Se han cumplido cien años del
hundimiento del Titánic, cuya historia es sobradamente conocida
aunque cada día más sometida a la especulación. Se habla ahora de
inmensas fortunas transportadas en sus bodegas para hacer frente al
creciente poderío alemán, de submarinos ocultos tras los bloques de
hielo, de explosiones internas y de la alineación de la Luna con la
Tierra y el Sol, que no se producía desde muchos siglos atrás. Algo
se podrá aclarar algún día, pero lo que si nos queda ya
sobradamente claro es que cada vez que se produce el naufragio de un
buque de pasajeros, las víctimas suelen contarse por centenares y es
casi normal que así ocurra, porque en esos momentos de enorme
tensión, muchas personas quedan atrapadas, son incapaces de ponerse
a salvo y además, los sistemas se salvamento suelen ser
insuficientes y normalmente mal gestionados.
Estas tragedias, aunque medie la
ineptitud, la inexperiencia o la estupidez humana, suelen ser
accidentales y nunca buscadas de propósito, pero ¿qué ocurre
cuando se provoca un naufragio con la finalidad de acabar con la vida
de miles de personas?
Entonces la tragedia se vuelve atroz y
para la mente humana, difícil de creer.
Algo así ocurrió casi terminada la
fase europea de la II Guerra Mundial. En la bahía de Lubeck, en el
Mar Báltico, se produjo el hundimiento del trasatlántico Cap Arcona
y otros tres buques, bajo unas circunstancias que causan pavor a la
vez que rubor y que, por mucho que los implicados en esa tragedia
hayan querido ocultarla, la realidad ha llegado a saberse.
El Cap Arcona era un trasatlántico
lujoso de veintisiete mil toneladas construido en 1927, de líneas
esbeltas y muy bueno navegando, era la joya de la compañía
Hamburgo-Sudamérica.
Se destinaba al transporte de personas
de alto nivel económico, desde Alemania a África y América del Sur
y contaba con piscina cubierta, pista de tenis, lujosos camarotes y
salones y comedores espléndidos. El barco era de tal envergadura que
incluso sirvió de escenario para el rodaje, en 1942, de una película
alemana sobre el hundimiento del Titánic.
Fotografía
del Cap Arcona cuando era un trasatlántico de lujo
En 1933, el barco era el orgullo del
III Reich y navegaba por todo el mundo con la bandera nazi izada en
su popa. Durante más de doce años estuvo realizando lujosos
cruceros casi ininterrumpidamente, ganándose la reputación de ser
un buque excelente.
Cuando estalló la II Guerra Mundial,
la marina alemana requisó el barco, junto con otros de
características similares que se emplearon a lo largo de toda la
contienda en el traslado de tropas y de prisioneros, o como
hospitales flotantes.
Ya casi declinaba el conflicto y las
tropas soviéticas que avanzaban desde el este, habían penetrado en
Polonia, cuando el Cap Arcona recibió la orden de dirigirse a
Danzing, con la misión de evacuar soldados y civiles destacados en
aquel país y trasladarlos hasta Copenhague. Pero sufrió una avería
en las turbinas y tuvo que ser remolcado hasta un astillero noruego
donde le practicaron una reparación de urgencia que le permitió
regresar a Alemania, consiguiendo fondear en la bahía e Lubeck, pero
en un estado en el que no podía seguir navegando.
En vista de la situación, la marina
alemana decidió devolvérselo a la compañía marítima a la que lo
había requisado. Pero en aquel momento la Hamburgo-Sudamérica no
estaba en condiciones de reparar el barco que, además de la avería,
había sufrido numerosos desperfectos producto de un uso incontrolado
y sin mantenimiento que habían dejado su estado en algo más que
lamentable, por lo que el barco permaneció anclado en la bahía con
un mínimo retén a bordo.
El mismo día que el Cap Arcona echaba
el ancla por última vez, el jefe máximo de las SS, Heinrich
Himmler, cursaba una orden atroz: Ningún deportado, ni prisionero,
debía caer vivo en manos de los ejércitos aliados al objeto de
ocultar las atrocidades que se habían cometido en los campos de
concentración y de exterminio.
En su afán por encontrar una fórmula
para borrar toda huella del horror que habían producido, alguien
propuso la idea de embarcar a los deportados en barcos, encerrarlos
allí bajo vigilancia de las SS y posteriormente hundir los barcos
con toda su carga humana.
Karl Kaufmann, Jefe de las SS en el
distrito de Hamburgo, ordenó llevar a los deportados que había en
toda la zona norte, a bordo del Cap Arcona y los otros tres buques
fondeados en la bahía: los cargueros Athen, Thielbeck y el
trasatlántico Deutschland, acondicionado como buque-hospital.
Menos los deportados políticos, todos
los demás fueron embarcados en el Thielbek y desde allí fueron
transferidos al Cap Arcona, el más capacitado para albergar un gran
número de personas y así, a finales del mes de abril de 1945, a
bordo había seis mil quinientos prisioneros y seiscientos soldados
de las SS.
