lunes, 1 de abril de 2013

LA GESTA RODERICI CAMPIDOCTIS

Publicado el 15 de enero de 2012




Un viejo refrán dice que en casa del herrero, cuchillo de palo y ¡qué verdad es! Hace ya unos años, concretamente en 1976, con unos amigos y colegas del Servicio de Inteligencia Naval de los Estados Unidos, visitamos una famosa bodega de El Puerto de Santa María. Nos la enseñó uno de sus propietarios y fuimos a ver la parte del edificio en donde se estableció por primera vez la oficina que gestionaba el negocio de aquella familia. Una placa de latón, conmemoraba la fecha en la que se había inaugurado aquel “escritorio”, como se llamaban entonces las oficinas.
Los colegas americanos contemplaban todo aquello entre sorprendidos y envidiosos y no pude por menos que preguntarles cuál era el motivo de tanta admiración por aquel lugar. Uno de ellos, que hablaba español perfectamente, me comentó que cómo era posible no envidiar aquello cuando una simple oficina, como la que estábamos visitando, tenía más años de historia que los propios Estados Unidos. Me fijé en la fecha y era varios años anterior a su Declaración de Independencia que, precisamente aquel año cumplía el bicentenario.
Y es verdad. Le damos muy poca importancia a la verdadera Historia que pesa sobre nosotros y que debería ser una de las cargas más agradable de soportar y, por el contrario, peleamos constantemente por establecer un concepto abstracto de memoria histórica que nadie sabe muy bien en qué consiste y que al final, se resuelve en tratar de demostrar que una guerra española la ganaron los que la perdieron y la perdieron los que la ganaron.
Y es que basta echar una ojeada a la hemeroteca de los últimos años, para comprobar el enorme desgaste psicológico que estamos padeciendo en aras de satisfacer el ego de cierta clase política que se empeña en hacer ver lo negro blanco y al revés.
En todo el entramado que en nuestro país se ha desatado en los tiempos que nos han tocado vivir, se ha cuestionado todo lo que, desde siempre, ha constituido nuestro más arraigado acervo cultural y desde una óptica que dan en llamar “progresista”, desinhibida o simplemente actual, se pretende que lo que fue, nunca pasó y que nuestros iconos o son falsos o radicalmente contrarios a como nos lo presentaron.
Voy a citar tres ejemplos, de la infinidad que existen y juzgue el lector qué se pretende destruir. El primero es la posibilidad de que Cervantes no escribiera nunca el Quijote; ya se ha incitado y hasta yo he recogido en un artículo la argumentación para una aseveración de este tipo.
Segunda cuestión: juzga a los Reyes Católicos y se los acusa de todo, cuando cualquier país del mundo daría media vida por tener en su historia unos personajes de su envergadura, creadores del Estado Moderno, vencedores del último reducto invasor de nuestro país, con una visión universalista envidiable y gestores de una política matrimonial que años después convierte a España en el país más poderoso de cuantos han existido jamás. Ni el imperio de Alejandro, ni el de Roma, ni el posterior británico, se le podrían igualar. Cosa distinta es que luego hayamos sabido gestionarlo.
Lo tercero y último es que El Cid Campeador nunca existió.
Nuestra historia está cuajada de personajes de leyenda y no porque hayan existido nada más que en esa forma de transmisión, sino porque han sido forjadores de un espíritu que, al menos hasta ahora, nos enorgullecía; pero se ha abierto la veda y cualquier pseudo intelectual se permite criticar, censurar o poner en duda la realidad.
Y digo todo esto, a modo de introducción, porque me he encontrado un trabajo, ciertamente bien construido, en el que se asegura que El Cid no existió; que es un personaje literario creado para exacerbar la furia cristiana contra el moro invasor y justificar la ausencia de Castilla un poco alejada en las tareas de la Reconquista.
Poco menos que, salvo en el Cantar de Mío Cid, el primer trabajo escrito en lengua castellana, ni el personaje, ni la leyenda que encierra, son auténticos.
Se dice, en primer lugar, que El Cid, de haber sido real, no sería castellano, sino gallego, es decir, del reino astur leonés. Cierto que tras la muerte de Fernando I, rey de León, ocurrida en 1065, reparte su reino entre sus hijos, y Sancho II hereda el condado de Castilla, que siempre estuvo incorporado a la corona de León, y es cuando lo eleva a categoría de reino, pero si son ciertos los datos que poseemos, Rodrigo Díaz debió nacer alrededor de 1050, lo que significa que cuando Castilla se convierte en reino debe tener sobre quince años, quizás algunos más. Es evidente que cuando comienza sus hazañas, Castilla ha dejado de ser condado.
