Publicado el 11 de diciembre de 2011
No todas las categorías de honorario
son iguales. Hay personas que sin haber ejercido nunca una
profesión, en un momento de fortuna en su vida, se ven adornados con
el título de miembro “Honorario” de alguna academia,
universidad, gremio o colectivo en general. Poco importa que sea de
tal o cual profesión, lo importante es que nunca la ha ejercido y lo
han nombrado. A otros, se les prorroga indefinidamente su aportación
a una faceta de la función pública y se le da el título vitalicio de
honorario de lo mismo que fue durante su etapa de vida laboral
activa.
Lo primero es lo que le ocurrió hace
ya casi dos siglo a un ilustre vecino nuestro, una persona de vida
y conocimientos inciertos pero que, desde luego, estaba alumbrada por
una originalidad que lo distanciaba del resto de los humanos.
Muy desconocido en la provincia, es
tremendamente famoso en su pueblo natal, Medina Sidonia, porque allí,
Mariano Pardo Figueroa y
Serna, conocido por
Doctor Thebussem,
es tan familiar que hasta un centro de enseñanza lleva su nombre.
Nació en 1828 y después de estudiar derecho en Sevilla, Granada y
Madrid, y dedicar unos años a viajar por todo el mundo, se afincó
en su villa natal, de donde casi no volvió a salir.
Se inventó el sobrenombre de
Thebussem
que no más que "embustes" en orden de letras distinto, con una “th”
que haga parecer una supuesta ascendencia germánica y con una “s”
de propina y “disimulona”, para acrecentar la nórdica
procedencia y crear un distanciamiento que le permitiera ejercer como
hispanista y crítico de la situación política española, desde la
posición lejana de un supuesto instruido caballero teutón.
Mariano Pardo
no fue el inventor de la tarjeta postal, tal como ahora las
conocemos, pero sí que fue el impulsor en España de aquella moda
que ya circulaba por algunos países europeos. Promocionó tanto la
filatelia, una afición sobre la que escribió mucho y que popularizó
hasta el extremo de que su contribución incrementó
considerablemente las ganancias del servicio de Correos; también
fomentó la correspondencia a través de tarjetas postales con
fotografías de ciudades y paisajes. Por esos dos destacados
favores a las arcas de aquel servicio público que apenas se
iniciaba, la Dirección General de Correos de España lo nombró, el
20 de marzo del año 1880, primer “Cartero
Honorario”. Después,
solamente cuatro personas han merecido este reconocimiento, entre las
que se encuentran Camilo José Cela y Antonio Mingote, el último de
ellos. Esta distinción permite usar un matasellos propio y enviar
cartas sin franqueo.
Carta con su matasellos
personalizado
Sobre él han escrito muchos y muchos
más le han escrito a él, que, gran aficionado al epistolario, se
“carteaba” con cuantas personas interesantes iban pasando por su
vida.
Uno de sus amigos más íntimos y con
el que mantuvo el afecto hasta el momento de su muerte fue el Conde
de las Navas, que también fue su biógrafo que cuenta una anécdota
relacionada con su profesión de abogado, que sólo ejerció en una
ocasión.
Fue cuando en el turno de pobres, que
entonces se llamaba a la defensa de los que no tenían medios
económicos para procurarse un abogado, le tocó defender a un hombre
que había matado a su mujer y a su suegra, en lo que hoy diríamos
un claro delito de violencia machista. La erudición de Mariano
Pardo, sus conocimientos del derecho y su facilidad para exponer,
estaban a una altura que ni jueces, ni fiscales podían soñar con
llegar y, en consecuencia, hizo una defensa tan brillante que
consiguió la absolución de su patrocinado que siendo culpable,
resultó ser inocente. Después de aquel juicio y desencantado de la
justicia, Mariano colgó la toga y nunca más ejerció la profesión
que había estudiado.
De su amistad con dos gaditanos,
paisanos suyos, por tanto, surgió otra anécdota también curiosa.
El primer amigo era el general Pavía, nacido en Cádiz, que pasó a
la historia por irrumpir en el Congreso de los diputados, el día 3
de enero de 1874, a las siete de la mañana y disolver las Cortes.
