lunes, 1 de abril de 2013

EL GORDO Y EL MALO

Publicado el 5 de febrero de 2012




Hace unos días, escuchando en la radio una noticia sobre cierto desahogo amoroso de urgencia, que una alcaldesa belga protagonizó con su novio en la torre del homenaje del castillo de Olite y a la vista de un avispado que, video en mano, se puso a grabarlo, comentó el presentador que, casualmente en aquella misma torre y hace ya muchos siglos, murió, por fin, una longeva reina navarra, cuando al querer subir a contemplar sus dominios, cayó rodando por las escaleras de piedra.
Para unos, la reina se llamaba Tota, para otros Toda, que al final lo mismo da y era hija de Aznar Sánchez de Larraún y Oneca Fortúnez, y nieta de Fortún Sánchez I, rey de Pamplona. Como los apellidos se componían entonces agregando “ez” al nombre del padre, ella era Toda Aznárez.
Nació el año 876, en Pamplona y vivió ochenta y dos años y tan intensos como que al final de su vida era tía de casi todos los reyes de la Península e incluso del Califa de Córdoba, Abderramán III.
Pero de todas las curiosidades de esta reina, la que llamó más mi atención es la que me propongo contar ahora.
Por matrimonio con el rey de Navarra Sancho Garcés I, se convirtió en reina y dio al monarca siete hijos, la mayoría mujeres que consiguió colocar en todas las casas reales de la Península.
Reinaba en León Ramiro II que se casó con Urraca de Pamplona, hija de Toda Aznárez, con la cual tuvo un hijo llamado Sancho, joven de extraordinaria gordura al que los súbditos rápidamente pusieron el apodo de “El Craso”, cuyo significado es grueso, gordo.
Cuando murió Ramiro, le sucedió su primogénito Ordoño, habido de madre anterior, lo que hizo que el Gordo le disputara la corona, al creerse más digno heredero. Al morir aquél, poco tiempo después, el orondo infante subió al trono.

Sancho I “El Gordo”