La misma teoría mantiene que el escaso bagaje guerrero que presenta Castilla, deslegitiman su historia y le imposibilita imponerse a los otros reinos cristianos como Navarra, León, Aragón o Galicia, que llevan siglos guerreando contra el invasor. Con el fin de paliar un poco esa escasez de méritos guerreros, entre otras cosas, se inventa la figura del Cid Campeador, convirtiendo a un noble ya fallecido, cuyo nombre era Rodrigo Díaz y había nacido en Vivar, cerca de Burgos, en un héroe legendario, que jugaría un papel fundamental cuando el recién estrenado rey castellano, Sancho II, muere al pie de las murallas de Zamora, traicionado por Bellido Dolfos.
Es entonces cuando, según el Poema, El Cid obliga a Alfonso VI, rey de León, a jurar en Santa Gadea que nada ha tenido que ver en el asesinato de su hermano y que al heredar el trono de Castilla, será buen rey para los castellanos.
Sigue el estudio diciendo que no es creíble que un noble, por muy poderoso que fuera, pudiera obligar a un rey del poder de Alfonso a efectuar un juramento así. Un rey que durante su reinado aumentó considerablemente su poder, hasta el extremo de que a su muerte, a su reino se le consideraba uno de los tres grandes imperios de la cristiandad, junto con el de Bizancio y el Germánico.
Claro que todo esto y mucho más, es lo que nos cuenta El Cantar de Mío Cid. Esta obra, escrita hacia 1200, narra las hazañas del caballero Rodrigo, ciertamente que con muchas falsedades en su redacción, como el nombre de sus hijas, doña Sol y doña Elvira, la afrenta de los condes de Carrión en el Robledal de Corpes; la existencia de Vellido Dolfos y otras más que los eruditos han estudiado exhaustivamente.
Presentar al Cid como un caudillo vencedor una y otra vez sobre los almorávides, es no reconocer que en realidad, El Cid, pactó con ellos e incluso estuvo al servicio de varios reyes de las llamadas Taifas.
Pero es que, a pesar de las inexactitudes que se pueden detectar, el poner gratuitamente a la figura del Cid en tela de juicio, sería considerado, en cualquier otro país, como un acto de lesa Patria; una traición de las más grandes que se puedan imaginar y, sin embargo, aquí, nos dedicamos a aplaudir hasta con las orejas a quien tiene la osadía de desencadenar semejante desatino.
¿Se atrevería alguien en Francia a decir algo en contra de Juana de Arco?
La pregunta se contesta sola, pero nosotros, que somos los más patrioteros del mundo, lo hacemos sin ningún rubor.
Quizás parte de la culpa de que todo esto pueda suceder es el gran desconocimiento que de nuestra propia historia tenemos, porque me cabe la duda de que la persona que lanzara aquella especie sobre la existencia del Cid, conociera el dato al me referiré a continuación.
En la Real Academia Española de la Historia se conserva un manuscrito signado como 9/4922, que se denomina “Historia Roderici” o “Gesta Roderici Campidocti”. Este manuscrito fue hallado en 1785 en la Colegiata de San Isidoro de León y es una copia realizada de documento anterior, en un monasterio de Nájera en 1233. Existen otros manuscritos, de la misma factura, mas o menos bellamente copiados.
Este manuscrito, escrito aún en latín, a finales del siglo XII, es la biografía más antigua del Cid y es la base actual para el conocimiento de la legendaria figura.

Comienza la gesta de Rodrigo Campeador”,
se lee en tinta roja


Es muy posible que esta obra fuese la fuente de inspiración del Cantar de Mío Cid, pues recoge tradiciones muy similares, pero lo que parece cierto y en esa afirmación están personas de la talla indiscutible de Menéndez Pidal y muchos otros investigadores, es que la Gesta Roderici fue compuesta por un testigo presencial de los hechos que en ella se narran entre los años 1110 y 1125 y que, sucesivas adiciones a la obra, le han ido añadiendo datos que podrían proceder de hasta un siglo después.
El latín utilizado carece de erudición; es de estilo sencillo y compone una narración homogénea de la vida del Cid y de sus campañas.
Por otro lado y esto es incuestionable, el Cid murió en Valencia en el año 1099 y es un hecho contrastado, porque en la Catedral de la ciudad se conserva un documento considerado como diploma de dotación, fechado en 1098 y en el que se aprecia la firma del que fuera conquistador de la ciudad.

Yo Ruderico”, firma del Cid

¡Se puede afirmar que este personaje no existió!

No hay comentarios:

Publicar un comentario