido a lo que ocurre ahora, con gastos injustificados pero con una salvedad y es que si la cuantía de la recaudación de impuestos no llegaba a la cantidad que el estado les exigía, o no llegaba a cubrir las necesidades de la ciudad, el déficit lo tenían que cubrir los curiles (concejales) de sus bolsillos.

Exactamente igual que ahora, ¿no?: se llevan el dinero y que lo ponga otro que el dinero público no es de nadie.

Claro está que la medida causó profunda mella en las vocaciones políticas y la merma de aspirantes fue tal que casi nadie quería iniciarse en el “cursus honorum” y había que buscar candidatos con mil triquiñuelas, como hacer el cargo hereditario. Y eso teniendo muy en cuenta que para optar a una plaza de edil tenía que haber sido antes “cuestor”, una especie de recaudador de impuestos, secretario de algún cónsul, administrador del tesoro público, administrador de la ciudad.

A estos cargos le seguía el de pretor, una especie de magistrado que ejercía la justicia en la ciudad y de los que había hasta ocho, según la entidad, entre los que competían para convertirse en lo que hoy llamaríamos alcalde.

Bueno, como se ve en esta quizás enrevesada exposición, para llegar a alcalde había que pasar todo un calvario y siempre sin cobrar ni un “as” que era la unidad monetaria romana, y continuarlo si se quería llegar a lo más alto de la carrera: cónsul.

Y si después de haber ejercido de cónsul y enjuiciada su trayectoria, su figura salía sin mancha, accedía a “censor”, cargo más honorífico que ejecutivo. Pero si no superaba la prueba, el cónsul podía ser condenado a la pena más grave que podía soportar el ciudadano romano que era la “damnatio memoriae” que consistía básicamente en borrar todo cuanto pudiera recordar a esa persona, aunque en la mayoría de los casos se condenaba previamente al destierro y tras su muerte se aplicaba la pérdida de la memoria.

Hace dos mil años, los ciudadanos de Roma se defendían de sus gobernantes obligándoles a prepararse antes de entrar verdaderamente en tareas de gobierno y sobre todo a preparar su bolsillo si las cuentas no salían.

Será que ahora somos más ricos o más tontos y no hace falta que el que quiera dedicarse a la política venga preparado, ni mucho menos. De la nada opta a la alcaldía de su ciudad; de la nada a parlamentario autonómico, a diputado, a senador.

Y lo que es mucho peor, de la nada más absoluta, a ministro del gobierno de la nación. Y a cobrar un sueldazo durante toda la vida, que para eso somos ricos.

Roma tenía marcados los puestos de la administración; su número no podía ser alterado pero aquí pasamos de quince a veintidós ministerios en un leve pestañear y si agarramos un cargo, ni con agua hirviendo lo soltamos.

Quizás en Roma también se dieran esas prácticas pero se dieron muchas otras extraordinariamente ejemplares y una de ellas, tras esta larga introducción es la un hombre excepcional.

Se llamaba Lucius Quinctius Cincinnatus y fue designado dictador por el Senado de la República en el año 458 antes de nuestra era.

La situación era dramática. Los celtas, procedente del norte de Europa, se habían asentado en puntos del sur continental y muchas de sus tribus, como los volscos y los eccuos, se habían instalados alrededor de la región del Lacio, cuya capital era Roma y desde sus asentamientos hostigaban a las huestes romanas que los combatían con poca coordinación y menor fortuna.

Decidió el Senado concentrar todo el poder militar en una sola persona y eligieron a Cincinnatus por su valía personal. Había sido cónsul, general de las legiones, donde había dado muestras de valor y talento táctico y, además, era un conocido y reputado demócrata de probada honradez.

Cincinnatus estaba retirado y vivía en el campo, cerca de la Urbe, pero separado por el río Tíber y pasaba su vida cultivando la tierra y cuidando el ganado.

Parece que cuando recibió la visita de los senadores que le emplazaban a presentarse ante el Senado, se encontraba arando, pero al día siguiente se presentó en la curia y aceptó la designación. Puesto manos a la obra, reunió un ejército y en dieciséis días acabó con el problema, venciendo de manera aplastante a los hostigadores, a los que permitió retirarse una vez entregadas las armas y a todos sus jefes. De inmediato se dirigió a Roma donde entregó la toga de dictador y se retiró a sus quehaceres rurales.

