Publicado el 4 de marzo de 2012
Mirar por encima un libro, pasar sus
páginas leyendo al azar, es ojear, pero también es hojear, una
bifurcación que nos exime de cometer una falta de ortografía, pues
lo escribamos con “h” o sin ella, habremos acertado.
Pues bien, hojeando u ojeando un libro
de historia de preuniversitario, me encontré una cita del pontífice
Julio II, de 18 de febrero del año 1513 que por medio de la bula
Exigit contumacium, depuso a los reyes de Navarra, Catalina de Foix y
su esposo Juan de Albret, por haberse aliado con Luís XII de Francia
y sometido a las decisiones del concilio de Pisa, aquel que había
pretendido solucionar el Cisma de Occidente, en el que hubo dos Papas
y lo que hizo fue crear un tercer pontífice y agravar la situación.
La cita es larga, pero en resumen
viene a decir que el Papa, igual que muchos otros lo hicieron antes,
por la autoridad apostólica y con plenitud de potestad, declara a
los reyes navarros, excomulgados, malditos, culpables de favorecer a
cismáticos y herejes, reos de eterno suplicio, desposeídos de la
dignidad real y puestos a pública disposición sus bienes, señoríos
y reinos y que los que de ellos se apoderasen, como adquiridos en la
más justa y santa guerra, los conviertan en propios.
Y se quedó tan tranquilo, porque
aparte de su infalibilidad, tras aquella bula latían muchas otras
cuestiones.
En primer lugar, terminada la
Reconquista, en la Península Ibérica coexisten cuatro coronas:
Castilla, la más poderosa, que comprende León, Galicia, la cornisa
cantábrica, Extremadura y Andalucía; la de Aragón, que comprende
Cataluña, Baleares y reino de Valencia, hasta Murcia; la de Portugal
y la de Navarra.
En la España unificada reinaba
Fernando II como rey de Aragón y regente de Castilla. Viudo de la
reina Isabel, la Católica, se había casado en segundas nupcias con
Germana de Foix, que era treinta y cinco años más joven y con la
que se empeñó de tal manera en tener descendencia que a pesar de su
edad, para la época, llegó a tener un hijo, nacido el 3 de mayo de
1509, al que pusieron por nombre Juan y que se convirtió en heredero
legítimo de la corona de Aragón. Afortunadamente para España,
murió a las pocas horas de nacer, pues hubiese supuesto la
separación de los reinos de Castilla y Aragón al ser único hijo
varón y quien sabe qué habría pasado luego con el príncipe
Carlos, hijo de Juana La Local y Felipe el Hermoso, que es quien
hereda la corona de España.
Germana de Foix era prima de
Catalina, la reina de Navarra y sería su heredera si moría sin
descendencia o si, como era el caso, era desposeída de su reino,
pues el matrimonio ya tenía un hijo, Felipe, al que pretendían
casar con una hija del rey francés y que era el foco de la polémica.
Por su parte, Fernando también está emparentado con la corona de
Navarra.
Así que, antes de promulgarse la
bula, Fernando hace dos cosas: la primera es mandar a su militar más
prestigioso, Fadrique de Toledo, más conocido como II Duque de Alba
a que, con sus tropas, invada el reino de Navarra. Luego, se las
arregla con el Papa, al que vende su sincera catolicidad, su alianza
perpetua y su adhesión inquebrantable, frente a la política
errática de los reyes navarros, su apoyo a los cismáticos y su
alianza con Francia, en ese momento enemiga del pontificado.
Y el Papa, sin que le tiemble el
pulso, lanza una bula por la que depone a los legítimos reyes
navarros y declara que sus pertenencias serán de aquel que se las
apropie.
Evidentemente quien estaba en mejor
situación para la apropiación era el matrimonio real de Fernando y
Germana, que se proclaman reyes de Navarra, cuando los verdaderos
monarcas huyen a Bearn, una provincia francesa al otro lado de los
Pirineos, de la que Catalina era vizcondesa.
Desde allí tratan en varias ocasiones
de reconquistar Navarra, pero es como la lucha de un pececillo contra
un tiburón y así, el 23 de marzo de 1513, algo más de un mes
después de promulgada la bula, las cortes de Navarra, ciertamente
que en minoría, proclaman rey a Fernando de Aragón. Se avienen a
formar parte de la corona de Aragón, a cambio de conservar sus
fueros y privilegios, a lo que el monarca accede encantado sin
imaginarse que cinco siglos más tarde, aquel antiguo reino seguirá
conservando aquellos fueros.