Dice la leyenda que entró a caballo, lo que no es cierto, pero sí
que lo hizo con dos compañías de la Guardia Civil, dos de
infantería y una batería de montaña. El Congreso había estado
toda la noche de deliberaciones y a las cinco de la mañana se
produjo la votación que enardeció el ánimo del capitán General de
Madrid, don Manuel Pavía y Rodríguez de Alburquerque. No hubo de
disparar ni un solo tiro, pues sus señorías abandonaron sus escaños
en perfecto orden y se marcharon a la calle. Esta acción acabó
prácticamente con la Primera República. Como consecuencia, en toda
España hubo un gran movimiento político y en Medina Sidonia se
recibió una orden por telégrafo, según la cual se nombraba alcalde
de la ciudad a don Mariano Pardo de Figueroa.
El Doctor Thebussem llamó al
comandante de puesto de la Guardia Civil y le dijo que lo tenía que
llevar esposado hasta el Ayuntamiento, pues de otra manera no iría y
que a continuación pusiera un telegrama al General don Francisco
Serrano, nacido en la Isla de León, actual San Fernando y a partir
de aquel Golpe de Estado, Presidente del Poder Ejecutivo de la
Primera República, pidiéndole que le liberase del cargo para el que
había sido designado. Naturalmente que el General Serrano lo exoneró
de su responsabilidad y el Doctor Thebussem fue alcalde de Medina
solo durante un rato.
Pero el aspecto más interesante de
este personaje no fue la filatelia, ni la gastronomía, en la que
hizo numerosas incursiones escribiendo libros sobre cocina, sino su
actividad como “cervantista”, faceta en la que tuvo la virtud de
despertar la afición por el estudio de Cervantes y su obra.
Este personaje, siempre extraño y
original, publicó una colección de cartas denominada Epístolas
Droapianas en las
que un tal señor M.
Droap (nuevamente su
apellido en otro orden), escribía al Doctor
Thebussem entre los
años 1862 al 1868 sobre diversos aspectos de Cervantes y su obra
cumbre, El Quijote.
Supuestamente el tal Droap era alguien
subordinado a Thebussem, al que llamaba conde de Thirmen, otro juego
de letras con la palabra mentir enredada en un título nobiliario y
al que informaba de cuantas novedades se iban produciendo en los
círculos literarios e intelectuales, en relación con la figura del
Quijote. Quería dar a sus escritos una especie de lejanía
romántica, muy de moda en aquel momento, haciendo parecer que dos
extranjeros, por demás, desconocidos en el mundo de la literatura,
se carteaban haciendo resaltar aspectos de la obra de Cervantes que
en España no despertaban interés alguno.
Y aquella farsa, irónica y mordaz, en
las que el autor vertía sus indudables y muy amplios conocimientos
sobre Cervantes y su obra, tuvieron la fortuna de despertar
nuevamente la atención y el estudio que Cervantes y sobre todo, su
obra cumbre, El Quijote, merecían y que, por demasiado tiempo, había
permanecido durmiendo un injusto sueño, muy posiblemente provocado
por las convulsiones de todo tipo que trajo el siglo XIX a nuestra
querida España.
Retrato
de Pardo Figueroa en 1860
La larguísima correspondencia
epistolar entre esos dos personajes de ficción, fue recogida en
siete cartas, una cada año en las que se vierten muchísima
información, no siempre comprobada y no totalmente digna de crédito,
quizás a veces producto de la propia fantasía de su autor, que las
publicó a sus expensas y nunca vendió, sino que regalaba a sus
conocidos.
Aunque no salía apenas de su Medina
natal, no era obstáculo para que formara parte de importantes
centros de la intelectualidad y del pensamiento como la Real Academia
de la Historia, de la que fue académico correspondiente, categoría
que se creó para los que vivían lejos de la Corte y a la que,
sabiendo que iba a asistir muy poco, regaló un retrato pintado por
un admirador para estar presente de alguna manera. Fue también
miembro de la Academia de la Lengua de Sevilla y de muchas otras
Instituciones nacionales y extranjeras.
Despierto nuevamente el interés por
la novela más importante de la literatura universal, pasaron años y
años y nosotros volvimos a sentirnos orgullosos de contar con un
escritor de la talla mundial de don Miguel de Cervantes.
Y si después de tantos años seguimos
hablando de Cervantes y su obra, en buena medida se lo debemos a un
Cartero Honorario de nuestra vecina ciudad de Medina Sidonia.
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