lunes, 1 de abril de 2013

AL SERVICIO DE SU MAJESTAD


Publicado el 11 de abril de 2012




Recuerdo con verdadera satisfacción la primera película del agente secreto Jemes Bond que vimos. Era mediada la década de los sesenta y a las pantallas españolas, todavía sin la apertura que se produciría diez años más tarde, llegó aquella maravillosa aventura del Agente 007 contra el doctor No, con una Úrsula Andress luciendo un bikini inusual en la época y un Sean Conery en el papel más seductor que el cine había dado. Luego la saga continuó con numerosos títulos a los que nos convertimos en adictos.
Todo nos pareció de tremenda originalidad: el servicio secreto, la licencia para matar, las novedades tecnológicas y, en fin, la capacidad de ligar del protagonista en cuyos brazos caían rendidas las mujeres más hermosas de cuantas habíamos visto en la pantalla.
No cabía la menor duda de que el escritor de aquellas historias, el londinense Ian Fleming, era un escritor de una gran originalidad. Aquella saga y otras historias, también llevadas al cine, le dieron fama mundial y, lástima que su vida fuese tan corta, porque al empezar a disfrutar de las mieles del triunfo, falleció, cuando apenas contaba cincuenta y seis años. Pero había dejado escritas muchas novelas y relatos del agente secreto más famoso de todos los tiempos y la filmografía los fue usando progresivamente.
El agente secreto al servicio de su Majestad continuó vivo y aún lo está, pues a sus muchas aventuras se han de sumar las películas biográficas de su autor, como la afamada Goldeneye, sobre la vida del escritor y la creación de su personaje.
Pero hablando de la creación de este héroe: ¿realmente Ian Fleming creó al agente 007? Todos diríamos que sí; que no hay lugar a dudas de que Bond es una invención del escritor y un personaje de ficción. Acertamos con James Bond, pero no con el agente 007.
Hubo un agente británico que se bautizó a sí mismo con el nombre en clave 007 y esto carecería de importancia si ese personaje no fuese quien realmente es. Contaré su historia.
El 13 de julio de 1527 nació en Mortlake, Inglaterra, un niño al que sus padres pusieron por nombre John, el apellido paterno era Dee. Desde muy temprana infancia, sus progenitores advirtieron que aquel niño no era nada normal. Se trataba, indudablemente de un chico superdotado que, muy pronto, comenzó a estudiar astronomía, matemáticas, geografía, y muchas otras ramas de las ciencias, en las que rápidamente destacó. Más adelante, se inclinó por la alquimia, madre de la química moderna y se enredó en el hermetismo, la astrología y la adivinación.
Era una persona de una gran cultura y antes de cumplir los treinta años daba conferencias en las más importantes universidades europeas, en donde gozaba de fama de experto astrónomo y extraordinario formador de navegantes, pues durante algún tiempo se dedicó a enseñar el arte de la navegación, alcanzando tal prestigio que a sus aulas acudían multitud de jóvenes a los que formaba con amplios conocimientos de astronomía y matemáticas, indispensables en la época para poder situarse en el mar, así como en el manejo de velas y aparejos para sacar el mayor provecho a los vientos. Su influencia en las promociones de navegantes fue tal que ha sido reconocido como el verdadero artífice de la parte que el factor humano tuvo en el poderío naval británico.
Tanto alcanzó su fama que la princesa Isabel I, hija de Enrique VIII y de la ajusticiada Ana Bolena, lo tomó como consejero y junto a ella permaneció durante mucho tiempo, hasta que por azares de la vida, la princesa se convirtió en reina y pasó a ser conocida como La Reina Virgen, pues nunca quiso contraer matrimonio. Fue la última reina de la poderosa casa Tudor, porque al morir sin descendencia, le sucedió Jacobo VI, de Escocia, instalando en el trono de Inglaterra a la casa Estuardo.

