Publicado el 22 de enero de 2012
Una Cartuja es un convento o un
monasterio que da albergue monjes de la orden de los cartujos.
Existen muchas cartujas muy famosas, una de ellas, la de Jerez,
considerada el edificio religioso más importante de la provincia de
Cádiz, la tenemos tan cerca y hemos pasado tantas veces ante su
puerta que casi no le damos importancia; pero la más famosa es la de
Parma, que es una novela de Stendhal en la que, por cierto, la
cartuja no tiene protagonismo alguno y siempre fue un enigma la razón
por la que su autor eligió ese título. Pero aparte los edificios de
las cartujas, merece más hablar de sus habitantes, los cartujos,
monjes que hacen voto de silencio y que por toda conversación al
encontrarse en el huerto o en las otras dependencias se saludan con
un: “hermano, morir habemos”; a lo que el otro responde: “ya lo
sabemos”.
En realidad no sé si esto es verdad o
fruto de la iconografía formada alrededor de tan interesante orden
que tiene más de diez siglos de existencia.
Estos monjes se han destacado desde
siempre por su austeridad, por su cercanía a la tierra y por aplicar
un principio de autarquía en toda su vida. Es decir, tratan de ser
autosuficientes y producir lo que han de consumir. A ellos y a su
afán por aprovecharlo todo, se atribuye la invención de “La
Cartujita” que no es otra cosa que tortilla de huevo, sin ningún
otro aditamento.
Esta tortilla, que en muchas partes de
España se le llama Cartujita, es conocida popularmente como Tortilla
Francesa, que no es nada francesa, sino española y a mucha honra. La
tortilla es un alimento que se conoce desde la antigüedad y que
formaba parte de la alimentación de algunos pueblos, no de todos,
pues había muchos que desconocían la existencia de las gallinas.
Hace dos mil quinientos años, el
faraón Tutmosis I, que sin ser de la familia real llegó a ser
faraón y, además, un magnífico gobernante y guerrero, regresaba a
su país después de una larga campaña victoriosa que había llevado
a su ejército de carros hasta el mismo río Éufrates.
Se había enfrentado a varias tribus
asentadas en la actual Siria y había salido victorioso, pero sobre
todo, se había quedado perplejo por dos cosas que los sirios habían
conseguido. La primera fue la invención de la Seguridad Social. No
ciertamente como la conocemos nosotros, sino como una forma arcaica
de un igualatorio médico en el que los ciudadanos, cuando estaban
sanos, pagaban a su curandero, chamán, brujo o como quiera que le
llamaran, una módica cantidad cada cierto período de tiempo y el
sanador cuidaba de su salud, pero cuando el ciudadano caía enfermo,
dejaba de pagar hasta que sanaba y así obligaba al médico a aplicar
toda su ciencia para curarle lo antes posible y seguir cobrándole el
peculio. Una forma desde luego avanzada de entender lo que es un
seguro médico.
La otra sorpresa del faraón fue que
los habitantes de aquel país casi desértico, tenían en sus casas
un ave, fea en extremo, pero que cada día les daba un huevo.
El ave era la gallina que habiendo
existido asilvestrada desde siempre, había sido domesticada por el
hombre que se aprovechaba de su capacidad para reproducirse,
sirviendo así de alimento como carne, pues los huevos no se
consumían.
Con la idea de la salud y con varias
gallinas y algún que otro gallo, Tutmosis I regresó a Egipto.
Cuando sus súbditos le recriminaron
que hubiese traído aquel animal tan feo, de triste mirada, plumas
desfavorecidas y que ya ni siquiera era capaz de volar, el faraón
les dijo: cierto que es fea y no vuela, pero es capaz de tener un
hijo cada día y os llenará el corral en pocos meses.
Y más o menos a partir de ahí, se
desarrollaron la sanidad pública y las aves de corral.
Durante muchos años, las gallinas y
los pollos contribuyeron con su carne a paliar las hambres, pero fue
mucho más tarde cuando se empezó a consumir el huevo como tal y en
esto, esos frailes de los que antes se habló, tuvieron mucho que ver.
En la diaria recolección de huevos en
los huertos de los conventos, algunos se rompían, bien en el
traslado, la manipulación o por la propia gallina que los picoteaba.
Al no ser aptos para la reproducción era una pena tirarlos, así que
a alguno se le ocurrió batirlo y cocinarlo en aceite caliente, hasta
que el huevo cuaja y forma la tortilla.
Desde entonces, a la tortilla se le ha
echado de todo, desde jamón u otros embutidos, hasta verduras,
queso, escabeches, etc. Todas exquisitas, aunque sin lugar a dudas la
reina de todas las tortillas es la llamada Tortilla Española o
tortilla de patatas y cebollas.
Pero cuenta la historia que durante la
invasión napoleónica, las cosas en España estaban muy difíciles y
prácticamente no había nada que agregar al huevo para dar mayor
consistencia a la tortilla y así nació la tortilla a secas, sólo
con huevo, a la que pronto, la imaginación popular denominó
“tortilla a la francesa”, porque eran los franceses los culpables
de aquella escasez de alimentos.
Tortilla
a la francesa, u omelette y Tortilla española o de patatas.
Centrando un poco más el tema, hay
quien piensa que el término fue acuñado precisamente en nuestra
ciudad de Cádiz y en San Fernando, en donde es lógico pensar que
las circunstancias de avituallamiento de la población eran más
duras que en otros lugares, y que cuando faltaban las patatas, las
tortillas se hacían únicamente con el huevo, pero se perfeccionó
tanto la técnica que acabada la guerra, muchas personas recordaban
aquellas tortillas que se hacían “cuando los franceses” y de ahí
se le habría quedado el nombre a un plato que, cuando está bien
cocinado y en su punto de sazón, resulta delicioso. De otra manera
puede llegar a ser poco menos que incomible.
Resulta curioso que un término
acuñado en España al que se le puso un nombre apropiado a la
situación, se haya popularizado de tal manera que, en el mundo
entero, se piense que semejante plato es una invención francesa y
que los propios franceses denominan “omelette”.
Omelette no significa nada, pero se
aplica a la tortilla y en todo el mundo es igualmente conocida. Pero
¿de dónde procede la palabra?
No está muy claro el verdadero origen
de esta curiosa palabra que de forma parecida y para referirse a lo
mismo, fue utilizada por Rabelais allá por el año 1548,
escribiéndola “homelaicte”.
En un recetario francés del siglo
XVII ya aparece de forma más parecida a la actual: aumellete.
Según esta forma gramatical, parece
que pudiera derivar del latín y que se hubiera convertido en
“lemellette” una palabra del francés primitivo que quería
significar diminutivo de lámina, haciendo referencia a su forma muy
aplastada y, ciertamente, parecida a una lámina, cuando no se la
voltea sobre sí misma.
Pero todo son especulaciones porque la
verdad, el secreto del origen de esta extraña palabra, lo tenemos en
España. Igual que la tortilla francesa es netamente española y
destinada a la exportación, el nombre con el que los franceses la
han venido conociendo no hace referencia a lámina sino a hombres y
omelette es una derivación del latín “homo lettere”, hombre de
letras, persona instruida, sabia, que ha sido capaz de convertir la
adversidad en placer, inventando que con los huevos rotos, se puede
hacer una deliciosa tortilla.
Estos hombres letrados, es decir
leídos, no eran otros que los cartujos, aquellos a los que se
mencionó al principio y esa es la razón, la única razón, por la
que en muchos pueblos de España a la tortilla francesa, u omelette,
como queramos llamarla, ellos la llaman La Cartujita.
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