lunes, 1 de abril de 2013

EL CARTERO HONORARIO

Publicado el 11 de diciembre de 2011




No todas las categorías de honorario son iguales. Hay personas que sin haber ejercido nunca una profesión, en un momento de fortuna en su vida, se ven adornados con el título de miembro “Honorario” de alguna academia, universidad, gremio o colectivo en general. Poco importa que sea de tal o cual profesión, lo importante es que nunca la ha ejercido y lo han nombrado. A otros, se les prorroga indefinidamente su aportación a una faceta de la función pública y se le da el título vitalicio de honorario de lo mismo que fue durante su etapa de vida laboral activa.
Lo primero es lo que le ocurrió hace ya casi dos siglo a un ilustre vecino nuestro, una persona de vida y conocimientos inciertos pero que, desde luego, estaba alumbrada por una originalidad que lo distanciaba del resto de los humanos.
Muy desconocido en la provincia, es tremendamente famoso en su pueblo natal, Medina Sidonia, porque allí, Mariano Pardo Figueroa y Serna, conocido por Doctor Thebussem, es tan familiar que hasta un centro de enseñanza lleva su nombre. Nació en 1828 y después de estudiar derecho en Sevilla, Granada y Madrid, y dedicar unos años a viajar por todo el mundo, se afincó en su villa natal, de donde casi no volvió a salir.
Se inventó el sobrenombre de Thebussem que no más que "embustes" en orden de letras distinto, con una “th” que haga parecer una supuesta ascendencia germánica y con una “s” de propina y “disimulona”, para acrecentar la nórdica procedencia y crear un distanciamiento que le permitiera ejercer como hispanista y crítico de la situación política española, desde la posición lejana de un supuesto instruido caballero teutón.
Mariano Pardo no fue el inventor de la tarjeta postal, tal como ahora las conocemos, pero sí que fue el impulsor en España de aquella moda que ya circulaba por algunos países europeos. Promocionó tanto la filatelia, una afición sobre la que escribió mucho y que popularizó hasta el extremo de que su contribución incrementó considerablemente las ganancias del servicio de Correos; también fomentó la correspondencia a través de tarjetas postales con fotografías de ciudades y paisajes. Por esos dos destacados favores a las arcas de aquel servicio público que apenas se iniciaba, la Dirección General de Correos de España lo nombró, el 20 de marzo del año 1880, primer “Cartero Honorario”. Después, solamente cuatro personas han merecido este reconocimiento, entre las que se encuentran Camilo José Cela y Antonio Mingote, el último de ellos. Esta distinción permite usar un matasellos propio y enviar cartas sin franqueo.

