Publicado el 23 de marzo de 2012
En el siglo segundo de nuestra Era
vivió un sabio conocido como Galeno que revolucionó el concepto
clásico de la medicina, consiguiendo que sus postulados
permaneciesen inalterables por más de quince siglos.
Afortunadamente para todos, con el
progreso que a partir de la Edad Media experimentó la ciencia
médica, aquellos conceptos se fueron poco a poco desterrando hasta
hacerlos desaparecer por completo, pero el mérito de su longeva vida
nadie se lo discute.
Galeno nació en el año 130, en la
ciudad de Pérgamo, actualmente situada en la Turquía asiática,
pero que entonces pertenecía a Grecia. Hijo de una acaudalado
terrateniente y arquitecto, se dedicó al estudio de muchas materias
hasta que se centró en la medicina, disciplina que estudió en
Esmirna, Corinto y Alejandría.
Acabados los estudios y a la edad de
veintisiete años, regresó a Pérgamo para gestionar una fortuna
considerable que le había legado su padre. Allí trabajó durante
cuatro años, sobre todo atendiendo a los gladiadores que en las
peleas circenses no acababan muertos, lo que le proporcionó una gran
experiencia en heridas de todo tipo, a las que él llamaba ventanas
del cuerpo. Posteriormente se trasladó a Roma en donde llegó a ser
médico titular de la corte del emperador Marco Aurelio.
Escribió mucho sobre medicina, usando
a varios escribanos a la vez y recogiendo en sus escritos las
experiencias que iba adquiriendo. Como no estaba permitido
diseccionar cadáveres humanos, utilizó perros, cerdos, e incluso
monos, a los practicó vivisecciones, es decir, disecciones en vivo,
con el fin de estudiar las funciones del hígado, los riñones, la
médula y otros órganos. Muchas de sus obras se perdieron en un
incendio ocurrido en 191, sin embargo, la principal de todas, el
“Methodo Medendi”, traducida como "Sobre el arte de la curación" que ha estado vigente hasta el siglo XVIII, consiguió salvarse de
las llamas.
Pero quizás la contribución más
importante de este insigne médico para su época, fue el describir
que el cuerpo está formado por humores que eran: sanguíneo,
flemático, colérico y melancólico y que las enfermedades eran
causadas por un desequilibrio de esos humores que, fundamentalmente,
estaban representados por la sangre, la flema, la bilis amarilla y la
bilis negra.
Resultado de esta creencia fue la
imposición de una serie de prácticas médicas de por si tan
aberrantes y agresivas que casi escalofrío da cuando las
mencionamos. Sin lugar a dudas de ninguna clase, todos responderíamos
que la más monstruosa de todas era la flebotomía, vulgarmente
llamada sangría y consistente en abrir una vena con la ayuda de un
instrumento puntiagudo y cortante llamado lanceta y desangrar al
enfermo. Contra la creencia, esa práctica sólo servía para
debilitar más al paciente y acercarlo a la muerte.
Otra forma de practicar la sangría
era la de utilizar sanguijuelas, cuyo uso continuó muchos años
después de que la sangría fuera proscrita de la praxis médica y
fundamentalmente debido a ciertas propiedades terapéuticas de la
saliva de tan asquerosos animalejos para tratar algunas afecciones,
así como por la posibilidad de drenar lenta y de manera controlada,
ciertas acumulaciones de sangre tras algunas intervenciones
quirúrgicas.
Pero a pesar del dramatismo que pueda
acarrear el desangrar a una persona, para supuestamente compensar el
flujo de sus humores, había otra práctica mucho más agresiva que
la sangría. Esta era cuando el humor descompensado, según el
diagnóstico del médico era la bilis.
La acumulación de bilis era, para el
medico, cirujano, sacamuelas, etc., causa inequívoca de
estreñimiento, su persistencia era de gravísimas consecuencias y la
solución pasaba por recetar al enfermo una purga frenética que le
hacía efectos de poderoso laxante y vomitivo, con lo que el
equilibrio de la bilis se restablecía.
La práctica de provocar diarreas ha
llegado casi hasta nuestros días con productos más o menos
agradables de tomar. Quienes lean estas líneas habiendo cumplido los
sesenta años, sin lugar a dudas recordaran los purgantes de aceite
de ricino, tan desagradables de tomar como efectivos en su cometido y
cuya ingesta solía ir acompañada de alguna propina que endulzara la
toma; la cara opuesta del ricino era la de un producto con sabor a
chocolate que recibía el nombre farmacéutico de Laxen Busto.
