Publicado el 26 de febrero de 2012
Por tierra y mar, la envidia venenosa
que la situación sobresaliente de la recién inventada España,
despertaba en el resto de naciones europeas, era solamente comparable
a la enorme codicia que esas mismas naciones demostraban para hacerse
con lo que no era suyo.
Desde que sus Católicas Majestades,
además de vencer definitivamente al Islam, propician el
descubrimiento de un Nuevo Mundo, Europa no puede ni vernos.
De ser aquel pariente pobre del sur
que se debate en sangrienta lucha contra el invasor, hemos pasado a
ser los parientes ricos que traen desde sus colonias el oro y la
plata por toneladas, las especias y las simientes de frutos y
hortalizas jamás soñados.
De harapientos a cargadores en un
santiamén. De hambrientos, a despensa del continente que se quita
las hambres con nuestras patatas, tomates, maíz; se deleita con el
cacao, se endulza con la caña y que se asombra de que todo aquello
lo tengamos por el mero hecho de ser unos aventureros.
Como ya no se puede descubrir lo que
está descubierto, la solución que se les ocurre a los que no tienen
escrúpulos es arrebatárselo a los que lo poseen legítimamente y se
reinventa la piratería y se concede la patente de corso y los
ingleses, holandeses, franceses y todos los que viven en nuestros
pisos de arriba, se dedican a incordiar, asaltar, robar y matar, con
todo el descaro del mundo.
Y decía un proverbio inglés, que
durante mucho tiempo tuvo gran vigencia que “Españoles quiero en
el mar. En tierra que San Jorge nos guarde” y con esa sentencia
dejaba buena constancia de que en la mar, por fortuna par ellos,
España era muy vulnerable.
En tierra la cosa era muy distinta,
pues los soldados españoles habían demostrado su valentía en mil
batallas y los famosos Tercios, ejército que imperaba en aquellos
momentos, eran un Cuerpo muy temido.
Para hacernos una idea del territorio
que España tenía que controlar en tiempos de Carlos I o de Felipe
II, además de echar mano a la famosa frase de que en los reinos de
España no se ponía el Sol, podemos decir que de África y de Asia,
sólo se conocían las costas y no todas, la mayoría sin explorar y
que Europa terminaba en los Urales. Australia era todavía la Terra
Australis Ignota y el resto del mundo nos lo repartíamos españoles
y portugueses.
Los tres océanos más importantes del
mundo eran controlados por la Península Ibérica, a excepción del
norte del Atlántico en el que pululaban los piratas holandeses,
británicos y franceses.
España tenía extensas posesiones en
el norte de Europa, eran los territorios conocidos como Flandes, a
los que había que atender, administrar, avituallar y, en fin, surtir
de lo que era necesario, sobre todo de capitales.
Pero a través del mar, ruta más
rápida y cómoda, a la vez que barata, nuestras tropas, nuestros
suministros y nuestros capitales, estaban en constante peligro. Igual
daba que fuera comercio con las Indias que con los territorios del
norte: estábamos siempre expuestos a la piratería, que en el caso
de Flandes se aliaba con otro mortal enemigo, las tempestades que
azotan los mares del norte.
Se hacía necesario tener rutas
seguras, era imprescindible proteger a los navíos que iban y venían
a las Colonias; había que asegurar el comercio, la correspondencia y
el abastecimiento por tierra con Flandes y para cada una de las dos
situaciones se crearon dos procedimientos de actuación que, durante
muchas decenas de años, aseguraron la preeminencia española en el
mundo entero.
Uno fue la Ruta de Indias y el otro
fue el Camino Español, ambos reinando Felipe II.
Galeón
español y arcabucero de los Tercios
La Ruta de Indias se inició en 1561 y
desde un principio se diferenciaron dos itinerarios distintos. La
primera tenía como destino Nueva España (Méjico) y rendía viaje
en el puerto de Veracruz. La segunda iba a Nueva Granada (Colombia) y
tenía como destino el puerto de Nombre de Dios, sustituido años más
tarde por el de Portobelo. Ambas rutas descendían hasta las Islas
Canarias y luego cruzaban el océano dejándose llevar por los
vientos que empujan hacia el ecuador.
Como era natural en la navegación de
la época, dependían de las corrientes marinas y, sobre todo, de los
vientos, razón por la que una y otra ruta tenían fechas concretas
en las que, los vientos alisios y las corrientes del Golfo de Méjico,
empujaban las naves.
Para seguir ambas rutas, se
concentraban los navíos en Sevilla y Sanlúcar de Barrameda, al
principio y más tarde, en Cádiz; una gran cantidad buques, que en
el caso de Veracruz se llamaba la Flota de Nueva España y en el de
Portobelo la Flota de los Galeones.
A estos navíos se unían barcos de
guerra debidamente artillados que actuaban como escoltas del convoy.
La Flota de los Galeones partía en el
mes de agosto y una vez abandonado el mar peninsular, formaban una
escuadra que encabezaba la nao Capitana, seguida por los buques
mercantes y cerrando la flota la nao Almiranta. Los buques de guerra
quedaban a barlovento, para alcanzar a la flota rápidamente en
momentos de peligro. Así formados, descendía por el entonces
llamado Mar de las Yeguas, hasta Las Canarias, a donde llegaban en
diez o doce días, según el régimen de vientos.