 


Visita de los senadores a Cincinnatus

 

Pero Roma volvió a necesitarlo y, por segunda vez y a la edad de ochenta años, el Senado lo invistió de dictador para oponerse a las actividades de un ciudadano romano de origen plebeyo pero inmensamente rico llamado Espurio Melio que aspiraba a convertirse en rey de Roma. Aprovechando la hambruna que padecía la ciudad y valiéndose de su fortuna, comenzó a repartir trigo entre la población y a hacer otros regalos a gentes más importantes, hasta el extremo que el pueblo lo seguía incondicionalmente.

A la vez, organizaba un ejército con el que enfrentarse al Senado que entendía correr un grave peligro de ser arrasado por las turbas que manejaba Espurio.

Era el año 439 y Cincinnatus vistió nuevamente la toga orlada de dictador, máxima autoridad de la Urbe.

En esta ocasión no tuvo que hacer casi nada, solo enviar al jefe de la caballería a que citara a Espurio Melio a su presencia, el cual, conocedor sobrado de la fama que rodeaba al dictador y la efectividad de sus decisiones, entendió que aquello era una celada, por lo que se propuso huir protegido por el pueblo, pero el jefe de la caballería lo detuvo y le dio muerte.

Conocedor el dictador de que el conflicto estaba zanjado, nuevamente entregó la toga y se retiró al agro, lugar donde únicamente era feliz.

Por dos veces se pudo eternizar en el cargo de máxima autoridad de la República y por dos veces entregó sus poderes tras cumplir su cometido.

No sé si guarda alguna similitud con lo que ocurre ahora que el que abraza el poder ya no lo suelta.

A finales del siglo XVIII, al norte de los Estados Unidos se organizó un territorio al que llamaron Territorio del Noroeste, a orillas del lago Eire y surcado al sur por el río Ohio, que dio nombre a lo que luego fue un Estado.

Pues bien, al sur de ese Estado se formó un núcleo de población que se empezó a llamar Losantville, pero poco tiempo después el gobernador del Territorio, Arthur St. Clair, presidente de una asociación de oficiales del ejército que participaron en la Guerra de la Independencia y que recibía el nombre del dictador romano Lucius Quintius Cincinnatus, decidió que la ciudad debería llamarse Cincinnati, en honor a tan ilustre personaje.

Y ahí está.

viernes, 19 de mayo de 2023

FRAY TEMBLEQUE



            El secreto de que muchas construcciones romanas hayan permanecido casi indemnes al paso de los siglos, se debe fundamentalmente al cemento que en ellas se empleaba, aunque también construyeron impresionantes obras de arquitectura sin emplear ninguna argamasa, como el Acueducto de Segovia.

Actualmente, con toda la tecnología de que disponemos, el cemento que se utiliza y que es conocido como “Portland”, ideado a principios del siglo pasado por un albañil llamado Joseph Aspdin que le puso ese nombre por la semejanza de su color con el de las rocas de la isla británica de Portland, aguanta mucho más de un siglo y sin embargo el romano ha permanecido más de veinte.

Pero aun siendo nuestro cemento de inferior calidad, muchas obras arquitectónicas están resistiendo el paso de los siglos con una gran dignidad y en España y en Hispanoamérica hay muy buenas muestras de ello.

Lamentablemente y como suele ocurrir con nuestras cosas, gran parte de ellas desconocidas para nosotros y mucho más si se encuentran en el lejano continente que colonizamos, aunque alguna haya recibido el honor de ser considerada Patrimonio de la Humanidad.

Una de ellas y casi seguro que la más importante arquitectónicamente hablando es la que construyó el fraile que da título a este artículo: Un impresionante acueducto de 48 kilómetros de largo construido para llevar agua a las poblaciones de Otumba y Zempoala, pertenecientes a los estados de Hidalgo y México, en el virreinato de Nueva España.

 

 

Dos vistas del acueducto

 

Esta obra extraordinaria fue dirigida y ejecutada por un fraile franciscano español que ha permanecido oculto durante muchos siglos y al que afortunadamente se le empieza a hacer justicia, sacándolo de su anonimato.