Pero los nobles leoneses, capitaneados por Fernán González, Conde de Castilla, territorios que entonces pertenecían a la corona de León, no soportan la extrema gordura del rey, incapaz de capitanear las tropas, defender una fortaleza e incluso de las labores más cotidianas a las que su obesidad tenía vetado y, con las habituales malas artes tan frecuentes en la época, consiguen deponerlo, colocando en su lugar a Ordoño IV, cuyo padre, Alfonso VI, que había sido rey de León, abdicó a la muerte de su esposa, Oneca de Navarra, también hija de la legendaria reina Toda y en favor de su hermano Ramiro II.
Esta es también una historia digna de ser contada, pues Alfonso, tras la abdicación ingresó en el monasterio de Sahagún, pero unos años después quiso recuperar el trono y su hermano ordenó prenderlo y cegarlo, con lo que acabaron sus pretensiones.
Ordoño IV, era también un individuo contrahecho, portador de una buena joroba y al que por sus escasas cualidades humanas apodaban “El Malo” y por razón de parentesco, primo hermano del Gordo, el cual, como una nenaza, huyó a buscar refugio en el regazo de su abuela, la reina Toda.
Y aquí es donde la historia adquiere un tinte realmente sorprendente porque la reina navarra comprendió que su nieto estaba demasiado gordo como para ser un rey batallador y además de un reino permanentemente en guerras, por lo que se hacía necesario poner remedio a la situación.
Como es conocido por todos, las dietas alimenticias no se habían inventado, el ejercicio físico era el que proporcionaba la actividad diaria de cada uno y la mesa de los ricos no era el lugar más adecuado para la sobriedad alimentaria, así que la reina pensó que el caso era para ponerlo en manos de buenos médicos y escribió a su sobrino, Abderramán III, califa de Al-Andalus y el más poderoso gobernante de occidente, cuyo reino tenía por capital a la ciudad de Córdoba que concentraba la cultura y el saber y en donde el califa tenía por amigo, secretario, representante y diplomático, a un judío que a pesar de ser de escasa estatura, algunos dicen que poco más de un metro, era un extraordinario médico y un hombre tan inteligente que en una sociedad en donde el hedonismo imperaba hasta extremos insospechados, aquella persona fea y pequeña, había conseguido junto al califa, el lugar más importante de toda la corte.
La razón por la qué la reina Toda era pariente de Abderramán, es otra una curiosa historia. Su madre, Oneca Fortúnez estuvo casada con el emir de Córdoba Abd Allah, en una maniobra para conseguir alianzas y cierta paz entre los reinos, pero Oneca huyó de Córdoba abandonando allí a sus dos hijos, Muhammad y Zayd. Más tarde Muhammad tuvo un hijo que fue Abderramán. Cuando su abuelo Abd Allah mató a su padre y a su tío, se compadeció del joven Abderramán y lo crió como a un hijo, convirtiéndolo en heredero del emirato. Por tanto Abderramán era hijo de un hermanastro de Toda.
Abderramán, al que aquel extraño, pero cierto parentesco llegaba a divertir, optó por enviarle al más afamado médico de occidente, el enano Hasday Ibn Shaprut, al que apodaban “El Jienense”, por haber sido Jaén su ciudad natal.
Este es otro personaje digno de mejor estudio, porque algunos historiadores lo consideran como el verdadero impulsor de edad de oro de la cultura judía en la Península Ibérica.
Este médico y amigo personal del califa, se trasladó a Pamplona en donde examinó al depuesto rey gordo y comprendió que aquello era algo fuera de lo común y que había que tratarlo, pero en Córdoba, donde tenía sus libros y sus remedios.
Así pues, doña Toda, en compañía de numerosos clérigos y dignatarios del reino de Navarra, con unas parihuelas en las que transportaban a su nieto y en una especie de peregrinación buscando una milagrosa curación, con casi ochenta años, emprende viaje hasta Córdoba, a donde llegan en medio de gran expectación por varias razones, entre otras porque es la primera vez que visitan la ciudad dos monarcas cristianos, en son de paz, como amigos y reconociendo el prestigio que el Califato ya ha alcanzado.
La primera dificultad se presenta cuando quieren subir a Sancho a un caballo, con el que haga una entrada en la ciudad digna y a la altura de su categoría. La empresa resulta imposible pues la obesidad del rey es tal que no hay forma de izarlo. Luego quieren subirlo a un asno, pero al pobre animal se le doblan las piernas y no consigue dar ni un paso con tan tremenda carga.
Por fin se impone el criterio sensato de su abuela y deciden que entre en la ciudad a pie, la forma menos ominosa de hacer una digna aparición.
Una vez instalados en el palacio real, donde Abderramán los recibe con toda suerte de agasajos, empieza un calvario para el Gordo que inicia una dieta consistente en poca comida, escasa en poder alimenticio y ejercicio.
En principio, el médico enano le hace recorrer todo el perímetro del palacio andando a buen paso, cosa que el Gordo no puede completar. Luego lo somete a una dieta a base de infusiones de diversas plantas, incluso opiáceos que disminuyen su apetito y que a la larga le producen una atonía vital de la que resulta difícil salir.
Pero gracias a una cocinera del palacio que se apiada del pobre Gordo y lo alimenta a escondidas, el Gordo empieza a aprender a conjugar algunos elementos que hasta entonces no había sabido hacer y unido al ejercicio diario y a la alimentación escasa, los cocimientos del médico y la tenaz vigilancia de su abuela, empieza a perder peso, lo que produce en todos la mayor de las alegrías.
Toda debe regresar a su reino, pues es la reina regente desde la muerte de su marido y deja al Gordo en Córdoba para que siga adelgazando.
Cuando ya su línea es aceptable, consigue rodear corriendo el perímetro del palacio y realizar otras actividades que resultaban normales para todos, se piensa en la marcha del joven Sancho, el cual consigue una alianza con Abderramán para recuperar su reino.
Cuando, fuertemente apoyado por el ejército del califa, se presenta en el reino de León, a su primo Ordoño le falta tiempo para salir huyendo y abandonar el reino.
Sancho reina por segunda vez desde 960 hasta 966, pero ya su abuela Toda había fallecido.
Tenía ochenta y dos años cuando el día quince de octubre de 958 se empeñó en subir a la Torre del Homenaje del castillo de Olite, en donde vivía y desde arriba contemplar cómo el color del otoño se había apoderado de las hojas de los chopos que había alrededor del castillo. Fue quizás una premonición de su muerte cercana lo que la impulsó a contemplar sus tierras por última vez, lo cierto es que dio un traspié en la empinada escalera y rodó, provocándose heridas de las que murió.
Creemos que la obesidad mórbida, las dietas adelgazantes y todas esas zarandajas que padecen aquellas personas que, simplemente, ingresan en sus cuerpos más calorías de las que consumen, es cosa de estos tiempos en los que se ha impuesto la cultura al cuerpo como una asignatura más, pero vemos que no es así. Por estar gordo se puede perder hasta un reino y por adelgazar, realizar un viaje como el de Sancho el Gordo y su abuela, la reina Toda.


No hay comentarios:

Publicar un comentario