lunes, 1 de abril de 2013

PEOR EL REMEDIO QUE LA ENFERMEDAD

Publicado el 23 de marzo de 2012




En el siglo segundo de nuestra Era vivió un sabio conocido como Galeno que revolucionó el concepto clásico de la medicina, consiguiendo que sus postulados permaneciesen inalterables por más de quince siglos.
Afortunadamente para todos, con el progreso que a partir de la Edad Media experimentó la ciencia médica, aquellos conceptos se fueron poco a poco desterrando hasta hacerlos desaparecer por completo, pero el mérito de su longeva vida nadie se lo discute.
Galeno nació en el año 130, en la ciudad de Pérgamo, actualmente situada en la Turquía asiática, pero que entonces pertenecía a Grecia. Hijo de una acaudalado terrateniente y arquitecto, se dedicó al estudio de muchas materias hasta que se centró en la medicina, disciplina que estudió en Esmirna, Corinto y Alejandría.
Acabados los estudios y a la edad de veintisiete años, regresó a Pérgamo para gestionar una fortuna considerable que le había legado su padre. Allí trabajó durante cuatro años, sobre todo atendiendo a los gladiadores que en las peleas circenses no acababan muertos, lo que le proporcionó una gran experiencia en heridas de todo tipo, a las que él llamaba ventanas del cuerpo. Posteriormente se trasladó a Roma en donde llegó a ser médico titular de la corte del emperador Marco Aurelio.
Escribió mucho sobre medicina, usando a varios escribanos a la vez y recogiendo en sus escritos las experiencias que iba adquiriendo. Como no estaba permitido diseccionar cadáveres humanos, utilizó perros, cerdos, e incluso monos, a los practicó vivisecciones, es decir, disecciones en vivo, con el fin de estudiar las funciones del hígado, los riñones, la médula y otros órganos. Muchas de sus obras se perdieron en un incendio ocurrido en 191, sin embargo, la principal de todas, el “Methodo Medendi”, traducida como "Sobre el arte de la curación" que ha estado vigente hasta el siglo XVIII, consiguió salvarse de las llamas.
Pero quizás la contribución más importante de este insigne médico para su época, fue el describir que el cuerpo está formado por humores que eran: sanguíneo, flemático, colérico y melancólico y que las enfermedades eran causadas por un desequilibrio de esos humores que, fundamentalmente, estaban representados por la sangre, la flema, la bilis amarilla y la bilis negra.
Resultado de esta creencia fue la imposición de una serie de prácticas médicas de por si tan aberrantes y agresivas que casi escalofrío da cuando las mencionamos. Sin lugar a dudas de ninguna clase, todos responderíamos que la más monstruosa de todas era la flebotomía, vulgarmente llamada sangría y consistente en abrir una vena con la ayuda de un instrumento puntiagudo y cortante llamado lanceta y desangrar al enfermo. Contra la creencia, esa práctica sólo servía para debilitar más al paciente y acercarlo a la muerte.
Otra forma de practicar la sangría era la de utilizar sanguijuelas, cuyo uso continuó muchos años después de que la sangría fuera proscrita de la praxis médica y fundamentalmente debido a ciertas propiedades terapéuticas de la saliva de tan asquerosos animalejos para tratar algunas afecciones, así como por la posibilidad de drenar lenta y de manera controlada, ciertas acumulaciones de sangre tras algunas intervenciones quirúrgicas.
Pero a pesar del dramatismo que pueda acarrear el desangrar a una persona, para supuestamente compensar el flujo de sus humores, había otra práctica mucho más agresiva que la sangría. Esta era cuando el humor descompensado, según el diagnóstico del médico era la bilis.
La acumulación de bilis era, para el medico, cirujano, sacamuelas, etc., causa inequívoca de estreñimiento, su persistencia era de gravísimas consecuencias y la solución pasaba por recetar al enfermo una purga frenética que le hacía efectos de poderoso laxante y vomitivo, con lo que el equilibrio de la bilis se restablecía.
La práctica de provocar diarreas ha llegado casi hasta nuestros días con productos más o menos agradables de tomar. Quienes lean estas líneas habiendo cumplido los sesenta años, sin lugar a dudas recordaran los purgantes de aceite de ricino, tan desagradables de tomar como efectivos en su cometido y cuya ingesta solía ir acompañada de alguna propina que endulzara la toma; la cara opuesta del ricino era la de un producto con sabor a chocolate que recibía el nombre farmacéutico de Laxen Busto.


