Publicado el 5 de febrero de 2012
Hace unos días, escuchando en la
radio una noticia sobre cierto desahogo amoroso de urgencia, que una
alcaldesa belga protagonizó con su novio en la torre del homenaje
del castillo de Olite y a la vista de un avispado que, video en mano,
se puso a grabarlo, comentó el presentador que, casualmente en
aquella misma torre y hace ya muchos siglos, murió, por fin, una
longeva reina navarra, cuando al querer subir a contemplar sus
dominios, cayó rodando por las escaleras de piedra.
Para unos, la reina se llamaba Tota,
para otros Toda, que al final lo mismo da y era hija de Aznar Sánchez
de Larraún y Oneca Fortúnez, y nieta de Fortún Sánchez I, rey de
Pamplona. Como los apellidos se componían entonces agregando “ez”
al nombre del padre, ella era Toda Aznárez.
Nació el año 876, en Pamplona y
vivió ochenta y dos años y tan intensos como que al final de su
vida era tía de casi todos los reyes de la Península e incluso del
Califa de Córdoba, Abderramán III.
Pero de todas las curiosidades de esta
reina, la que llamó más mi atención es la que me propongo contar
ahora.
Por matrimonio con el rey de Navarra
Sancho Garcés I, se convirtió en reina y dio al monarca siete
hijos, la mayoría mujeres que consiguió colocar en todas las casas
reales de la Península.
Reinaba en León Ramiro II que se casó
con Urraca de Pamplona, hija de Toda Aznárez, con la cual tuvo un
hijo llamado Sancho, joven de extraordinaria gordura al que los
súbditos rápidamente pusieron el apodo de “El Craso”, cuyo
significado es grueso, gordo.
Cuando murió Ramiro, le sucedió su
primogénito Ordoño, habido de madre anterior, lo que hizo que el
Gordo le disputara la corona, al creerse más digno heredero. Al
morir aquél, poco tiempo después, el orondo infante subió al
trono.
Sancho
I “El Gordo”
Pero los nobles leoneses, capitaneados
por Fernán González, Conde de Castilla, territorios que entonces
pertenecían a la corona de León, no soportan la extrema gordura del
rey, incapaz de capitanear las tropas, defender una fortaleza e
incluso de las labores más cotidianas a las que su obesidad tenía
vetado y, con las habituales malas artes tan frecuentes en la época,
consiguen deponerlo, colocando en su lugar a Ordoño IV, cuyo padre,
Alfonso VI, que había sido rey de León, abdicó a la muerte de su
esposa, Oneca de Navarra, también hija de la legendaria reina Toda y
en favor de su hermano Ramiro II.
Esta es también una historia digna de
ser contada, pues Alfonso, tras la abdicación ingresó en el
monasterio de Sahagún, pero unos años después quiso recuperar el
trono y su hermano ordenó prenderlo y cegarlo, con lo que acabaron
sus pretensiones.
Ordoño IV, era también un individuo
contrahecho, portador de una buena joroba y al que por sus escasas
cualidades humanas apodaban “El Malo” y por razón de parentesco,
primo hermano del Gordo, el cual, como una nenaza, huyó a buscar
refugio en el regazo de su abuela, la reina Toda.
Y aquí es donde la historia adquiere
un tinte realmente sorprendente porque la reina navarra comprendió
que su nieto estaba demasiado gordo como para ser un rey batallador y
además de un reino permanentemente en guerras, por lo que se hacía
necesario poner remedio a la situación.
Como es conocido por todos, las dietas
alimenticias no se habían inventado, el ejercicio físico era el que
proporcionaba la actividad diaria de cada uno y la mesa de los ricos
no era el lugar más adecuado para la sobriedad alimentaria, así que
la reina pensó que el caso era para ponerlo en manos de buenos
médicos y escribió a su sobrino, Abderramán III, califa de
Al-Andalus y el más poderoso gobernante de occidente, cuyo reino
tenía por capital a la ciudad de Córdoba que concentraba la cultura
y el saber y en donde el califa tenía por amigo, secretario,
representante y diplomático, a un judío que a pesar de ser de
escasa estatura, algunos dicen que poco más de un metro, era un
extraordinario médico y un hombre tan inteligente que en una
sociedad en donde el hedonismo imperaba hasta extremos insospechados,
aquella persona fea y pequeña, había conseguido junto al califa, el
lugar más importante de toda la corte.
La razón por la qué la reina Toda
era pariente de Abderramán, es otra una curiosa historia. Su madre,
Oneca Fortúnez estuvo casada con el emir de Córdoba Abd Allah, en
una maniobra para conseguir alianzas y cierta paz entre los reinos,
pero Oneca huyó de Córdoba abandonando allí a sus dos hijos,
Muhammad y Zayd. Más tarde Muhammad tuvo un hijo que fue Abderramán.