En la tarde del treinta de abril,
corrió la noticia de que Hitler se había suicidado y que Berlín
estaba siendo ocupada por tropas rusas: la guerra estaba
prácticamente acabada.
Sin embargo, seguían llegando más
prisioneros, ahora incluso niños procedentes del campo de
concentración de Stutthof, cercano a Danzing, que eran embarcados en
el Cap Arcona.
En toda la costa norte de Alemania
existía una tremenda confusión y sus habitantes trataban
desesperadamente de huir de las tropas rusas que se estaban
aproximando y de las que se tenían noticias de las atrocidades
cometidas contra las poblaciones civiles ya ocupadas. El deseo era
llegar al lado oeste, donde avanzaban los aliados, de los que no
tenían nada que temer. Eso hacía que muchas personas subieran a
bordo de cualquier embarcación y tratara de huir, hacia el oeste o
hacia Noruega, aún en poder alemán.
La aviación aliada procuraba impedir
esos desplazamientos y realizaba continuos vuelos de reconocimiento y
así, la mañana del día 3 de mayo un avión de la Royal Air Force
británica, realizó un vuelo sobre Lubeck y observó los buques en
los que permanecían izadas las banderas del III Reich. En ese
momento, dos submarinos alemanes se preparaban para torpedear el Cap
Arcona, pero alguien advirtió que los aliados podían hacer aquel
trabajo por ellos.
Los prisioneros de los buques, al ver
sobrevolar el avión británico, le hicieron toda clase de señales
para advertir su presencia, lo que quizás no fuese observado por los
pilotos.
Hacia el medio día, dos oficiales
británicos se presentaron en las oficinas de Cruz Roja en Lubeck,
para recabar información sobre los barcos prisión que hubiera
fondeados en aquella costa, pero era demasiado tarde, porque varios
aviones caza-bombarderos de la RAF, los famosos y mortíferos Hawker
Typhoon, hicieron su aparición en la bahía. Los únicos buque que
mostraban la bandera del III Reich eran el Cap Arcona y los tres
buques que le acompañaban y contra ellos dirigieron sus ataques.
El primero en recibir el impacto de
las bombas fue el Deutschland, que en ese momento solamente tenía a
bordo a unos cien hombres, entre tripulación y equipo médico.
Cuatro bombas cayeron sobre el buque produciendo graves daños e
incendios, pero fueron rápidamente sofocados, mientras, el capitán
extendía sábanas blancas en señal de rendición. Nadie murió en
ese bombardeo y tuvieron tiempo de evacuar el barco en botes
salvavidas.
De inmediato la acción se concentró
en el Cap Arcona y el Thielbeck que sufrieron entre treinta y
cuarenta impactos de bombas. A bordo del Cap Arcona había miles de
prisioneros hacinados en las bodegas, los camarotes, los enormes
salones y cualquier lugar en el que los pudieran hacinar como si de
animales se tratara. Cuando empezaron a oírse las detonaciones de
las bombas, los prisioneros, horrorizados, trataron de escapar de sus
lugares de confinamiento, lo que no era difícil para algunos, pues
el barco no era una prisión y una vez en cubierta o a través de las
escotillas se dispusieron a saltar al agua, pero eran ametrallados
por los fanáticos soldados de las SS que, implacables, abatían a
quien lo intentara o si ya lo había conseguido, lo acribillaban en
el agua.
Pero los prisioneros que estaban en
las bodegas tenían prácticamente imposible la huída y allí,
debajo de la cubierta, había unos cuatro mil quinientos. Tras las
primeras explosiones se desataron varios incendios a bordo y la
mayoría de los confinados en aquellas inmensas bodegas, murieron
asfixiados.
Luego, el barco empezó a hundirse,
escorándose peligrosamente y quedando parcialmente hundido, momento
en que unos centenares de prisioneros y algunos tripulantes
consiguieron arrojarse al agua y nadar hasta la orilla, no muy
lejana, donde fueron recibidos por los de las SS que los acribillaron
sin misericordia.
El Thielbeck se hundió en menos de
una hora y de los dos mil ochocientos prisioneros, sólo se salvaron
cincuenta.
El único que consiguió salvar su
carga humana fue el Athens que llevaba unos dos mil prisioneros. Su
capitán tuvo tiempo de izar una bandera blanca y luego embarrancó
el barco. Sus prisioneros fueron posteriormente liberados por las
tropas aliadas.
Más de seis mil personas, hombres,
mujeres y niños, soldados aliados, heridos de guerra y civiles
deportados, murieron en aquella triste jornada, muchos de cuyos
cuerpos aparecían varados en las playas cercanas. Hasta treinta años
más tarde aparecieron restos de esqueletos, el último de los cuales
fue el cráneo de un niño de unos doce años, aparecido en 1971.
Los pilotos británicos no tuvieron
noticias de la atrocidad que involuntariamente habían cometido, pues
los gobiernos aliados y alemán ocultaron el hecho que al final se ha
conocido.
Un horror más que agregar a la
interminable lista de espantos que produjo aquella guerra, lo mismo
que todas las que han ocurrido.
No tenía ni idea de este episodio. ¡¡¡Terrible!!!.
ResponderEliminarLuengo.