sábado, 13 de abril de 2013

LA TIERRA DE CROCKER






Desde la más remota antigüedad el hombre se ha esmerado en hacer creer que existen los paraísos perdidos, las tierras remotas, los valles ocultos y, sobre todo, las islas ignotas.
La Atlántida es la más famosa de todas las leyendas, pero no es la única. La situó Platón en los confines de las columnas de Hércules, es decir, del Estrecho de Gibraltar, precisamente porque allí se terminaba el mar conocido. Por circunstancias geográficas que todos conocemos, el Mare Nostrum de los antiguos romanos y antes de griegos y fenicios, se acababa abruptamente en las costas de Hispania. Más allá todo eran penumbras, el mar tenebroso.
Pasaron los años y la expansión naval de la Península Ibérica, nos lleva al descubrimiento de nuevas tierras: islas como las Canarias y continentes enteros como África y América. Pero la imaginación popular no cesa y allá donde hay algo, se quiere ver más y a las siete islas del archipiélago canario, se añade una octava isla que, como un capricho de la naturaleza, aparece y desaparece al oeste de la isla del Hierro.
Es la misteriosa isla de San Brandán, o San Borondón, así llamada en homenaje a un monje irlandés que en el siglo VI sentía tal necesidad de extender la palabra de Dios, que no dudó en construir una embarcación con cuero calafateado y hacerse a la mar con unos compañeros. Dice la leyenda que desembarcaron en una isla con árboles, animales y toda clase de vegetación, en la que dijeron misa, acabada la cual, la isla empezó a moverse, pues no era tierra firme sino un enorme animal marino.
Poco creíble, pero forma parte de la cultura que, en cierto momento, imperó en la vieja Europa y que acompañó a muchos otros monjes que se internaron en el Mar del Norte, llegando hasta las Islas Feroes y Groenlandia.
Pues bien, la isla de San Borondón apareció también a muchos miles de millas al sur, frente al archipiélago de las Afortunadas y allí se cimentó en la tradición popular, tanto que su supuesta existencia requirió la intervención de nuestro más culto e ilustrado compatriota: el Padre Feijoo.
Perteneciente a la orden de los benedictinos, con su Teatro Crítico Universal y Cartas Eruditas y Curiosas, fray Benito Jerónimo Feijoo y Montenegro, dejó bien sentado hasta donde llegaban sus conocimientos y su erudición entrando a estudiar infinidad de asuntos que fueran materia de controversia o preocupación en su época, siglos XVII y XVIII.
Sobre la mencionada isla que aparece y desaparece, trata el discurso X del Tomo IV de la obra El Teatro Crítico Universal. En este discurso da toda suerte de información sobre personas, expediciones y demás empeños en descubrir aquella isla envuelta en brumas, rodeada de un peligroso mar y que para desesperación de los aguerridos navegantes que se acercaban a ella, desaparecía cuando la tenían próxima.
Pone en duda el erudito la existencia de aquella isla que unos autores colocan a cien leguas de distancia y otros a solamente quince, lo que ya le hace desconfiar de la fiabilidad de los datos y alude a la fantasía de las personas queriendo ver lo que no es realmente. Luego cita un caso constatado desde la antigüedad más remota, como es el fenómeno conocido como Fata Morgana o simplemente La Morgana, fenómeno óptico que se da en algunos lugares de las costas y que el más famoso es el que ocurre en el estrecho de Mesina, entre Sicilia y la ciudad de Reggio Calabria, en el sur de Italia.
Con su docta sapiencia, para aquellos tiempos, el erudito explica que se debe dicho fenómeno a lo que él llama una nube especular, es decir, una especie de espejo que refleja una imagen producida en otro lugar. Efectivamente, en la actualidad se denomina espejismo a este fenómeno en el que intervienen sucesivas capas de aire frío y caliente que se embolsan formando una especie de lente que refleja las imágenes.
Y el mayor espejismo y el que durante más tiempo ha tenido ilusionado a los exploradores europeos y norteamericanos, ha sido sin duda el que da título a este artículo: La Tierra de Crocker.
Todo empezó en el año 1818 cuando la expedición del capitán británico John Ross buscaba el llamado Paso del Noroeste, el mítico Estrecho de Anián, del que los chinos ya habían hablado a Marco Polo y que debía unir, por encima de las frías tierras de Canadá, los dos inmensos océanos: Pacífico y Atlántico.