Retrato de John Dee

Para Isabel y para María, hermana de Enrique VIII que reinaría como María I, confeccionaba horóscopos, actividad que no solamente estaba prohibida, sino condenada a durísimas penas.
Fue denunciado por esta actividad y se vio inmerso en un proceso en el que solamente su extraordinaria inteligencia fue capaz de salvarle, llegando a hacerse amigo íntimo del obispo católico Bonner, a cuya autoridad fue entregado para que éste hiciese un estudio sobre los graves delitos que se le imputaban
Bajo el consejo de John Dee, Inglaterra inició las campañas de exploración por diferentes océanos y continentes y fue realmente el impulsor y el creador del término Imperio Británico.
No se sabe a ciencia cierta si fue por una predicción suya o si fue fruto de informaciones que tenía, aconsejó que la flota británica no saliera al encuentro de la Armada Invencible que Felipe II envió para escarmentar a los orgullosos ingleses, e incluso hizo vaticinios sobre la posibilidad de que se produjera una fuerte tormenta a la que se enfrentó la flota española y causó su destrucción.
Ese hecho, ocurrido en 1588, acrecentó su fama y su poder hasta extremos insospechados y desde entonces fue para la reina su más directo asesor e incluso su secretario en asuntos de estado.
En esta condición, viajó por toda Europa presentándose como embajador de la reina, pero en realidad actuaba como un espía al servicio de su majestad y en esta faceta, enviaba informes que firmaba con un número, con el que se identificaba: 007.
Los dos ceros representaban unos anteojos y con eso quería decir que él, en realidad, era los ojos de la reina, el siete es un número cabalístico, al que Dee se aficionó en demasía.
Porque de ser todo un personaje en la corte, tener gran ascendencia sobre la reina que no hacía nada sin consultarle previamente, Dee pasó a una etapa en la que, después de contraer matrimonio, se dedicó de manera enfermiza a la astrología, la alquimia y lo que es peor, a contactar con espíritus del más allá. Su obsesión era la filosofía hermética, la búsqueda de lo que él llamaba las verdades puras. Y los libros.
Tan obsesionado estaba con la adquisición de libros que al proponer a la reina la creación de una gran biblioteca y la soberana declinar la oferta, se dedicó a coleccionar libros en su propia casa en Mortlake, llegando a convertirse en la más importante biblioteca de toda Inglaterra.
Su obsesión eran los manuscritos, los códices y el esoterismo, en donde profundizó hasta tal punto que es más que probable que trastocase su razón.
Escribió en 1564 un libro esotérico titulado “La Mónada Jeroglífica”, sobre un glifo de su propia invención. Un glifo es un dibujo o un carácter de los empleados en tipografía y que según un programa de la BBC muy reciente, toda la simbología del agente Bond 007, sus códigos y gran parte de la parafernalia que lo recubre, derivan precisamente de ese glifo ideado por Dee.
El libro estaba escrito en un lenguaje “enoquiano”, lengua que según Dee había recibido de los ángeles y que deriva de Enoch, patriarca bíblico bisabuelo de Noé que según las Escrituras no murió, sino que al igual que Elías, fue transportado a los cielos y que fue el autor del famoso Libro de Enoch, un libro que la Iglesia Católica no considera perteneciente al Testamento, pero que en las iglesias ortodoxa y copta, es totalmente aceptado.
Pero este hombre, de una inteligencia brillantísima, comienza a mostrar un carácter por momentos más inestable, lo que se acentúa cuando conoce a un farsante llamado Kelly que se hace pasar por médium, con el que llega a unirle una tremenda amistad y por su relación comienza a crearse enemigos en todos los órdenes.
Empieza a ser mal visto en los foros universitarios, donde hasta entonces se le ha tenido en gran consideración y su actividad realmente científica es abandonada en la búsqueda de ese contacto permanente con lo que él llama “los ángeles”.

Dibujo sobre el que versa el libro y espejo expuesto en el British Museum

En la vida de este extraño personaje hay una fecha que marcó su trayectoria, fue el 25 de mayo de 1581. Ese día el científico tuvo un incidente que yo no me atrevería a calificar, en el que entró en contacto con “los ángeles”, los cuales le entregaron un espejo cóncavo, fabricado en ónice de color negro y extraordinariamente pulido, en el cual se podía ver lo que ocurría en otros mundos.
Curiosamente ese objeto, junto con alguno otro personal del sabio, está expuesto en el British Museum de Londres.
Desconozco si alguien ha visto en ese espejo los otros mundos que Dee decía, pero me extraña, aunque no estoy en disposición de negarlo todo y eso me hace pensar que igual que Enoch y Elías vivieron una experiencia que se describe en la Biblia y que en lenguaje de hoy se diría que fue una abdución por alguna inteligencia incomprensible para nosotros, Dee también entró en contacto con algo que no supo explicar y a los que llamó “ángeles”. 

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