Dos años después, las Cortes de
Burgos sancionan la anexión y por fin se consigue el sueño de aquel
matrimonio real que era el de reinar en toda España y esa es la
manera en que se unifican todos los reinos de la península, excluido
Portugal, naturalmente.
En ese momento España aparece como
había sido antes de la invasión musulmana de 711, con una salvedad
añadida y es que con los visigodos en el poder, no había fisura
alguna en la unidad del suelo patrio y ahora, en donde cada región
ha medrado por su cuenta, se ha creado una amalgama de reinos que
aunque terminarán bajo la misma corona, en tiempos de Felipe II,
nunca será con la misma cohesión que hasta aquella fecha de la
invasión había sido.
Germana
de Foix y Fernando de Aragón
En el año 1516 muere Fernando de
Aragón, tenía sesenta y cuatro años, edad muy avanzada para
aquella época pero a pesar de eso, seguía intentando tener
descendencia. Tanto es así que en la corte corren rumores acerca de
la muerte del rey, según los cuales había fallecido después de dos
años de dolorosa enfermedad por tomar abusivamente unas hierbas
mágicas con poder vigorizante que algún curandero, parece que
musulmán, le preparaba con la intención de obtener descendencia con
Germana.
A la reina consorte la había dejado
bien situada, pero ni mucho menos a la altura que como reina le
correspondió. Por eso dejó una carta a su nieto, el príncipe
Carlos, que le sucedería en el trono y en la que le pedía que se
ocupase de su abuelastra.
Y Carlos, que tenía en ese momento
diecisiete años, se ocupó tanto de su abuela que tras la primera
entrevista, ocurrida en Valladolid, iniciaron un tórrido romance,
fruto del cual nació una niña a la que pusieron de nombre Isabel y
que nunca fue reconocida, si bien se crió en la corte. Luego del
parto, Germana y el Emperador se fueron distanciando y en 1519, se
dispuso su casamiento con el Marqués de Brandeburgo, uno de los
nobles del séquito alemán que acompañó al futuro emperador en su
primer viaje a España.
Julio II, el Papa de la bula, es todo
un personaje en la historia de la iglesia. Fue de los pontífices que
declaraban abiertamente que más se conseguía por las armas que de
ninguna otra forma y en la Iglesia se le conoce por el Papa guerrero.
Como era costumbre en la época,
Guiuliano della Rovere, que era su verdadero nombre, tuvo varios
hijos, aunque solamente su hija Felice, nacida en 1483, alcanzó la
mayoría de edad.
La Iglesia lo considera uno de los
grandes del papado, porque recuperó el poder civil y militar que el
Vaticano había perdido, para lo que creó la famosa Guardia Suiza,
que desde entonces lleva en su banderola el escudo de su fundador,
junto con el del papa reinante.
Pero a pesar de su conceptuación y de
su dudosa moralidad, quería contar de él una circunstancia quizás
anecdótica, pero no por ello desprovista de interés.
Era costumbre en el pontificado que al
recién elegido papa, los cardenales le besasen los pies, en una
ceremonia conmemorativa de aquella en que la Magdalena enjuga los
pies de Jesús y los seca con sus cabellos.
Pues bien, este papa prohibió ese
rito porque desde hacía muchos años padecía una sífilis que le
había producido unas terribles úlceras en los pies que su médico
de cabecera, Giovanni de Vigo, describe como: “una podagra tuberosa
e ulcerata” que trataba con un emplasto de mercurio y que, desde
luego, no sanaba.
Pero no todo fue guerrear en este
papa, porque también, como otros muchos del Renacimiento fue un gran
impulsor del arte y Rafael o Miguel Ángel, figuraron entre sus
protegidos. Fue el responsable de la decoración de la bóveda de la
Capilla Sixtina, constructor de la Basílica de San Pedro y promotor
del Museo Vaticano.
La siguiente Bula de Deposición fue
en 1567, promulgada por Pío V y denominada Salutatis Gregis
Dominici, por la que se prohibían las corridas de toros.
Solamente en Italia fue obedecida; en
Francia, España, Méjico y Portugal, hicieron caso omiso.
Está claro que las bulas papales se
cumplían cuando interesaban.
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