Cuando su abuelo Abd Allah mató a su padre y a su tío, se
compadeció del joven Abderramán y lo crió como a un hijo,
convirtiéndolo en heredero del emirato. Por tanto Abderramán era
hijo de un hermanastro de Toda.
Abderramán, al que aquel extraño,
pero cierto parentesco llegaba a divertir, optó por enviarle al más
afamado médico de occidente, el enano Hasday Ibn Shaprut, al que
apodaban “El Jienense”, por haber sido Jaén su ciudad natal.
Este es otro personaje digno de mejor
estudio, porque algunos historiadores lo consideran como el verdadero
impulsor de edad de oro de la cultura judía en la Península
Ibérica.
Este médico y amigo personal del
califa, se trasladó a Pamplona en donde examinó al depuesto rey
gordo y comprendió que aquello era algo fuera de lo común y que
había que tratarlo, pero en Córdoba, donde tenía sus libros y sus
remedios.
Así pues, doña Toda, en compañía
de numerosos clérigos y dignatarios del reino de Navarra, con unas
parihuelas en las que transportaban a su nieto y en una especie de
peregrinación buscando una milagrosa curación, con casi ochenta
años, emprende viaje hasta Córdoba, a donde llegan en medio de gran
expectación por varias razones, entre otras porque es la primera vez
que visitan la ciudad dos monarcas cristianos, en son de paz, como
amigos y reconociendo el prestigio que el Califato ya ha alcanzado.
La primera dificultad se presenta
cuando quieren subir a Sancho a un caballo, con el que haga una
entrada en la ciudad digna y a la altura de su categoría. La empresa
resulta imposible pues la obesidad del rey es tal que no hay forma de
izarlo. Luego quieren subirlo a un asno, pero al pobre animal se le
doblan las piernas y no consigue dar ni un paso con tan tremenda
carga.
Por fin se impone el criterio sensato
de su abuela y deciden que entre en la ciudad a pie, la forma menos
ominosa de hacer una digna aparición.
Una vez instalados en el palacio real,
donde Abderramán los recibe con toda suerte de agasajos, empieza un
calvario para el Gordo que inicia una dieta consistente en poca
comida, escasa en poder alimenticio y ejercicio.
En principio, el médico enano le hace
recorrer todo el perímetro del palacio andando a buen paso, cosa que
el Gordo no puede completar. Luego lo somete a una dieta a base de
infusiones de diversas plantas, incluso opiáceos que disminuyen su
apetito y que a la larga le producen una atonía vital de la que
resulta difícil salir.
Pero gracias a una cocinera del
palacio que se apiada del pobre Gordo y lo alimenta a escondidas, el
Gordo empieza a aprender a conjugar algunos elementos que hasta
entonces no había sabido hacer y unido al ejercicio diario y a la
alimentación escasa, los cocimientos del médico y la tenaz
vigilancia de su abuela, empieza a perder peso, lo que produce en
todos la mayor de las alegrías.
Toda debe regresar a su reino, pues es
la reina regente desde la muerte de su marido y deja al Gordo en
Córdoba para que siga adelgazando.
Cuando ya su línea es aceptable,
consigue rodear corriendo el perímetro del palacio y realizar otras
actividades que resultaban normales para todos, se piensa en la
marcha del joven Sancho, el cual consigue una alianza con Abderramán
para recuperar su reino.
Cuando, fuertemente apoyado por el
ejército del califa, se presenta en el reino de León, a su primo
Ordoño le falta tiempo para salir huyendo y abandonar el reino.
Sancho reina por segunda vez desde 960
hasta 966, pero ya su abuela Toda había fallecido.
Tenía ochenta y dos años cuando el
día quince de octubre de 958 se empeñó en subir a la Torre del
Homenaje del castillo de Olite, en donde vivía y desde arriba
contemplar cómo el color del otoño se había apoderado de las hojas
de los chopos que había alrededor del castillo. Fue quizás una
premonición de su muerte cercana lo que la impulsó a contemplar sus
tierras por última vez, lo cierto es que dio un traspié en la
empinada escalera y rodó, provocándose heridas de las que murió.
Creemos que la obesidad mórbida, las
dietas adelgazantes y todas esas zarandajas que padecen aquellas
personas que, simplemente, ingresan en sus cuerpos más calorías de
las que consumen, es cosa de estos tiempos en los que se ha impuesto
la cultura al cuerpo como una asignatura más, pero vemos que no es
así. Por estar gordo se puede perder hasta un reino y por adelgazar,
realizar un viaje como el de Sancho el Gordo y su abuela, la reina
Toda.
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