Envase
del famoso laxante
Más o menos inocuo para la salud
general, ambos productos conseguían sobradamente su propósito, pero
no siempre fueron así los laxantes porque en otras épocas, las
sustancias utilizadas para producir el efecto purgante contenían en
su composición un producto tan altamente toxico como es el mercurio.
Durante la Revolución Americana se
puso de moda un purgante llamado Calomel, eficacísimo contra el
estreñimiento que actuaba causando múltiples sesiones de verdadera
agonía, pero que a juicio de su inventor y de los médicos que lo
usaron, era muy eficaz restableciendo el equilibrio de la bilis.
Su creador fue un médico, primer
profesor de química de los Estados Unidos y uno de los padres de la
Patria, llamado Benjamín Rush, el cual había obtenido un gran éxito
tratando la epidemia de fiebre amarilla del año 1793. Las llamadas
“píldoras biliosas” contenían cloruro de mercurio y las hacía
ingerir a sus pacientes hasta que se les caían los dientes y el
cabello, para terminar muriendo en terrible agonía.
Pero de forma inexplicable las
píldoras tenían una gran aceptación en la comunidad médica y se
fabricaban por diversos laboratorios, según la fórmula magistral
que figura en la fotografía.
Tal fue la fama de aquellas píldoras
que figuraban en el botiquín de supervivencia que los exploradores
estadounidenses Lewis y Clark, llevaron en su larguísimo recorrido
desde la Costa Este hasta la Oeste y vuelta, en una expedición que
duró casi tres años, entre 1804 y 1806. Y tales fueron sus efectos
que han permitido a los arqueólogos modernos localizar la mayoría
de los campamentos en donde la expedición se detuvo, trazando un
mapa de lo más exacto y basado en la presencia del mercurio
depositado en las inmediaciones de los mismos, en los lugares
utilizados como letrinas.
Afortunadamente hemos pasado de la
teoría de los humores, aunque de las malas prácticas médicas no lo
vamos a hacer tan rápidamente. Constantemente nos advierten que
determinados productos que hasta ese momento se venían usando con
total libertad, producen efectos perniciosos para la salud y de la
misma manera, otros productos que no habían sido considerados como
beneficiosos, resultan tener unas propiedades extraordinarias.
Prospecto
de las píldoras mercuriales
Así, de pronto, supimos que el DDT
que usábamos en todos los hogares para defendernos de la invasión
de moscas y mosquitos que traía el verano, era un producto muy
nocivo y se retiró del mercado, lo mismo que conservantes como el
ácido bórico, usado en la pesca, o el nitrato de sodio empleado
para tratar las carnes. La lista podría ser interminable y su
supresión siempre razonable.
Un caso verdaderamente sangrante es el
que ocurrió, durante la década de 1910, en la frontera entre
Estados Unidos y Méjico. Allí, entre Ciudad Juarez y El Paso, miles
de mejicanos, hombres y mujeres, empleadas en el servicio doméstico
y en otros trabajos muy poco cualificados que los estadounidenses ya
no querían hacer, cruzaban a diario y para prevenir la
transmisión del tifus, eran despiojados como si de animales se
tratara.
Para realizar esta labor, desnudaban a
hombres y mujeres y literalmente los rociaban con gasolina, hasta
desprender a los bichitos, pero produciendo unas ulceraciones y
lesiones que a veces resultaban extremadamente graves. Un día, una
de las asistentas que cruzaba la frontera para servir en casa de los
yankees, llamada Carmelita Torres, se amotinó junto con un grupo de
unas doscientas mujeres, negándose a ser tratadas de aquella manera.
Se fueron agregando más y más mejicanos, hasta que al final fueron
tantos que el hecho exigió la intervención del ejército.
Aquellas personas consiguieron que se
dejase de utilizar la gasolina, como método desparasitador, aunque
no sabemos si la solución no fue peor, porque a partir de entonces y
gracias a que las autoridades sanitarias del país se opusieron a la
petición del alcalde de la ciudad de El Paso que solicitaba la
aplicación de cuarentena a los mejicanos, para comprobar que estaban
libre de fiebre tifoidea, empezaron a usar un procedimiento de
fumigación que ha durado varias décadas y para lo que se utilizaba
un producto en forma de polvo llamado Zyklon B, un compuesto a base
de ácido cianhídrico, absolutamente letal y el mismo que en un
primer momento, empezaron a usar los nazis para el mismo fin de
despiojar en sus fronteras, pero que terminó siendo usado para el
exterminio de judíos en las cámaras de gas de los campos de
concentración.
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