En las Afortunadas, como entonces se
las llamaba, los barcos se aprovisionaban para la larga travesía que
tenían por delante y emprendían la siguiente singladura por el
denominado Mar de las Damas, así llamado porque se decía que las
condiciones de navegación permitían que hasta una mujer pudiera de
gobernar un barco. En esa zona todo el trabajo lo efectuaban los
vientos alisios que en esa época del año y en el hemisferio norte
soplan desde los trópicos hacia el ecuador a una velocidad casi
constante de unos doce nudos.
En un mes, aproximadamente, se
atravesaba el Mar de las Damas, llegando a la Isla Dominica donde se
hacía una corta escala y todos bajaban a tierra y celebraban grandes
comilonas, para aliviar las hambres pasadas durante la travesía.
Desde Dominica, otro mes para llegar a Portobelo.
La Flota de Veracruz salía en el mes
de abril. Hacía la misma ruta pero al llegar a las Antillas, subía
hacia el norte, buscando el Golfo de Méjico y el puerto de Veracruz.
El tornaviaje, que así se llamaba al
regreso, lo hacían las dos flotas juntas, concentrándose en el
puerto de La Habana, a donde iban llegando los galeones cargados con
todas las riquezas que se traían a España.
En La Habana esperaban los buques de
guerra y con el convoy formado, aprovechando la corriente del Golfo y
los vientos contraalisios, alcanzaban las Islas Azores, en donde
aumentaba el peligro de encontrarse con piratas, que aprovechaban el
cansancio del viaje, la falta de alimentación y cuantas deficiencias
de la flota pudiera beneficiarles.
Al contrario de lo que se cree,
incluso de lo que se ha glosado, los apresamientos de buques
españoles por parte de los corsarios fueron mínimos y en los
doscientos cincuenta años en los que funcionó el sistema de flotas,
puede considerarse como una de las operaciones navales más
importantes de la historia mundial y sin lugar a dudas, la que más
éxitos cosechó. La última flota zarpó en 1776 y poco después,
España, acuciada por gravísimos problemas, abrió el libre mercado
con las Colonias.
El otro éxito en las comunicaciones
es lo que se conoce como Camino Español. Casi a las mismas
circunstancias referidas a la piratería, hay que agregar los
tremendos temporales de los mares del norte y el peligro de cruzar el
Canal de la Mancha, dominado por Francia e Inglaterra. Así que el
avituallamiento de Flandes sufría grandes y constantes descalabros.
No llegaban las pagas de los Tercios, ni el armamento, ni casi nada
de lo que se hacía imprescindible para mantener un estado de guerra
casi permanente.
Por esa razón, el monarca, Felipe II,
asesorado por el religioso y político español, Cardenal Granvela,
creo una ruta terrestre que diera seguridad a las comunicaciones con
los Países Bajos.
Esa ruta se llamó El Camino Español
y se inauguró en 1567, es decir, seis años después de haber puesto
en marcha las Rutas de Indias y haber comprobado el buen resultado.
El Camino Español se iniciaba en
diferentes ciudades españolas y de la península Italiana, dominada
por España. Desde Valencia o Barcelona por mar hasta Génova y desde
allí, Nápoles o Florencia, convergían todos en Milán, en donde se
formaban fuertes expediciones que atravesaban los Alpes, luego, el
entonces llamado Franco Condado, Alsacia y Luxemburgo, para llegar a
Bruselas, capital de los territorios que recibían el nombre genérico
de Flandes.
El Camino funcionó por más de cien
años contribuyendo de manera notable a dar estabilidad a aquellos
lejanos territorios y durante ese tiempo se registraron innumerables
expediciones, ninguna de las cuales sufrió daño alguno, aparte de
las meras anécdotas propias de los viajes.
Según el número de soldados que se
movilizaran para hacerla segura y dependiendo del volumen del propio
convoy, la ruta, que tenía unos mil kilómetros, se cubría en menos
de dos meses, habiéndose registrado como record de velocidad una
expedición del año 1578, que cubrió la distancia en treinta y dos
días.
Cualquiera de estas dos contribuciones
a la seguridad de las comunicaciones hubiera sido aireada hasta la
saciedad si el país que las hubiese puesto en marcha hubiera sido
cualquiera de los que nos esperaban tras los recodos para
arrebatarnos lo que nos pertenecía.
Tambien podias haber incluido otra ruta que fue un hito historico y que es poco conocido, "El galeon de Manila". Como sabes era otra flotilla que comerciaba entre Manila y Acapulco y que una o dos vez al año, con permiso de la corona, aprovechandose de la ventaja que suponia la abundante plata mejicana, mantenia el monopolio del comercio entre Asia y America. Tiene su merito, porque, a parte de ser los primeros que lo navegamos, durante bastantes años fuimos los unicos que pudimos hacerlo, por eso el oceano Pacifico se llego a conocer como "Mar de España"
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