Publicado el 15 de enero de 2012
Un viejo refrán dice que en casa del
herrero, cuchillo de palo y ¡qué verdad es! Hace ya unos años,
concretamente en 1976, con unos amigos y colegas del Servicio de
Inteligencia Naval de los Estados Unidos, visitamos una famosa bodega
de El Puerto de Santa María. Nos la enseñó uno de sus propietarios
y fuimos a ver la parte del edificio en donde se estableció por
primera vez la oficina que gestionaba el negocio de aquella familia.
Una placa de latón, conmemoraba la fecha en la que se había
inaugurado aquel “escritorio”, como se llamaban entonces las
oficinas.
Los colegas americanos contemplaban
todo aquello entre sorprendidos y envidiosos y no pude por menos que
preguntarles cuál era el motivo de tanta admiración por aquel
lugar. Uno de ellos, que hablaba español perfectamente, me comentó
que cómo era posible no envidiar aquello cuando una simple oficina,
como la que estábamos visitando, tenía más años de historia que
los propios Estados Unidos. Me fijé en la fecha y era varios años
anterior a su Declaración de Independencia que, precisamente aquel
año cumplía el bicentenario.
Y es verdad. Le damos muy poca
importancia a la verdadera Historia que pesa sobre nosotros y que
debería ser una de las cargas más agradable de soportar y, por el
contrario, peleamos constantemente por establecer un concepto
abstracto de memoria histórica que nadie sabe muy bien en qué
consiste y que al final, se resuelve en tratar de demostrar que una
guerra española la ganaron los que la perdieron y la perdieron los
que la ganaron.
Y es que basta echar una ojeada a la
hemeroteca de los últimos años, para comprobar el enorme desgaste
psicológico que estamos padeciendo en aras de satisfacer el ego de
cierta clase política que se empeña en hacer ver lo negro blanco y
al revés.
En todo el entramado que en nuestro
país se ha desatado en los tiempos que nos han tocado vivir, se ha
cuestionado todo lo que, desde siempre, ha constituido nuestro más
arraigado acervo cultural y desde una óptica que dan en llamar
“progresista”, desinhibida o simplemente actual, se pretende que
lo que fue, nunca pasó y que nuestros iconos o son falsos o
radicalmente contrarios a como nos lo presentaron.
Voy a citar tres ejemplos, de la
infinidad que existen y juzgue el lector qué se pretende destruir.
El primero es la posibilidad de que Cervantes no escribiera nunca el
Quijote; ya se ha incitado y hasta yo he recogido en un artículo la
argumentación para una aseveración de este tipo.
Segunda cuestión: juzga a los Reyes
Católicos y se los acusa de todo, cuando cualquier país del mundo
daría media vida por tener en su historia unos personajes de su
envergadura, creadores del Estado Moderno, vencedores del último
reducto invasor de nuestro país, con una visión universalista
envidiable y gestores de una política matrimonial que años después
convierte a España en el país más poderoso de cuantos han existido
jamás. Ni el imperio de Alejandro, ni el de Roma, ni el posterior
británico, se le podrían igualar. Cosa distinta es que luego
hayamos sabido gestionarlo.
Lo tercero y último es que El Cid
Campeador nunca existió.
Nuestra historia está cuajada de
personajes de leyenda y no porque hayan existido nada más que en esa
forma de transmisión, sino porque han sido forjadores de un espíritu
que, al menos hasta ahora, nos enorgullecía; pero se ha abierto la
veda y cualquier pseudo intelectual se permite criticar, censurar o
poner en duda la realidad.
Y digo todo esto, a modo de
introducción, porque me he encontrado un trabajo, ciertamente bien
construido, en el que se asegura que El Cid no existió; que es un
personaje literario creado para exacerbar la furia cristiana contra
el moro invasor y justificar la ausencia de Castilla un poco alejada
en las tareas de la Reconquista.
Poco menos que, salvo en el Cantar
de Mío Cid, el primer trabajo escrito en lengua castellana, ni el
personaje, ni la leyenda que encierra, son auténticos.
Se dice, en primer lugar, que El Cid,
de haber sido real, no sería castellano, sino gallego, es decir, del
reino astur leonés. Cierto que tras la muerte de Fernando I, rey de
León, ocurrida en 1065, reparte su reino entre sus hijos, y Sancho
II hereda el condado de Castilla, que siempre estuvo incorporado a la
corona de León, y es cuando lo eleva a categoría de reino, pero si
son ciertos los datos que poseemos, Rodrigo Díaz debió nacer
alrededor de 1050, lo que significa que cuando Castilla se convierte
en reino debe tener sobre quince años, quizás algunos más. Es
evidente que cuando comienza sus hazañas, Castilla ha dejado de ser
condado.
