Publicado el 11 de abril de 2012
Recuerdo con verdadera satisfacción
la primera película del agente secreto Jemes Bond que vimos. Era
mediada la década de los sesenta y a las pantallas españolas,
todavía sin la apertura que se produciría diez años más tarde,
llegó aquella maravillosa aventura del Agente 007 contra el doctor
No, con una Úrsula Andress luciendo un bikini inusual en la época y
un Sean Conery en el papel más seductor que el cine había dado.
Luego la saga continuó con numerosos títulos a los que nos
convertimos en adictos.
Todo nos pareció de tremenda
originalidad: el servicio secreto, la licencia para matar, las
novedades tecnológicas y, en fin, la capacidad de ligar del
protagonista en cuyos brazos caían rendidas las mujeres más
hermosas de cuantas habíamos visto en la pantalla.
No cabía la menor duda de que el
escritor de aquellas historias, el londinense Ian Fleming, era un
escritor de una gran originalidad. Aquella saga y otras historias,
también llevadas al cine, le dieron fama mundial y, lástima que su
vida fuese tan corta, porque al empezar a disfrutar de las mieles del
triunfo, falleció, cuando apenas contaba cincuenta y seis años.
Pero había dejado escritas muchas novelas y relatos del agente
secreto más famoso de todos los tiempos y la filmografía los fue
usando progresivamente.
El agente secreto al servicio de su
Majestad continuó vivo y aún lo está, pues a sus muchas aventuras
se han de sumar las películas biográficas de su autor, como la
afamada Goldeneye, sobre la vida del escritor y la creación de su
personaje.
Pero hablando de la creación de este
héroe: ¿realmente Ian Fleming creó al agente 007? Todos diríamos
que sí; que no hay lugar a dudas de que Bond es una invención del
escritor y un personaje de ficción. Acertamos con James Bond, pero
no con el agente 007.
Hubo un agente británico que se
bautizó a sí mismo con el nombre en clave 007 y esto carecería de
importancia si ese personaje no fuese quien realmente es. Contaré su
historia.
El 13 de julio de 1527 nació en
Mortlake, Inglaterra, un niño al que sus padres pusieron por nombre
John, el apellido paterno era Dee. Desde muy temprana infancia, sus
progenitores advirtieron que aquel niño no era nada normal. Se
trataba, indudablemente de un chico superdotado que, muy pronto,
comenzó a estudiar astronomía, matemáticas, geografía, y muchas
otras ramas de las ciencias, en las que rápidamente destacó. Más
adelante, se inclinó por la alquimia, madre de la química moderna y
se enredó en el hermetismo, la astrología y la adivinación.
Era una persona de una gran cultura y
antes de cumplir los treinta años daba conferencias en las más
importantes universidades europeas, en donde gozaba de fama de
experto astrónomo y extraordinario formador de navegantes, pues
durante algún tiempo se dedicó a enseñar el arte de la navegación,
alcanzando tal prestigio que a sus aulas acudían multitud de jóvenes
a los que formaba con amplios conocimientos de astronomía y
matemáticas, indispensables en la época para poder situarse en el
mar, así como en el manejo de velas y aparejos para sacar el mayor
provecho a los vientos. Su influencia en las promociones de
navegantes fue tal que ha sido reconocido como el verdadero artífice
de la parte que el factor humano tuvo en el poderío naval británico.
Tanto alcanzó su fama que la princesa
Isabel I, hija de Enrique VIII y de la ajusticiada Ana Bolena, lo
tomó como consejero y junto a ella permaneció durante mucho tiempo,
hasta que por azares de la vida, la princesa se convirtió en reina y
pasó a ser conocida como La Reina Virgen, pues nunca quiso contraer
matrimonio. Fue la última reina de la poderosa casa Tudor, porque al
morir sin descendencia, le sucedió Jacobo VI, de Escocia, instalando
en el trono de Inglaterra a la casa Estuardo.
Retrato
de John Dee
Para Isabel y para María, hermana de
Enrique VIII que reinaría como María I, confeccionaba horóscopos,
actividad que no solamente estaba prohibida, sino condenada a
durísimas penas.
Fue denunciado por esta actividad y se
vio inmerso en un proceso en el que solamente su extraordinaria
inteligencia fue capaz de salvarle, llegando a hacerse amigo íntimo
del obispo católico Bonner, a cuya autoridad fue entregado para que
éste hiciese un estudio sobre los graves delitos que se le imputaban
Bajo el consejo de John Dee,
Inglaterra inició las campañas de exploración por diferentes
océanos y continentes y fue realmente el impulsor y el creador del
término Imperio Británico.