Envase del famoso laxante

Más o menos inocuo para la salud general, ambos productos conseguían sobradamente su propósito, pero no siempre fueron así los laxantes porque en otras épocas, las sustancias utilizadas para producir el efecto purgante contenían en su composición un producto tan altamente toxico como es el mercurio.
Durante la Revolución Americana se puso de moda un purgante llamado Calomel, eficacísimo contra el estreñimiento que actuaba causando múltiples sesiones de verdadera agonía, pero que a juicio de su inventor y de los médicos que lo usaron, era muy eficaz restableciendo el equilibrio de la bilis.
Su creador fue un médico, primer profesor de química de los Estados Unidos y uno de los padres de la Patria, llamado Benjamín Rush, el cual había obtenido un gran éxito tratando la epidemia de fiebre amarilla del año 1793. Las llamadas “píldoras biliosas” contenían cloruro de mercurio y las hacía ingerir a sus pacientes hasta que se les caían los dientes y el cabello, para terminar muriendo en terrible agonía.
Pero de forma inexplicable las píldoras tenían una gran aceptación en la comunidad médica y se fabricaban por diversos laboratorios, según la fórmula magistral que figura en la fotografía.
Tal fue la fama de aquellas píldoras que figuraban en el botiquín de supervivencia que los exploradores estadounidenses Lewis y Clark, llevaron en su larguísimo recorrido desde la Costa Este hasta la Oeste y vuelta, en una expedición que duró casi tres años, entre 1804 y 1806. Y tales fueron sus efectos que han permitido a los arqueólogos modernos localizar la mayoría de los campamentos en donde la expedición se detuvo, trazando un mapa de lo más exacto y basado en la presencia del mercurio depositado en las inmediaciones de los mismos, en los lugares utilizados como letrinas.
Afortunadamente hemos pasado de la teoría de los humores, aunque de las malas prácticas médicas no lo vamos a hacer tan rápidamente. Constantemente nos advierten que determinados productos que hasta ese momento se venían usando con total libertad, producen efectos perniciosos para la salud y de la misma manera, otros productos que no habían sido considerados como beneficiosos, resultan tener unas propiedades extraordinarias.

Prospecto de las píldoras mercuriales

Así, de pronto, supimos que el DDT que usábamos en todos los hogares para defendernos de la invasión de moscas y mosquitos que traía el verano, era un producto muy nocivo y se retiró del mercado, lo mismo que conservantes como el ácido bórico, usado en la pesca, o el nitrato de sodio empleado para tratar las carnes. La lista podría ser interminable y su supresión siempre razonable.
Un caso verdaderamente sangrante es el que ocurrió, durante la década de 1910, en la frontera entre Estados Unidos y Méjico. Allí, entre Ciudad Juarez y El Paso, miles de mejicanos, hombres y mujeres, empleadas en el servicio doméstico y en otros trabajos muy poco cualificados que los estadounidenses ya no querían hacer, cruzaban a diario y para prevenir la transmisión del tifus, eran despiojados como si de animales se tratara.
Para realizar esta labor, desnudaban a hombres y mujeres y literalmente los rociaban con gasolina, hasta desprender a los bichitos, pero produciendo unas ulceraciones y lesiones que a veces resultaban extremadamente graves. Un día, una de las asistentas que cruzaba la frontera para servir en casa de los yankees, llamada Carmelita Torres, se amotinó junto con un grupo de unas doscientas mujeres, negándose a ser tratadas de aquella manera. Se fueron agregando más y más mejicanos, hasta que al final fueron tantos que el hecho exigió la intervención del ejército.
Aquellas personas consiguieron que se dejase de utilizar la gasolina, como método desparasitador, aunque no sabemos si la solución no fue peor, porque a partir de entonces y gracias a que las autoridades sanitarias del país se opusieron a la petición del alcalde de la ciudad de El Paso que solicitaba la aplicación de cuarentena a los mejicanos, para comprobar que estaban libre de fiebre tifoidea, empezaron a usar un procedimiento de fumigación que ha durado varias décadas y para lo que se utilizaba un producto en forma de polvo llamado Zyklon B, un compuesto a base de ácido cianhídrico, absolutamente letal y el mismo que en un primer momento, empezaron a usar los nazis para el mismo fin de despiojar en sus fronteras, pero que terminó siendo usado para el exterminio de judíos en las cámaras de gas de los campos de concentración.

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