La expedición estaba compuesta por dos barcos de unas trescientas toneladas cada uno, el Isabelle, capitaneado por Ross y el Alexander, algo más pequeño y bastante más lento, que manda otro marino británico llamado Parry.
El Isabelle, más rápido, iba delante en aquel mar helado al oeste de Groenlandia, adentrándose en un océano que con islas y enormes trozos de hielo a la deriva, les iba cerrando el paso, hasta que tuvieron que dar la vuelta, pues ante sus ojos apareció una cadena montañosa que se eternizaba de norte a sur en el horizonte, frente a él.
Llamó a aquellas montanas la “Tierra de Crocker” en honor del primer secretario del Almirantazgo Británico. Su compañero, el capitán Parry no había observado aquellas montañas, pues su buque se había quedado atrás cuando fue encontrado por Ross en su viaje de vuelta.
Los dos barcos volvieron a Inglaterra antes de que el invierno ártico los atrapase. La disensión entre ambos capitanes y el hecho constatado de no haber hallado el famoso Paso, perjudicó considerablemente a Ross, pero sobre todo fue muy criticado por un científico que iba a bordo llamado Edward Sabine, el cual declaró que cuando todo estaba en el mejor momento para realizar los experimentos que se proponía llevar a cabo, el capitán Ross decidió dar la vuelta, dejando en entredicho la capacidad del capitán para una operación de tanta envergadura.
Diez años después y para lavar su reputación, Ross convenció a un amigo, multimillonario magnate del whisky, para que financiara una nueva expedición que partió en 1829 y tardó cuatro años en volver, sin haber encontrado el famoso Paso y sin haber descubierto y explorado la que él mismo llamó Tierra de Crocker.
A pesar de ese relativo fracaso, fue condecorado a su regreso a Inglaterra y nombrado Caballero de la Orden del Baño, una de las más prestigiosas órdenes militares británicas.
Hubieron de pasar casi ochenta años, cuando un explorador norteamericano llamado Robert Peary, volvió a divisar la Tierra de Crocker que le cerraba el paso entre los océanos Atlántico y Pacífico.
Perfectamente pertrechado, con trineos tirado por perros, ayudado por varios “inuit”, los habitantes esquimales del norte de Canadá, emprendió una expedición hacia aquellos mares helados.
Tras muchas penalidades, cierto día se presentó ante sus ojos la Tierra de Crocker y, a pesar de que los nativos le decían que aquellas montañas, aquellos verdes valles, de suaves colinas, no existían, Peary se lanzó tras aquella visión, comprobando que conforme se acercaba, aquella tierra se alejaba y que a su alrededor no había más que un inmenso mar helado.
Concluyó que se trataba de un espejismo como muchos otros fenómenos que ya estaban estudiados en diversas partes del mundo y que antes se han referido, pero éste de una magnitud tal y de una claridad que hacía casi impensable no creer en lo que se estaba viendo.
Este mismo aventurero se atribuyó en 1909 el haber llegado hasta el Polo Norte, siendo la primera persona que lo pisaba, aunque posteriormente sus descubrimientos han sido puestos en tela de juicio y en la actualidad se está convencido de que no llegó al Polo, aunque puede que estuviera relativamente cerca.

Robert Peary en una expedición al Ártico

La última manifestación de espejismos, como el de la Tierra de Crocker, tuvo lugar recientemente en China, en donde, por cierto, suelen producirse muchos fenómenos de estas características.
En mayo de 2006, una agencia oficial de prensa china, informó que en la Costa Este, frente a la ciudad de Peng-lai y durante más de cuatro horas, pudo verse, sobre el mar, una ciudad con grandes edificios, calles, plazas, coches circulando e incluso personas.
Que se llegue a tantos detalles es poco creíble, pero investigando en el fenómeno de los espejismos, se puede comprobar que en la zona de esta ciudad china, así como en el Estrecho de Mesina, o en el Ártico, son comunes estas ilusiones ópticas, que incluso pueden llegar a ser fotografiados, como la descrita en último lugar.

Foto publicada en prensa del espejismo de Peng-lai en 2006

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