No se sabe a ciencia cierta si fue por
una predicción suya o si fue fruto de informaciones que tenía,
aconsejó que la flota británica no saliera al encuentro de la
Armada Invencible que Felipe II envió para escarmentar a los
orgullosos ingleses, e incluso hizo vaticinios sobre la posibilidad
de que se produjera una fuerte tormenta a la que se enfrentó la
flota española y causó su destrucción.
Ese hecho, ocurrido en 1588, acrecentó
su fama y su poder hasta extremos insospechados y desde entonces fue
para la reina su más directo asesor e incluso su secretario en
asuntos de estado.
En esta condición, viajó por toda
Europa presentándose como embajador de la reina, pero en realidad
actuaba como un espía al servicio de su majestad y en esta faceta,
enviaba informes que firmaba con un número, con el que se
identificaba: 007.
Los dos ceros representaban unos
anteojos y con eso quería decir que él, en realidad, era los ojos
de la reina, el siete es un número cabalístico, al que Dee se
aficionó en demasía.
Porque de ser todo un personaje en la
corte, tener gran ascendencia sobre la reina que no hacía nada sin
consultarle previamente, Dee pasó a una etapa en la que, después de
contraer matrimonio, se dedicó de manera enfermiza a la astrología,
la alquimia y lo que es peor, a contactar con espíritus del más
allá. Su obsesión era la filosofía hermética, la búsqueda de lo
que él llamaba las verdades puras. Y los libros.
Tan obsesionado estaba con la
adquisición de libros que al proponer a la reina la creación de una
gran biblioteca y la soberana declinar la oferta, se dedicó a
coleccionar libros en su propia casa en Mortlake, llegando a
convertirse en la más importante biblioteca de toda Inglaterra.
Su obsesión eran los manuscritos, los
códices y el esoterismo, en donde profundizó hasta tal punto que es
más que probable que trastocase su razón.
Escribió en 1564 un libro esotérico
titulado “La Mónada Jeroglífica”, sobre un glifo de su propia
invención. Un glifo es un dibujo o un carácter de los empleados en
tipografía y que según un programa de la BBC muy reciente, toda la
simbología del agente Bond 007, sus códigos y gran parte de la
parafernalia que lo recubre, derivan precisamente de ese glifo ideado
por Dee.
El libro estaba escrito en un lenguaje
“enoquiano”, lengua que según Dee había recibido de los ángeles
y que deriva de Enoch, patriarca bíblico bisabuelo de Noé que según
las Escrituras no murió, sino que al igual que Elías, fue
transportado a los cielos y que fue el autor del famoso Libro de
Enoch, un libro que la Iglesia Católica no considera perteneciente
al Testamento, pero que en las iglesias ortodoxa y copta, es
totalmente aceptado.
Pero este hombre, de una inteligencia
brillantísima, comienza a mostrar un carácter por momentos más
inestable, lo que se acentúa cuando conoce a un farsante llamado
Kelly que se hace pasar por médium, con el que llega a unirle una
tremenda amistad y por su relación comienza a crearse enemigos en
todos los órdenes.
Empieza a ser mal visto en los foros
universitarios, donde hasta entonces se le ha tenido en gran
consideración y su actividad realmente científica es abandonada en
la búsqueda de ese contacto permanente con lo que él llama “los
ángeles”.
Dibujo
sobre el que versa el libro y espejo expuesto en el British Museum
En la vida de este extraño personaje
hay una fecha que marcó su trayectoria, fue el 25 de mayo de 1581.
Ese día el científico tuvo un incidente que yo no me atrevería a
calificar, en el que entró en contacto con “los ángeles”, los
cuales le entregaron un espejo cóncavo, fabricado en ónice de color
negro y extraordinariamente pulido, en el cual se podía ver lo que
ocurría en otros mundos.
Curiosamente ese objeto, junto con
alguno otro personal del sabio, está expuesto en el British Museum
de Londres.
Desconozco si alguien ha visto en ese
espejo los otros mundos que Dee decía, pero me extraña, aunque no
estoy en disposición de negarlo todo y eso me hace pensar que igual
que Enoch y Elías vivieron una experiencia que se describe en la
Biblia y que en lenguaje de hoy se diría que fue una abdución por
alguna inteligencia incomprensible para nosotros, Dee también entró
en contacto con algo que no supo explicar y a los que llamó
“ángeles”.
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