Natural de un pueblo de la provincia de Toledo llamado Tembleque, poco o nada más se conoce de la vida de Fray Francisco de Tembleque, ni tan siquiera su verdadero nombre, sus ascendentes familiares, ni qué estudios había cursado, antes o después de ingresar en la orden. Aparece, por tanto, a la vida pública cuando llega al Virreinato de Nueva España en el año 1540, acompañado de otros dos franciscanos: fray Juan de Romanones y fray Francisco de Bustamante, no asentándose en un lugar concreto y siempre dedicados a predicar a los indígenas y a aprender de ellos su lengua, sus tradiciones y costumbres, a la vez que se hacía eco de sus necesidades.

Concretamente fray Romanones llegó a tener tal dominio de la lengua nativa que daba sus sermones en el idioma náhuatl de corrido y sin leer.

En su predicar ambulante, el padre Tembleque llegó al poblado de Otumba, cerca de la llanura en la que se celebró la célebre batalla que librara Hernán Cortés contra los aztecas. Su conocimiento de las lenguas indígenas le permite recibir confesiones en esas lenguas, además de comprender mucho mejor las necesidades de los pueblos y allí, precisamente, conoce el problema de la escasez de agua que impide toda clase de desarrollo y que incluso diezma las poblaciones indígenas.

El poder de la Iglesia era omnímodo y desconociendo los resortes que tocara, lo cierto es que por parte de las autoridades correspondientes del virreinato, se decidió construir un acueducto que llevara a los estados de México e Hidalgo, el preciado bien del agua que tanto escaseaba.

Indudablemente que fray Tembleque tenía que tener profundos conocimientos de arquitectura, materiales, dibujo y técnicas generales de construcción, pues sin mucha más colaboración comenzó a diseñar el más largo acueducto del virreinato.

Dos años estuvieron reuniendo el material necesario y ahí se acabó el dinero que habían obtenido mediante una Cédula Real que le otorgó el rey Carlos I que destinaba los impuestos de las poblaciones afectadas, a financiar las obras. A partir de ese momento los trabajos siguieron con la ayuda económica y laboral de los nativos que cada día acudían a la obra en un número superior a quinientas personas

Solamente ayudado por los nativos y durante dieciocho años, trabajaron incansablemente en la traída del agua desde el cerro de Tecajete, donde existían unas abundantes fuentes.

Fueron construyendo, metro a metro, primero un túnel subterráneo de diez kilómetros y a continuación seis tramos de arquerías, tres de las cuales son de bellísima planta. Una de ellas salva el curso del río Papalote, con ciento treinta y siete arcos y casi un kilómetro de largo por 39 metros de altura, la cual, cuatro siglos y medio después, luce su solidez además de su bella estructura, lo mismo que el resto de los tramos aéreos.

Bajo algunos de esos tramos de arquerías se ha hecho pasar incluso una línea férrea, como se ve en la siguiente foto, lo que da idea de sus dimensiones.

 



 

Desde la época en la que Roma civilizaba al mundo y construía acueductos, no se había acometido una obra de esta envergadura y mucho más importante si vemos que el padre Tembleque no tenía la cohorte de arquitectos que tenían los latinos, como el gran Vitruvio, ni el potencial económico de la metrópolis romana, ni la mano de obra gratis que proporcionaban los esclavos, ni el ya nombrado cemento. En el virreinato fue todo artesanal y todo dirigido, diseñado y coordinado por un solo hambre.

Pero para construir semejante obra no solo es necesario saber de arquitectura, topografía, materiales, etc., es necesario saber de hidrodinámica, como para colocar las llamadas “cajas de agua” para estabilizar niveles del líquido y muchos otros conocimientos de física para salvar los innumerables obstáculos que se irían presentando.

Lo cierto es que tras esos dieciocho años de durísimo trabajo, la obra quedó terminada y tal como quedó se encuentra a día de hoy, claro que con algunos desperfectos que casi cinco siglos han ido haciendo mella en la pétrea estructura, pero ha resistido a todas las inclemencias y a los numerosos terremotos que son muy frecuentes en la zona.

Fray Tembleque no ha sido olvidado en el pueblo donde predicaba y residió, Otumba; se le recuerda y conmemora su figura con una escultura situada muy cerca de la iglesia en la que vivió. En ella se ve al franciscano con un rollo de papeles en la mano, haciendo referencia a los planos de su acueducto y un gato a sus pies, porque la llegada del predicador coincidió con la introducción del gato como animal de compañía en las Américas y que dicen historiadores que él mismo tenía uno que le acompañaba a todas partes.



Su obra tampoco ha sido olvidada ni desconsiderada pues en 2015 fue reconocida como Patrimonio de la Humanidad.