Carta con su matasellos personalizado


Sobre él han escrito muchos y muchos más le han escrito a él, que, gran aficionado al epistolario, se “carteaba” con cuantas personas interesantes iban pasando por su vida.
Uno de sus amigos más íntimos y con el que mantuvo el afecto hasta el momento de su muerte fue el Conde de las Navas, que también fue su biógrafo que cuenta una anécdota relacionada con su profesión de abogado, que sólo ejerció en una ocasión.
Fue cuando en el turno de pobres, que entonces se llamaba a la defensa de los que no tenían medios económicos para procurarse un abogado, le tocó defender a un hombre que había matado a su mujer y a su suegra, en lo que hoy diríamos un claro delito de violencia machista. La erudición de Mariano Pardo, sus conocimientos del derecho y su facilidad para exponer, estaban a una altura que ni jueces, ni fiscales podían soñar con llegar y, en consecuencia, hizo una defensa tan brillante que consiguió la absolución de su patrocinado que siendo culpable, resultó ser inocente. Después de aquel juicio y desencantado de la justicia, Mariano colgó la toga y nunca más ejerció la profesión que había estudiado.
De su amistad con dos gaditanos, paisanos suyos, por tanto, surgió otra anécdota también curiosa. El primer amigo era el general Pavía, nacido en Cádiz, que pasó a la historia por irrumpir en el Congreso de los diputados, el día 3 de enero de 1874, a las siete de la mañana y disolver las Cortes. Dice la leyenda que entró a caballo, lo que no es cierto, pero sí que lo hizo con dos compañías de la Guardia Civil, dos de infantería y una batería de montaña. El Congreso había estado toda la noche de deliberaciones y a las cinco de la mañana se produjo la votación que enardeció el ánimo del capitán General de Madrid, don Manuel Pavía y Rodríguez de Alburquerque. No hubo de disparar ni un solo tiro, pues sus señorías abandonaron sus escaños en perfecto orden y se marcharon a la calle. Esta acción acabó prácticamente con la Primera República. Como consecuencia, en toda España hubo un gran movimiento político y en Medina Sidonia se recibió una orden por telégrafo, según la cual se nombraba alcalde de la ciudad a don Mariano Pardo de Figueroa.
El Doctor Thebussem llamó al comandante de puesto de la Guardia Civil y le dijo que lo tenía que llevar esposado hasta el Ayuntamiento, pues de otra manera no iría y que a continuación pusiera un telegrama al General don Francisco Serrano, nacido en la Isla de León, actual San Fernando y a partir de aquel Golpe de Estado, Presidente del Poder Ejecutivo de la Primera República, pidiéndole que le liberase del cargo para el que había sido designado. Naturalmente que el General Serrano lo exoneró de su responsabilidad y el Doctor Thebussem fue alcalde de Medina solo durante un rato.
Pero el aspecto más interesante de este personaje no fue la filatelia, ni la gastronomía, en la que hizo numerosas incursiones escribiendo libros sobre cocina, sino su actividad como “cervantista”, faceta en la que tuvo la virtud de despertar la afición por el estudio de Cervantes y su obra.
Este personaje, siempre extraño y original, publicó una colección de cartas denominada Epístolas Droapianas en las que un tal señor M. Droap (nuevamente su apellido en otro orden), escribía al Doctor Thebussem entre los años 1862 al 1868 sobre diversos aspectos de Cervantes y su obra cumbre, El Quijote.
Supuestamente el tal Droap era alguien subordinado a Thebussem, al que llamaba conde de Thirmen, otro juego de letras con la palabra mentir enredada en un título nobiliario y al que informaba de cuantas novedades se iban produciendo en los círculos literarios e intelectuales, en relación con la figura del Quijote. Quería dar a sus escritos una especie de lejanía romántica, muy de moda en aquel momento, haciendo parecer que dos extranjeros, por demás, desconocidos en el mundo de la literatura, se carteaban haciendo resaltar aspectos de la obra de Cervantes que en España no despertaban interés alguno.
Y aquella farsa, irónica y mordaz, en las que el autor vertía sus indudables y muy amplios conocimientos sobre Cervantes y su obra, tuvieron la fortuna de despertar nuevamente la atención y el estudio que Cervantes y sobre todo, su obra cumbre, El Quijote, merecían y que, por demasiado tiempo, había permanecido durmiendo un injusto sueño, muy posiblemente provocado por las convulsiones de todo tipo que trajo el siglo XIX a nuestra querida España.

Retrato de Pardo Figueroa en 1860

La larguísima correspondencia epistolar entre esos dos personajes de ficción, fue recogida en siete cartas, una cada año en las que se vierten muchísima información, no siempre comprobada y no totalmente digna de crédito, quizás a veces producto de la propia fantasía de su autor, que las publicó a sus expensas y nunca vendió, sino que regalaba a sus conocidos.
Aunque no salía apenas de su Medina natal, no era obstáculo para que formara parte de importantes centros de la intelectualidad y del pensamiento como la Real Academia de la Historia, de la que fue académico correspondiente, categoría que se creó para los que vivían lejos de la Corte y a la que, sabiendo que iba a asistir muy poco, regaló un retrato pintado por un admirador para estar presente de alguna manera. Fue también miembro de la Academia de la Lengua de Sevilla y de muchas otras Instituciones nacionales y extranjeras.
Despierto nuevamente el interés por la novela más importante de la literatura universal, pasaron años y años y nosotros volvimos a sentirnos orgullosos de contar con un escritor de la talla mundial de don Miguel de Cervantes.
Y si después de tantos años seguimos hablando de Cervantes y su obra, en buena medida se lo debemos a un Cartero Honorario de nuestra vecina ciudad de Medina Sidonia.




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