La misma teoría mantiene que el
escaso bagaje guerrero que presenta Castilla, deslegitiman su
historia y le imposibilita imponerse a los otros reinos cristianos
como Navarra, León, Aragón o Galicia, que llevan siglos guerreando
contra el invasor. Con el fin de paliar un poco esa escasez de
méritos guerreros, entre otras cosas, se inventa la figura del Cid
Campeador, convirtiendo a un noble ya fallecido, cuyo nombre era
Rodrigo Díaz y había nacido en Vivar, cerca de Burgos, en un héroe
legendario, que jugaría un papel fundamental cuando el recién
estrenado rey castellano, Sancho II, muere al pie de las murallas de
Zamora, traicionado por Bellido Dolfos.
Es entonces cuando, según el Poema,
El Cid obliga a Alfonso VI, rey de León, a jurar en Santa Gadea que
nada ha tenido que ver en el asesinato de su hermano y que al heredar
el trono de Castilla, será buen rey para los castellanos.
Sigue el estudio diciendo que no es
creíble que un noble, por muy poderoso que fuera, pudiera obligar a
un rey del poder de Alfonso a efectuar un juramento así. Un rey que
durante su reinado aumentó considerablemente su poder, hasta el
extremo de que a su muerte, a su reino se le consideraba uno de los
tres grandes imperios de la cristiandad, junto con el de Bizancio y
el Germánico.
Claro que todo esto y mucho más, es
lo que nos cuenta El Cantar de Mío Cid. Esta obra, escrita hacia
1200, narra las hazañas del caballero Rodrigo, ciertamente que con
muchas falsedades en su redacción, como el nombre de sus hijas, doña
Sol y doña Elvira, la afrenta de los condes de Carrión en el
Robledal de Corpes; la existencia de Vellido Dolfos y otras más que
los eruditos han estudiado exhaustivamente.
Presentar al Cid como un caudillo
vencedor una y otra vez sobre los almorávides, es no reconocer que
en realidad, El Cid, pactó con ellos e incluso estuvo al servicio de
varios reyes de las llamadas Taifas.
Pero es que, a pesar de las
inexactitudes que se pueden detectar, el poner gratuitamente a la
figura del Cid en tela de juicio, sería considerado, en cualquier
otro país, como un acto de lesa Patria; una traición de las más
grandes que se puedan imaginar y, sin embargo, aquí, nos dedicamos a
aplaudir hasta con las orejas a quien tiene la osadía de
desencadenar semejante desatino.
¿Se atrevería alguien en Francia a
decir algo en contra de Juana de Arco?
La pregunta se contesta sola, pero
nosotros, que somos los más patrioteros del mundo, lo hacemos sin
ningún rubor.
Quizás parte de la culpa de que todo
esto pueda suceder es el gran desconocimiento que de nuestra propia
historia tenemos, porque me cabe la duda de que la persona que
lanzara aquella especie sobre la existencia del Cid, conociera el
dato al me referiré a continuación.
En la Real Academia Española de la
Historia se conserva un manuscrito signado como 9/4922, que se
denomina “Historia Roderici” o “Gesta Roderici Campidocti”.
Este manuscrito fue hallado en 1785 en la Colegiata de San Isidoro de
León y es una copia realizada de documento anterior, en un
monasterio de Nájera en 1233. Existen otros manuscritos, de la misma
factura, mas o menos bellamente copiados.
Este manuscrito, escrito aún en
latín, a finales del siglo XII, es la biografía más antigua del
Cid y es la base actual para el conocimiento de la legendaria figura.
“Comienza
la gesta de Rodrigo Campeador”,
se
lee en tinta roja
Es muy posible que esta obra fuese la
fuente de inspiración del Cantar de Mío Cid, pues recoge
tradiciones muy similares, pero lo que parece cierto y en esa
afirmación están personas de la talla indiscutible de Menéndez
Pidal y muchos otros investigadores, es que la Gesta Roderici fue
compuesta por un testigo presencial de los hechos que en ella se
narran entre los años 1110 y 1125 y que, sucesivas adiciones a la
obra, le han ido añadiendo datos que podrían proceder de hasta un
siglo después.
El latín utilizado carece de
erudición; es de estilo sencillo y compone una narración homogénea
de la vida del Cid y de sus campañas.
Por otro lado y esto es
incuestionable, el Cid murió en Valencia en el año 1099 y es un
hecho contrastado, porque en la Catedral de la ciudad se conserva un
documento considerado como diploma de dotación, fechado en 1098 y en
el que se aprecia la firma del que fuera conquistador de la ciudad.
“Yo
Ruderico”, firma del Cid
¡Se puede afirmar que este personaje
no existió!
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